jueves, 29 de septiembre de 2011

170. Mis amigos los libros


Son solo ellos mis grandes amigos. Tal vez los únicos. Al menos los únicos incontestablemente fieles. Porque me alimentaron durante muchos años y me siguen alimentando. Porque se puede decir que me dan de comer. Porque ocupan mis tiempos muertos. Esos en los que otros prefieren encender el televisor o echar un polvo. Porque insistentemente me regalan mentiras piadosas: haciéndome viajar a inefables parajes que nunca conoceré, presentándome universos inexistentes, teletransportándome a pasados, presentes y futuros lejanos apenas pasando sus páginas –más barato y sencillo no se me ocurre–, haciendo posibles amores imposibles y reales sueños soñados, permitiéndome ser indistintamente héroe, villano, rey, juglar, alienígena, dragón, pirata, sirena, corredor de fondo, banderillero, sátiro, puto de lujo o perdedor de taberna. Porque jamás te traicionan aunque los maltrates arrinconándolos en lo alto de un polvoriento estante, ignorándolos de por vida, subrayándolos, anotándolos, acarreándolos penosamente en sucios bolsos en los que soportan estoicamente los vaivenes de los trenes en los que viajan, los efluvios malolientes de las estaciones de autobuses, los suelos medio fregados de las terminales de aeropuerto, las penosas salas de espera de aquellos lugares en los que toca esperar. Porque te permiten saltarte protocolos y diplomacias absurdas. Esas que rezan que resulta maleducado dejar a alguien con la palabra en la boca. Hacer oídos sordos a su conversación, interrumpirlos cuando su palique no te seduce, te incomoda, te aburre, te ralla las tripas. Por contra ellos, los libros, acceden a que los cierres sin remilgos, faltándoles al respeto sin tapujos, apartándolos de un plumazo simplemente alegando que no te seducen, que te incomodan, que te aburren, que te rallan las tripas. “¡A tomar por culo, no te leo más, cansino! ¡Que pase el siguiente!”. Porque los más gordos sirven como improvisados trípodes, porque los más flacos sirven como improvisados abanicos. Porque igual te calzan una mesa, o una silla, que te adornan interminables estanterías en las que impiden que anide más polvo de la cuenta. Porque son bellos, y me cautiva sobremanera tocarlos, olerlos, salivarlos tímidamente para que sus páginas discurran con fluidez lúbrica. Porque me complace regalarlos y que me los regalen. Porque desconocen los celos y acceden a la poligamia que supone estar leyendo varios al mismo tiempo. Porque no te ponen mala cara si los abandonas durante una semana, un mes, un año, para siempre; ni exigen separación de bienes cuando te dispones a abrirlos. Porque te permiten jugar al escondite cuando se ocultan en tenderetes de librero a la espera de que los descubras, o tal vez de que te descubran ellos a ti. Porque sí.

Almasy©


The Cranberries: "Salvation"(live)

jueves, 22 de septiembre de 2011

169. Despertar

Acudía cada tarde al muelle para verla. Desde allí había una panorámica inigualable del paseo marítimo, al que ella acudía puntualmente para contonearse al son de las olas. Observaba cada uno de sus pasos con precisión topográfica, alcanzando a contar los que daba de ida y de vuelta. No podía apartar la vista de su cabello lacio, bamboleado por la brisa, suelto la mayor parte del tiempo, encoletado en ocasiones. A menudo ella se paraba en el puesto de golosinas y compraba una nube de algodón. Le gustaba ver cómo la devoraba con los labios carnosos y relucientes de carmín robado. En ocasiones el espectáculo se hacía mucho más interesante cuando su tío Alfredo le prestaba sus viejos prismáticos. Él le decía que eran para avistar pesqueros y tenía que prometerle tres o cuatro veces que los defendería con su vida para devolvérselos intactos cuando la tarde se apagara. Esos días él se centraba en contemplar cada rincón de su piel, poblado de pecas alimentadas por el sol.

