jueves, 31 de marzo de 2011

154. Resulta que sí

Resulta que sí,

que te quiero.

Que necesito que tu aliento,

se confunda con el mío.

Que ejerces de bastón

y hasta de muleta

que me sostienen,

que me fijan y enderezan,

que me devuelven al piso

cuando el vuelo se torna peligroso.


Resulta que sí,

que contigo la lluvia no moja,

refresca.

Que el viento no me lleva,

me acompaña y mece.

Que el sol no me ciega,

sino que me ilumina y calienta.

Que si ayer no te tuve,

hoy solo me queda obsesionarme

con tenerte mañana.


Resulta que sí,

que se confirman mis sospechas,

torpes casi siempre,

claras en esta ocasión.

No caben dudas,

indicios sobran por doquier,

todos ellos firmes, evidentes,

apenas medio,

tal vez uno,

apuntando lo contrario.


Resulta que sí,

que no recuerdo nada

donde no aparezcas.

Que mi álbum de fotos

es el tuyo.

Que si miro el camino recorrido

donde deberían verse cuatro huellas,

solo se perciben dos,

ni las tuyas ni las mías,

las nuestras.


Resulta que sí,

que te quiero.

Almasy©



RAPHAEL: Como yo te amo


jueves, 24 de marzo de 2011

153. La telemierda

Me seduce comenzar esta entrega preguntándome si vemos la televisión que demandamos o simplemente consumimos la que se nos oferta. La pregunta no es baladí y emparenta con clásicos universales como el de “¿qué es anterior, el huevo o la gallina?”. El caso es que la situación me preocupa especialmente ahora que mi hija comienza a fijar la atención en los mensajes audiovisuales y desde ya me considero en la obligación de filtrar convenientemente los contenidos televisivos a los que se acerca. Y quién dice filtrar, dice apagar directamente el aparatito de marras cual censor fascista sin que aflore el menor remordimiento de conciencia en mi cerebro, en mi cerebelo, en mi bulbo raquídeo o donde demonios se alojen los remordimientos de un paisano. Algunos pensarán que esto es remar contracorriente e incluso que hago mal en proteger a la criatura de la avalancha de estiércol que puebla la parrilla, pues tarde o temprano se va a empapar de él y pareciera mejor que lo fuera consumiendo en pequeñas dosis para que luego no le sobrevenga el aluvión. “No la puede usted meter en una burbuja, caballero”, me sugeriría el psicopedagogo fetén de turno; pero lo cierto es que sí, que me voy a empeñar con denuedo en apartarla de la telemierda reinante. ¿Acaso no es nuestro deber afectivo y legal que nuestros vástagos crezcan fuertes y sanos? Pues es la salud mental de mi princesa la que está en juego, así que no pienso cejar en el empeño de amparar su sesera.

Me empeñaré así un día sí y otro también para que no sucumba ante la tiranía, verbigracia, de “Telahinco”, ni tampoco ante la de “Antena Trío”, “Apexta”, “Cuatreros”, “Interdemoniaquía” o similares. Intentaré inculcarle, no necesariamente es seguro que lo consiga, que la mayor parte de las situaciones televisivas que padecemos no son normales, simplemente son habituales. Le rogaré encarecidamente que no se avergüence ni me avergüence acudiendo a un programa de televisión en el que dé rienda suelta a sus impulsos carnales y se magreé con algún pavo taladrado al que no se le conoce oficio ni beneficio para deleite de 45 millones de potenciales telespectadores acólitos de Onán. Por mucho que algunas iluminadas que se llaman periodistas califiquen a este formato de encerrar a veinte tarados poligoneros en una casa como un experimento sociológico de primer nivel. También me esforzaré para que cuando quiera iniciarse en las lides del cortejo, esto a poder ser muy muy muy tarde, se haga valer poniendo sobre la mesa su inteligencia, su saber estar, su sentido del humor y algunas otras cualidades universales que ya solo nos suenan cuando reponen de madrugada algún film en blanco y negro; y nunca blandiendo unas tetas de plástico que, créanme, su padre no le pagará. Le comentaré también que la justicia es algo serio, honorable, una dama virtuosa a la que se debe respetar y contemplar hasta temeroso preferiblemente desde la distancia, intentando así disuadirla de cualquier tendencia a interponer demandas absurdas que no hacen sino saturar el aparato y necesariamente demorar las cuestiones de mayor calado. Echaré el bofe para que sepa distinguir la espontaneidad y la naturalidad de la chabacanería y del analfabetismo consentido y hasta aplaudido por otros más analfabetos si cabe y le explicaré cuál es el verdadero significado de las palabras “contertulio” y/o “colaborador” que hacen acto de presencia en la telemierda para designar a los ministros del atentado audiovisual con la firme intención de dulcificar su labor y lavar su imagen. En ambos casos a los sustantivos que me refiero les falta el apellido: “Contertulio de la Telemierda”, “Colaborador de la Telemierda”. Ven como ahora queda más claro. Entre estos, acaso más decepcionantes los que esgrimen estar en posesión de alguna titulación universitaria, pues no hacen sino confirmar que actualmente en la universidad entra cualquiera y que hace tiempo que esta institución perdió la condición de ofertar estudios superiores.

