sábado, 22 de diciembre de 2007

12. Ante un fotógrafo



     Mi modesta fotogenia es probablemente otro de los complejos que más me aquejan, porque como buen narcisista, siempre anhelo salir con la pose perfecta. Algunos me han sugerido malintencionadamente que de donde no hay no se puede sacar, pero en este apartado soy especialmente cabezota e intento en todo momento figurar lo más favorecido posible para la posteridad o para lo que sea. No obstante, mis esfuerzos hasta la fecha han sido en vano y ni siquiera la fotografía digital ha solucionado mi problema: si me tiran 20 fotos salgo mal en 21.
     Cierto día, un fotógrafo de mi barrio me sugirió que la clave estaba en la naturalidad del gesto y esa indicación me hizo realmente plantearme si mi existencia no sería artificial, pues era incapaz de reunir en las facciones de mi rostro esa proclamada naturalidad a la que mi amigo el fotógrafo se refería.
     Concretamente mis estrategias de pose ante una cámara se reducían básicamente a dos: la opción seria y la opción sonriente. La opción seria era más adecuada para fotos de documentos oficiales y consistía en pretender poner los rasgos faciales sueltos, pero sin esbozar sonrisa alguna, hierático, pero creíble. El problema es que me costaba Dios y ayuda alcanzar este aspecto y las fórmulas para lograrlo eran preocupantemente extrañas. El modus operandi fundamental consistía en cerrar la boca, apretar los dientes por dentro, y pensar en algo lúgubre (también vale recrear mentalmente a la mujer u hombre de tus sueños defecando). Consecuentemente, el producto final de mi pose seria no era habitualmente el esperado, resultando en la mayoría de las ocasiones dos posturas muy características en todo documento oficial que porto: o cara de estreñido que se está muriendo del dolor abdominal, o bien rostro de cantaor flamenco emocionado contrayendo en exceso los pómulos por la “jondura” de la bulería que entona. En el mejor de los casos, simplemente parecía el terrorista más buscado sobre la faz de la tierra.
     Por otra parte, la opción simpática pasaba por esbozar esa quimérica “sonrisa natural” de la que todos hablan, girando unos grados el cuello a fin de parecer más distinguido y con las mejillas ligeramente elevadas como diciéndote mentalmente “si es que no me beso porque no me llego”. Indican los expertos en la materia que la clave radica en parecer sorprendido por el teleobjetivo, sin esperarte la instantánea, con la mirada perdida a lo James Dean (que por cierto de mirada perdida nada, lo que pasa es que era tremendamente miope y veía menos que un pichón por el culo, que decía Pedro Pipas, de tal forma que hacía ademán de apretar los ojos para intentar vislumbrar qué estaba ocurriendo al otro lado de sus dioptrías).
     En busca de la sonrisa perdida era por tanto mi meta final ante el objetivo de una cámara y nuevamente diseñé una calculada estrategia para su feliz consecución. En este caso, la idea era levantar sutilmente los huesos malares abriendo un poquito la boca para que asomaran mis graciosos piños-separados-carne-de-ortodoncia. Los resultados nuevamente no respondían a las expectativas y parecía verdaderamente como que alguien me hubiese atado un par de sogas en cada una de mis mejillas y tirase con insistencia para provocarme la sonrisa. ¡Y qué decirles del cuello, si al final parecía más el de un muñeco de nieve que el de un ser humano, escondiéndose como un resorte ante la presencia del fotógrafo cual tortuga en su caparazón!
     Pero lo peor de todo era cuando alguien sacaba a la luz tu discreta fotogenia, percibiendo la falsedad de tus gestos y tu difusa belleza. Concretamente ante el visionado de la foto de mi orla de licenciatura, por ejemplo, mi amiga Patricia me preguntó inocentemente que si no me habían dado a elegir entre varias. ¡Toma puñalada! Ciertamente sí lo hicieron, concretamente entre cinco. ¡Imaginen mi careto en las otras cuatro!

Almasy©



Fito y Fitipaldis: "Feo"


viernes, 14 de diciembre de 2007

11. El mi pueblín




Supongo que no somos ni más ni menos santos que en otros pueblos. Huelga decir que no tenemos mar y entiendo que los habrá monárquicos y republicanos. El caso es que nos hacemos llamar naturales de Santa Marina del Rey, provincia de León. ¿Quieren descubrirla a través de los sentidos? Pasen y vean:

LA VISTA

Embocando una vasta lengua de asfalto uno se llega a Santa Marina del Rey. La línea de salida, o de meta, según avance el caminante, viene marcada por una frontera natural: el río Órbigo, antaño cosido de esas truchas burlonas que ríen la torpeza de todos los pescadores que se jactan de la grandeza de sus capturas.
Inmediatamente numerosos chopos señoriales, cual lanzas velazqueñas, vigilan el cauce del río al tiempo que abren paso a la civilización.

EL OLFATO

Santa Marina olía a “moñica” de vaca; pero ya no huele. Pudiera parecer repugnante, pero al menos olía a algo y sobre todo sabías que llegabas allí. Ahora las cosas ni saben, ni huelen, ni suenan a prácticamente nada en casi ninguna parte.
En invierno huele también a matanza, a chichas, a humero, a orujo celebrando la grandeza que supone el comer. Y en verano se confunden con el aire los efluvios de los ajos dispuestos mañosamente en ristras para conmemorar una feria que todos los 18 de julio reúne a propios y extraños.

