sábado, 8 de octubre de 2016

265. Recursos humanos


-¿Por qué usted y no el anterior o el posterior? Dígame algo que le haga único. Y no me refiero a su experiencia profesional previa, ni a su currículum. Basta ya de todo ese apartado. Quiero algo que marque la diferencia. Intangible si me apura. O cuando menos que no pueda medirse con cifras. Necesito algo que me haga confiar en usted más que en ningún otro de los que ya se han sentado en esa silla y más que en cualquiera de los que restan por sentarse. 

Porque pienso dejarme la vida aquí. Créame que no estoy orgulloso de esta condición, pero es la que circula por mis venas. Todo culpa de mis padres, ya sabe. Solo sabían trabajar. Tenían la mirada de las mulas que agachan la cabeza y tiran del arado, ¿me entiende? Crecí viéndolos apretar los dientes, caer y levantarse. Sin rechistar, sin un mal gesto, sin una mala palabra. 

Porque no voy a mentirle. Y no me refiero a esos tipos recalcitrantes que se vanaglorian de ser como son y de decir siempre lo que piensan. La verdad está sobrevalorada y con frecuencia es maleducada, no respeta las formas, ni las convenciones sociales. Yo tengo la nariz grande, si se ha fijado, pero no entendería que ningún estúpido me lo recordase apelando a su sinceridad. Me refiero más bien a que no sería capaz de mentirle en algo que verdaderamente fuese importante. A buen seguro que tampoco podría confesarle lo que pienso, soy discreto y convivo con el miedo a perder mi empleo; pero mis ojos me delatarían. Se volverían inquietos, parpadeantes. Mis manos comenzarían a temblar y en apenas unos segundos el sudor llamaría a mi puerta. 

Porque sé obedecer. Nuevamente responsabilidad de mis padres, supongo. Pero créame que yo no lo entiendo como ningún acto de sumisión. Creo que sé reconocer a un buen líder y seguirlo hasta las últimas consecuencias. Tengo mi orgullo, claro está, pero no me importa dejarme guiar. La mayoría de las personas creen que el liderazgo forma parte de su ADN. Ya habrá visto que entre mi formación he estado en contacto con este tema. Sin embargo, siempre echo en falta cursos no tanto para saber liderar como para saber dejarse liderar. No es fácil tampoco. De hecho lo considero ciertamente complicado. Tomar conciencia de que alguien es más capaz que tú, tiene ideas más brillantes, gestiona mejor las avalanchas de problemas. En general solemos resistirnos a asumir que alguien es mejor que nosotros y que nuestro verdadero aprendizaje pasa por permitir crecer a su sombra. Llámelo orgullo, complejos, egocentrismo o como desee; pero no me negará que es así.

Porque sé guardar un secreto y jamás traiciono una promesa. No soy esos tipos que se ponen el traje de confesores para acabar cediendo a las primeras de cambio: "Es un secreto que me confiaron; pero te lo cuento con la condición de que no se lo cuentes a nadie". Siempre tienen en los labios frases de este tipo, ¿verdad? Y en cuanto a las promesas, no me refiero a que esté en disposición de cumplir todas cuantas formulo. Es evidente que en no pocas ocasiones prometemos cosas que no están a nuestro alcance; pero bien le digo que si existe la más mínima posibilidad de hacerlas cumplir sencillamente lo haré.

Porque a pesar de todas mis actualizaciones conservo valores de la vieja usanza. Pido las cosas por favor, doy las gracias, estrecho la mano con firmeza cuando conozco a alguien, abrazo hasta las últimas consecuencias, soy puntual, miro a los ojos, sigo pensando que el mejor contrato es la palabra del otro y devuelvo el cambio de más que me dan en el supermercado simple y llanamente porque no quiero nada que no sea mío. 


Almasy©




FITO y FITIPALDIS: "La casa por el tejado"

lunes, 26 de septiembre de 2016

264. Ensayo sobre la fe


Me solivianta especialmente comprobar cómo las iglesias se han apropiado de la fe. Me refiero a esa pulsión casi irracional que te lleva a creer a alguien sin más. Dejando a un lado preguntas relacionadas con el cuándo, el cómo, el porqué. Siento la poderosa necesidad de que la fe baje del púlpito y que cuando alguien me diga: "este fin de semana estuve en la montaña", no necesitar que lo demuestre, ni rastrear en busca y captura de pruebas que lo certifiquen. Simplemente aceptar que ocurrió, asumir su vivencia única y exclusivamente porque me lo cuenta y yo confío en que es cierta. 

Pensemos, por ejemplo, en cuando enfermamos y no acudimos el trabajo. La enfermedad y sus padecimientos son secundarios. Lo que importa es que inmediatamente se activen todos los resortes para que lo demostremos. Centrarse en sanar para volver fuerte y lozano resulta irrelevante. También es absolutamente accesoria la gravedad del bicho que nos perturba. De lo que se trata es de documentar tu situación física. Por escrito. Detalladamente. Con fecha y hora. Con toda una batería de profesionales que acrediten tu estado. De ninguna de las maneras aceptaríamos un simple y llano telefonazo indicando: "estoy enfermo, no puedo ir, vuelvo cuando me encuentre mejor".