Pido finalmente al Cielo y al Infierno que no se confirme la hipótesis que manejo de un tiempo a esta parte: un país es la televisión que consume, porque apañados estamos, e invito a que todos cuantos nos iniciemos en la noble tarea de educar retoños echemos el resto para protegerlos de la inmundicia que nos ofrecen o reclamamos, sigo teniendo mis dudas en torno al orden de los factores, que en este caso algo sí alteraría el producto. Paradójicamente, a veces la solución no está demasiado lejos, pues poco me equivoco si afirmo que a escasos centímetros de casi todas las casas con caja tonta que conozco, incluida la del que suscribe, suelen ubicarse unas fabulosas estanterías en las que reposan libros, esos entes encuadernados con páginas y letras que, amén de decorar, calzar mesas e impedir que el polvo se haga fuerte, aguardan expectantes a que un lector les libere de la historia que esconden. Verdad verdadera.

Almasy©



Kaso Perdido: "Teleadictos"

jueves, 17 de marzo de 2011

152. No te quepa duda

(A mis alumnos)

No te quepa duda. Merece la pena. Levantarse cada mañana, despegar sábanas y legañas. Apurar un desayuno que a veces brilla por su ausencia. Algunos porque lo cambian por unos minutos más de cama, otros porque no aciertan a colocar el tupé o la raya del ojo como más les favorece. Ataviarse con chándal si toca gimnasia, amarrar mochila o carrito y salir quemando ruedas. “¡No puedo llegar tarde!”

No te quepa duda. Merece la pena. Soportar una hora detrás de otra, hasta seis, siete incluso en ocasiones. Ver pasar docentes de toda índole y condición. Rematar deberes de última hora, releer ese esquema tan útil con el que piensas aprobar el examen de tercera. Cambiar libros, cuadernos, levantarse y volver a sentarse. Escuchar, atender, despistarse, volver a atender, pedir que repitan, volver a despistarse y volver a atender, intervenir ese día que tienes los ejercicios niquelados, esquivar miradas cuando no los tienes.

No te quepa duda. Merece la pena. Recorrer pasillos, echar el bofe en ese partidillo en el que está en juego tu honor. Y encima sin desayunar te ha pillado hoy. Charlar aquí y allá, reír, llorar, enamorarse y enamorar. Relajarse en ese paréntesis que llaman recreo para volver a la rutina. “¡Qué rápido se pasó, si no me ha dado tiempo ni a comerme el bocata!” Ir al baño, “rápido que me ponen retraso”. “¿Qué no ha venido la de Lengua?” “¡Bien!”. “Está muy malita, cafre”, “Ya, bien porque no haya venido, no porque esté malita”.

No te quepa duda. Merece la pena. Devanarse los sesos con ese problema que estás convencido no tiene solución. Despejar la incógnita, acertar en el análisis de esa subordinada imposible, ubicar correctamente en el mapa ese golfo que dudas hasta que exista, diseccionar el mejillón que te compró la abuela para no volver a probarlos durante una buena temporada.

No te quepa duda. Merece la pena. Saber, conocer, empaparse de experiencias y conocimientos de unos y otros. Acercarse a lo que se hizo, a lo que se hace, profetizar sobre lo que probablemente se hará. Encontrar respuestas para seguidamente toparse con más dudas. Crecer física e intelectualmente, desmarcarse de la ignorancia para estar más pleno, más grande, más alto, más guapo, más todo.

