jueves, 28 de enero de 2010

101. Adiós

La semana pasada falleció inesperadamente una persona cercana. Reniego a inventarme ahora lazos inexistentes como la familia o la amistad para quedar de puta madre y tirarme el pisto de sentido y mártir sujeto ante mis queridos bitacoreros. Vamos, que no es necesario que me den el pésame. Simplemente era un tipo con el que tenía un trato cordial basado en conversaciones deportivas de esas que tanto nos gustan a los tíos. En definitiva, nos unía lo que actualmente se denomina buen rollito. Era un tipo sanote, afable, de los que te cae bien casi a primera vista. Se quedó seco de un infarto mientras corría por el parque con poco más de 40 tacos. Deja dos hijas y una mujer en puerto, menuda gran putada.

Siempre que alguien se va repentinamente de este mundo se le tambalean a uno los esquemas vitales. Piensas en lo que te llevas preocupando los últimos días y te sientes ridículamente mal por osar a devanarte el cerebelo con semejantes nimiedades. Tu escala de valores y prioridades se desestabiliza un breve espacio de tiempo. Asimismo, sobrevienen abigarradamente a la cabeza los trenes que dejaste pasar y no volverán, por mucho que esta sociedad cruel se empeñe en lanzar ficticiamente mensajes esperanzadores cargados de edulcorante e irrealidad. “Nunca es tarde si la dicha es buena”, defiende el refrán; pero es que a veces es tan tarde que la dicha no puede ser ni buena ni mala, simplemente no es. Si encima se trata de un ser querido el que se ha ido te invaden el dolor, la tristeza y la ira, que atrofian tu ser y estar como si fuesen colesterol del alma. En cambio, si es simplemente un conocido próximo te suelen visitar mayormente la estupefacción y los futuribles más pesimistas: “¿Y si me toca a mí?”. Recapacitas seguidamente en todo lo que te falta por hacer y agonizas por segundos cuando evocas una imagen de los tuyos sin ti. Creyente o no te cuestionas también asuntos tan trascendentales como “¿qué Dios puede permitir una muerte tan súbita e injusta?” o “¿por qué pareciera que siempre ganaran los malos?” Me lo expliquen porque no lo entiendo. Te propones entonces no volver a desvelarte un ápice por fatuos asuntos y saldar cuentas pendientes con tu vida y tus planes. Todo mentira, menos mal, pues en cuanto se te pasa el calentón de la noticia afortunadamente vuelves a dejarte llevar por la maravillosa rutina. ¡Qué sería de nosotros sin ella!

La muerte es algo casi prohibido en el mundo occidental actual. Lejano, tabú, incómodo y sobre todo un asunto que les ocurre a otros. Decía Facundo Cabral que somos entes curiosos. No pedimos nacer, frecuentemente no sabemos vivir, pero no nos queremos morir, ni siquiera los que creen en un más allá en plan residencial de lujo. Ergo tan residencial de lujo no será, digo yo. En los pueblos han tenido tradicionalmente mucha más familiaridad con la Señora de la Guadaña, aunque solo sea porque muy tempranamente asistían a la matanza del gocho, liquidaban gorriones a tirachinas y enterraban los muertos casi con sus manitas. En la urbe, en cambio, los tanatorios los ubicamos en las afueras, bien escondiditos, para que no distraigan el paisaje ni incomoden al consumidor. También nos tiemblan las piernas si tenemos que ver a un difunto de cuerpo presente, yo personalmente no he visto ninguno, y lo máximo que hemos aprendido para cuando se nos presenta alguna situación como la que les cuento es a tirar de la libreta de las coletillas en plan “te acompaño en el sentimiento”, “no somos nada” o “la vida sigue”. Pues eso, que siga por muchos años. Descansa en paz GBB.