A veces ella correteaba con las amigas que solían acompañarla, lo que hacía más difícil la cuenta de pasos; pero igualmente ninguna zancada se le escapaba. Cuando llegaba el verano su ropa se hacía más ligera, más corta, más vaporosa. Entonces afloraban las camisas sin mangas, con escotes vertiginosos en los que perderse una y otra vez, y las faldas por encima de la rodilla. Cuando el viento soplaba con firmeza aguzaba especialmente la vista buscando algún descuido que alimentase su imaginación.

Jamás había hablado con ella, nunca se había acercado a menos de 101 pasos; pero sabía que se llamaba Andrea porque un día ella se había puesto a gritarle su nombre al horizonte. Tal vez jugando a buscar un eco imposible, tal vez con la azarosa intención de regalarle a él algo más que su presencia.

Las pocas tardes en que ella no comparecía, él pasaba igualmente la tarde en el muelle. Comía pipas de calabaza y lanzaba las cáscaras al vuelo para deleitarse contemplando cómo las gaviotas les daban caza. Casi siempre atinaban; pero cuando fallaban soltaba una risotada estúpida y les echaba en cara su torpeza.

Para el otoño dejó de personarse con amigas y empezó a frecuentarla un tipo alto, elegante, a buen seguro una decena de años mayor que ella que no paraba de hablar todo el paseo mientras ella lo escuchaba embobada. Entonces él se ponía muy celoso, maldecía, se mordía las uñas y malfumaba cigarrillos baratos que le producían una tos insoportable. Una tarde el tipo la agarró del brazo y la zarandeó unos instantes. Quiso correr hacia ellos para borrarlo de la faz de la tierra, pero no alcanzó a reunir el arrojo suficiente. Sintió que sus piernas se atenazaban y su corazón se encogía. Quería gritar y la voz se ahogaba en los adentros. Finalmente tuvo que conformarse con mirar torvo y maldecir más y peor.

A veces la miraba sentado en un banco de madera y cuando ella ya se había marchado, él se dedicaba a escribir su nombre cientos de veces con una navajita pequeña pero efectiva. Lo perfilaba con cuidado, tatuando cada trazo como si lo que tuviese entre manos fuese su piel y resultase indispensable sortear con esmero cada una de sus pecas.

En una ocasión en la que ella caminaba sola sus miradas se cruzaron y él no pudo sino turbarse. Súbitamente, ella comenzó a caminar acelerada hacia él. Quería esconderse y no tenía dónde, mientras ella apretaba el paso a su encuentro con el gesto torcido. Un sudor frío recorrió su frente al tiempo que en su garganta pareció concentrarse todo el salitre del mar que tanto conocía. Por primera vez perdió la cuenta de sus pasos. “¿Qué andas mirando mocoso?”, lo interpeló. “Te miro a ti”, alcanzó a pronunciar antes de desmayarse.

Almasy©

HÉROES DEL SILENCIO: "Despertar"


jueves, 15 de septiembre de 2011

168. A uno le entran ganas... Sin embargo a buen seguro que finalmente...

A/A de alumnos y padres de alumnos del IES Cualquiera:

Tras la publicación por parte de la Consejería de Educación de la Comunidad Autónoma de Madrid de las instrucciones por las que ha de regirse el curso escolar 2011-12, colofón a un largo proceso de porculización perpetrado por la administración a la enseñanza pública, les confieso, en calidad de docente, que:

-A uno le entran ganas… de llegar el primer día de clase sin motivación y alegría ninguna, con cara de pocos amigos e inexistente disposición para dar más de sí que lo que legalmente le corresponde. Básicamente, y al margen de todas las implicaciones que tienen los recortes decretados, porque uno también tiene derecho a quejarse única y exclusivamente porque le empeoren sus condiciones laborales. Faltaría más. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente pondrá buena cara al mal tiempo y afrontará el curso como lo que es: todo un reto en el que se precisa traer las pilas y la mochila bien cargadas de energía y ganas. De lo contrario: ¿cómo enseñar nada a nadie?