¿Han perdido alguna vez a algún familiar? Seguro que sí. Es ley de vida. O de muerte. Volvamos al trabajo. Con el cuerpo del finado todavía caliente la principal preocupación es nuevamente justificar el fallecimiento y al mismo tiempo el parestesco que te une a esa persona que se fue para no volver -salvo que se tenga fe en el reencuentro y en la vida eterna y entonces casi que se celebre la llegada de la parca-. Familiares y amigos se movilizan entonces a la caza y captura del documento expedido por el tanatorio y, a continuación, aprovechando algún descanso de los plañideros familiares más cercanos, de los correspondientes libros de familia que certifiquen cuánta sangre compartías con el difunto. Por supuesto, si el que se va solo se trata de tu mejor amigo, o tu mejor amante, o el profesor que te marcó o el ídolo de tu infancia, no eres bienvenido al sepelio. Al menos administrativamente hablando. Nadie te va a aceptar una explicación tan aparentemente comprensible como: "no voy a ir a trabajar en unos días. Se murió mi mejor amigo. Estoy realmente jodido. Cuando haya llorado hasta desarmarme volveré". 

¿Qué hemos hecho mal? ¿Por qué hemos desvirtuado el valor de la palabra? ¿Dónde quedaron las promesas que se cumplían a como diese lugar, el apretón de manos para cerrar un trato que sabías que no lo desharía ni el mismo Satán, la palabra de honor que valía más que la sentencia de un tribunal supremo? ¿Por qué le abrimos la puerta a los detectives, a los policías, a los periodistas, a los abogados, a los inspectores, a los políticos, a los jueces, a los notarios a los que conferimos la exclusiva potestad de otorgar fe de lo ocurrido?

Necesito volver a creer en alguien porque sí. Y a que ese alguien jamás sienta la presión de demostrarme lo que me narra. A otorgarle a algo la categoría de verdadero solo porque un ser humano articuló las palabras necesarias para trasladármelo. Ajenos a las fotografías en esas redes sociales que se han convertido en notarías para pobres. Donde todo pasa porque se publicite con todo lujo de detalles lo acontecido. Desnudando intimidades, sin filtros, presumiendo del falso o el verdadero júbilo que acompañó la imagen de marras con frases para la posteridad preferiblemente en inglés, que parece que otorgan más categoría y credibilidad al suceso. Ignorando verdades tan palmarias como que a los amantes que se devoran les tiembla el pulso para proclamar su pasión a los cuatro vientos. I do need to believe again.

Almasy©


BON JOVI: "Keep the faith"

viernes, 16 de septiembre de 2016

263. Hilo


Poco importa que
apagues la luz o que
me saques los ojos.
Sigues en mí cuando cierra la noche.
Permaneces hasta en tinieblas.
Soy el escultor que te moldeó sin molde.
La arcilla de tu boca todavía rezuma humedad.
Tengo hambre, tengo sed.
Mis manos la buscan para saciarse.
Me amamantas hasta que caigo rendido.
Dormito en tu pecho.
No se ha hecho todavía
la campana que pueda despertarme.
Rompiste mis tímpanos con tu gemir desenfrenado.
No puedo sino volver a tu boca.
Leer tus labios.
¡Ciego como estoy!
Adivinarte desde la saliva que me trasvasas.
No acierto a oírte,
y sin embargo te escucho.
Tengo envasado el almizcle que despedías
en frascos de 50 mililitros.
Anestesian mi dolor cuando aprieta.
Insisto en desangrarme
sobre tu vientre hinchado.
Sabes eternamente a barro.
Lo intuye la lengua que me arrancaste aquella noche sin reglas.
Te presupuse incluso mutilado.
¿Recuerdas?
Tu sexo no acertó a esconderse.
No supo. No pudo. No quiso.


Almasy©

(A mis pequeñas truchas M-P-J y muy en especial a nuestra gurú I)


CARMEN BOZA: "Delirios y de éxtasis"

martes, 23 de agosto de 2016

262. Observatorio


Los viernes a media tarde acostumbro a llegarme hasta la estación de trenes. Es un buen rato caminando. Casi siete manzanas. Las últimas dos abarrotadas de comercios. Me gusta pararme delante de los escaparates y soñar con todo lo que poseeré algún día. No soy como el resto de muchachos pobres que conozco. La mayoría ni siquiera levantan la vista. No solo no tienen dinero sino que carecen de sueños. Yo en cambio me detengo ante cada objeto que me llama la atención y lo hago mío. En el fondo los compadezco. Renunciar a soñar no debe ser fácil.

Siempre elijo la misma hora porque es cuando llegan decenas de trenes procedentes de todos los rincones del país. Aunque jamás busco a nadie en concreto me suelo parar junto a las puertas automáticas por las que tienen que salir todos los pasajeros. Dos enormes hojas de metacrilato que nunca dejan de moverse. Lo cierto es que el que las diseñó merece estar pudriéndose de placer en alguna playa paradisiaca, porque no recuerdo haberlas visto averiarse en todo el tiempo que las conozco. Sin duda un trabajo de una vez, como diría mi padre.

Me coloco perfectamente centrado y observo. El señor Andersen siempre me dice que si quiero ser un buen escritor tengo que aprender a observar. Así que es lo que hago. Me fijo sobre todo en los reencuentros e imagino las historias que llevarán detrás. El universitario al que aguardan unos padres tan orgullosos como arruinados. La enfermera que recibe a su novio militar con un beso de película. Los chiquillos repletos de mocos que abrazan al padre que regresa de algún trabajo lejano. La mochilera que vuelve de no se sabe qué selva amazónica para asistir únicamente a la boda de su prima del alma.

A todos se les ve exhaustos pero felices. Tanto que me pregunto por qué se fueron. Si yo saliese alguna vez de esta ciudad estoy seguro de que no retornaría jamás.