Almasy©

JOAN MANUEL SERRAT: “Elegía”



jueves, 21 de enero de 2010

100. Dar más que recibir

Ya estará algún mal pensado sacándole puntita sexual al título. Pues craso error calentorros, ya que hoy la cosa es mucho más profunda, inmaculada, mística y trascendental que todo eso. Y es que el encabezado de marras no pretende sino plantear una serie de dilemas existenciales de calado todos en la misma línea: ¿Tu ser y estar en el mundo tiende a mostrarse mayormente generoso y entregado para con el resto o eres más de los de toparse siempre con el plato de los afectos puesto y te limitas a ingerirlo sin devolver lo percibido? ¿Escribes cartas o simplemente las recibes? ¿Tiras del carro o te dejas llevar? ¿Regalas un beso al que no te lo pidió o te conformas con recibir los que desinteresadamente te entregan? ¿Eres consciente de que el que fundamentalmente destaca por dar siente también hemorragias de felicidad cuando recibe? ¡Qué no, pesados, que la cosa no versa sobre actividad y pasividad sexual, insisto!

¿A qué grupo pertenecen ustedes? Aunque está mal que yo me atribuya méritos o defectos, personalmente me incluiría entre los que dan más que reciben. El caso es que a veces me pregunto si lo hago sin esperar nada a cambio o subcutáneamente lo que anhelo es que me muestren un constante y eterno agradecimiento. El asunto no es baladí, pues de su resolución cabría deducir qué tipo de calaña soy. ¿Desprendido incondicional o Narcisista regresado a los 4 años sin remedio? He aquí la cuestión. Nuevamente está ciertamente mal que yo me arranque en resolver el enigma, pues soy parte interesada; pero para eso hago pública y me enfrento semanalmente a esta bitácora. Para purgar pecados y hacer saber mis entresijos, miserias y debilidades al mundo. De lo contrario me habría limitado a redactar un triste, íntimo y personal diario de esos que se guardan bajo siete llaves con sus correspondientes siete candados. También quedaría muy políticamente correcto decir eso de: “algunas veces Desprendido y otras Narcisista, según la situación”; pero en este caso me cago en el aristotélico término medio y me atrevo con una única, contundente y decisiva respuesta: Desprendido incondicional. Me gusta dar, regalar, hacer feliz a los demás, besar más que ser besado, abrazar más que ser abrazado, acariciar más que ser acariciado, guiar más que ser guiado, dirigir más que ser dirigido. No siempre lo hago con acierto, a veces peco de excesos y otras de defectos, faltaría plus. Reconozco, asimismo, que en no pocas ocasiones soy ciertamente injusto para con los más allegados y no les regalo tanto como se merecen y quiero, mientras que al de la calle o simplemente al que pasaba por allí casualmente, con preocupante frecuencia casi le ofrezco hasta el alma. La confianza da asco, es cierto.

Mas este decidido e incorregible rasgo de mi personalidad no ignora ni repele que cuando los ánimos flojean y la seguridad en mí mismo se tambalea, también me encanta que me regalen el oído, que me abracen sin más, que me respondan con un telegrama las cien cartas que escribí previamente. No anhelo tanto eso de que me den las gracias por los servicios prestados, lo cual no deja de ser una muestra de pura y llana educación que nunca sobra. Tampoco ando por el mundo con la calculadora de favores hechos y recibidos para pedirle cuentas a nadie de todo lo que me adeuda. Simplemente alguna vez, aunque solo sea durante unos instantes, deseo que me lleven y no llevar, que me gobiernen y no gobernar, que me sostengan y no sostener. Eso sí, solo alguna vez y unos breves instantes, tampoco hay que pasarse.

Almasy©



U2: "With or without you"

viernes, 15 de enero de 2010

99. Ojo por ojo...


… y el mundo se quedará ciego. El insigne pacifista indio Mahatma Gandhi reinterpretaba de esta guisa la famosa y bíblica ley del talión, sentenciando a modo de conclusión que la violencia no hace sino generar violencia. Sin embargo, no por negacionista de la violencia a uno dejan de entrarle ganas en numerosas ocasiones de inflar a hostias a los malos cual Jack Shepard a Benjamin Linus en uno de los innumerables gloriosos capítulos que nos ha dejado la teleserie Perdidos. ¡Menuda somanta de mecos le calzó el cirujano de marras al villano de turno!

