viernes, 27 de noviembre de 2009

92. Las cosas a la cara


“Dime de qué presumes y te diré de lo que careces”. Nuevamente el refranero español se me pone a huevo para ilustrar una entrada de esta bitácora casi centenaria. Hoy la cosa va de analizar a esos seres humanos que van por los mercados vendiendo la moto de que ellos siempre dicen las cosas a la cara. No se puede obviar que la expresión está de moda. La escucharán a diario entre su círculo de amistades, en su puesto de trabajo y se hartarán incluso de oírla en los realities televisivos del estilo Gran Hermano. Sin embargo, considero que la sentencia en cuestión merece un análisis más exhaustivo que no puedo ni debo callarme so pena de padecer una úlcera gástrica.

En primer término cabría distinguir a los que están en condiciones de decir las cosas a la cara y a los que no. Ciertamente esta circunstancia no figura recogida por escrito en ningún reglamento social, pero es así. Tan real como la vida misma. Pienso, por ejemplo, en ese cliente de una compañía de telefonía móvil que, harto de los problemas que le depara su celular, puede en un determinado momento cagarse tranquilamente en la madre que parió al teleoperador que le atiende sin dar respuesta satisfactoria a su solicitud. Por el contrario, el trabajador en cuestión debe soportar paciente y educadamente las quejas y exabruptos de ese cliente que siempre tiene la razón, cuando en realidad por su fuero interno le corren insinuaciones del estilo: “Vete a tomar por culo, tú, el teléfono, tus muertos y tus vivos”. Por ejemplo.

En otras ocasiones ese decir las cosas a la cara puede simplemente herir sensibilidades y resulta harto recomendable mantener el piquito cerrado. A este respecto se me viene a la cabeza una declaración que le escuché en cierta ocasión al periodista Alfonso Ussía: “Sé que tengo las orejas grandes, pero no me gusta que me lo digan”. Empero, pareciera que las muestras de franqueza meridiana y frontal constituyesen siempre una cualidad digna de ponderación, obviando el no menos sabio, “no hay mejor palabra que la que queda por decir”. Y el colmo tiene lugar ya si tales demostraciones de honestidad las manifestamos a nuestros seres más queridos y cercanos. No importa entonces ni siquiera la suavidad ni los buenos modos con los que te pronuncies: “Cariño, que no te parezca mal, pero ese vestido no te queda todo lo bien que te mereces”. Truenos, relámpagos y diluvio universal es lo más bonito que acontece entonces. "¡Si hubiese mantenido la bocaza quieta!"

Finalmente, y a modo de recomendación, les insto a que siempre que tengan que padecer a alguien que presuma de decirles las cosas a la jeta y no estén en condiciones de corresponderle como su vehemencia reclama, procuren cerrar los ojos unos instantes y pensar internamente: “¿Y a ti quién cojones te ha pedido ese alarde de sinceridad?”

Almasy©

Joaquin Phoenix "Cocaine Blues" in Folsom Prison: BSO WALK THE LINE (Jonnhy Cash)


viernes, 20 de noviembre de 2009

91. ¿Valió la pena?

Los veo apostados en las bocas de metro con su top manta dispuestos para salir huyendo de la policía. Aparatan la mercancía con unas simples cuerdas que les permitan recoger raudos el género cuando se da la señal de peligro. ¡Corran, corran, que viene la pasma! Supongo que muchos de ellos, algunos cuando menos, arriesgarían su vida para venir surcando la mar en una embarcación que no pasaría ninguna ITV náutica. Los he visto también en las colas de los comedores sociales, vistiendo ropa de cuarta mano y poco me equivoco si aventuro que hacinados en viviendas con otros veinte hijos de su padre y de su madre a los que ni conocen. Entonces me sobrevienen a la cabeza cuestiones como: ¿Mereció la pena venir? ¿Encontraste lo que soñabas cuando decidiste dejarlo todo atrás? Intento entonces poner a tope el volumen de mi sentido empático y concluyo que si tomaron una decisión tan transcendental es porque las cosas no pintaban nada bien en la cuna que los vio nacer. Lo que no tengo tan claro es que hayan encontrado lo que anhelaban cuando aterrizaron con la valija cargada de quimeras en el supuesto país de las oportunidades. ¿Y ahora qué? ¿Regresamos? ¿Nos quedamos para seguir intentándolo? Me sobrevienen seguidamente destellos de agradecimiento a no sé quién por no verme yo en semejante tesitura. No demasiado extensos ni constantes, lo reconozco, pero destellos al fin y al cabo que me sirven para valorar lo que tengo y sentirme mejor persona. Aunque solo sea una pizquita. Voy más allá incluso y concluyo que mi situación es excepcional. Que lo habitual es lo otro. Triste pero cierto. A veces me sueño mendigando por alguna esquina con el semblante torcido y las esperanzas quebradas. Sin embargo, en seguida recupero el aliento y la consciencia para volver a sentirme en una nube dichosa de la que no quiero bajarme. Es cierto que tampoco se trata de invocar complaciente y gratificado a, llamémoslo Dios, llamémoslo Destino, a cada instante que transcurre; pero aspiro al menos a dedicar unos segundos de mi existencia a pararme para aquilatar mi buenaventura. A levantar la vista mientras almuerzo al son del telediario cuando este nos relata cómo el paria zaino de turno pierde la vida cruzando el Estrecho o el Ancho, según se mire. A compungirme unas diezmilésimas antes de introducir el trozo de bistec en mis fauces y proseguir una supuesta tediosa rutina por la que otros matarían.

