viernes, 2 de marzo de 2012

188. ¡Tierra trágame!

Ocurrió las pasadas Navidades. Ya estaba tardando, pero finalmente aconteció. Supongo que era cuestión de tiempo. Me caí con todo el equipo delante de la que entonces era mi única hija, dos añitos camino de tres por aquellas fechas, para que se sitúen. Todo lo largo y ancho que soy. Fue una mañana en la que me levantaba torpe, confuso, después de una nochecita toledana en la que mi estómago se había negado a digerir la pantagruélica cena que me había apretado la jornada anterior. Como de costumbre me dirigí al aseo a practicar el ritual de todos los días: tímido lavado de gato y meadita de rigor. Me encontraba ultimando los detalles de esta –ya saben, lo de las gotitas– cuando de repente escucho: “¿Papá, qué tienes ahí?”. Aturdido desvié la mirada y percibí a mi princesa con cara de curiosidad apuntándome a la merienda con su dedo. Presto cual Frodo camino de Mordor acerté a meter la cosa en su sitio y supe que tenía que contestar. “¿Qué tienes ahí? Buena pregunta”. Un subidón de calor me invadió de los pies a la cabeza e intenté desviar la conversación a la gallega, o sea, devolviendo pregunta por pregunta: “¿Qué dices, cariño?”. Sin embargo, no coló. La niña erre que erre, de Meseta Central me ha salido la jodida. “¿Qué tienes ahí?”, insistía señalando nuevamente con su diminuta meninge a mi artillería. “Hostias, que se lo tengo que explicar”, pensé atorado. Otras gotitas, en este caso de sudor, empezaron a aflorar por mi frente. A mí, como lo oyen. Con mis títulos universitarios, con mis idiomas, con mis horas de docencia y de jefatura de estudios a los lomos, desbaratado por la inocente pregunta de mi criatura. “¿Y qué le digo? Cuidado chaval que te la juegas. Que como no se lo expliques bien la lías parda y en unos años tienes que dejarte una pasta en loqueros para que le alivien a tu niña un trauma infantil de aúpa”. Rápidamente descarté tanto las versiones más soeces, esas que pasan de la analogía horticultora: “el nabo” a la avícola: “la polla”, como las más remilgadas: “la pilila” o “el pito” –eso en Pozuelo de Alarcón a lo mejor sigue funcionando, pero en Móstoles es para desabrocharte una hostia–. “Tira de ciencia, tira de ciencia, que eso no falla”, convine finalmente. En resumidas cuentas, que tocaba decir las palabras mágicas: “el pene”. “Venga chavalote, que solo son dos sílabas, primero la pe- y luego la -ne, que tampoco te toca hacer un croquis ni impartir una clase de anatomía aplicada, que hablamos de educación sexual de infantil”. “¡¡¡Quieto parado!!!”, consideré de repente, “¿y si luego me pregunta si ella también tiene pene y le tengo que explicar lo de la vulva?”. “Quita, quita, que mi niña no tiene de eso”, razoné convenientemente cual cavernícola progenitor. Más sudor, más tensión, nudo en la garganta y ojos inquisidores apuntando a mi entrepierna esperando una respuesta hasta que súbitamente un destello en forma de feliz idea sobrevino a mi cabeza: “pregúntale a mamá cariño, que papá de eso no sabe”.

Almasy©




WALK OFF THE EARTH: "Somebody that I used to Know" (Gotye cover)

5 comentarios:

Unknown dijo...

jajaja!! Es que los niños.... jajaja!! llegarán más, no te preocupes, ya verás.

Un abrazo
María

AlbaGP dijo...

Dos detallazos de partimiento de Ohio: La Pilila, en Pozuelo de Alarcón...y lo de la merienda. má matao!
un besote grande Jaime!

Silvia Mate Rayuela dijo...

Pero q de vueltas le has dado al asunto; tanto como para hacer una entrega del blog! A ver Jaime, se dice que es la pichilla ( no por tamaño sino por apelativo cariñoso) de papa; no se la escondas ni sudes cnd la vea, q no es nada malo; y tampoco se trata de mostrarla abiertamente e ir por la casa como llegaste al mundo.
Al principio entraña curiosidad, como cualq otra cosa; pero luego, te ven en la ducha o vistiendote y ya forma parte de la normalidad.

Gea dijo...

¡Genial!...Como la vida misma.
Son las pequeñas-grandes cosas de la vida.
La curiosidad forma parte del aprendizaje.
Besos para los cuatro.

Anónimo dijo...

Buenisimo, !como me he divertido!, bss. Pilar

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