Otra cosa bien distinta es materializar el inflamiento; pero como todavía imaginar es gratuito y no constituye delito, recomiendo eso de recrearlo en la mente a fin de liberar la ira y tensiones que se acumulan a diario. Les aseguro que funciona como un ansiolítico de primer nivel. Porque, ¿quién no ha soñado alguna vez con convertirse en ese superhéroe justiciero que va partiendo las bocas y las crismas de los hacedores del mal? Me atrevería a afirmar en este sentido que no existe ni una sola persona decente sobre la faz de la tierra que no se haya cuestionado alguna vez si, a la vista de tanta maldad y pillería circundante con apariencia de triunfadora de la feria, verdaderamente merece la pena seguir siendo tan probo. A uno se le vienen a la cabeza entonces esas previsibles al tiempo que entrañables y reconfortantes películas de antaño en las que los buenos perpetuamente resultaban victoriosos. No importaban las penurias atravesadas, pues al final siempre llegaba la mano de cartas ganadora que permitía imponerse en la partida decisiva. Sin embargo, en la cruda realidad, que es lo que tiene, que es cruda, este feliz y tradicional desenlace ha mutado de tal forma que no hay Dios que lo reconozca, trayendo consigo algunas aberraciones contra las que no puedo sino rebelarme aunque solo sea con el teclado de mi ordenador. Así, los términos decente e imbécil parecen cada vez más sinónimos. Igualmente pasa con el honrado, que se aproxima decididamente al pelele y con el educado, que suele confundirse con el cursi y el repelente niño Vicente. Por el contrario, el chuloputas, el delincuente, el defraudador de esa Hacienda que ni en los mundos de Yupi somos todos, el maltratador, el corrupto, el vago redomado, el fantoche, el camello, el violador de cuerpos y de almas, el gorrón paniaguado, el mafioso, el dirigente aferrado a la poltrona a como dé lugar, el ladrón y el asesino a sueldo, no es que hayan encontrado su espacio en la sociedad, es que gozan para su uso y disfrute de veinte campos de fútbol perfectamente equipados. Además, cuanto más grande sea la afrenta, de mayor reconocimiento y prestigio goza el abyecto de turno. “Mata un hombre y te dirán asesino, mata a un millón y te llamarán conquistador”, oí alguna vez en algún sitio.

Y ante semejante panorama no siempre la mente de uno se encuentra lo suficientemente fría y calculadora como para decirte conciliador: “tranquilo, tú estás haciendo lo correcto y eso es lo que importa”. En ocasiones, yo al menos, veo muertos, como decía la película, y añoro tornarme en el Superman de turno que combata la vileza que domina el mundo. Aunque sea a palos. Porque de lo que no me cabe duda alguna es que con determinados sujetos no ha lugar para las palmaditas en la espalda y los consejos de reinserción social con tonos pastel y crema. Reinvento entonces la máxima de Gandhi para rematarla con una capciosa coletilla, “¿Qué la violencia solo genera violencia? En determinados casos, me arriesgaré a ver qué pasa”. Solo lo sueño, es cierto, porque finalmente los puntitos cabal y cobarde, amén del manido “no quiero ser como ellos”, acaban haciendo acto de presencia para retener mis desvaríos y mantenerme en el sitio, aunque se quede coleando en el ambiente la jadeante respiración, el salivado colmillo y los feos impulsos que me provoca eso de que siempre pareciera que ganasen los malos.