También hay pasajeros a los que no espera nadie. A lo sumo un conductor ojeroso que los recibe con un letrero en el que suele figurar algún nombre que parece inventado, como Westbay, Rumbold o Prenatt. No conozco a nadie que se apellide así. Son encuentros fríos. Apenas un saludo formal y el conductor le toma la maleta al viajero. Me llama la atención que nunca le piden que se identifique. Simplemente confían en que sea quien dice ser.

Pero con los que verdaderamente me identifico es con los viajeros a los que no espera ni siquiera un triste conductor. Llegan silenciosos, casi invisibles. Conozco esa sensación. A mí nunca me ha esperado nadie. Me sabe tan mal que me dan ganas de abalanzarme sobre ellos y fundirme en un sentido abrazo. No me importaría que me tomaran por loco. Todo el mundo merece que alguien lo aguarde. Al menos una vez en la vida.


Almasy©


THE POLICE: "Message in a bottle"

jueves, 18 de agosto de 2016

261. Western


Al amanecer vendrán a por nosotros. ¿Me oyes, Pucho? Y habrá que estar preparados. Ellos vendrán preparados. Sin duda se presentarán con sus pistolones largos y su maleta de odios. Querrán sorprendernos. Pensarán que somos como esos holgazanes que duermen hasta el mediodía. No se esperan que el primer rayo del sol también nos pertenece. O bien creerán que como somos hombres decentes no nos defenderemos. Que podrán pasarnos por encima sin que presentemos batalla. Pero se equivocan, Pucho, se equivocan. Nos ha costado mucho llegar hasta aquí, tener lo que tenemos. Una buena mujer, lindos hijos, nuestro pedacito de tierra y un hogar al que deseamos regresar cada noche. Pensarán que pueden arrebatárnoslo de un plumazo. Que somos como esas moscas estúpidas que se posan delante de la mano de su asesino. Estarán convencidos de que agacharemos la cabeza y les abriremos la puerta para que tomen lo que no se ganaron con el sudor de su frente. ¿Me oyes, Pucho? Pero se equivocan, vaya si se equivocan. ¿O acaso tú no estás dispuesto a pararlos? ¿No te ves capaz de acabar con ellos? ¿De disparar a sus estómagos para que se desangren lentamente? ¿De estrangular sus cuellos hasta extinguir su aliento? ¡Claro que puedes, Pucho! Solo tienes que pensar en lo que tienes, en lo que amas y decidir si quieres conservarlo o prefieres dejar que se te escape de las manos. ¿Serías capaz? ¿Serías capaz de ceder sin más? Porque yo no, ¿me oyes? Yo he llorado demasiado como para dejar que todo lo que me gané a pulso, mañana se evapore porque esos hijos de mil zorras lo hayan decidido azarosamente. Podrían haber sido otros, pero nos eligieron a nosotros. Para ellos es un simple juego; pero para nosotros no. Sí, ya sé, Pucho, me dirás que para ellos es pura rutina y que nosotros somos hombres de paz, y no te falta razón. Nunca imaginamos que este momento podría llegar. Seguimos las leyes, obedecemos el código, trabajamos honradamente. Pero el momento está por llegar en unas horas y yo no pienso quedarme quieto. Tienes que ser optimista, Pucho. No siempre ganan los malos. De hecho mi papá me decía que todo hijo de puta pasa alguna vez delante de la escopeta. Solo tenemos que ser nosotros los que la amarremos fuerte y apretemos el gatillo. Sin titubeos, sin remordimientos. Todo el cargador en su barriga. Con los ojos abiertos, para que antes de irse al otro barrio vean el rostro del hombre que les quita la vida. ¿Entendiste Pucho? ¡Los ojos bien abiertos ante todo!

Almasy©


PEARL JAM: "Animal"

jueves, 21 de julio de 2016

260. Trece asaltos


1. Orígenes

Barry Morgan, afroamericano, enfila su camino al ring enfundado en una bata negra. Michael O´Connor, de ascendencia irlandesa, ha elegido una blanca. La madre siempre por delante.

2. La limpiadora

Ella ingresa al filo de la medianoche. Siempre se cerciora de que los rezagados hayan abandonado el vestuario. No quiere escenas ni problemas. El sudor palpita por los suelos cuando ella se dispone con el mocho.

3. Calle 46

No se habla de otra cosa. Ni un solo vecino ignora la noticia. Los empleados de la frutería que hace esquina con la quinta avenida han aceptado el desafío de los recién aterrizados en el chaflán que linda con la sexta.

4. Alí

No se mueve. Se desliza. No lanza golpes. Los dibuja.

5. Bullying

-Te he dicho que me des el bocadillo. Tienes tres segundos antes de que te rompa los dientes.
Otra vez el pequeño de los Mathews. Tiene a quién salir. Su padre siempre mira por encima del hombro al mío. Pero esta vez va a ser diferente. Madre dice que no empiece nunca una pelea, pero que llegado el caso sea siempre el que dé el primer golpe. Casi nunca hay tiempo para un segundo. Así que reúne el coraje necesario. Aprieta los puños, cierra los ojos y lanza un directo que se pierde en el mentón de su asaltante.

6. La comba

Un par de minutos suaves, uno fuerte y rompe a sudar. Veinte segundos intensos sobre el izquierdo y luego cambia de pie. Alterna dobles con cruzados y siente cómo el corazón se le encamina hacia la boca.

7. Guantes

Paolo le insiste para que en los entrenos se enfunde los de 14 onzas, 12 a lo sumo. Que hay que pensar en los sparrings o nadie querrá guantear con él. Pero lo cierto es que no los soporta. No siente la mano enfundada entre tanto acolchado. Todo lo que no esté por debajo de las 10 onzas le parece una gran mentira.