-A uno le entran ganas… de dejar de poner la cara –corriendo frecuentemente el riesgo de que se la partan– cada vez que un usuario del servicio plantee cualquier tipo de disconformidad con la enseñanza impartida y/o la organización del centro, remitiéndole automáticamente para su resolución a la inspección, a la Consejería de Educación o a Benedicto XVI. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente pondrá presto la jeta –reitero nuevamente lo de corriendo el riesgo de que se la partan–, servirá de parapeto que evite males mayores a los gestores, se comerá marrones de toda índole y dará explicaciones lo más parecidas a razonables para justificar acciones injustificables que no comparte pero que se ve en la obligación de cumplir atendiendo a su condición de funcionario público.

-A uno le entran ganas… de olvidarse de organizar actividades extraescolares que enriquezcan el currículo y el crecimiento personal de sus alumnos. En primer término porque al aumentar las horas lectivas, dispondré de menos horas para prepararlas, y en segundo lugar porque es bastante probable, al tiempo que razonable, que el equipo directivo me inste a que no las realice apelando a que al haber menos profesores en los centros, no puede asegurarse que un compañero de guardia cubra mi ausencia y atienda a los alumnos que decidan optar por quedarse en el instituto. (Nota aclaratoria: un profesor de guardia, términos desde mi punto de vista contradictorios, pues poco de profesor tiene un guardia y viceversa, es aquel que cubre la ausencia de un compañero porque este no haya acudido al centro –por ejemplo porque se encuentre enfermo, algo a lo que en principio todavía tiene derecho– o realizando una actividad extraescolar –situación que dista sobremanera de estar de vacaciones–). Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente seguirá organizando dichas actividades a como dé lugar, engañando a algún compañero para que le cubra las espaldas, conminando a que todos los alumnos acudan a la salida para no generar restos humanos que alteren la vida del centro, incluso pagando de su bolsillo el precio requerido en aquellos casos que el discente no pueda afrontarlo económicamente.

-A uno le entran ganas… de entrar por la puerta de clase apelando a la huelga de celo y manifestar la imposibilidad de impartir docencia en aulas con 40 alumnos, argumentando que la cantidad de oxígeno disponible en el habitáculo es insuficiente para articular la voz más de 10 minutos sin riesgo para la salud (Apunte: en el caso de que los alumnos acaben de venir de la clase de educación física –otrora gimnasia– este período de tiempo se reduce ostensiblemente en función de los sudores y efluvios varios que puedan darse cita). Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente acabará desenvolviéndose en territorio hostil y no le quedará otra que recurrir a la tradicional apertura de ventanas y puertas para que la cosa ventile y el cuerpo –en este caso la voz– aguante.

-A uno le entran ganas… de que en caso de que a uno le corresponda hacer una guardia y se encuentre con que tiene que hacerse cargo de 80 ó 90 adolescentes ávidos de aventuras, algo que puede y de hecho va a suceder teniendo en cuenta los recortes de personal adoptados, los baje directamente al patio y les permita hacer y deshacer a su libre albedrío tras constatar que resulta inviable desarrollar convenientemente una vigilancia que asegure su integridad. Es más, en caso de que a uno le corresponda hacer en solitario una guardia de recreo, entran ganas de volverse radicalmente selectivo y organizarse de modo que los lunes, miércoles y viernes persiga a los que se esconden para fumar y los martes y jueves a los que planean partirse la cara a la salida. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente hará lo imposible para desdoblarse a sí mismo, multiplicarse y echarle un ojo de los tres que tiene a todos los alumnos a su cargo, ejerciendo lo mejor que sepa y pueda funciones para las que no fue formado y sin embargo le exigen: desde guarda jurado a inquisidor pasando por funcionario de prisiones.

