jueves, 25 de febrero de 2010

105. Mientes más que hablas

Existen dos tipos de mentirosos: el profesional y el aficionado. El profesional es un tipo serio, bien preparado, culto, modesto, que no se regocija con la mentira, simplemente es su trabajo. Tampoco anhela especialmente presumir ante el engañado de la trola que consiguió colarle. Jamás cometería ese error de principiante que pudiera delatarlo. Él se conforma con la satisfacción del deber cumplido. Con pararse unos instantes en la intimidad y decirse: “buen trabajo cabrón”. Lo cual técnicamente podría decirse que es lo más parecido a no haber mentido. Ojos que no ven, corazón que no siente u hostia que te das. Además, tras cada engaño, analiza fría y exigentemente los errores cometidos. “No pueden volver a repetirse”, se insiste, para seguidamente diseñar los pasos que le permitan perpetrar otra de las suyas.

Por lo que se refiere al aficionado, este suele ser un pollo al que se le ve venir a la legua y cuando miente resulta tan soez como ridículamente hilarante la forma en la que pretende endilgárnosla. En resumidas cuentas, vulgar hasta el punto que lo convierte en un ser despreciable de esos que cuentan sus amigos con los dedos de la mano de un manco. Para más inri, a diferencia del profesional, desea compulsivamente con todas sus fuerzas echarle en cara a su interlocutor la bola que cree haberle encajado cual trofeo de caza. Suele además acompañar este momento con una risotada cargada de idiocia que lo convierte en un sujeto todavía más repulsivo si cabe. “Te lo has tragado, jo, jo”.

Otra supuesta especialidad del aficionado son los “TENGOS” con los que se presenta en sociedad: “tengo un amigo en Madagascar”, “tengo una casa en la playa”, “tengo una novia en el pueblo”. Y matizo lo de supuesta porque es vox populi de qué pie cojea el personaje. Vamos, que de lo dicho nada o en el mejor de los casos estos encierran notables matices. Resulta, por ejemplo, que su exótico amigo de Madagascar en realidad es oriundo de Mazarrón (Murcia), su casa en la playa no es sino una parcela de secano en medio de la nada que heredó de su difunto padre, con el que no se llevaba, y su novia en el pueblo una señorita de vida alegre conocida como “La Milagritos” que por 20 euros te dice que es tu novia, tu esposa y lo que le pidas. Pobre diablo.

Almasy©



Queco: "Tengo"

viernes, 19 de febrero de 2010

104. Putas de lujo


Existen dos momentos en la historia reciente de este país en los que considero que numerosos artistas y hacedores de cultura de diversa índole y condición han perdido su credibilidad y, lo que es peor, su libertad.