No te quepa duda. Merece la pena. Soportar estoicamente broncas –muchas, a buen seguro, unas propias y otras ajenas– y recibir halagos –probablemente en menor medida que las broncas, aunque haberlos haylos–. Evocar los siempre recurrentes “profe yo no he sido”, “profe yo no estaba hablando”, cuando sabes que sí has sido y que sí estabas hablando.

No te quepa duda. Merece la pena. Sufrir con ese examen que se pone cuesta arriba. Para el que apenas resta tiempo. Mala organización seguro. Tocan cafés y ojeras a tutiplén. “Esto no me vuelve a pasar”. Mentira y lo sabes. Ponerse nervioso, tragar saliva, quedarse en blanco y hasta echar unas lágrimas que al menos demuestran que te importa lo que tienes entre manos.

No te quepa duda. Merece la pena. Pensar hoy en lo que vas a hacer a continuación y no lamentarse mañana de lo que dejaste por hacer. Errar, errar, errar y alguna vez acertar. Curtirse en mil batallas. Ir sumando, no importa si un año no salieron las cosas a pedir de boca y tocó repetir. Lo importante es llegar, antes o después, pero llegar. Repetir solo es inútil si sirve para volver a cometer los errores ya cometidos. Lo cual además de inútiles es de idiotas.

No te quepa duda. Merece la pena. Regocijarse con ese boletín de notas inmaculado. Afrontar con bravura cuando no lo es y rebelarse con la firme intención de mejorar. No acomodarse en el éxito. No acostumbrarse al fracaso. Caerse, levantarse, volver a caerse y volver a levantarse. Afianzar lo que está bien hecho y buscar la senda que conduzca a solventar lo que no lo está.

No te quepa duda. Merece la pena. Estudiar es sinónimo de ejercitar el entendimiento para alcanzar o comprender algo y eso es lo más parecido a ser poderoso. Formarse para aumentar las probabilidades de evitar usos y costumbres poco recomendables y de poder emplear el resto de tus días en una actividad con la que te sientas realizado, pleno, feliz. ¿Acaso no quieres ser feliz?

No te quepa duda. Merece la pena.

Almasy©

MARC ANTHONY: Valió la pena


jueves, 10 de marzo de 2011

151. La cuenta atrás


Ya cuento impaciente los días, las horas, los minutos, hasta los segundos. He instalado en mi computadora –palabra mucho más vintage que ordenador, por cierto– una cuenta atrás bien vistosa que me anuncie lo que resta. Lo he apuntado en la agenda y en cuantos organizadores analógicos y digitales manejo. En la citada computadora, en el móvil, en el almanaque que me regalaron los de Talleres Clemente cuando me compré el coche. He estado a punto de tatuarme el evento. Había pensado en algo rollo mesiánico como “Ya está aquí”, “Ya llegó”, “Salvados” o tal vez una máxima con tintes apocalípticos del estilo “El Infierno tendrá que esperar”. Me estoy refiriendo a lo poco que resta para que Mariano Rajoy se convierta en el nuevo presidente del gobierno por aclamación popular.

Créanme que la espera me consume, me agota, me satura. A bocados me como las uñas aguardando el gran momento. Porque cuando el nuevo presidente y sus acólitos aterricen en el poder una nueva era se iniciará en la historia de país.

A buen seguro, nada más tomar posesión del cargo, me devolverán el salario arrebatado injusta y pérfidamente por el gobierno socialista presidido por “El Cejas”. ¡Qué coño devolverme, Mariano y los suyos me lo triplicarán reconociendo la función pública que desempeño! Ya lo estoy viendo tirando de móvil y dirigiéndose a la Aguirre con esa dislalia tan mona que le caracteriza en estos términos: “Esperancita querida, luz verde para agasajar al Sr. Almasy y ponérmelo a la altura de un catedrático de universidad cuando menos. Y que se explicite en la nómina para que nunca olvide la mano que le da de comer”. “Don Mariano, me ofende”, le respondería, “¡cómo voy a olvidar que todo lo que tengo y soy se lo debo a usted!”.