8. La pelea del año

No cabe un alfiler. Los sondeos del Times calculan que se habrían podido llenar no menos de cuatro veces el Madison Square Garden. En el primer asalto Franklin se trastabilla y el ruso lo manda a la lona. Se acabó la velada.

9. Tongo

Sabe que tiene que dejarse caer, pero no recuerda si era en el cuarto o en el quinto. La cabeza de un boxeador juega a veces malas pasadas. Lo que sí tiene claro es que como se equivoqué está muerto.

10. La báscula

Está rozando el pesado y esa sería su perdición. Tendría que medirse a tipos mucho más altos y corpulentos que él. Todavía le restan un par de horas antes del pesaje. Comba, carrera continua y visitas al baño. Sobre todo visitas al baño.

11. Hombre anuncio

-Te he dicho que no me gusta estrenar calzones cuando hay un título en juego. Da mala suerte.
-Lo sé, pero los patrocinadores insistieron.
-¡A tomar por culo los patrocinadores! ¡Tráeme los viejos!
-Pero Louis…
-Ni peros, ni hostias. Los viejos.

12. Doping

Los vampiros del comité olímpico deambulan buscando sangre fresca. Son sus quintos juegos y no le gustaría despedirse con un positivo. Sin embargo, el dolor apremia. Tanto como sus ganas de colgarse el oro y escuchar el himno.

13. Juez

Tiene dudas. Vio claro el croché en el quinto asalto. Limpio, directo al mentón del italiano. La cosa cambió en el sexto. La serie de ganchos épicos castigando el hígado del cubano ha sido incontestable. No debería estar permitido decidir un combate a los puntos.


SURVIVOR: "Eye of the tiger"

sábado, 16 de julio de 2016

259. Eros


Tan pronto como despuntaba el verano acudía puntual a la cita. Se apostaba siempre en la misma peña, sin estar plenamente convencido de que ellas no lo vieran. El caso es que jamás lo delataron, ni se escondieron. A veces hasta pensaba que ellas permitían que las contemplase. Que concedían solidarias que él fuese su único espectador de excepción.
Siempre iba solo. Nunca compartió su secreto. Le pertenecía. Les pertenecía. No habría soportado un solo comentario fuera de lugar sobre ellas. No habría tolerado que nada ni nadie pervirtieran aquella escena ni que cupiese la remota posibilidad de que esta pudiese extinguirse.
El agua del deshielo bajaba tan fría como violenta ya desde finales de mayo y, sin embargo, ellas recibían cada chorro con una risotada turbadora. Sus cuerpos desnudos brillaban hasta casi deslumbrarlo. Le gustaba detenerse en sus senos, en sus sexos, en sus bocas generosas que parecían pedirle a gritos que se acercase un poco más. Tenía entonces que cerrar los ojos unos instantes y contener sus pies ávidos de salir corriendo hacia aquellos cantos de sirena. Respiraba profundamente y apretaba su corazón acelerado. Apenas el tiempo necesario para seguir contemplando el espectáculo. No había un segundo que perder.

Almasy©


ADAM LEVINE: "Lost stars" (from Begin again soundrack)

viernes, 1 de julio de 2016

258. La princesa azul


(Residencia de la tercera edad. Un anciano ingresa en una habitación a oscuras. Otro parece dormir. Musitando).

MELQUIADES: ¿Dónde la tienes viejo cabrón? ¿Dónde la has puesto? No te saldrás con la tuya, viejo chocho. ¿Dónde vas a ir tú con ella? Te viene grande. Lo mismo hasta te da algo. Si en el fondo vas a agradecer que te la robe. Prácticamente es por tu bien. Vamos, Melquiades, piensa. ¿Dónde la guardarías tú? Claro que yo no soy él. Soy mucho más listo. Piensa en tonto, Melquiades, piensa en tonto y acertarás. En el sitio más obvio. Ahí la ha guardado seguro. No le da para más a este pobre diablo. Si ya se sabe que donde no hay mata no hay patata. En un frasco, en un pastillero. No puede andar muy lejos. Aquí no, aquí tampoco. Vamos Melquiades, tú puedes. Este vejestorio no puede salirse con la suya. Sería un desperdicio. Dudo hasta que la vaya a usar. La tiene para presumir en las partidas de cartas. Y en el cine de los domingos. Y en los paseos por el jardín. Y delante del atajo de viejos ignorantes de su pueblo. A buen seguro que les dirá: “pues yo en la residencia tengo una y en cuanto me dé la gana la uso y me quedo como un señor”. Pero todos sabemos que no va a usarla. No tiene cojones. Hay que ser muy hombre para atreverse. Es tuya, Melquiades, solo puede ser tuya. Te la mereces. (Ronquido) ¿No me estarás escuchando, viejo cabrón? ¿Duermes, verdad? Vamos, vamos, tiene que estar cerca. A ver aquí… joder… aquí hay muchas, pero no, no tienen su tacto. Reconocería su forma entre un millón. Ni siquiera me hace falta contemplarla. ¿Qué cojones es esto? Este cabrón cierra la ventana a cal y canto. No veo nada. Parece una… Parece una… una urna. ¡Hostias, las cenizas de su mujer como poco! El caso es que no. Suena algo solitario en su interior. Tal vez sea… tal vez… ¡¡¡Sí!!! ¡Es ella! ¡Es ella! ¡Es mía! ¡Es mía!

HONORATO: ¡Quieto parao´Melquíades! ¡Como no la sueltes te saco las tripas aquí mismo!

MELQUIADES: ¡Joder, qué susto! ¡Va Honorato, va! ¡No me jodas! ¡Tú no la quieres para nada! Los dos sabemos que no la vas a usar.