El primero de ellos tuvo lugar durante la campaña electoral previa a las elecciones generales del 2008, cuando una serie de culturetas de cuyo nombre no quiero acordarme, mayormente cantantes –muchos de ellos adictos desde hace tiempo al playback, los discos de grandes éxitos y al agotamiento de ideas– y cineastas –miembros por tanto del siempre deslumbrante a la par que mentiroso séptimo arte–, tomaron parte activa y facilona a favor de la candidatura que encabezaba Pepe Luis ZP, alias “El Cejas”, para que esta renovara su mandato al frente de la Piel de Toro. Vale que se alíen para cambiar un gobierno, pero ¡¿para perpetuarlo?! Se dirán progresistas, pero el mantenimiento de algo en mi pueblo se llama conservadurismo. Virgencita, virgencita, que me quede como estoy. Aunque pensándolo bien, dicha adhesión no debería extrañarme tanto, pues en calidad de historiador soy consciente de que la mayor parte del tiempo el artista no ha sido sino una fulana de postín al servicio del soberano, el noble o el cardenal de turno. Sin embargo, ingenuo de mí, pensaba que en pleno siglo XXI dicha pleitesía al proxeneta de marras, mecenas lo llaman en plan fino, habría expirado. ¡Craso error de novicia y cándida mente! Pero es que no puedo evitar recrear mi particular retrato robot ideal de cualquier creador que se precie de no vender su alma al diablo: bohemio, ácrata, contestatario a cualquier orden establecido o por establecer, particularmente alérgico a los ácaros de la clase política y repartiendo mandobles a discreción ora a esa gris y mal llamada derecha actual, ora a esa gris y mal llamada izquierda actual. Bien es cierto que a lo largo de la historia el intelectual ha participado algunas veces activamente de los procesos revolucionarios que pretendían cambiar rancias tendencias, para inmediatamente desmarcarse, como puede y debe ser, del nuevo orden a fin de mantener intacta su valiosa independencia. En otras ocasiones, tampoco ocultemos realidades, ha preferido poner pies en polvorosa y contemplar los toros desde la cómoda barrera del exilio, donde se come de caliente y se duerme a pierna suelta. Empero, lo que nunca debe hacer cualquier creador cultural que se considere como tal es convivir con el régimen vigente, pues cuando se comparte mesa, mantel y colchón con el chulo, se corre el riesgo de ingresar en el meretricio. Claro que si te abonan bien el servicio, como es el caso que nos ocupa, seguramente salga a relucir el “tú llámame perro, pero échame de comer”. Canon de la SGAE irracionalmente superlativo y subiendo, se apoda concretamente el pago a las filias y alineamientos prestados en el caso que nos ocupa. Sin duda alguna el segundo momento fatal de nuestro actual panorama cultural. Lucha contra la piratería, lo llaman los beneficiarios. Y yo me pregunto: en este afán desmedido por mermar el índice de bucaneros, ¿por qué no apostar un poquito más por la literatura (el tacto de un libro jamás podrá ser sustituido por una fotocopia o un ebook) o por el teatro (cuya inefable verdad en directo no conoce límites ni parangón)? Algún crítico más recatado que yo ha comparado dicho canon con el cobro que podría reclamar un arquitecto cada vez que alguien ingresase o simplemente contemplase su edificio. No obstante, lenguaraz de mí, prefiero otra analogía de mi cosecha bastante más escatológica, a saber: es como si el Señor Roca exigiese al respetable derechos de autor por cada giñada que tocara su fría y nacarada loza.

Almasy©

Plataforma de Apoyo a Zapatero: "Defender la alegría"


jueves, 11 de febrero de 2010

103. Aniversario

Y van tres las veces en las que mi hija Carla ejerce como protagonista absoluta de una entrega de esta bitácora. Bien es cierto que podrían haber sido un millar, pues venturas no me faltan, pero me he contenido porque ando con la mosca detrás de la oreja no sea que el defensor del menor vaya a investigarme como a la Esteban. La princesa del pueblo la llaman ahora. Tócate los huevos Manuel. No obstante, considero que la ocasión lo merece, pues el retoño cumple exactamente hoy 12 de febrero su primer aniversario. Además, el susodicho defensor no se levanta todas las noches a eso de las tres de la madrugada a prepararle un biberón a la nena y limpiarle el ojete. Yo sí, ergo creo que me he ganado como mínimo el poder mentarla comedidamente cuando me salga del cimbel. Preparo biberones y limpio ojetes luego existo, que diría Descartes.

Si algo he aprendido en estos doce meses, amén de que solo por contemplarla merece la pena respirar, es que tener un hijo, hembrita en mi caso, constituye un trabajo en toda regla. Grato, dichoso, reconfortante, plagado de una algarabía y de un alboroto de esos de los de a por otro, a por otro, a por otro perrito piloto; pero TRABAJO al fin y al cabo con todas sus vocales y consonantes. Y como tal exige una plena dedicación, una absoluta responsabilidad, una inquebrantable entrega que a veces te pone al límite de la extenuación física y psíquica, un frontal cuestionamiento de tus usos y costumbres habituales, un sinvivir continuo por y para la criatura. Que no se me constipe, que me coma bien, que me cague mejor, que me duerma, que me crezca, que le salgan los dientines, que me ande derechica, que me deje como un señor delante de todo el mundo con el “palmas, palmitas, que viene papá”, que me salga listina listina como una corcina. Vamos, que tener un infante o infanta tiene un lado oscuro que asumir y digerir cuanto antes. Una cara B que no se puede ni se debe ignorar. Un reverso que durante la crianza hace que los meses pasen volando pero que los días sean eternos en ocasiones. En resumidas cuentas y para que me entiendan los que no se hayan entregado todavía a la noble tarea de repoblar la comarca a base de churumbeles: no lo arreglas llenándoles el cuenco de pienso y sacándolos a giñar al parque dos veces al día. Sin embargo, aquí entre nosotros y sin que defensor alguno del menor nos oiga, ¿me permiten una sincera confesión? No lo cambio por nada del mundo.