EL OÍDO

En el pueblo suena sobre todo la seca algarabía de sus gentes cotillas, esas a las que apenas se conoce si no es por el mote. Solo se libran curas, maestros y médicos, que siguen ostentando el título de Don. No importa quién esté, pues la distinción se hereda.
Repiquetean a su vez diariamente las campanas de la iglesia, que lo mismo conmemoran actos religiosos que despiertan a esos perezosos a los que todavía se les pegaron las sábanas.
No era tampoco extraño que te recibiera Pedro Pipas, nuestro Groucho particular, al son de sus rancheras cantadas desde una carreta que destilaba ebriedad vinatera y felicidad sincera.

EL TACTO

En Santa Marina las cosas se arreglan a voces o a hostias, como Dios manda, y después de la tempestad, las Polas lo mismo te colocaban una muñeca que te aparataban un tobillo. Desde que faltan ellas nos toca ir al ambulatorio, como a todos.
No nos besamos ni nos abrazamos mucho entre nosotros, somos paisanos del Norte, pero cuando lo hacemos créanme que son besos y abrazos de verdad.

EL GUSTO

El pueblo sabe a embutido y a vino barato con gaseosa. Los vasos de leche con galletas antes de dormir encuentran sustituto en un “cacho pan” con chorizo. Sabe también a agua del caño, a hogaza, a guisos en tartera “perigüela”, a sopas de ajo, a patatas viudas y a garbanzos. ¡Qué quieren que les diga!, hace frío y no entendemos de dieta mediterránea.

En Santa Marina no nos duele nada, nos “manca”; “marchamos” en lugar de irnos; las cosas no las hacemos ahora, sino “luego” y no concebimos solucionarlas despacio, sino “a modín”. Jamás se nos ocurriría coger un autobús teniendo el “coche de línea” y siempre nos escucharán presumir de que en “pendón, truchas y pan de harina, no hay como Santa Marina”.

Almasy©



Joan Manuel Serrat: "Mediterráneo"


domingo, 9 de diciembre de 2007

10. Mundo Viejuno



Amig@s me siento viejo. En fin, no seamos deterministas, me siento mayor. Y numerosos acontecimientos así lo atestiguan. ¿Me permitís que os vomite algunos encima? Esto es lo bueno que tiene internet y las distancias, que aunque me estéis diciendo que no me lo permitís, yo ni sé ni entiendo y procedo al relato que aquí me ocupa. Lo dicho, ya no soy el que era: ese joven vivaracho y a la última que se apuntaba a un bombardeo. Para muestra una ristra de botones:

     1. Encontrábame yo en la casquería de mi mercado favorito la semana pasada dispuesto a hacer acopio de vísceras varias, cuando de repente veo aproximarse hacia mí una chica espectacular. Unos 20 años, mulata, bien vestida hasta decir basta, con clase, glamourosa. Vamos, una diosa de ébano. Era evidente que venía a decirme algo. ¡Necesitaba de mí fijo! Yo me recoloco, me hago el interesante y superviso mentalmente mi zurrón de frases seductoras esperando el gran momento del encuentro. La muchacha articula entonces sus carnosos labios y me espeta:

-Señor, ¿es usted el último?

La vi hasta fea entonces oye. ¿Señor yo? ¿Almasy? Me sonó a caballero, a paraguas de cacha, a gabardina color caqui, a guantes de piel, a viejuno, que decimos los fans chanantes.

     2. Otra certeza del paso del tiempo es que ya hago gracias que solo entienden los mayores de 30 años. Por ejemplo, ante la evidencia de algo es bastante común recurrir a la famosa sentencia de “Blanco y en botella, leche”. Lo cierto es que haciendo gala de mi inagotable originalidad, feo está que yo me piropeé tanto, reconvertí hace tiempo esa frase por un “Blanco y en botella, Calcio 20”. ¿Veis cómo no miento? Ante la lectura de esta mi ocurrencia habrán acontecido dos posibles reacciones:

-Los mayores de 30 seguro que han esbozado una ligera sonrisa y se han confirmado mentalmente algo así como: “Calcio 20, no tomé yo ni nada de pequeño. Jartito me tenía mi madre a cucharadas soperas”.

-Los menores de 30, salvo estudiosos de la Transición y sus hábitos alimentario-vitamínicos, simplemente habrán puesto cara de póquer y necesitarán de un padre, un abuelo o de la World Wide Web si quieren coger el chiste. “Ni puta gracia”, habrán sugerido incluso los más críticos.

Por este y otros motivos que no vienen al caso me veo en la obligación de actualizar la chanza, la mojiganga, la chusca, la chilindrina, la befa (tremenda herramienta la opción sinónimos del Word ¿verdad?). Debo idear gracias atemporales que puedan pasar a la posteridad conservando un tono jocoso que active la sonrisa de todas las edades. ¿Qué tal un “Blanco y en botella, esperma”?

     3. Finalmente me referiré a una última muestra palmaria del devenir de los años: empiezo a contar batallitas de esas en las que siempre fanfarroneas multiplicando el pasado por dos o por tres respecto a la realidad actual:

-¿Frío esto? Vosotros no sabéis lo que es el frío hombre. ¡A menos 20 grados he estado yo con chaquetilla vaquera!

-¿Que llueve mucho? Hasta las rodillas me llegaba a mí el agua algunos días de escuela y salíamos al recreo.

-¿Cansado? 3 partidos me jugaba yo a tu edad.

-¿Mareado con 4 cañas? Hasta 20 me he tomado yo y sin dar positivo en un control de alcoholemia.

¿Veis como sí es preocupante amig@s? Necesito de vuestro consuelo, de vuestra comprensión, de vuestro aliento. Necesito que me recordéis que estoy a tope, como el primer día, que no he pasado todavía la ITV; pero sobre todo necesito que nadie vuelva a llamarme señor nunca más. ¿Acaso es mucho pedir?

Almasy©




PIERO: "Mi viejo"