HONORATO: Cierto, pero es mía. El doctor Mínguez me la regaló cuando murió mi esposa y no pienso desprenderme de ella.

MELQUIADES: Viejo tarado. Si la tienes en la urna de las cenizas tu mujer. ¿Qué hiciste con sus restos? ¿Te los fumaste?

HONORATO: No es asunto tuyo. Sal de aquí ahora mismo o llamo a las enfermeras.

MELQUIADES: Tú no lo entiendes Honorato. Yo la necesito. Quiero volver a sentirlo una última vez. Volver a sentirlo, ¿entiendes?

HONORATO: Me importa tres cojones lo que quieras volver a sentir. La princesa azul no sale de mi habitación.

MELQUIADES: Vamos, Honorato, por los viejos tiempos.

HONORATO: Te he dicho que no.

MELQUIADES: ¿Qué tal un intercambio? Seguro que podemos llegar a un acuerdo. Solo tienes que decirme lo que quieres. ¿Mi colección de relojes acaso? ¿El autógrafo de Di Stéfano? ¿Mi transistor? ¿El postre de cincuenta sábados? Vamos, habla. Algo tiene que haber.

HONORATO: Quiero una foto de tu hija. De la mayor. La que solo viene a verte en Navidades.

MELQUIADES: ¿Cómo dices?

HONORATO: He dicho que quiero una foto de tu hija a cambio de la princesa azul.

MELQUIADES: ¿No hablarás en serio, viejo salido? ¿Para qué cojones ibas a querer tú una foto de mi hija?

HONORATO: Eso no es asunto tuyo.

MELQUIADES: ¿Cómo que no es asunto mío? ¿Me pides una foto de mi hija y no es asunto mío?

HONORATO: ¿Hay trato o no hay trato? ¿Princesa azul por foto?

MELQUIADES: ¡Vete a tomar por culo, viejo tarado! ¡Estás loco! ¡Estás loco y un día de estos me vas a encontrar! (Sale de la habitación).

Almasy©



ANDRÉS SUÁREZ: "Rosa y Manuel"

miércoles, 29 de junio de 2016

257. Aforismo poético



"¿Qué es confianza?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. Confianza es invitarte a cenar a mi casa y cuando te marchas pedirte que me bajes la basura, porfi".

Almasy©



BRUNO MARS: "Lazy song"

domingo, 19 de junio de 2016

256. La noche de San Antonio


Parece impensable que en apenas dos horas la luna pueda tomarle el relevo a este sol de justicia. Las tenderas de estampitas ultiman el montaje de sus expositores. Con manos curtidas tensan toldos y despliegan las imágenes de todos los años. El patrón siempre es un valor seguro pese a que las nuevas generaciones apuntan menos devoción. 

Los mocosos rondan inquietos los quioscos de chucherías y el olor a pan, algodón dulce y encurtidos comienza a apoderarse de las calles. No faltan tampoco las heladeras calentando los motores de las máquinas de granizados con su inconfundible vaivén moliendo el hielo y algún que otro puesto de comida exótica para los más atrevidos.

Los gitanos apuran sus últimos cigarros en paz y disponen a su prole para que controle las atracciones. Se adivina una noche que permitirá vivir muchas otras noches.

Apenas queda rastro de lo que otrora fue una romería y, sin embargo, se palpa un sabor a verbena inconfundible. A pueblo. A verano. A risas. A encuentros y a reencuentros. A esas fiestas sencillas en las que uno disfruta haciendo cosas sencillas. Madrid sigue bullendo y, pese a todo, parece que la gran ciudad se disipa para dejar paso a un pedazo de Castilla, de Andalucía, de Extremadura.

Las primeras mamás con los primeros carritos de bebés empiezan a hacer acto de presencia cuando el termómetro comienza a aflojar. Siquiera dos grados menos animan a emprender ruta para escapar de casa, para respirar. Aunque sea todavía aire caliente.

Con el encendido de las farolas desfilan reatas de adolescentes en busca de las casetas de tiro. De la mano de los primeros alcoholes los muchachos alardean de su acierto y la emprenden a golpes con la escopeta siempre que el disparo se pierde en el limbo. No importa el trofeo, lo que importa es la enamorada que lo contempla peleando por su premio, ese que le ha pedido susurrándole palabras dulces al oído. Cuando la noche se cierre las parejas más atrevidas se perderán en la oscuridad. Se comerán a besos bajo la luz de la luna. Se comerán a besos al compás de los fuegos artificiales que llegarán al filo de la media noche. Se comerán a besos.

Almasy©
Joaquín Sabina & Rocío Dúrcal: "Y nos dieron las diez"

miércoles, 15 de junio de 2016

255. Iquea



Nota aclaratoria: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

En "Iluminación" comenzó a sentir una terrible presión en el pecho. Al menos era una avance. La ultima vez claudicó en "Menaje del hogar". El caso es que hasta "Baños" la cosa no había ido del todo mal. Apenas una tímida inquietud que solventó cerrando los ojos y respirando profundamente unos segundos. Lo peor del nuevo regreso es que tocaba desandar más pasos para escapar del laberinto. Bolsas, carros, empleados enfundados en cegadores uniformes amarillos, gente y más gente. La jungla parecía espesarse en cada retorno. La línea de cajas se le antojaba inalcanzable.

Almasy©

ABBA: "Gimme! Gimme! Gimme!"

sábado, 11 de junio de 2016

254. La estación del Mediodía


Acudía todas las tardes nada más salir del trabajo. No reparaba si quiera en cambiarse de ropa y sus manos todavía estaban calientes de arreglar motores. En los cuatro últimos años no había faltado una sola vez a su cita. Poco importaban el frío, el calor, los casi cinco kilómetros que caminaba hasta allí o si a la mañana siguiente tenía que madrugar más de lo habitual. 

