martes, 20 de noviembre de 2012

203. Ajustes, que son ajustes



La entrega de hoy se me antoja imprescindible para aclarar a todos los absurdos habitantes de este país el porqué de algunas de las decisiones más controvertidas que está adoptando el actual gobierno de la nación y más específicamente a la ingente ralea de perroflautas judeomasónicocomunistas antipatriotas que las critica, que se manifiesta contra ellas, que huelguea (del verbo huelguear) a como dé lugar, que se enfunda camisetas con lemas utópicos, que enarbola causas perdidas y por extensión poco rentables, simple y llanamente porque desconoce la arcana bondad que encierran, a saber:

El paro: no es sino una clarísima medida dentro la política de conciliación familiar que persigue el gobierno. Así, el desempleo es clave para que las familias atiendan convenientemente a sus vástagos, los lleven al colegio, les preparen la manduca, les revisen minuciosamente sus tareas y hasta jueguen con ellos. Y es que no me negarán que hasta le llegada del pepé al poder abandonadita estaba la prole de tanto trabajar. Fundamentalmente por culpa de las mujeres, esto resulta incuestionable, pues desde que al movimiento feminazi le dio por proclamar a los cuatro vientos que las hembras tenían los mismos derechos que los machos, estas habían dejado sus hogares manga por hombro.

El rechazo del matrimonio homosexual: normal y lógico, oiga usted. Y nada que ver con argumentos ultracatólicos primitivos y desencaminados como los de que la única unión admisible es la de un hombre con una mujer por aquello de cumplir con leyes divinas y naturales. La cosa va más por conservar eternamente el amor de estas parejas homosexuales precisamente apartándoles de su institucionalización, pues está visto y comprobado que siempre que la cosa concluye en matrimonio, lo cual no deja de ser un frío contrato, se apaga inevitablemente la llama de la pasión y se ilumina la del hastío vital y la monotonía. “Te casaste, la cagaste”, que dice un refrán. “Follas menos que un casado”, que dice otro. Y si lo prefieren hagan caso del gran Groucho Marx, que de esto sabía un rato: “El amor es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución”.

El aborto inadmisible en cualquier circunstancia: como debe ser si queremos una sociedad madura, adulta y responsable que sepa que todo acto, incluso el sexual, tiene sus consecuencias. ¿Que echaste un polvo?, pues apechuga. ¿O es que somos lo suficientemente mayorcitos para darnos un revolcón en el asiento de atrás de, pongamos un Seat León; pero luego reculamos y queremos escurrir el bulto cuando de asunción de responsabilidades se trata? ¡No hija no!, que decía el ilustre enpazdescanse Antonio Ozores.

Recortes en educación: claramente una disposición orientada a paliar los tradicionales desajustes existentes entre la oferta educacional y el mercado laboral de la nación y, por extensión, minimizar la frustración de nuestros jóvenes. Como lo oyen, pues habiendo percibido que la mayoría de los que estudiaban una carrera universitaria no conseguían en gran parte de las ocasiones dedicarse a una profesión relacionada con la misma, se ha optado por cercenar la opción de que se formen con la única pretensión de ahorrarles una tan innecesaria como evitable depresión. Ayuda humanitaria lo llamaría yo.

Recortes en sanidad: sin otro objetivo que preservar nuestra salud. No se me froten los ojos, que han leído bien: por preservar nuestra salud. Tanto es así que un selecto grupo de expertos científicos españoles dotados de material de investigación de última generación acaba de publicar un riguroso estudio en el que se demuestra que la principal enfermedad que aqueja a la población española es la hipocondría y nada mejor para combatirla que la terapia de choque: fuera médicos, fuera hospitales, fuera fármacos. ¿Acaso no dicen que muerto el perro se acabó la rabia? Ea, pues muerto y bien muerto.

Y como estas, otras cien, mil o diez mil (la eliminación de la paga extra a los funcionarios persigue fomentar el consumo responsable de los trabajadores públicos especialmente en fechas en las que este se dispara desenfrenadamente, como las Navidades; los deshaucios liberar a los propietarios de la pesada carga que supone llevar una casa; los ERES impedir que el personal se estanque profesionalmente hablando y quiera vivir a la sopa boba toda una vida; la fuga de cerebros estrechar lazos con otras naciones a partir del intercambio de trabajadores; bla, bla, bla). Y háganme el favor, háganse el favor, de hablar con propiedad. No llamemos recortes a lo que palmariamente son "ajustes", como la opción que seleccionamos en el móvil para activar la red wifi o el bluetooth. ¡Escogóllalo!, que dicen en mi pueblo.

Almasy©


Aventura: "Obsesión"


jueves, 1 de noviembre de 2012

202. Prosa poética



"Oda a la presilla de alambre con la que se cierra el pan de molde"

Pobre diabla. O diablo. Pobre tú y todos los tuyos. Don Nadie apátrida. Sinnombre, ¡con tantos nombres! Bien presilla que atenazas la bolsa del pan de molde, bien alambre, bien abrazadera que no haces sino abrazar para que no se escape lo que otrora fue simple trigo. A veces incluso tan innombrable como ignorada, maltrecha, deslabazada, informe, en ocasiones blanca, en ocasiones negra, huidiza, carne de cañón que te extravías a como dé lugar para dejar paso al mediocre anudado del plástico para poner fin a mis tristes desayunos.

"Al fin y al cabo solos"

Y es que al fin y al cabo estamos solos con nosotros mismos. Pese a los afectos regalados por los que nos acompañan en el camino amándonos. Ayer besos, hoy abrazos, tal vez mañana tiernas caricias. Poco importan estos al fin y al cabo si estamos solos. Tan solos. ¡Tan jodidamente solos! Y solos nos vivimos solamente todo el tiempo. Apenas unos ratos dulzaina festiva. Casi permanentemente triste violín que nos chilla sin reparo: ¡Solo, cabrón, estás solo!

"¿Madre?"

¿Madre? Dime hijo. ¿Que digo yo si puede saberse dónde está mi camisa de los domingos? Ahí. ¿Ahí dónde? Donde siempre. ¿Y dónde es donde siempre, madre? En el tercer cajón de la cómoda de tu dormitorio y de paso si haces el favor sacas también mi blusa. ¿Madre? Dime hijo. Que no las encuentro. Anda quítate que ya las cojo yo, que es mejor hacerlo que mandarlo. ¿Madre? Dime hijo. ¿Que digo yo que por qué me tapa usted cuando vengo a su casa a echarme la siesta si son 35 los inviernos que me avalan? Porque me da la gana, porque soy tu madre. ¿Madre? Dime hijo. ¡Que le digo yo que no ande usted preocupada toda la noche pendiente de mí, que se acueste y duerma, que volveré tarde! ¿Que no me preocupe dices? Eso mismo, madre, que no se preocupe. (Suspiro de madre).

Almasy©


Versión Bach Cello Suite nº 1

lunes, 15 de octubre de 2012

201. Sin todos mis respetos


Hoy vengo a hablarles de una tercera edad muy particular. Nada que ver con abuelitos entrañables, ni con tiernos ancianos; sino de ese sector de nuestros mayores maleducado, gratuitamente obsceno, picón, metomentodo y hasta inquisidor. Vamos, que hoy me referiré a algunos putos viejos de los cojones. Sin reparos, sin reconcomes, sin remordimiento de conciencia alguno por quebrantar una máxima que me tatuaron a fuego desde mi más tierna infancia: el respeto incondicional por todos aquellos seres humanos que me superasen en edad. Y créanme que durante años he intentado aferrarme a esta enseñanza, enarbolarla como si fuese mía, repetírmela hasta la extenuación con la firme intención de cumplirla incontestablemente; pero resulta superior a mis fuerzas el ser y el estar de determinados especímenes entrados en años a los que no podemos ni debemos excusar su comportamiento apelando a la edad.