-A uno le entran ganas… de abandonar definitivamente los exámenes como pruebas que midan los conocimientos adquiridos por los alumnos, teniendo en cuenta que al aumentarme los períodos lectivos se me restan los que puedo dedicar a su preparación y corrección. También se puede optar por devolverlos corregidos al cabo de tres meses de su celebración o decantarse por una práctica torera para dilucidar su calificación: que la montera –en este caso el examen– cae con el nombre hacia arriba: suspenso por arrogante, que cae con el nombre hacia abajo: aprobado por humilde. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente seguirá poniéndolos tras acabar concluyendo que la vida es un constante devenir de exámenes y que no podría mirarse al espejo y sentir respeto hacia el rostro que este le devuelve si no hubiese preparado a sus alumnos para afrontarlos.

-A uno le entran ganas… de que cuando un alumno nos pregunte por el destino de aquel fabuloso interino que tuvo la suerte de disfrutar el curso pasado contestarle que este se ha ido a la puta calle y que muy probablemente, a pesar de su valía, a pesar incluso de haber aprobado los exámenes de una o varias oposiciones, jamás volverá a trabajar. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente hará suyo el discurso que nos han impuesto y acabará por resolver la papeleta diciendo que simplemente no le han renovado el contrato. Eufemismos al poder.

-A uno le entran ganas… de simular una enfermedad con la intención de ponerse de baja y, toda vez que han de mandar un sustituto, generar empleo. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente será incapaz de poner el careto alargado delante del médico y pronunciar las palabras mágicas que abren las puertas del Paraíso: “Estoy estresado”.

-A uno le entran ganas… de llevar permanentemente un cronómetro que deje constancia de la cantidad de horas trabajadas al cabo de una semana y en caso de superar las 37,5 acudir a nuestros servicios jurídicos y sindicatos –si los hubiera o hubiese– y reclamar un complemento retributivo extra. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente se conformará con una recompensa mucho más idealista: la satisfacción del deber cumplido no se paga con dinero, para todo lo demás Mastercard.

-A uno le entran ganas… de no preparar ningún material al margen del libro de texto que aclare contenidos, que profundice en nuestras enseñanzas, que suscite curiosidades, que despierte vocaciones. Es más, a uno le apetece entrar por la puerta y recurrir al rancio “Fulanito, página 57, lee”. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente no podrá resistirse y acabará por preparar apuntes, páginas webs, blogs, interminables nóminas de lecturas recomendadas, trabajos que agilicen el espíritu crítico de sus alumnos, que los acerquen a las nuevas tecnologías, al bilingüismo y hasta a la puta que me parió.

-A uno le entran ganas… de no responder a ni una sola duda una vez traspasado el umbral de la puerta del aula y remitir directamente a los alumnos al libro de texto, a internet, al inspector, a la consejera de educación o a Benedicto XVI. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente sacará un hueco de donde no existe, se quedará un recreo sin café, sin mear, sin cagar, sin el sabroso bocadillo que prepara el de la cafetería, escribirá un email a horas intempestivas o colgará en la web que no debería haber creado nuevos materiales que aclaren más y mejor lo trabajado en el aula.

-A uno le entran ganas… de que siempre que deba convocarse una reunión con padres empezar a hacerlo a horas que me vengan bien a mí y no a ellos. Me propondré así olvidarme de que ellos trabajan y tienen vida privada y que a mí –que ni trabajo ni tengo vida privada– me conviene citarlos a las 7 de la mañana o a las 3 de la tarde, es decir, un rato antes de mi primera lectiva o apenas concluida mi última clase, y no a las 18 horas, sin considerar que ellos tal vez para entonces hayan concluido su jornada laboral y puedan asistir. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente las convocará pensando en el prójimo, como los buenos cristianos, ignorando que por las tardes a su mujer le gusta dar un paseo y que a su hija le apasiona que la lleven a los columpios.