Se sentaba en un banco distinto cada día, pero siempre frente al andén 16. El mismo en el que se habían cruzado aquella tarde de agosto. Cogía cualquier periódico manoseado y simulaba prestarle atención. Había aprendido a leer titulares al tiempo que no quitaba ojo a cada una de las mujeres que pasaban. No estaba absolutamente convencido de que la volvería a ver, pero al menos conocía al detalle la actualidad.

Buscaba siempre la hora punta para distraer a los vigilantes más responsables y diligentes. A fin de cuentas un tipo que se persona mecánicamente todos los días en el mismo lugar y a la misma hora podía resultar sospechoso. Pero el bullicio era tan ensordecedor durante la franja elegida que le otorgaba un halo de invisibilidad extraordinario. 

Era capaz de anticipar la mayoría de los pasos de los viajeros habituales. Los del ejecutivo ansioso siempre pegado a su celular dando vueltas como una peonza. Los de la universitaria cumplidora con su carpeta minuciosamente forrada releyendo apuntes recién salidos del horno. Los de la limpiadora con las manos ajadas. Los de las parejas de enamorados que se comían a besos en el banco más apartado, justo en la encrucijada entre el 16 y el 17.

Cada día igual y diferente a un tiempo, con serias dudas de si su empresa resultaría exitosa en último término; pero incomprensiblemente con la esperanza intacta, acechante, negándose a concederle una sola oportunidad al desaliento. El corazón y las entrañas siempre una cuarta por delante de su cabeza. Al fin y al cabo cuando se cruzó por primera y única vez con ella sintió al instante que era la mujer de su vida. Solo era cuestión de tiempo que ella hiciese lo propio.

Almasy©


MARLANGO: "Enjoy the ride"

miércoles, 8 de junio de 2016

253. Volver

Acertó a abrir la puerta con las mismas tres vueltas atropelladas que recordaba. Ella siempre le urgía para que la arreglase. O al menos que hiciese por llamar a un cerrajero. Nunca encontró el momento. En el interior ni un pellizco de luz, así que confió en sus recuerdos. Estaba seguro de que no menos de treinta pasos en L lo separaban de las ventanas. Diez al frente y veinte a izquierda o derecha en riguroso ángulo de noventa grados. Caminó despacio. Parecía que temiese quebrar alguno de los tablones de madera que pisaba. Se obligó a cerrar los ojos para agudizar su instinto, pero no se entregó sin precauciones. Las manos al frente, haciendo las veces de escudo. Al décimo hizo girar su cintura para reorientar su dirección. Eligió a derecha. Contó hasta diecinueve cuando se topó con las hojas del ventanal, palpó los cierres y los hizo girar. Estaban faltos de engrasar. Y eso que recordaba haberlo hecho antes de marcharse. Afuera comenzaba a caer la tarde, así que la luz ingresó en la estancia con precauciones. Tuvo que acomodar su visión a la nueva realidad pestañeando sin reparos. Continuó caminando despacio a pesar de todo hubiese cobrado forma y color. No tenía prisa. Embocó el estrecho pasillo que conducía hasta la otra mitad de la vivienda. Y es que la casa era sencillamente eso, la suma a regañadientes de dos mitades que se resistían a entenderse. Antes de esa segunda mitad, ejerciendo prácticamente como demarcación de frontera, la cocina y los baños. La próstata pedía auxilio y procedió a aligerarla. Encaminó entonces sus pasos hacia la biblioteca. No era un libro lo que buscaba, sino el retrato favorito de su esposa. Lucía hermoso sobre el tercer estante del mueble alto. Apenas una fina capa de polvo lo separaba del que dejó cuando ingresó en la residencia. Nunca le perdonaría a su hijo que no se lo hubiese llevado en alguna de sus escasas visitas. Lo asió con todas sus fuerzas y retrocedió hacia la cocina. El tiempo le había pasado factura. Restos de goteras en el techo, un demoledor tufo a tuberías en desuso y la encimera de caoba pidiendo a gritos que la saneasen. Sin embargo, la placa del gas brillaba imponente. A fin de cuentas aquel vendedor charlatán no le había engañado después de todo: “Compra usted una cocina para toda la vida”. El día antes de partir hacia la residencia había cambiado la bombona. Sin urgencias fue encendiendo cada uno de los fuegos. El gas silbaba ligero cuando decidió sentarse en su silla de enea favorita.

Almasy©

ESTRELLA MORENTE: "Volver"

domingo, 5 de junio de 2016

252. No hay te quieros

No hay "te quieros" suficientemente grandes,
suficientemente intensos,
suficientemente bellos
con los que expresar
lo que siento por ti.

Los he probado 
de todos los tamaños

TE QUIERO TE QUIERO TE QUIERO TE QUIERO TE QUIERO 

de todos los colores

TE QUIERO TE QUIERO TE QUIERO TE QUIERO TE QUIERO

de todas las formas
                                  
   R            E U E O
TEQUIE         T Q I R
   O                
                                      
Los he probado
en acento circunflejo
             
      U I
    Q     E 
  E         R
T               O       

en escalera ascendente

     RO
  UIE
TEQ

y también descendente

TEQ
  UIE
    RO

He probado a multiplicarlos

tequierotequierotequierotequierotequierotequierotequierotequierotequierotequierotequiero

a silenciarlos

T_  Q_I_R_

a escribirlos del revés

OREIUQET

y hasta a disfrazarlos 
con otras lenguas

I LOVE YOU / JE T´AIME / TI AMO / S´APAYO / OBICHAM TE / MAHAL KITA

pero ninguno de ellos 
me alcanza.
Ninguno me satisface.
Ni uno solo te merece.