Está así por ejemplo el “puto viejo de los cojones” –a partir de este instante PVDLC a fin de que mi madre y alguna que otra seguidora incondicional no me tire de las orejas por ser tan jodidamente deslenguado– que te encuentras sentado en la consulta del médico y se hace el sueco con el tema del turno dispuesto por la cita previa. “Llevo aquí desde las 4”, te suelta nada más verte. “Ya, pero ¿a qué hora tiene usted cita?” “A las 6:30”. “Mire, pues es que yo tengo hora a las 4, así que ahora paso yo”. “¡Pero es que yo llevo aquí desde las 4!”. “¡Por mí como si viene usted la noche anterior con el saco de dormir y acampa en la puerta del ambulatorio! ¡Usted tiene a las 6:30 y ahora entra mi menda!”.

¡Y qué decir del PVDLC que nació para capataz! Ese que madruga un día sí y otro también para apostarse junto a la valla que delimita un espacio en obras con la única pretensión de dar las pertinentes instrucciones a los operarios de turno. “¡Vais muy lento, esto pa´ Navidades no está terminado!”, “¡Los he visto más vivos en el cementerio!”, “¡Menos bocadillo y más ladrillo!”, “¡Animal, ese tabique está mal recibido!”.

Tampoco se pierdan a la PVDLC que te encuentras a media tarde en el autobús cuando regresas del trabajo más cansado que el mecánico de los “Transformers”. Peluquereada hasta la médula, pintada como una puerta, con sus mejores galas, casi con toda seguridad dirigiéndose bien al Corte Inglés, bien al Bingo. Tú sentadito y relajado –tu parada es la última de la ruta y no hay riesgo de pasársela–, dejándote invadir por ese medio sueño que sobreviene después de una dura jornada, hasta que percibes que no te quita ojo. Desvías la mirada, compruebas de refilón que no llevas la bragueta desabrochada, pero ella insiste en contemplarte fijamente. Te inquietas dando a entender que empieza a incomodarte su actitud, intuyes a lo lejos algo parecido a un “¡qué vergüenza esta juventud!”, hasta que tras mucho cavilar descubres el pastel: ¡quiere que le cedas el asiento!

Luego está la parejita de PVDLC que iban para detectives privados y se quedaron en cotillas de pueblo. Un buen lugar para encontrárselas es a la salida de misa, cuando uno puede estar, pongamos, haciendo que limpia el coche. Detectan tu presencia a 500 metros –ríome yo de los radares de los guardacostas– y con una sutilidad fuera de lugar se te aproximan: mueven la cabeza, cuchichean, agudizan los sentidos, hacen aspavientos… ¡Imposible percatarse de su presencia! Eso sí, lo mejor de todo es que deben pensar que estás tan sordo como ellas porque justo cuando te tienen a escasos 2 metros se paran para decirse al oído: “¿Y ese de quién es? ¿De los Cucharetas? ¿El nieto de Rambal? ¿El yerno de Davicín? ¿El mayor de Maruja?”. ¡Coño señoras, pregúntenmelo directamente o espérense a doblar la esquina para que no les escuche!

Y por último y no por ello menos importante, un clásico: el PVDLC más salido que el pico una mesa. Ese que lo mismo le da pelársela en los urinarios públicos en cuanto te descuidas –he tenido el infortunio de contemplar la escena varias veces y créanme que se me ha revuelto el estómago y he tenido pesadillas durante una temporada–, que apostarse en el metro a la hora punta para regalarse algún restregón mañanero con alguna jovencita recurriendo al tradicional método de arrimar la cebolleta, que ponerse burro en el baile de la residencia de ancianos para acabar apretándose fogosamente a su conquista en algún reservado de la estancia. ¡Puritica lujuria, oigan!

Almasy© 


jueves, 20 de septiembre de 2012

200. ¡Vivan los novios!



Hace algunos años, resultar invitado a una boda era sinónimo de distinción, orgullo y satisfacción inequívocos: “Se han acordado de mí”, “Como no podía ser de otra manera”, “Si se les llega a olvidar, les retiro hasta el saludo”. Se afrontaba el evento con tremenda ilusión tanto por contrayentes como por invitados y el gran día no duraba menos de una jornada completa, un fin de semana y, en el caso de los más echados para adelante, hasta varios días con sus correspondientes noches.

Sin embargo, la cosa ha ido cambiando a marchas forzadas. Tanto que según de quiénes sea el compromiso uno hasta casi agradece que se olviden de él. Que su nombre no asome en la confección de la lista de invitados, que ni por un momento va a sentirse ofendido por semejante omisión. Los motivos en este caso son de toda índole y condición, pero ante todo y sobre todo de carácter pecuniario. Vamos, que como seas uno de los elegidos toca rascarse el bolsillo. En primer término para la despedida de solter@, una horterada muy gorda que antes solía resolverse con cena y barra americana –ellos disfrazados de toreros jaleando salidos como macacos a una stripper femenina y ellas ataviadas con pollas de plástico en la cabeza jaleando salidas como macacas a un stripper masculino–. Total, que el suplicio duraba a lo sumo una tarde-noche. Ahora no. Ahora la moda está en reservarse un fin de semana completo en algún remoto lugar de la geografía –lo que se traduce en no menos de 300 aurelios– para embarcarse en alguna mariconada más original, especialmente actividades de multiaventura que no has practicado en tu puta vida. De modo que no queda otra que, pese a lo más parecido al deporte que hayas ejercitado en tu miserable existencia haya sido el levantamiento de vidrio en barra fija, como por arte de birlibirloque te veas embutido en un traje de neopreno reventón descendiendo un barranco o pretendiendo aventurarte sobre una tabla de surf.

A continuación se suceden dos nuevos atentados a tu economía: el regalo y el modelito que se lucirá. En cuanto al regalo hay tres opciones: tirar de lista de bodas –que es como la carta a los Reyes Magos tocándote a ti ejercer de Melchor, de Gaspar o de Baltasar–, comprar tú lo que te salga del cimbel –corriendo en este caso el riesgo de adquirir algún objeto especialmente inútil o repetido, tipo una vajilla que no vayan a usar jamás– u optar por el siempre recurrente sobrecito con dinero en metálico, con respecto al que me pregunto si el gobierno no estará pensando obligar a extender factura con el correspondiente IVA. Su entrega suele ser además uno de los momentos más embarazosos del convite. Por ejemplo, cuando los novios se pasean por las mesas a ver si ha gustado el cubierto con el que han deleitado a los asistentes –a lo que por supuesto siempre dices que “todo estupendo” aunque hayan servido salpicón de sardinillas en lata y mortadela de buey a la piedra–. Así, cuando alcanzan tu mesa, sutilmente, como si estuvieses traficando con papelinas, les largas el correspondiente sobre acompañado del tan tradicional como embustero: “todo genial”. O bien en pleno baile, acercándote felinamente hasta el novio y deslizándoselo con disimulo por el bolsillo de la chaqueta ­–a la novia quedaría feo metérselo entre las tetas–.