-A uno le entran ganas… viendo el ninguneo al que se ha sometido a la función tutorial, a no devanarse los sesos buscando temas transversales sin importancia que abordar con los alumnos, tales como los riesgos de internet, la educación sexual, las drogas, las bandas organizadas, la sensibilización para con los más desfavorecidos… Total, bien mirado todas las familias de este país, perfectamente estructuradas, católicas, apostólicas, romanas y consecuentes como Dios manda, se preocupan en sus hogares por advertir a sus vástagos de los peligros que encierran estas realidades. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente se preocupará por aportar su granito de arena para evitar que en el futuro proliferen los hijos de la gran puta y las ovejas descarriadas. Así, se desvivirá por buscar actividades y charlas que los alejen, verbigracia, de los pedófilos que usan la red para su caza y captura, de quedarse embarazados con 14 primaveras, de que entiendan que el botellón no es su única alternativa de ocio, de que la única banda fiable es la de música…

-A uno le entran ganas… de negarse a los alimentos y declararse incompetente para abordar con garantías la docencia en una clase masificada con cada sujeto hijo de su padre y de su madre (cinco chinos que por no hablar no hablan ni chino, dos rumanos recién aterrizados, tres marroquíes con cara de estar de ramadán, seis bolivianos que se llevan a matar con los seis peruanos, seis peruanos que se llevan a matar con los seis bolivianos, dos subsaharianos apenas desembarcados de una patera que bastante tienen los hombres con no desmayarse, dos docenas de especímenes producto nacional bruto, un motórico, dos límites y una terna de alumnos aventajados que sueñan con ser ingenieros de caminos) y acabar por preocuparse únicamente porque alcancen los mínimos requeridos por ley. Ni más ni menos. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente concluirá que esa medida no hace sino degradar aún más la enseñanza pública y acabará por adaptarse al medio y tornará en uno de esos maestros de ajedrez que juegan simultáneas en las que se enfrentan desde a neófitos en la materia que desconocen el movimiento del peón hasta aventajados listillos que en algún lance incluso los ponen en apuros. Atención a la diversidad se llama en el mundillo.

-A uno le entran ganas… de mirar para otro lado si nada más salir del instituto y concluir su horario se topa con un alumno procediendo inadecuadamente: rompiéndose los morros con otro, coqueteando con las drogas… Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente recordará que somos docentes desde que nos levantamos hasta que nos acostamos y que por encima de nuestra labor de enseñantes está la de educadores. Y ese traje no nos lo quitamos nunca.

-A uno le entran ganas… de negarse de plano a organizar cualquier actividad seductora de esas que encandilan a los alumnos: una obra de teatro, un coro, una función de danza. Sobre todo teniendo presente que ahora tengo menos tiempo y además estas cuestiones no cuentan apenas con ningún tipo reconocimiento salarial ni horario. Ni agradecido ni pagado que se dice por ahí. O, encima de puta poner la cama. Como prefieran. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente sacará tiempo donde no existe, se quedará hasta altas horas de la madrugada devanándose los sesos para proponer este tipo de actividades, por cuadrarlas en un horario que las ignora y margina solo para que los alumnos tengan la oportunidad de disfrutar de una serie de experiencias con un valor incalculablemente superior al de cualquier hora lectiva.

-A uno le entran ganas… de echarse a llorar por los compañeros que, pese a estar en posesión de su plaza –ganada con sangre, sudor y lágrimas–, se han visto avocados a realizar sustituciones, a compartir centros y lo que es peor, a estar parados en sus casas esperando esa llamada que nunca llega. Muchos de ellos compañeros fabulosos que dejaron una impronta inigualable en sus alumnos y sin embargo se les mandó con la música a otra parte. Incluso a ninguna parte. Creo que la nuestra es de las pocas profesiones que pareciera importar poco hacer las cosas bien, mal o regular. Es más, apetece encargar a todos los departamentos de educación plástica de la Comunidad de Madrid monumentos a los caídos que impidan que nos olvidemos de esos que podríamos ser nosotros. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente se resistirá a llorar y se centrará en animarlos, en hacerlos reír, en regalarles consignas que a veces ni tú mismo te crees: “No te preocupes que te van a llamar para una plaza acojonantemente buena”.