Almasy©

PEREZA: "Violento amor"


jueves, 7 de enero de 2010

98. Conejillos de Indias


Hace unas semanas, cambiando de canal aleatoriamente, lo que viene siendo zappear sin ton ni son, me topo de bruces con un programa de Telahinco presentado por Paz Padilla, esa cuentachistes de belleza escondida que a todo el mundo le cae bien y a mí personalmente no me hace ni puta gracia. “¡Dejadnos solos!” se llama la cosa, y consiste, agárrense los machos, en meter 10 días en una casa a 16 críos de entre 10 y 12 años, 8 de cada sexo, como el Ministerio de Igual Da Que Da lo Mismo prescribe y recomienda, para ver cómo se organizan de manera autónoma. O sea, sin padres dando por culo o educando, que para el caso parecieran lo mismo. Y yo me pregunto: ¿estamos locos o qué? ¿Qué padres pueden prestar a sus vástagos para una experiencia semejante? ¿Qué leyes lo permiten ignorando que tener hijos no te convierte automáticamente en padre, sino que esta condición se gana día a día? Además si me apuras, al tiempo que una aberración, el experimento parece ir contracorriente, pues resulta que ahora nos emancipamos con 30 ó 40 años, depende de la suerte de los progenitores, y a los visionarios de Telahinco se les ocurre la brillante idea de que unos niños se autogestionen a su antojo en una vivienda como si de un falansterio infantojuvenil se tratase. ¡Qué tierno cuando contemplé a las criaturas tirando de vitrocerámica, sartén y aceite bien calentito para freírse unos huevos! Si uno tuviese mala baba incluso hasta desearía que alguno de los infantes se accidentara solo un poquito para que el programa tocara fulminantemente a su fin por la vía de apremio. Aunque insisto en que la culpa no la tiene la abyecta cadena televisiva en cuestión, pues esta sería capaz, habiendo pecunia de por medio y si les dejas, hasta de hacer un Gran Hermano de cadáveres. A los que se debería pedir cuentas es a esos que se llaman padres y acceden a semejante juego y a esos políticos, legisladores, fiscales de menores y jueces varios que alardean de velar por los intereses de los más pequeños. Ahora entiendo por qué una cría de 16 años va a poder abortar en breve sin el consentimiento de sus padres. Resulta que no puede comprar ni alcohol ni tabaco y que necesita una autorización paterna en toda regla tanto para hacerse un piercing como para ir de excursión con el instituto al Museo del Prado; pero no precisa del visto bueno de sus viejos para que le arranquen un embrión de las tripas. ¿Por qué endilgarle la responsabilidad y el finado a la infanta preñada en cuestión? ¿Por qué no optar, verbigracia, por retirarles automáticamente la custodia a aquellos padres que no hayan conseguido cultivar en el hogar el clima de confianza y diálogo necesarios para que una hija les confiese que su incipiente barriga no se debe a una extraña y desenfrenada pasión por la cecina de León?

En esta línea de atentados contra nuestros rapaces y rapazas me fijo también en uno de los múltiples juguetes ideados por la cadena Imaginarium. Ojeando su catálogo me sorprende un aparato que la marca denomina “Time plan TV”, concebido para gestionar el tiempo que pasan tus hijos frente al televisor. Cada vez que el nene quiera ver la caja tonta tiene que echar una monedita de pega en una hucha y supongo que la mamá deberá explicarle de la conveniencia de tal acción, no sea que se frustre y tenga que precisar un psicoanalista de por vida. ¡Como se lo cuento! “Mira hijo, a fin de que sepas controlar tus impulsos televisivos es oportuno que introduzcas una moneda cada franja de 30 minutos en concepto de precio justo que pagas por el uso y disfrute del aparato”. ¿Pero en qué cojones nos estamos convirtiendo? ¿Qué es esto de proponerle a un párvulo de 5 años que economice madura y racionalmente el tiempo que pasa viendo la tele? ¿Dónde quedó el “apaga la tele a la voz de ya o te vas para la cama calentito”? ¿Por qué este afán de robarles a los niños su eterna ingenuidad, su valiosa libertad natural, su tierno ímpetu desbocado y su inefable sentido de la improvisación? ¿Por qué hacerles asumir tareas y responsabilidades que solo corresponden a sus mayores? ¡Mierda de sociedad políticamente correcta! ¡Mierda de democracia acomplejada!

Almasy©



COUNTING CROSS: "Mr Jones"