En cuanto a la pepla del atuendo he de significar que agradezco a los dioses sobremanera el haberme dotado de aparato reproductor masculino para este asunto. Sencillamente porque los tíos lo tenemos bien fácil y las tías bien jodido –porque quieren, todo hay que decirlo. Así, los varones solo tenemos que desempolvar del armario el único traje que tenemos. El de las bodas. A lo sumo cambiarle la camisa y, si nos ponemos caprichosos, hasta la corbata; pero de ahí no pasa. Las mujeres en cambio afrontan el difícil reto del: “¿qué me compro?”, “¿de corto o de largo?”, “¿vestido, falda y blusa o chaquetapantalón?”, “¿y si llueve?”, “¿y si hace frío?”, “¿y si no hace frío pero ponen el aire acondicionado muy fuerte durante el convite?”, “¿y si después de gastarme una pasta aparece alguna hija de la gran puta con un modelo como el mío y me revienta la exclusiva?”.

Para que finalmente llegue el gran día. Con un poco de suerte la boda es de tarde y no hay que madrugar. Nuevamente aquí acontece una marcada discriminación de género: los hombres a dormir la mañanada y apurar hasta el momento crítico, las mujeres a levantarse al alba para la chapa y pintura que le aplicarán en unos antros de tortura eufemísticamente conocidos como centros de peluquería y estética. Seguidamente camino del Ayuntamiento –para casos de contrayentes que serán condenados a padecer en los Infiernos por el eludir el santo sacramento– o de la Iglesia –para aquellos que anhelan gozar de la vida eterna en los reconfortantes Cielos– con el siempre tradicional “¡vamos tarde!” en la boca y preferiblemente vacunados para recibir el correspondiente tostón civil o religioso. Unos cuantos “en la salud”, “en la enfermedad” y “para toda la vida” después –siempre que no hayas sido lo suficientemente inteligente para pasarte la ceremonia tomando cervezas– llega el tiempo muerto. Ese espacio en el que nadie sabe muy bien qué hacer ni a dónde dirigirse mientras los novios van a echarse las fotos más moñas que uno pueda echarse a la cara. Si el restorán queda alejado no hay duda: toca tirar de GPS para peregrinar hacia el lugar del papeo. Si por el contrario queda cerca lo más recomendable suele ser darle continuidad a las cervezas. Luego ya todo discurre relativamente fluido: cocktail de bienvenida –ese en el que uno nunca sabe si ponerse hasta las trancas por lo que pueda venir o reservarse el buche para el banquete propiamente dicho–, convite y baile. En este último se agradece enormemente la barra libre para poder soportar alcoholizado algunas de las escenas más pintorescas de tu existencia: a tu padre desenfrenado dándolo todo en la pista de baile con el pantalón remangado y la corbata en la cabeza, a tu madre con la faja a media asta meneándose sensualmente al son de “Paquito el Chocolatero”, a tu tía Herminia tirando de ti salvajemente para que te sumes a la “Conga”, a tu tío Julián diciéndote que si no te gusta el pasodoble es que no tienes ni puta idea de música o a tu primo Lucas comiéndote la oreja medio mamado para que le presentes a la rubia del vestido rojo. Que cree que se ha enamorado. Y todo ello ante la atenta mirada de tu abuela, quien sentadita en un tresillo observa sin perder un solo detalle las hazañas de unos y otros. ¡Pobrecita mía, lo que tiene que ver a estas alturas del recorrido!

Almasy©


CAMARÓN DE LA ISLA: "Soy gitano" (tangos)

jueves, 6 de septiembre de 2012

199. Atención al cliente


Justo antes de iniciar mis merecidas vacaciones caniculares se me ocurre llegarme hasta el Carrefour, otrora Continente, para comprarme una máquina barbero con la que rebajarme el vello facial. Primer error. Confiando en que el personal que colocan en cada sección ha sido convenientemente formado en el uso y disfrute de los productos de los que está encargado se me ocurre buscar el asesoramiento de un dependiente. Segundo error. “Buenas tardes, ¿me puede recomendar alguna máquina específica para arreglar mi díscola barba?”. “Llévese esta que es la repera. Crema, cremita, crema. Yo tengo una igualita y me va de cine”. 

En llegando a casa me dispongo presto a la tarea a fin de comenzar mi descanso estival más bonito que un San Luis. Cuando saco el aparato en cuestión de la caja compruebo que no abulta más que un lapicero a medio uso. Me acuerdo del dependiente y frunzo el ceño, mas persisto en mi tarea apurando las últimas gotas de confianza en el género humano que me restan – pocas, créanme, muy pocas –. Sin embargo, mis sospechas se confirman. El achiperre de marras no es capaz de avanzar frente a mi tupida barba. Se queda. Miro el tamaño de las cuchillas y efectivamente resuelvo que el trasto a lo sumo sería capaz de retocar entrecejos, pelos de napias o ingles brasileñas – por cierto, que siempre me ha llamado la atención que a estas se les llame ingles cuando en realidad de lo que falamos es simple y llanamente del parrús femenino; pero bueno, ese es otro tema y estamos en horario infantil –. 

Raudo y veloz regreso el cacharro a su emplazamiento original y me dispongo para ir a cambiarlo. En Atención al Cliente vislumbro a lo lejos un par de jambas con cara de padecer incontinencia urinaria y de haber dejado atrás verbos como “sonreír”. “Hola, mire venía a devolver este producto”. “¿Le pasa algo?”. “Le pasa que no responde a mis expectativas”. “¿Lo ha utilizado usted?”. “Sí claro, para decidir que no responde a mis expectativas he osado utilizarlo. Tengo esa fea costumbre”. Tercer error. En Atención al Cliente no se puede ser sincero. Siempre hay que ir con alguna trola por delante del tipo: “No, es que me la regaló mi abuela y no acaba de gustarme el color de los botones”, o “es que la compré bajo los efectos de algún estupefaciente y fíjese, si yo no la necesito, que no tengo barba, de hecho mi segundo apellido es Barbilampiño”. “No se lo podemos cambiar ni devolverle el dinero, se trata de un artículo de higiene personal”. Lo que en cristiano viene a ser un “te jodes y te lo quedas por los siglos de los siglos, tonto las tres”. Entonces me empiezo a calentar. De menos a más, según contempla el reglamento. “¿Cómo dice?”. “Que se trata de un artículo de higiene personal”. Primera noticia que tengo, máxime teniendo en cuenta que en todas las peluquerías en las que me he rasurado el cráneo nos esquilan a uno detrás de otro con la misma cortapelos sin desinfectar. “Pero oigan, fueron ustedes los que me asesoraron en la compra – pensaba entonces en los exigentes cursos de formación a los que habrían sometido al dependiente que me atendió: “A ver chaval, ¿tú sabes de algo?”. “Bueno, solo soy ingeniero aeronáutico, tengo un máster en navegación aérea y hablo 4 idiomas”. “Muy bien, hale, entonces derechito a la sección de pequeño electrodoméstico, campeón”. – y además, en ningún momento me advirtieron de las condiciones que usted me plantea ahora”. “Venían explicitadas en un letrero junto a la cabecera en la que se encontraba el producto”. “Pero oigan, que soy español. ¿Dónde se ha visto a un español leyendo un cartel, o unas instrucciones? Eso nunca”. “Lo siento, no podemos hacer nada. Le repito que la política de la empresa establece que los productos de higiene personal no se cambian”. Mi calentura entonces alcanzando su punto álgido. “¿Pero qué política de empresa ni qué infante muerto?”. “¿Acaso cuando les vienen a devolver unos zapatos le preguntan al cliente si está aquejado por un papiloma plantar? ¿Y si se trata de un bañador? ¿En ese caso le cuestionan si porta ladillas o algún herpes vaginal juguetón digno de mención?”. “Hay más gente esperando”, me increpa entonces una señora de la cola. “Sí, concretamente son ustedes 9”, respondo. Tensión en el ambiente. Mucha tensión. La operaria recula unos metros hacia atrás y tira de teléfono. Me imagino la conversación. “Sr. Ramírez – el encargado, en España siempre hay un encargado – que tengo aquí a un gilipollas que me está tocando los ovarios. ¿Qué hago?”. “Dile que nones”. “Uy lo que me ha dicho. Ustedes no saben con quién se juegan los cuartos”. No queda otra: “¡Marchando una de hoja de reclamaciones!”.

