martes, 23 de agosto de 2016

262. Observatorio


Los viernes a media tarde acostumbro a llegarme hasta la estación de trenes. Es un buen rato caminando. Casi siete manzanas. Las últimas dos abarrotadas de comercios. Me gusta pararme delante de los escaparates y soñar con todo lo que poseeré algún día. No soy como el resto de muchachos pobres que conozco. La mayoría ni siquiera levantan la vista. No solo no tienen dinero sino que carecen de sueños. Yo en cambio me detengo ante cada objeto que me llama la atención y lo hago mío. En el fondo los compadezco. Renunciar a soñar no debe ser fácil.

Siempre elijo la misma hora porque es cuando llegan decenas de trenes procedentes de todos los rincones del país. Aunque jamás busco a nadie en concreto me suelo parar junto a las puertas automáticas por las que tienen que salir todos los pasajeros. Dos enormes hojas de metacrilato que nunca dejan de moverse. Lo cierto es que el que las diseñó merece estar pudriéndose de placer en alguna playa paradisiaca, porque no recuerdo haberlas visto averiarse en todo el tiempo que las conozco. Sin duda un trabajo de una vez, como diría mi padre.

Me coloco perfectamente centrado y observo. El señor Andersen siempre me dice que si quiero ser un buen escritor tengo que aprender a observar. Así que es lo que hago. Me fijo sobre todo en los reencuentros e imagino las historias que llevarán detrás. El universitario al que aguardan unos padres tan orgullosos como arruinados. La enfermera que recibe a su novio militar con un beso de película. Los chiquillos repletos de mocos que abrazan al padre que regresa de algún trabajo lejano. La mochilera que vuelve de no se sabe qué selva amazónica para asistir únicamente a la boda de su prima del alma.

A todos se les ve exhaustos pero felices. Tanto que me pregunto por qué se fueron. Si yo saliese alguna vez de esta ciudad estoy seguro de que no retornaría jamás.

También hay pasajeros a los que no espera nadie. A lo sumo un conductor ojeroso que los recibe con un letrero en el que suele figurar algún nombre que parece inventado, como Westbay, Rumbold o Prenatt. No conozco a nadie que se apellide así. Son encuentros fríos. Apenas un saludo formal y el conductor le toma la maleta al viajero. Me llama la atención que nunca le piden que se identifique. Simplemente confían en que sea quien dice ser.

Pero con los que verdaderamente me identifico es con los viajeros a los que no espera ni siquiera un triste conductor. Llegan silenciosos, casi invisibles. Conozco esa sensación. A mí nunca me ha esperado nadie. Me sabe tan mal que me dan ganas de abalanzarme sobre ellos y fundirme en un sentido abrazo. No me importaría que me tomaran por loco. Todo el mundo merece que alguien lo aguarde. Al menos una vez en la vida.


Almasy©


THE POLICE: "Message in a bottle"

jueves, 18 de agosto de 2016

261. Western


Al amanecer vendrán a por nosotros. ¿Me oyes, Pucho? Y habrá que estar preparados. Ellos vendrán preparados. Sin duda se presentarán con sus pistolones largos y su maleta de odios. Querrán sorprendernos. Pensarán que somos como esos holgazanes que duermen hasta el mediodía. No se esperan que el primer rayo del sol también nos pertenece. O bien creerán que como somos hombres decentes no nos defenderemos. Que podrán pasarnos por encima sin que presentemos batalla. Pero se equivocan, Pucho, se equivocan. Nos ha costado mucho llegar hasta aquí, tener lo que tenemos. Una buena mujer, lindos hijos, nuestro pedacito de tierra y un hogar al que deseamos regresar cada noche. Pensarán que pueden arrebatárnoslo de un plumazo. Que somos como esas moscas estúpidas que se posan delante de la mano de su asesino. Estarán convencidos de que agacharemos la cabeza y les abriremos la puerta para que tomen lo que no se ganaron con el sudor de su frente. ¿Me oyes, Pucho? Pero se equivocan, vaya si se equivocan. ¿O acaso tú no estás dispuesto a pararlos? ¿No te ves capaz de acabar con ellos? ¿De disparar a sus estómagos para que se desangren lentamente? ¿De estrangular sus cuellos hasta extinguir su aliento? ¡Claro que puedes, Pucho! Solo tienes que pensar en lo que tienes, en lo que amas y decidir si quieres conservarlo o prefieres dejar que se te escape de las manos. ¿Serías capaz? ¿Serías capaz de ceder sin más? Porque yo no, ¿me oyes? Yo he llorado demasiado como para dejar que todo lo que me gané a pulso, mañana se evapore porque esos hijos de mil zorras lo hayan decidido azarosamente. Podrían haber sido otros, pero nos eligieron a nosotros. Para ellos es un simple juego; pero para nosotros no. Sí, ya sé, Pucho, me dirás que para ellos es pura rutina y que nosotros somos hombres de paz, y no te falta razón. Nunca imaginamos que este momento podría llegar. Seguimos las leyes, obedecemos el código, trabajamos honradamente. Pero el momento está por llegar en unas horas y yo no pienso quedarme quieto. Tienes que ser optimista, Pucho. No siempre ganan los malos. De hecho mi papá me decía que todo hijo de puta pasa alguna vez delante de la escopeta. Solo tenemos que ser nosotros los que la amarremos fuerte y apretemos el gatillo. Sin titubeos, sin remordimientos. Todo el cargador en su barriga. Con los ojos abiertos, para que antes de irse al otro barrio vean el rostro del hombre que les quita la vida. ¿Entendiste Pucho? ¡Los ojos bien abiertos ante todo!

Almasy©


PEARL JAM: "Animal"