-A uno le entran ganas… negarse en rotundo a cualquier iniciativa y/o programa que provenga de arriba, léase bilingüismo, léase bachillerato de excelencia, plan refuerza, campeonatos escolares o la puta que lo parió, entendiendo que si no hay dinero para lo más básico, ¿cómo se explica que circule para otros asuntos de menor calado? Siempre he defendido el bilingüismo como un reto del sistema educativo español, pero seguir apoyándolo y financiándolo cuando has despedido multitud de profesionales –seamos políticamente correctos: cuando no les has renovado el contrato–, has empeorado ostensiblemente las condiciones de los que se quedan y tienes aulas hacinadas con cerca de 40 sujetos –entre otras lindezas–, el bilingüismo puede esperar. De hecho, el empecinamiento en su implantación actualmente se asemeja a esas chabolas gitanas de cartón piedra y sin agua corriente pero con antena parabólica y jacuzzi. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente entenderá que tal vez esto sea lo que anhelan los de arriba, que nos hagamos el harakiri a fin de degradar todavía más la enseñanza pública para que todo padre con dos dedos de frente, preocupado por la educación de sus vástagos, acabe huyendo hacia la privada –matizo, que como la cosa va de eufemismos no quiero privarles de uno de actualidad: la concertada­– porque en la pública nos negamos a dar de sí más allá de los cincuenta minutos de clase.

-A uno le entran ganas… no volver a votar a ninguno de los dos partidos mayoritarios de este país. Esos que en campaña electoral claman que la educación es inversión pero cuando gobiernan donde dije digo, digo Diego­. Y para muestra dos botones: en apenas un año nos han bajado el sueldo y han empeorado sensiblemente nuestras condiciones laborales. ¿No querías caldo? Pues toda dos tazas. Es más, dan ganas de no volver a votar jamás. Sin embargo, este docente que soy y al que la administración y gran parte de la sociedad concibe como un redomado vago con privilegios inalterables, a buen seguro que finalmente se tragará esas mierdas edulcoradas que se venden en democracia, como lo de apelar a tu sentido de la responsabilidad como ciudadano, o la que reza que debes acudir a las urnas por todos aquellos años y personas que no conocieron el sufragio universal.

¿Sigo?

Almasy©




PINK FLOYD: We don´t need no education

jueves, 8 de septiembre de 2011

167. Comerte a besos

Quiero comerte

a besos por la mañana,

por la tarde,

por la noche,

de madrugada.

Quiero que

todas tus horas

conozcan mis besos.


Quiero comerte

a besos todos los días

de la semana,

del mes.

No descansaría ni los domingos,

ni otras fiestas de guardar,

dijera el Creador

lo que dijese.


Quiero comerte

a besos en primavera,

en otoño,

en invierno.

Solo cesaría en verano,

si y solo si tú me lo pidieses,

alegando incompatibilidad

entre besos y calores.


Quiero comerte

a besos agudos

y esdrújulos.

Nunca llanos,

pues tú de llanura

no tienes nada.

En todo caso,

cordillera.


Quiero comerte

a besos pausados,

perfectamente delineados,

en momentos tranquilos,

y a besos ávidos,

de trazo grueso,

cuando la situación requiera

un aquí te pillo aquí te mato.


Quiero comerte

a besos en ángulo recto,

en ángulo agudo,

en ángulo obtuso,

en ángulo cóncavo,

y por encima de todos,

en ángulo convexo.

Que suena a beso.


Quiero comerte

a besos de colores,

rojos

como la carne

de la sandía,

amarillos

como la piel

de los limones.


Quiero comerte

a besos de todos los tamaños,

a besos kinkones

si los precisas

grandes,

y a besos torrebrunos

si los precisas

chiquitos.


Quiero comerte

a besos,

y que tú,

también me comas

a besos.

Quiero,

que nos comamos

a besos.


Almasy©



ANA BELÉN: Derroche