Almasy©

lunes, 9 de julio de 2012

198. Vicios y virtudes de la Roja



Ocurrió otra vez, haciendo bueno lo de que "no hay dos sin tres". La Roja volvió a conquistar un título deportivo internacional de calado. Nuevamente el fútbol nos puso en el mapa e hizo que durante dos semanas el resto del planeta dejase de mofarse de nuestras miserias e incluso llegase a envidiarnos y hasta deseara ponerse en nuestra piel. Fueron apenas unos días en los que pudimos mirar por encima del hombro a alemanes, franceses, ingleses... y espetarles toreramente un "vosotros tendréis trabajo y dinero para llegar a fin de mes; pero nosotros somos campeones de Europa de fútbol, chincha, rabincha, tira de la cincha".

Definitivamente el balompié devolvió también la bandera a todos aquellos que la necesitaban. Diseñada en tiempos de Carlos III –circunstancia que la mayoría desconoce–, había quedado sin embargo secuestrada por el Franquismo y todo aquel que se identificó con ella o hizo exhibición de la misma años atrás sabía que corría el riesgo de ser calificado de facha. Por el contrario, ahora vuelve a ondear resplandeciente en los balcones y coches de todos aquellos que la consideran algo más que un simple trapo coloreado.

La Roja también ha sido responsable de disipar nuestra dudas de cara a las rebajas veraniegas: “me compro la camiseta de la selección sí o también”, “valga lo que valga” –que si mal no recuerdo ronda los 70 eurazos contantes y sonantes uno detrás de otro–, “aunque no tenga pa´ comer este mes”, “pese a quien pese”, “y si al crío no se le pueden comprar los libros de texto no se le compran, y punto pelota”; “pero yo sin la Roja no que quedo”.

Volvimos además a salir a la calle, y esta vez sin cara de indignados. Todo lo contrario, jubilosos y alborotados, con ánimo de festejar un hito que cambiará las vidas de la mayoría. Tal vez mañana se disipe la corrupción, abandone mi situación de parado, disminuya la ratio en la clase de mis hijos, deje de correr peligro esa supuesta prima lejana de la que nos hablan los noticiarios –de hecho, es tan supuesta como que yo no la he visto en mi puta vida– y a buen seguro que el copago sanitario pase a la historia como un mal sueño. Fijo.

Asimismo, comprobamos en las citadas celebraciones cómo los nuestros juegan como nadie pero se cuecen como todos. Porque aunque manejen el esférico como los ángeles no dejan de ser españoles, y no conocemos nada mejor para acompañar nuestras celebraciones que el bebercio. Porque son jóvenes y a buen seguro que la mayoría de ellos parcos en educación. Si tienen el graduado escolar me doy con un canto en los dientes y de bachillerato y estudios superiores mejor ni hablamos. Tal vez por este motivo, de igual modo que desconocen la cantidad de dinero que han amasado hasta la fecha, también ignoran que no dejan de ser un referente para todos aquellos niños que los admiran y, mucho me temo, los quieren emular. Y con esto no quiero decir que no tengan derecho a cogerse una torrija de campeonato de Europa; pero en privado. No delante de millones de espectadores que observen cómo sus ídolos lanzan sin tapujos un mensaje inequívoco: “ante cualquier éxito que coseches, mámate”.

Almasy©


Violadores del Verso: "Vicios y Virtudes"



Esta bitácora se despide hasta el mes de septiembre u octubre. Feliz verano.

domingo, 24 de junio de 2012

197. Memoria fin de curso


No me gusta especialmente escribir sobre temas de actualidad porque entiendo que están tan manidos por otros medios que pudiesen saturar a los lectores de esta bitácora. Sin embargo, en esta ocasión, y aunque solo sea por simple y llana deformación profesional, me veo en la obligación de poner por escrito algunas reflexiones en esta entrega que bien pudiera considerarse una memoria fin de curso.

Supongo que sabrán que está tocando a su fin un año complicado para todos los que habitamos el universo educativo. Y no solo porque a los docentes nos hayan empeorado significativamente nuestras condiciones laborales, tanto a nivel de horas de dedicación como de salario, sino porque la mayor parte de las piezas que componen el puzle escolar se han visto afectadas negativamente por el paquete de medidas adoptadas por nuestros gobernantes. Efecto dominó, creo que se llama.

Lo peor sin duda no han sido el aumento de dichas horas de trabajo ni la más que anunciada reducción de salario –una más–, sino el encabronamiento generalizado que estos ajustes han provocado entre el personal. Así, puedo afirmar haber visto a docentes altamente enojados acudir a su puesto de trabajo. Con cara de pocos amigos un día sí y otro también, sin ánimo para intercambiar alguna chanza o comentario jocoso que animasen nuestra existencia diaria. Poco predispuestos para tomarse un café con el que aliviar tensiones y fomentar el buen ambiente –en algunos casos, todo hay que decirlo, porque ya no disponen de hueco alguno para hacerlo, en otros, sencillamente porque no se lo pide el cuerpo–. Y un trabajador malhostiado, llámese docente, médico, empleado de banca o charcutero, rinde peor, se coordina peor con aquellos que debe entenderse para hacer buena esa utopía llamada “trabajo en equipo”, corrige peor, propone actividades extraescolares menos sugerentes. Incluso no propone ninguna. Porque carece del tiempo del que antes disponía o simplemente porque está más cabreado que un mono y aunque pudiese estirar su tiempo para seguir haciendo lo que antes hacía, le frenan mensajes interiores del tipo: “sí hombre, con la que está cayendo encima voy yo a organizar una excursión”, “para lo que me lo van a agradecer”, “claro, encima de puta a poner la cama”. En definitiva cumple con la pertinente parte educativa que le corresponde –la grande, no nos engañemos, es tarea de los padres, o al menos debería– en peores circunstancias de las que podría si sus condiciones laborales no se hubiesen visto afectadas y eso, lo creamos o no, se traduce en una peor atención a nuestra materia prima: el alumnado, y por extensión a sus familias.