Vuelve a hacerlo,

te lo ruego,

una vez más,

vuelve a capturar mi dicha

con tu risa.

A amordazar mis miserias

con tu fácil llanto.

Duérmete vida mía,

entorna tus ojitos plácidamente

para que los míos

puedan entregarse

a un sueño intranquilo,

siempre pendiente del tuyo.

Descansa sobre mi pecho,

reposa tu tierno cuerpecito,

permite que papá te sienta,

consiente que tu respirar

articule el mío.

Almasy©

AMARAL: "Sin ti no soy nada"

jueves, 4 de febrero de 2010

102. Pongamos que hablo de...


El otro día me birlaron el bañador en el gimnasio. Como lo oyen. Salí de la piscina y lo dejé pendiente de un colgador mientras me duchaba y me lo levantaron sin titubeo alguno en un santiamén. Lo que tardé en enjabonarme los bajos. Dentro, para más inri, de un habitáculo en el que para acceder debes poner la mano sobre un lector de palma que detecta si has abonado la cuota mensual de 45 euros contantes y sonantes. No es coña. Así es Madrid y así se lo cuento. En León, dejé en cierta ocasión unas deportivas en los vestuarios y 15 días después, cuando me acordé de preguntar por ellas, allí estaban intactas esperándome acurrucaditas donde las dejé. Y es que los cazurros son afortunadamente ajenos todavía a ese puntito pillo y malandrín de la capital, donde si te descuidas, te limpian hasta el tampón usado por mucho hedor a almizcle ajeno que tenga.

La última vez que en Madrid acerqué a la niña a urgencias me comí un atasco de 3 horas con sus 180 minutos para llegar al hospital. Tiempo suficiente para que la otitis de la criatura hubiese mutado. En León recientemente precisé el mismo servicio. Llegamos en apenas 10 minutos, pero no había médico. Se lo juro. Estaba planchando la oreja y tuvieron que llamarlo a casa para que se acercara. Nada más ingresar en consulta se puso a auscultar a la niña. Tenía tal modorra que dudo mucho que distinguiera el pecho de un bebé del de un hurón. Cinco segundos de fonendoscopio y bostezos después concluyó: “Voy a mandarle un antibiótico de amplio espectro”. “¡Coño!”, pensé, “lo mismo que me habría recomendado la auxiliar de farmacia titulada por CCC”.

No hace demasiado tiempo quedamos para cenar en Madrid. Aparqué el coche a 5 kilómetros del restorán previo pago de la correspondiente tarifa de zona verde. Luego tomé el metro para alcanzar mi destino. A la vuelta cogí un taxi a fin de que me devolviera al auto. Total 80 euros la broma de noche. Para alcanzar el cenador de mi última salida nocturna en León precisé de 10 minutos a pie. Volví a casa también caminando, con un par de vinos de más, eso sí, para combatir el frío reinante. La ocasión me salió por 20 euros, a los que habría que sumarles los gastos en suelas de zapatos que no acierto a calcular.

Me presta la misma vida tomarme un vermut con su correspondiente tapita los domingos a la mañana. En Madrid he dejado de hacerlo porque lo segundo brilla por su ausencia. A lo sumo unas miserables olivas. “¿Verdes o negras?”, se atrevió a ofrecerme en cierta ocasión un camarero muy graciosillo él. “Tu puta madre, cachondo mental”, me dieron ganas de contestarle. En cambio en León la oferta es desmesurada. “Un corto (aproximadamente la mitad de un botellín) de cerveza, por favor”. “¿Qué le pongo de tapa?” “¿Qué tiene?” “Hoy poca cosa: morcilla, patatas con alioli, chorizo frito, alitas de pollo, garbanzos con arroz, sopas de ajo o morro de cerdo”. Casi na´ pal´ duro. Ríome yo del colesterol del Tajo para arriba.

¿Qué con cuál me quedo? Resulta inútil debatirme, pues estoy condenado a entenderme con las dos. ¡Qué le voy a hacer si soy un bígamo urbano!

Almasy©

Rosario Flores & Joaquín Sabina: "Pongamos que hablo de Madrid"