Almasy©

BSO HABANA BLUES: “Arenas de soledad”


viernes, 13 de noviembre de 2009

90. La puta gripe A

Acabo de superar una siempre incómoda gastroenteritis y apenas recuperado he tenido que aclarar hasta la saciedad que no se trataba de gripe A, sino que me había tirado 3 días yéndoseme la vida por arriba y por abajo. Y es que el famoso virus de la influenza porcina se ha convertido en los últimos meses en una de esas enfermedades especialmente repudiadas a nivel social. Me recuerda en cierto modo a los tabúes contemporáneos que mantenemos para con las enfermedades mentales y las de trasmisión sexual. Absurdos pero reales. De hecho, cualquiera va por ahí casi presumiendo de padecer jaquecas o sufrir una úlcera gástrica, que normalmente son para toda la vida; y sin embargo, el ansioso-depresivo coyuntural o el que un día apañó unas ladillitas donde no debía, tienen que guardárselo para los restos, nunca exteriorizarlo. Como si tales circunstancias pasajeras fuesen lo más vergonzoso en materia médica que un ser humano pudiese soportar. Bueno, eso sí, salvando las almorranas, que incluso en su versión culta suenan feo que te rilas: hemorroides. Y la definición ya ni te cuento: tumoración en los márgenes del ano o en el tracto rectal, debida a varices de su correspondiente plexo venoso. Escalofriante, ¿verdad?

Pues con la gripe A pasa otro tanto de lo mismo. Y eso que los expertos insisten en calificarla como mucho menos mortal que su colega la gripe común; pero como las farmacéuticas y los gobiernos se han encargado de ponerle sábana y bola con cadena al fantasma, estamos todos acojonados por si nos da el susto a nosotros.

Lo peor es que he constatado que nos tocamos menos, que nos besamos menos, que nos alejamos más. “Lávese las manos cada 5 segundos, no tosa, no comparta vasos, ni besos, evite estornudos a su alrededor, vacúnese”. Este es el pan nuestro de cada día. Algunos incluso se han apuntado a la moda de la mascarilla. “Aléjese unos días de su hija”. Me recomendó en la consulta el galeno que me diagnosticó la gastroenteritis de la que les hablaba. Me callé como un puta, pero buenas ganas me quedaron de responderle: “Haré lo que me dice porque mi hija es lo que más quiero del mundo, pero ¿no le parece que determinadas medidas higiénico-sanitarias son incompatibles con las pasiones y los afectos?” También me vino a la cabeza la sentencia de un bravo mexicano que en plena psicosis del país ante la proliferación de la gripe porcina, protestaba clarividente: “No sé si moriremos de gripe A, pero lo que es seguro es que nos van a matar de miedo”.

Almasy©



GHINZU: "Do you read me?"


viernes, 6 de noviembre de 2009

89. Nada bueno bajo el sol


Me paro a desglosar en bloques temáticos y tiempos la información ofrecida por cualquiera de nuestros telediarios y concluyo que la cosa queda más o menos así: 10 minutos de culebrones políticos bipartidistas que bien podrían titularse “Las dos Españas”; 15 minutos de sucesos en la línea de El Caso, aquel periódico nacido durante el Franquismo que recogía todas aquellas noticias en las que siempre alguien acababa saliendo con los pies por delante; 10 minutos de los imprescindibles deportes y en torno a 5 ó 10 minutos de una abigarrada miscelánea que puede relatar desde la cría del berberecho salvaje en Wisconsin hasta la concesión del Ondas al mejor presentador a Jorge Javier Vázquez, ese filólogo reconvertido en periodista adalid de una telebasura consentida por todos. Y les advierto a este respecto que un país es la televisión que consume.

En resumidas cuentas: no pasa absolutamente nada loable al cabo de los días. Todo es corrupción, muerte, desastres ecológicos, telebazofia de aúpa y 22 tíos en calzones dándole patadas a un esférico en una praderina bien segada. No hay espacio para lo mucho bueno que supongo ocurre a diario; ni siquiera para lo normal, que afortunadamente sigue siendo lo habitual. Siempre el vaso medio vacío, empecinándose nuestros queridos medios en remarcar que el ser humano es capaz de lo peor, al tiempo que ignorando que también puede ser capaz de lo mejor. ¿Que 200 paisanos perdieron la vida en la carretera este verano? ¿Y qué hay de los 20 millones que alcanzaron felizmente sus hogares?

Es que lo normal no es noticia, justifican taxativamente los periodistas cuando se les interroga al respecto. Nuestra tarea es hacerle llegar al público lo excepcional, lo que se sale del tiesto, lo que pueda causar un desenfrenado estupor.

¿Y qué hay entonces de la función social que puede y debe cumplir también el mal llamado 4º poder? Y digo lo de mal llamado porque de 4º poder nada, primero, primerísimo. ¿O acaso alguien duda de que los grandes grupos de comunicación son controlados por las fortunas que gobiernan naciones?

Otras veces echan balones fuera y presumen la morbosidad congénita del ser humano y aclaran que ellos se limitan simplemente a ofrecer lo que la masa reclama: frivolidad y tragedia. Como si escuchar los devaneos de 4 gandules y las penas de otros que supuestamente están peor aliviara las desgracias de cada uno. Dicen que mal de muchos consuelo de tontos; pero consuelo al fin y al cabo. Pena, penita, pena, que decía la copla.

Almasy©

REINCIDENTES: “Vicio”