Lo peor ha sido también el volver a asociar al profesorado con vocablos que nada tienen que ver con nuestra práctica cotidiana: huelga, vacaciones, pereza. Al menos con la de una inmensa mayoría, porque aquí tampoco podemos ni debemos ponernos medallas corporativas y negarnos a la evidencia: hay docentes que se merecen estas medidas y peores aún, puesto que son profesores como podrían haber sido mamporreros. Sin embargo, como toda medida democrática que se precie la hostia se ha repartido cristianamente tanto entre los que cumplen –esos que aman su profesión, que le dan vueltas a qué actividad proponer el curso siguiente, que se empecinan en reciclarse con un curso sí y otro también que mejore su práctica docente, que les cuesta un triunfo poner una calificación porque saben lo que esta implica, que se presentan cada día sabiendo que su horario de trabajo ocupa, grosso modo, las mañanas de lunes a viernes, que no se quitan el traje de profesor cuando acaba la jornada laboral, sino que entienden que somos docentes 24 horas al día, 7 días a la semana– como entre los que NO –esos que aterrizan desde primera hora con el cronómetro puesto, no sea que se pasen un segundo de su horario, que si tienen clase un viernes a 6ª ponen mala jeta al jefe de estudios porque tradicionalmente ese día a esa hora lo dedicaban a hacer la compra en el Mercadona, que en los huecos aprovechan para acercarse al mercadillo del barrio en busca de alguna ganga, que solo les falta poner las calificaciones de igual modo que Franco firmaba las sentencias de muerte: comiendo picatostes, que lo más parecido a un curso de formación que han hecho ha sido una mierda muy gorda online que les sirva para el cobro del sexenio, que constituyen la prueba fehaciente de que el proceso de oposiciones tiene sus taras, que no solo no se oponen a las medidas adoptadas sino que les parecen cojonudas porque ejercen de fabulosa coartada para justificar su leitmotiv: “si antes hacía poco, a partir de ahora menos”.

Nada agradable ha sido tampoco padecer la proliferación de activistas de postal que se pasean por el mundo dando lecciones a los demás. Muchos de ellos enfundados permanentemente en su elástica de marea verde –que a más de uno y más de dos le ha ahorrado sin duda disquisiciones ante el armario a la hora de decidir qué ponerse cada mañana– y alardeando de su defensa a ultranza de lo público; aunque luego lleven a sus hijos a la escuela privada porque “en el instituto público de al lado de casa hay mucho inmigrante” o prefieran Adeslas a la Seguridad Social en materia médica “porque la lista de espera es menor”. ¡Nos ha jodido Mayo! ¡Tú como todos, que diría Mourinho a Guardiola! Y también la de algunos para los que las protestas no son únicamente una forma de conciencia político-social, sino de vida y hasta de ocio. Así, igual que a mí me gusta en mi tiempo libre bajarme al parque con mis hijas, ir al teatro con mis hijas, pasearme por el centro comercial con mis hijas o entregarme a una noche de sexo desenfrenado si la parienta está por la labor y las hijas dormidas –esto último poco o nada frecuente–, a otros les pone lo de irse de mani o de asamblea. Cosa que me parece estupenda, pero no andemos tocando las gónadas al personal gratuitamente. A mí no me cabe duda alguna: entre la revolución y mis hijas, siempre estarán mis hijas. Para tanto no tengo tiempo.

Poco seductor se me antoja por otra parte el clima de resignación creado por todos y por ninguno. Así como de considerar estas medidas como una suerte de paréntesis en la historia educativa del país. Craso error. Como lo fue considerar el nazismo como un paréntesis en la historia de Alemania, el estalinismo en la de Rusia o el franquismo en la de España. Son tan reales como las de cualquier otro período y así debemos asumirlas y vivirlas, porque de lo contrario sería negar la existencia de todos aquellos que las padecemos. Y es que nos gusten o no son las que la mayoría de la población ha respaldado con sus votos, y no me vale ahora el “si lo hubiese sabido”. Ahora nos las comemos con papas. Por gilipollas. Por anormales. Así de sencillo. La próxima ocasión que la gente se lo piense mejor y si resulta que sigue una y otra vez apoyando a los gobiernos que las despliegan simplemente podremos alegar un “tenemos lo que nos merecemos”. Porque nos agrade o no en esto consiste este deficiente sistema conocido como democracia: en aplaudir lo que me gusta y en apechugar con lo que no. No valen medias tintas. El paquete es completo e indivisible.

Escasamente sugerente se presenta también la consideración de la profesión de docente para la opinión pública. Así, en la cola de la pescadería, cuando antes solo se oía eso de “¡menudas vacaciones!”, ahora se le han sumado matices: “¡con las vacaciones que tienen encima se quejan!”. Y que nadie se haga pajas mentales con eso de que tenemos el apoyo mayoritario de alumnos y padres y otras mierdas similares propias de la factoría Disney. De hecho, yo he ido percibiendo cómo el inicial “estamos con vosotros en la lucha” ha ido mutando por un “joder, que mi hijo está perdiendo muchas clases con vuestras huelgas y este año tiene la selectividad; joder, que yo quiero que os llevéis al niño a visitar Segovia, que al final me va a tocar a mí, y ahora me venís con que no hacéis extraescolares, joder…”. Lejos pues de entender que los docentes, ante todo y sobre todo somos trabajadores con derecho a movilizarnos cuando nuestras condiciones laborales, sean las que sean, se ven perjudicadas. De igual modo que lo tendría un tipo que gana 500.000 euros anuales y goza de 5 meses de vacaciones si pasase a ganar 450.000 y a disfrutar únicamente de 4 meses y medio. Yo personalmente no pienso pedir perdón siempre que esto ocurra y seguiré enarbolando algunas de las banderas ya expresadas en anteriores entregas de esta misma bitácora. Inicialmente las más políticamente correctas y educadas: “no es que los profesores tengamos muchas vacaciones, es que tú tal vez tengas pocas”, o bien,  “no exijas que empeoren las condiciones de los demás, reivindica que las tuyas mejoren”, para seguidamente, y si estas no funcionan, pasar a las más ácidas: “las universidades están abiertas y las oposiciones al alcance de todos los que quieran partirse la crisma, dejarse la juventud y acumular un saco de dioptrías”, “cuando tú conducías un coche con 18 años el único volante que estaba a mi alcance era el del conductor del autobús que me llevaba a la universidad”, e incluso tirar de gallardía torera si la ocasión lo requiere: “¿Cómo dices? ¿Que los profesores vivimos bien? Cuatro que podemos”. O mejor dicho, “que podíamos”.

Almasy©


BARBRA STREISAND: "Memory"



viernes, 8 de junio de 2012

196. Fauna suburbana



Pongamos que entramos en el suburbano de Madrid –popularmente conocido como metro– a eso de las 10 in the morning. Una hora no precisamente punta pero sí lo suficientemente afilada como para perpetrar una radiografía de la fauna que habita en lo que podríamos llamar “el vagón tipo”.
Pese a no toparnos con el tumulto de unas horas antes, lo primero que nos sorprende es el tufillo característico de este transporte. Así como a mina revenida. No en vano nos encontramos bajo tierra y por estos lares no se prodigan los efluvios florales. De hecho, al tradicional eslogan publicitario acuñado por la Comunidad para notificarnos las excelencias del suburbano capitalino: “Metro de Madrid, ¡Vuela!”, bien podríamos añadirle un “¡… y huela!”. Mas centrémonos en el asunto que nos ocupa hoy, que no es la flora sino la fauna del medio en cuestión. Pues bien, entre esta última a buen seguro que hacen acto de presencia, espécimen arriba, espécimen abajo:

a) El viejo verde. Ese que aprovechando cualquier atisbo de masa arrejuntada le arrima la cebolleta a alguna fémina.

