viernes, 18 de octubre de 2013

208. Los padres somos unos moñas y nos deberían dar un carnet acreditándolo


Hace unos meses que prometí volver al ruedo bitacorero con una entrega sobre padres, y más específicamente centrada en la "moñez" -permítaseme el neologismo- que nos caracteriza y para la que me temo que no tenemos remedio alguno. No he cumplido con los plazos, motivo por el cual me disculpo ante los que habitualmente aterrizan por estos lares, pero como bien dice el refrán, "más vale tarde que nunca".
Aclarado lo cual me adentro en procelosas aguas. Ni más ni menos que en las de denunciar la manifiesta idiocia con la que habitualmente procedemos los progenitores. Algunos más que otros, evidentemente, e incluso puede que alguno se escape de la quema, pues siempre hubo justos en Sodoma -y en Gomorra también-; pero créanme que mayoritariamente aquí no se salva ni el Tato.
Bien podríamos arrancar mentando la "moñez" que destilan los sobrenombres con los que familiarmente nos referimos a nuestros vástagos. Desde "mi bebe" (aunque el chaval ya tire de cuchilla de afeitar y se encierre sospechosamente en el baño a dios sabe qué), pasando por "mi princesa" (incluso los que nos declaramos abiertamente republicanos tiramos de monarquía para estos menesteres), hasta llegar a toda una retahíla de medionombres y/o diminutivos que si bien para nuestras mascotas serían perfectamente apropiados, para la carne de nuestra carne, para la sangre de nuestra sangre, se me antojan hasta ridículos.
Como ridículas son también determinadas atribuciones tempranas que les asignamos a nuestras criaturas desde la más tierna infancia, tales como: "Mi Jessi compone desde los cuatro años y toca varios instrumentos desde los 6" o "¿Lo has oído? ¿Has oído a mi Pedrito? ¿Has oído lo que ha dicho? Ha dicho circunstancia"; cuando la cruda realidad, como mínimo, introduciría notables matices que nos conducirían por sendas bien diferentes, más en la línea de: "Mujer, si consideras los cojones como un instrumento de percusión, entonces sí, entonces tu Jessi los toca como los ángeles" y "Hombre son formas de verlo, a mí me parece que ha dicho un gugutata como la copa de un pino".
Además, para más inri, lo peor de todo, es que no nos conformamos con circunscribir nuestra "moñez" al ámbito privado, sino que nos empeñamos en hacer ostentación pública y notoria de la misma. Y para muestra un botón: ¿Han participado o sido testigos de alguna reunión de padres en la escuela infantil? Pues de película de Berlanga, se lo juro. La esforzada profesora por un lado intentando trasladar la información propiamente dicha del devenir del curso y mientras los papás y las mamás interrumpiendo una vez sí y otra también con gilipolleces varias: "¡A mi Raúl la manzana le sienta mal!", "¡Mi Kevin como no se eche siesta no es persona!", "¡Pues mi Jennifer como la profesora le levante la voz se hace popó encima!". Ante lo que la profesora calla pero no otorga, pues ganas no le faltan de contraatacar con: "¡Pues si le sienta mal la manzana a tu Raúl le mandas pera, zorra!", "A tu Kevin lo que le pasa es que la noche lo confunde y como no lo acostáis hasta las 23:30 -que me lo cuenta él, no te vayas a creer- en cuanto puede se abona al planchado de oreja", "No te equivoques, bonita, tu Jennifer no se hace popó, tu Jennifer lo que hace es cagarse en mayúsculas, que la jodía tendrá cuatro años pero pone unos mojones como el sombrero de un picador".
Les aseguro que la cosa no mejora mucho con los años. Al revés. Ya en el colegio a mi niño no se le pueden mandar deberes porque se satura y puede llegar a frustrarse. Eso sí, el judo, la natación, el inglés, las sevillanas y el fútbol al que yo le he apuntado por las tardes, lejos de saturarle, complementan y enriquecen su educación y su existencia.
Uno podría pensar que en el instituto y con la llegada de la adolescencia a puerto, la "moñez" se disipa, si bien en algunos casos, cabría apuntar que se enturbia y se acrecienta sobremanera. Así, están los padres a los que les da por hacerse "amigos" de sus hijos, asunto que jamás alcanzaré a comprender. Con lo complicado que es aproximarse a la condición de buen padre/madre, como para complicarse la existencia pretendiendo convertirte en colega de tu rapaz/rapaza. "Cariño, tú cuéntamelo todo que sabes que soy tu mejor amiga y no tiene que haber secretos entre nosotras". "Pues mira mamá, hoy el Richar me ha tocado un pecho, pero poco y por encima de la camiseta e inmediatamente a continuación yo me he puesto a comerle la boca, que así entre nosotras y en confianza te diré que le sabe a puerro".
Y así hasta llegar a la mismísima edad adulta. Créanme, como lo oyen. Que como docente todavía he tenido que escucharle a mamás y a papás con criaturas bien entradas en la veintena perlas del tipo: "¿Le importaría apuntarle los deberes en la agenda al muchacho? Es que es tan despistado". A lo que, mordiéndote la lengua, sueles responder con un escueto: "Lo siento, señora, pero su hijo ya es mayorcito para esos menesteres", aunque lo que verdaderamente subyace, lo que verdaderamente te provoque la petición sea espetarle: "¿Y las tostadas? ¿No quiere que vaya por las mañanas a su casa a untarle las tostadas con mantequilla y mermelada? ¿Y el ojete? ¿No quiere que le rasque el ojete al muchacho siempre que le asalte algún tipo de prurito provocado, verbigracia, por el siempre revoltoso calzoncillo, que gusta meterse allá donde no le llaman".
Lo dicho, que no tenemos remedio.

Almasy©



LOS RONALDOS: "Adiós papá"