Además, entiendo que el tremebundo incremento salarial de los enseñantes vendrá acompañado de la correspondiente reforma educativa que acabe con esta farsa de la LOE que nuevamente nos han colado los del Pesoe. “¡Basta ya!”, dirá el nuevo ministro de educación del Pepé. E inmediatamente esbozará el borrador de la RELOCE, ley que contemplará valores como el esfuerzo, la excelencia, el impulso de las nuevas tecnologías y fundamentalmente la propagación del bilingüismo por tierra, mar y aire a todos los rincones de la Península. De hecho, se acabarán definitivamente las clases en español, pues total es una mierda de idioma que solo hablan quinientos millones de holgazanes aplatanados por el sol. ¡Cuán hermoso será en mi caso explicar la Historia y la Geografía de España en la lengua del excelso Shakespeare y no en la del mediocre Cervantes! Ya me estoy metiendo en el papel: “The Cid was an Spanish hero who fought against the muslims…”, “The Alberche is one of the most important rivers in the Madrid Community…”. ¡Ya era hora de ponerse a la altura de Gran Bretaña, Francia o Alemania, naciones donde a buen seguro estudian la historia y la geografía de su país en una lengua extranjera!

Se acabará también esa ridícula reforma del límite de velocidad en autovía y podré apretarle las tuercas a mi endiablado bólido, que el pobrecito mío tiene el motor azorrado por culpa de Rubalcaba y sus secuaces. “Lo pué usté poner a 180 km/h sin despeinarse”, me informó el castizo comercial del concesionario cuando lo compré. Y al día siguiente Alfredín and company se sacan de la manga una ley absurda a la par que fascista. Menos mal que la cordura volverá también a nuestra red viaria con los nuevos inquilinos de la Moncloa.

Mi compadre Perico, que regenta un bar junto a una parada de taxis, también está como loco con la buena nueva. “Digo yo”, comenta, “que se volverá a fumar en los bares, ¿no?”. “¿Acaso lo dudas Periquín? ¿No has visto los purazos que se mete pal cuerpo Mariano?”. Y no le miento más grandes éxitos en esta línea porque Periquín anda algo flojo del corazón y yo creo que no se lo resistiría; pero me juego un cojón y parte del otro a que el Pepé reabre la posibilidad de fumar hasta en el interior de hospitales y centros educativos. Fijo. No en vano hablamos de un partido adalid de las libertades que pondrá sobre la mesa cuestiones como “¿y quiénes son ustedes para prohibirme a mí echarme un cigarro antes de entrar en consulta, o mientras hago un examen? ¿No estoy en mi derecho? ¡Fascistas, que son ustedes son unos fascistas!”.

La edad de jubilación volverá justa y razonablemente a los 65 años, e incluso si me apuran, se contemplará la posibilidad de bajarla a los 45, pues el nuevo gobierno perseguirá por encima de todo el bienestar del ciudadano y que este se libere de la carga laboral aproximadamente en la mitad de su vida para que disfrute de los placeres terrenales cuando todavía goza de una impecable salud. Eso sí, sin pasarse de la raya que luego habrá que rendir cuentas ante el Altísimo.

Se acabará definitivamente con los derechos de autor y podremos descargarnos de internet hasta los discos que no estén editados y en materia de política exterior saldremos de todos los conflictos internacionales en que nos hayamos inmersos y volveremos al lugar donde nunca debimos salir: Irak, por supuesto. El único rincón del planeta donde se nos recibe con salvas y nuestro ejército puede desempeñar sosegadamente misiones de paz, que para eso son los ejércitos, oiga usted. Que si hoy reparto a los bagdadíes botes de leche condensada para que se chupen los dedos. Que si mañana les acerco a los de Mosul unas latas de atún en conserva que les van a saber gloria bendita. Y mientras los americanos a lo suyo: buscando armas de destrucción masiva, que es gerundio. Lo de buscando, lo otro ya no.

Y como esto mucho más. Muchísimo. Todo, diría yo. Una detrás de otra. Concluirá la corrupción, se desintegrará la burbuja inmobiliaria, desaparecerá por completo el paro, el aborto se prohibirá por decreto ley y dejaremos de nombrar a los homosexuales con apodos ramplones (“Gay”) para devolverles nombre y apellido (“Maricón de Mierda”).

Ay, caray, ya lo estoy viendo, que cerquita está. Tanto que puedo tocarlo. Ya cuento impaciente los días, las horas, los minutos, hasta los segundos.

Almasy©

Los Enemigos: "La cuenta atrás"