b) El lector. Que parece devorar los libros, ávido de letra y más letra, apurando el capítulo no sea que no le dé tiempo a concluirlo antes de que llegue su parada.

c) El lector del lector. Al que parece habérsele olvidado su lectura en casa y se tiene que conformar con echarle un vistazo a la que porta el viajero a su vera. Al descuido, por el rabillo del ojo, articulando el cuello de manera que pueda alcanzar su objetivo sorteando el hombro de su víctima.

d) La maquilladora. Esa que ha apurado el sueño hasta el último segundo y tiene que ornamentarse el careto durante el viaje. La tía tiene una práctica de cojones, pues pese al traqueteo y los empellones que pueda propinar algún maquinista inexperto, se perfila los güellos como si de un delineante se tratase.

e) El melómano. Distinguiendo aquí al avaro, que solo quiere su música para él y se coloca unos cascos que impiden al resto disfrutar de sus piezas; y al generoso, que anhela compartir con el resto de los mortales su currada selección de temas y opta por accionar la función altavoz de su reproductor para deleite de los presentes.

f) El dormilón. Que extiende sus horas de descanso trocando confortable lecho por rígido asiento sin titubear un instante al tiempo que desarrolla un sexto sentido para no pasarse jamás de los jamases la parada que le corresponde.

g) El tarado. Que habla solo y frecuentemente fomenta la bronca increpando a propios y extraños. Se le reconoce porque la gente lo evita y suelen quedar asientos vacíos a su lado.

h) La pureta enlacada cortinglesera. Que tras asestarle un aldabonazo mortal a la tarjeta de crédito del marido que se resiste a jubilarse, te pone ojitos tiernos para que le cedas el asiento.

i) El estudiante. Que despliega su artillería de apuntes y manuales de camino a clase como si se encontrase en una biblioteca. “Repasa en casa, cabrón, que no me dejas sitio para airear las gónadas”, apetece soltarle.

¿Se animan a completar el zoo?

Almasy©


El príncipe gitano: "In the ghetto" 
(Aunque atendiendo al inglés que me gasta el tipo, bien podría ser In the metro)

viernes, 25 de mayo de 2012

195. Palabras



Los que me conocen saben de mi amor por las palabras. Y también de mi pasión por aquellas que, convenientemente combinadas, dejan las cosas claritas: “Me cago en tu puta madre”, verbigracia, no deja lugar a dudas. Tampoco un buen “gilipollas”, articulado eso sí por gente del norte, a la que se nos llena la boca de contundencia cuando lo soltamos saboreando cada sílaba como si de una sentencia de muerte se tratase –siento decir que cuando un amigo del Tajo para abajo me llama “gilipollas” me entra la risa floja­–. Sin embargo, pese a mi afán por los vocablos explícitos, no le hago ascos a un buen eufemismo. Por cierto, y por mucho que diga quien lo diga, no me cabe duda alguna de que los eufemismos los inventaron las abuelas. Como lo oyen. Concretamente en aquellas visitas al pueblo en las que uno llegaba sobrepasado de kilos y su abuela le decía: “¡Ay mi nieto, qué hermoso y qué lozano está!”. “¡Abuela, está gordo!”, corregía el cabrón de tu hermano. “¡Qué va a estar gordo, a lo sumo fuerte!”.

De los últimos eufemismos sobre los que he reparado me han seducido con creces “fallecer” y “aseo”. Por lo que se refiere a “fallecer”, hablamos de la versión políticamente correcta de “diñarla”, salvo en el caso del universo hippie, que por aquello de su ardor floral prefieren “irse a criar malvas” y del colectivo de fisioterapeutas, que se inclinan por “estirar la pata”. Me gusta “fallecer” porque suena a “desmayarse”, seguramente por la impresión que debe causar vislumbrar a la puta Parca empuñando su temible guadaña.

En cuanto a la palabra “aseo”, me priva sobremanera porque esconde a las mil maravillas la podredumbre que puede llegar a implicar. Tanto es así que, cuando uno pregunta en algún local por el “aseo”, su interlocutor solo puede imaginárselo yendo simplemente a lavarse las manos y retocarse el tupé en un espacio inmaculado con aroma a petunias. Lejos pues de váter, letrina, tigre o retrete, que solo mentarlas evocan un cuchitril con el pestillo de la puerta jodido, el perchero reventado –y estas dos circunstancias en invierno, acarreando abrigo y bolso no me negarán que complican notablemente el asunto– y un mísero agujero maloliente en el que virus, bacterias y otros pobladores asiduos a la pestilencia parecer estar esperándolo a uno con el colmillo afilado.

Almasy©


QUEEN: "Bohemian Rhapsody"

viernes, 11 de mayo de 2012

194. Objetivamente desordenadas

Jn. II, 13-22

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén, y halló en el templo vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y cambistas sentados. Hizo un azote de cuerdas, y los echó a todos del Templo con las ovejas y los bueyes, tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Y dijo a los vendedores de palomas: “Quitad esto de aquí: no hagáis de la casa de mi Padre un mercado”. 

Contexto: la presente entrega no llega después de ninguna experiencia personal dolorosa en la que la Iglesia Católica y yo nos hayamos visto inmersos. No estudié en los curas, ni estuve a punto de ordenarme sacerdote, ni serví como monaguillo en parroquia alguna, situaciones estas que suelen destilar un cierto tufillo traumático solo con mentarlas. Es más, de joven -o si lo prefieren, de más joven- llegué incluso a echar raíces en una parroquia de barrio con la que disfruté de tres campamentos de verano que se cuentan entre las experiencias más satisfactorias de mi existencia. Conozco a gente maravillosa en el circuito eclesiático -como en otros muchos circuitos-, pero hay cosas con las que no se puede ni se debe tragar. Hoy simplemente denuncio una de tantas.

(Dedicado a "P", que fue cura y se acabó saliendo. Y a "M", el sacerdote más insumiso que he conocido jamás. Y también a "T", por tirarse el rollo -no puedo desvelar el favor que me hizo porque podría meterlo en un problema- y por empezar oficiando una misa de boda como corresponde: "¡Qué os voy a decir yo del matrimonio si no estoy casado!").

***

¿QUIÉN?: Monseñor Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Espiscopal, o sea, el que expone públicamente el sentir y el pensar oficial de los mandamases de la Iglesia Católica Española.

¿CUÁNDO?: 27 de abril de 2012, sí, sí, han leído bien, de 2012, siglo XXI, edad contemporánea.

¿QUÉ?: "las relaciones homosexuales son objetivamente desordenadas, (...) pero si es una enfermedad o no, no es competencia de la Iglesia. Para eso están los médicos y psiquiatras, y hay muchas opiniones". Literal, sin tuneo alguno por mi parte y enterándome ahora que un psiquiatra no es un médico.

Te voy a explicar yo lo que es desordenado, querido Monseñor:

*Desordenada es la condena que hacéis no solo de las relaciones homosexuales, sino de colchones de salvación para la humanidad como los anticonceptivos. Porque se tiene derecho a echar un polvo sin arriesgarse a concebir un niño que ni se quiere ni se puede mantener. Por simple y llano amor al arte y por extensión para prevenir enfermedades de trasmisión sexual como el SIDA, que por si no os habéis enterado todavía es algo más grave que un constipado. Y ya en países subdesarrollados ni te cuento. Si a los pobrecitos míos les ayudásemos a cortar el grifó, ¡cuánto mejor les iría!