Almasy©


ADELE: "Someone like you"

251. Personajes


NOTA ACLARATORIA: los nombres de los personajes 1, 2 y 3 me fueron dados en una propuesta de ejercicio literario. Se trataba de darles una historia. En el caso de los personajes 4 y 5, tanto los nombres como la historia son de autoría propia.

1. Anahí Tempestad

Anahí Tempestad aprendió a amartillar el cuerno de chivo de su padre antes que a leer. Y aprendió a leer porque su padre insistió en que ser sicarios no debía estar reñido con ser cultos. En condiciones normales Anahí Tempestad estaba predestinada a desposarse con algún segundón del cartel, pero ella no era una mujer normal. Y no había otra cosa que le gustase más que apretar un gatillo.

2. Lulú des Charnes Blondes

Fue Eusebio el que les obligó a adoptar nombres franceses. Decía que no importaba que los clientes fuesen mayoritariamente camioneros medio analfabetos con ganas de aliviarse. Los nombres franceses sonaban elegantes y sofisticados. Incluso permitían subir ligeramente las tarifas. Paquita había tomado el suyo al terminar un servicio. El cliente se había dejado sobre la cómoda un catálogo de productos de peluquería que parecía estar escrito en francés. Dispuso sobre un papel las primeras veinte palabras que encontró e intentó pronunciarlas recurriendo a diferentes combinaciones.

3. Varguitas

Le decían Varguitas por su tío Vargas, pero lo cierto es que no se parecían en nada. Mi padre me contaba que Vargas siempre había sido un tipo exigente pero justo. Llegaba el primero a la fábrica y salía el último a diario. Les pedía el máximo a sus trabajadores pero luego era flexible con las vacaciones y las bajas. Varguitas en cambio era un cabrón redomado. Nunca te miraba a los ojos y era inflexible con los permisos. Todavía recuerdo cuando la mujer de Pacheco se puso de parto. Era su primer retoño. No faltaban ni treinta minutos para la hora de salida. Pacheco le preguntó si podía salir un rato antes y Vargas le contestó: “recuerde que su pequeño va a seguir estando ahí llegue usted media hora antes o media hora después. Su trabajo a lo mejor no”.

4. Aldo y Susana

A las 9:55 horas, en el preciso instante en el que Aldo San Martín se dispone a abrir su escuela de baile en la calle Barquillo, Susana Cifuentes, la dependienta de la frutería situada en la acera de enfrente, sale a echar un pitillo. No le quita ojo. Lo recorre en cada movimiento saboreando todos y cada uno de los músculos que le asoman en la operación. Apenas presta atención a su cigarrillo. Bien pareciera que resulta una mera excusa para recrearse contemplando aquella maravilla de la naturaleza. Solo reacciona ante el rebuzno de Hernán, su malencarado jefe. Tan taimado él, apuntando con sus finas manos el reloj en clara señal de que se ha consumido el tiempo de descanso. Recupera la sonrisa cuando, a eso del mediodía, Aldo para media hora y se acerca a por media docena de piezas para reponer fuerzas. Resulta tan evidente que está perdidamente enamorada de él que el resto de clientes se detienen a observar la escena sin tapujos.