*Desordenado es que en una institución como la escuela pública siga siendo de obligada oferta la asignatura de una confesión religiosa concreta, que en cursos como 2º y 4º de ESO tiene tantas horas de impartición como la Física y la Química de 3º de ESO o la Biología y Geología del mismo curso. Eso sí, me consuela saber que la ley de la gravedad, las valencias de átomos o radicales, la evolución humana y la morfología de la corteza terrestre se podrán explicar como un milagro propiciado por la obra y gracia de Dios, que es muy socorrido y vale pa´ to´

*Desordenado es que el Estado Español, ese que se rige por una Constitución en la que reza -verbo que me viene a huevo para esta entrega-: "Ninguna confesión tendrá carácter estatal", siga financiando vuestras buenas obras -que haberlas haylas-; pero también vuestras atrocidades -que haberlas haylas-, con casillita incluida en la declaración de la renta, mientras que para otros terrenos como la investigación científica se estén aplicando unos recortes salvajes. Por ejemplo para el tratamiento y la curación del cáncer. Así que ya saben, si lo padecen encomiéndense a Padre, Hijo o Espíritu Santo, que para el caso son lo mismo.

*Desordenados son el caos, la muerte y la destrucción desplegados por vuestras abyectas gestiones a lo largo de la historia. Léase Inquisición, tribunal religioso encargado de perseguir, juzgar y castigar delitos contra la fe -o sea, todo- durante la friolera de ocho siglos. Léase Guerras Santas -románticamente conocidas como Cruzadas-, esas mismas por las que hoy a los musulmanes que las enarbolan llamamos fanáticos, terroristas y alguna que otra perla más. Léase apoyo tácito y hasta explícito a regímenes totalitarios sostenidos por el miedo y la amenaza, sin ir más lejos el Franquismo, que por mucho que digamos, sigue latente. Léase connivencia con bandas armadas como en el caso del IRA en Irlanda, y aquí en casa con Euskadi Ta Askatasuna, ETA para los amigos, recomendando en este punto la atenta lectura de obras como la que firma Álvaro Baeza: ETA nació en un seminario, y también tirar de hemeroteca para investigar cuántos eclesiásticos fueron asesinados por el mentado grupo terrorista en todos sus años de cruel existencia. ¿Ninguno? ¿Por qué?

*Desordenada es la opulencia con la que muchos de los que os llamáis representantes de Dios en la Tierra seguís viviendo. ¡Cielo Santo, si es entrar en el Vaticano y entender por qué Lutero lió la que lío hace ya cinco siglos!

*Desordenados son los múltiples casos de pederastia que muchos amparáis y hasta justificáis: "La carne es débil y al fin y al cabo somos humanos", os he oído decir a más de uno en aquellas ocasiones en las que sale a la luz algún escándalo de esta índole. ¿Pero no quedamos en que erais los representantes de Dios en la Tierra?

*Desordenado es vuestro inmovilismo, vuestra contumaz inadaptación a los tiempos que corren. Vamos, que habéis evolucionado menos que el teletexto.

Por último, Monseñor, al psiquiatra os vais tú y tu santa madre, que tuvo que quedarse de un a gusto cuando te parió.

Amén.

Almasy©

P.D. Un buen amigo maricón -me tiene terminantemente prohibido usar los vocablos "homosexual" o "gay" porque dice que son de ricos- me comentaba al hilo de las citadas declaraciones de Monseñor: "De desordenados nada, que mi Javi y yo tenemos la casa colocadísima y limpia como el jaspe". Ahí queda eso. Escogóllalo.


Enrique Iglesias: "Experiencia religiosa"
 

martes, 24 de abril de 2012

193. Se acabó



Se acabó el musical, chicos, se acabó. Se acabaron esos ensayos de recreo en el que me coinciden tres bailes y solo tengo un cuerpo con el que ser y estar. Se acabó lo de devorar el bocata deprisa y corriendo porque hay que terminar un ocho de la coreo que se nos está atravesando. Se acabaron esas séptimas en las que me quedo a ensayar porque la comida y la siesta pueden esperar un rato más. Se acabaron los cuadrantes imposibles y los cientos de miles de emails a todas horas –literal. Se acabaron los “Jaime, no me puedo quedar hoy a ensayar porque tengo conservatorio, o danza, o inglés, o curro…” y también las respuestas rollo: “No pasa nada” –cuando la excusa me pillaba de buen humor– y también las que iban más en la línea de: “Si sigues faltando no puedes seguir en este proyecto” –cuando el enfado, el cansancio y a veces hasta la desesperación hacían acto de presencia. Que lo hicieron–. Se acabaron los subidones cuando la cosa avanzaba, y también los bajones cuando parecía atascarse y no tirar hacia delante de ninguna de las maneras. Se acabó lo de pasar lista, revisar el estado de la cuestión amenazando con cortar cabezas a los más díscolos, arreglar canciones, colocar voces, comprar vestuario... Se acabaron los mensajes de ánimo y hasta alguna que otra bronca con sabor a ultimátum.
Poco importa ya si en el estreno, cuando dimos a luz un proyecto de todo un año en el que por encima del resultado me quedo con el proceso, se atrancó un paso, se fue un texto, no nos dio tiempo a cambiarnos o se nos deslizó algún gallo. Poco importa si una luz entró tarde, si un audio se coló antes de tiempo o si la petaca del micro no respondió como hubiésemos deseado. E importa poco porque el envoltorio en su conjunto fue tan extraordinariamente bello que disfrazó cualquier posible imprevisto de esos que le retuercen a uno el gesto y hasta le provocan alguna lágrima. E importa poco porque acertamos y nos equivocamos juntos, como un equipo, unidos por un proyecto común, por un latido compartido, por los eslabones de una cadena única, por una indivisible pulsera enmarañada en todas y cada una de nuestras muñecas.

Se acabó. Pena, penita, pena, que se acabó.

Almasy©




KARL JENKINS: "Adiemus"

viernes, 20 de abril de 2012

192. Hasta la muerte

De niño, me gustaba ir a ver trabajar al zapatero de mi pueblo. Mientras remataba la faena –todavía eran tiempos en que si algo se estropeaba se arreglaba en lugar de tirarlo– Miguel me contaba historias que me dejaban boquiabierto. Recuerdo palmariamente una que hoy me sirve como brillante introducción a la entrega que nos ocupa. “Chico, en esta vida hay que tener humor hasta para morirse. Fíjate si no mi amigo Amancio, que era un cachondo mental. El muy cabrón se fue antes que yo, incluso tuve ocasión de visitarlo cuando languidecía en el lecho en el que se le avecinaba la muerte. Yo iba con la mentira por delante: «Tranquilo Amancio, que ya verás cómo sales de esta». Él sonrió y mirándome fijamente a los ojos apenas me susurró: «Miguel, se va el caimán». Y se murió”.

Pues bien, siguiendo las enseñanzas del sabio Miguel, popularmente conocido en el mundo entero como “Chelín”, me dispongo en el día de hoy a analizar las ocurrencias con las que nuestro insigne ministro de Educación señor Wert –que tiene apellido de carburante de coche como mínimo­– se habrá quedado calvo –en este caso tal vez habría que precisar “más calvo” por aquello de que ya hace tiempo que el sujeto en cuestión parece no saber muy bien dónde le termina la cara y le empieza la cabeza– a la hora de recortar gastos en la cartera que dirige. A saber:

-Aumentar un 20 % la ratio en las aulas, o sea 30 en primaria, 36 en secundaria y 42 en bachillerato.