5. El señor Menchov

Conocimos al señor Menchov al comenzar el verano de 1944. Los internos huérfanos nos quedábamos en el reformatorio y recibíamos clases extraescolares de repaso. Desde comienzos de la guerra no habíamos conocido a nadie salvo al señor Davenport. La noticia nos pilló de sorpresa. Davenport se había lastimado las dos piernas en uno de los ejercicios militares que todavía exigían a los reservistas. Sin duda todos lamentamos que no se hubiera partido la jodida cabeza en siete mitades.
Desde nuestro ingreso en aquel lugar nos habían hecho sentir como bestias, así que no esperábamos otra cosa que un nuevo domador que nos moliese a palos hasta que entrásemos en razón.
Fue el director Collins el que nos trajo la buena nueva en el primer desayuno de junio. Se presentó con su traje apolillado y su cabello aceitoso. Se mesó el ridículo bigote que apenas le crecía bajo su prominente nariz y nos advirtió: “Este verano tendréis un nuevo mentor. Empieza mañana. No me hagáis recordaros lo que puede pasaros en caso de que me haga llegar un solo informe negativo de cualquiera de vosotros. ¿Verdad que nadie quiere que se lo recuerde? ¿Verdad? Disfrutad del desayuno muchachos. Tenéis un largo verano por delante”.
El señor Menchov ya estaba en el aula cuando ingresamos. A diferencia de cualquier profesor nuevo no parecía nervioso. Era un tipo fornido, de tez caucásica. Vestía el traje reglamentario de la escuela, pero no le ajustaba bien. Sobresalían sus enormes manos, curtidas seguramente en el arte de azotar alumnos. En su rostro un bigotón de una vez, no como el de Collins, y unas gafotas negras de pasta tras la que se ocultaban ojos claros. El cabello rubio, lacio, increíblemente largo comparado con la cocorota afeitada de Davenport. Sobre su mesa había desplegado una buena cantidad de botellas de diferentes tamaños. Nos saludó con la mirada. Hacía tanto tiempo que alguien no nos gritaba que nos hizo sentir incómodos. Nuevamente nos invitó a tomar asiento con la mirada. La perplejidad se apoderó de la escena. “Señor Menchov, para servirles”. Jamás habíamos escuchado a un profesor presentarse formalmente. Y mucho menos acompañar la presentación con algún tipo de ofrecimiento amable. Ninguno recordábamos a Davenport pronunciando su nombre. Este únicamente nos exigía que nos dirigiésemos a él empleando el “señor” delante y después de cada frase. Suponíamos que no estaba orgulloso de su trabajo y prefería permanecer en el anonimato. Tal vez nos tuviese miedo y temiera que si alguna vez salíamos de aquellos muros buscásemos su apellido en algún listín telefónico con la firme intención de localizarlo y rebanarle el cuello. Al fin y al cabo era lo que se merecía aquel hijo de mil zorras.
Estábamos convencidos de que si Collins hubiese estado en la sala cuando Menchov se presentó no habría parado de rascarse detrás de la oreja. Lo hacía siempre que algo le inquietaba y no podía sacar a pasear su ira por algún tipo de convención. Llegaba a hacerse heridas cuando el alcalde venía a visitarnos por Navidad. Sabía que alguno meteríamos la mata y el alcalde podría pedirle explicaciones, aunque no estábamos muy convencidos de que lo hiciese, porque aquel lugar infesto seguía estando abierto un año tras otro. Muchos pensábamos que en aquel lugar se había detenido el tiempo para siempre. Que cada hora era una réplica de la anterior y de la que estaba por venir. Nunca vimos un reloj entre aquellos muros.
No fuimos capaces de articular palabra cuando Menchov se presentó. Simplemente dejamos que aquellas palabras pronunciadas con un marcado acento ruso retumbasen en nuestras cabezas. Al cabo de unos instantes alguien hizo algún tipo de broma con su nombre. Quiero recordar que alguna simpleza en la que se venía a ciscar en los muertos de los rusos. A fin de cuentas a la mayoría de los presentes una hostia más o menos nos importaba poco. Menchov se dirigió hacia él. Firme, decidido, pero sin estridencias. Todos pensábamos que el primer bofetón iba a caer más pronto que tarde. Sin embargo, para nuestra sorpresa, Menchov se paró delante de aquel pobre diablo y le espetó sonriente: “¡Caballero, he dicho que para servirles!”.
No traía ningún libro consigo. Ni un mapa de Gran Bretaña. Ni siquiera un periódico. Todos esperábamos pasarnos el verano hablando del final de la guerra y recordando las gestas de Churchill. “¿Saben lo que tengo sobre mi mesa? ¿No? Vamos, no sean tímidos, me han advertido que todos saben leer y escribir con corrección y si mis dioptrías no me traicionan tienen piernas y ojos. Por favor, acérquense. Vengan hasta mi mesa y contemplen estas botellas”.
Era vodka. Botellas de todos los tamaños, colores y formas repletas de vodka. “¿Lo han visto, sí, de qué estamos hablando? ¡Vodka! ¿Lo ven? Todo en esta vida se reduce al vodka. La solución siempre está en el vodka. Pueden encontrarlo en recipientes grandes como este, aunque les diré que en la ciudad donde nací se manejan barriles de más de treinta y cinco galones. Los envases de estas dimensiones son para los días verdaderamente fríos. Sería más recomendable la calefacción, pero el vodka resulta más barato. Son las preferidas de los vagabundos y cuando por Navidades a la gente se le ablanda el corazón suele comprar una de estas para regalárselas al mendigo de su calle. También tenemos botellas de un cuarto como esta azul de aquí. Son las botellas diplomáticas. Cuando lo invitan a cenar a casa de alguien, cuando se examina y quiere agasajar a su tribunal, cuando conoce a los padres de su novia. Estas de aquí son las de una pinta. Se ven en los bares. Son las reinas del alterne y podrían escribir relatos extravagantes que narrasen todo lo que han visto. A veces los novios las beben en los parques mientras cortejan. Las llaman también las botellas del amor. Finalmente tienen estas de onza. Son para consumo rápido y personal. Se esconden con facilidad y puedes meterlas en cualquier sitio. Uno nunca sabe cuándo va a necesitar un trago. Entiendo por sus rostros que esto del vodka les puede resultar forzado. Estamos en Inglaterra, es cierto, así que pueden pensar en el whisky. Cada país tiene la solución en alguna bebida. Los franceses en el coñac, los españoles en el vino, los cubanos en el ron, los japoneses en el sake. Distintas bebidas, un mismo fin: solucionar”.
A la mañana siguiente nos condujeron directamente al patio deportivo. No había ni rastro del señor Menchov. Collins no dio ninguna explicación al respecto. Simplemente nos vació un saco con pelotas pinchadas y nos pidió que no nos partiésemos la cabeza. El ujier pasaba cada hora para comprobar que todas las cabezas seguían en su sitio. Ninguno comentamos nada. A fin de cuentas aquel ruso esperpéntico solo había pasado una mañana con nosotros hablándonos de vodka.
Fue al cabo del mes cuando el señor Menchov regresó a nuestras vidas. Nos encontrábamos haciendo la limpieza general de las celdas cuando fortuitamente uno de nosotros descubrió que en el larguero metálico de nuestros catres había algo. Solíamos utilizar aquel larguero para esconder los escasos cigarrillos que aterrizaban en nuestras manos. La mayoría simples colillas arrojadas por alguno de los repartidores que ingresaban en la escuela los martes. Pero en esta ocasión, en todos y cada uno de nuestros largueros había alojada una botellita de vodka de las de onza. En el etiquetado ni rastro de marca ni de graduación alcohólica. Solo una frase: “Siempre hay solución”.

Almasy©



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