Eso sí, en Comunidades como Madrid, todos ellos religiosamente bilingües. Aunque digo yo que con esas cifras habrá que dotar al profesorado de cronómetro –sin alardes, con uno de los chinos valdría, que hay crisis– a fin de distribuir convenientemente el tiempo del que un alumno dispone para expresarse en la lengua de Shakespeare. Así a bote pronto, en una clase de, pongamos un 1º de ESO, a razón de 36 individuos, en un período lectivo de 50 minutos, me sale a 1 minuto 23 segundos por barba. Ni uno más.

-No cubrir las bajas docentes inferiores a dos semanas de ausencia.

Poco exigente, se mire por donde se mire. Además, significaría dejar de prestar un servicio, así que por qué no dar un paso más. Total, si puesto el culo a los azotes. De hecho, prohibiendo que los profesores se pongan enfermos asunto arreglado. Desde luego, que no se les haya pasado esa medida por la cabeza. ¿O sí?

-Aumentar la jornada laboral de los profesores.

Pero sin cortarse un pelo. Es más, abogo en este terreno porque nos conviertan en profesionales 24 horas, como algunas farmacias y cerrajeros. Ya me veo instalándome en casa un aparatico para impartir docencia y resolver dudas por videoconferencia. “Martínez, quítese el pijama y vístase con decoro que le estoy viendo”. “Cifuentes, acabe ya la madalena y límpiese la comisura de los labios que empezamos con las derivadas”. “Hombre por Dios, Domínguez, cierre la puerta del baño cuando tire de la cadena, que se me acopla el micrófono”. “Susaeta, enfoque correctamente la webcam que nos conocemos”.

-Restringir los complementos salariales docentes, esto es: trienios y sexenios.

Mucho mejor y sin restringir, reconvertirlos en milenios.

Mas no se apuren, oigan, todo coyuntural y reversible, como las cazadoras o los chubasqueros.

Almasy©

Mozart: "Requiem"


jueves, 12 de abril de 2012

191. Empatía


Doña RAE la define como la “identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro”, y para determinadas profesiones como la de actor puede resultar un instrumento de incalculable valor. Para otras, en cambio, no tanto, por mucho que se diga. Verbigracia para la de historiador. Así a bote pronto bien pareciera que para este el ser capaz de sintonizar y ubicarse en el tiempo y en el espacio sobre el que escribe pudiese marcar la diferencia con otro incapaz de emprender semejante viaje. Pues según se mire, les diré. De hecho, la empatía homeopática, o sea, en contadas dosis oportunamente suministradas con el gotero de marras, tal vez permitiría verdaderamente contribuir a que el profesional de la historia recrease más y mejor la época que estudia; sin embargo, administrada en exceso, lo único que puede acarrear es la justificación de lo injustificable. Así por ejemplo el Holocausto ha sido explicado por numerosos analistas ebrios de empatía como un acontecimiento que debe entenderse inscrito dentro de un contexto bélico como el de la II Guerra Mundial, donde seis millones de muertos arriba o abajo poco importasen. Total, si de lo que tratan las guerras es de matarse. Hablando en plata: que abusando de la empatía podríamos llegar a perdonar cristianamente a Hitler por sus pecados esgrimiendo que debemos comprender sus acciones dentro del marco que le tocó vivir. O a lo sumo tacharle de un “hijo de puta de su tiempo”. No se equivoquen, fue un “hijo de puta” a secas, o si lo prefieren, “de todos los tiempos”.

Pero no se crean que el vocablo en cuestión se presenta única y exclusivamente en foros y ambientes profesionales de postín, sino que, como no podía ser de otra manera, tiene también su correspondiente versión cotidiana. Es el famoso: “Tío, sé cómo te sientes”. Muy habitual cuando uno atraviesa una coyuntura jodida que otro supuestamente ha experimentado con antelación. “Mis cojones treinta y tres sabes cómo me siento”, me apetece espetar en estas ocasiones. Poco importa si el suceso del que llora bien pareciese una calcomanía del que consuela. Y es que ca´ uno es ca´ uno y sus circunstancias, que diría Ortega y a buen seguro que también Gasset. Así, aunque podamos aceptar que si nuestro interlocutor ha vivido una experiencia semejante a la nuestra podría estar en condiciones de transmitirnos un ápice extra de comprensión afectiva, jamás de los jamases será capaz de ponerse en nuestra piel. Resumiendo y rediciendo pues: “Mis cojones treinta y tres”.

Almasy©

Rachmaninov: "Piano Concerto nº 2, mov. 1"


sábado, 17 de marzo de 2012

190. El lince ibérico

El otro día volví a ver uno. Creí que se habían extinguido, como el lince ibérico; pero resulta que alguno anda suelto todavía. Era domingo, hora del desayuno, y entró en el bar en el que me encontraba. Ataviado con su chándal ochentero de “Recambios del automóvil Domínguez”. La chaqueta ajustadeta, dejando intuir una prominente barriga cervecera, sin camiseta debajo, permitiendo que una antológica pelambrera le asomase salvajemente para deleite de cuantos reparamos en contemplarlo. El pantalón pesquero, cargando merienda a la derecha, como corresponde, y dos calcetines blanco escayola de los buenos. De los de marca. De esos con las rayas negra y roja y el par de raqueticas cruzadas bien visibles. Por supuesto con zapatos de tafilete negros similares a los que calzaba Michael Jackson para hacer su antológico moonwalk –lo de los pinreles deslizándose para atrás, ya saben–. Completaban su estampa el pelo engominado desde la raíz a las puntas, diligentemente atusado hacia atrás, rollo lametón de vaca, y oros por doquier: en el cuello un cadenón de ancla como mínimo, en las muñecas un par de esclavas tamaño hulahoop y en los dedos hasta cuatro sellazos de aúpa.

Ingresó en el local muy estirado, con andares de esos que bien pareciera que el que los exhibe ha sido recientemente operado de hemorroides. No era habitual del local, pues no se dirigió al camarero por su nombre sino con un clásico entre los clásicos: “Jefe, un café tímido, un sol y sombra y un pincho de tortilla”. Mientras esperaba la comanda, sus pasos no pudieron refrenarse y se dirigieron al único lugar al que razonablemente podían encaminarse: la máquina tragaperras. Entre partida y partida, embebido en el alineamiento de melones y sandías, carraspeaba contundentemente, buscando arrancarse de la garganta algún incómodo esputo mal atravesado.

Se apretó el café tímido y el sol y sombra en un abrir y cerrar de ojos y seguidamente se puso manos a la obra con el pincho de tortilla. Cogía el tenedor como si estuviese manejando una forca en plena era. Cuando concluyó, tiro de mondadientes y nos deleitó con la extracción de varios paluegos alojados en los apenas cinco piños sanos que le restaban. Seguidamente un generoso eructo y un par de rascaditas de huevamen sin reparo alguno completaron la escena.

Entonces se echó mano al hombro y sacó el paquete de tabaco. Extrajo un cigarrillo y pidió lumbre al camarero. “Disculpe caballero, está prohibido fumar en el interior del bar”. El lince dudó unos instantes, apenas unos segundos que le permitieron recolocarse para finalmente salir atropelladamente del local berreando: “Que os den por culo, rojos de mierda”. Una joyita, no me negarán.

Almasy©

EL FARY: "El morito Juan"