jueves, 27 de mayo de 2010

118. Un 7 % menos


Aviso para navegantes: hoy estoy muy cabreado. Lo cual significa que los lectores que me tiran de las orejas por el cerro de tacos que empleo en algunas de mis entregas hoy se van a poner las botas. Advertido lo cual me arranco por bulerías.

No me cabe duda de que más de uno y más de dos hijos de la gran puta estarán que dan con las zapatillas en el culo tras la noticia de que nos van a bajar el sueldo a los funcionarios. “Que se jodan, por vagos, por desayunar 3 veces al día, por gozar de estabilidad laboral”. Ya los estoy oyendo a todos los que tradicionalmente no se preocupan tanto por mejorar sus condiciones laborales como por anhelar el empeoramiento de las del prójimo. Lo último que he leído al respecto es un artículo titulado “La Dictadura del Funcionariado” de Martín Ferrand, martinete para los amigos, columnista del liberal, obrerista y democrático ABC en el que nos tacha de casta mantenida por el común y sugiere una bajada salarial de hasta el 20 %. No demos ideas y, sobre todo, no toquemos gratuitamente los cojones. Además, de casta nada martinete, que esta suele ser un colectivo homogéneo, endogámico y comprometido con la causa, mientras que los funcionarios brillamos por nuestra desunión. De hecho, si nos arrejuntásemos iba a temblar aquí hasta el apuntador. Y en cuanto a lo de mantenidos mentira cochina. Como si los funcionarios no pagásemos impuestos, punto número uno, y no prestásemos un servicio a cambio de nuestro salario, punto número dos. Paradójico además lo de mantenidos viniendo de un órgano de prensa fan de la monarquía, institución que en pleno siglo XXI encuentra su justificación en portar una sangre determinada que habilite el uso y disfrute de una situación privilegiada vitalicia. Mala sombra el martinete. Dos velones negros voy a prender en tu honor.

También aflorarán los que formando parte del gremio asuman complacientes la decisión tirando de coletillas precocinadas: “hay que apretarse el cinturón”, “tenemos que dar ejemplo”, “esto solo lo solucionamos arrimando el hombro entre todos” y otras mierdas de semejante índole. Vamos, lo de siempre: que el tinglado lo joden unos cuantos y lo tenemos que arreglar entre todos. Muy español, como lo de un menda picando piedra y veinte contemplándolo y dando consejos.

Y es que el hecho de que le bajen a uno el sueldo significa mucho más que ingresar unos cuantos euros menos en la nómina mensual. Implica cagarse en la lucha del proletariado y en la tradicional y respetable idea de consolidar mejoras sin retrocesos. Concretamente para el colectivo del que formo parte, el profesorado, significa ciscarse a lo grande en las batallas celebradas por mis mayores en los años ´70 y ´80 por dignificar la profesión más importante de cuantas existen. Y no nos engañemos, en los tiempos que corren la dignificación se mide por lo que te meten en la saca a final de mes. Ni más más ni más menos. Triste, cínico, pero cierto.

Ganas me quedan de reducir mi rendimiento en igual cantidad: impartir un 7 % del currículo que me imponen los mismos que ahora me van a bajar el sueldo, corregir un 7 % menos de exámenes, echar un 7 % menos de broncas, atender un 7 % menos de llamadas telefónicas, recibir un 7 % menos de visitas, escuchar un 7 % menos de excusas y desayunar un 7 % menos de cafés con bollería industrial. Empero, supongo que finalmente no me quedará otra que apretar el ojete y apelar al cada vez más recurrente binomio “ajo y agua”, pues todo parece indicar que nos han reseteado las conquistas de los últimos años de un plumazo y nos pongamos negros o colorados ya parece haberse decidido desde arriba que nos ponen el contador a cero como por arte de birlibirloque. ¿Lo ves? Pues ya no lo ves. Resulta que llevamos siglos creciendo salarialmente al calor del tímido 2 % y ahora nos meten un hostiazo de hasta el 7 %. ¡Hala, a mamarla! Ha faltado que nos dijeran. Yo lo hubiese preferido.

Almasy©

LOS ENEMIGOS: "¿Por qué yo?"


jueves, 20 de mayo de 2010

117. Instrucciones para suicidarse


Los dioses de todos los credos habidos y por haber me libren de querer instigar con la entrega de hoy a que se quiten la vida mis queridos bitacoreros. Resulta simplemente la entrada en cuestión un sincero y modesto homenaje a Julio Cortázar y sus “Instrucciones para subir una escalera”, amén de mi particular obsesión porque las cosas se hagan bien, rotundas y sin ambages. Incluso suicidarse.

El primer paso es tenerlo claro. Distinguir que no se trata de un calentón temporal, sino que se tiene la verdadera certeza y convicción de que uno quiere que se lo lleve la parca. Básicamente recomiendo una extrema lucidez porque la decisión en cuestión no conoce vuelta atrás, ergo conviene disponerse a la tarea solo si se está mayormente seguro. Para alumbrar la más sabia de las decisiones resulta harto aconsejable repasar desengaños amorosos, problemas familiares y situación económica, pues son tres pilares que no suelen fallar a la hora de orientar nuestra resolución.

El segundo paso es tener cojones, ovarios u otros atributos similares. En fino: coraje de pura cepa, pues difiero de los que tachan de cobardes a los que optan por quitarse la vida. No encuentro acción alguna que requiera de mayor valentía que la de obrar contra uno mismo de forma tan contundente y definitiva.

Seguidamente, con la claridad y la gallardía pululando en el ambiente, pasaríamos a decantarnos por un método u otro con el que cercenar nuestra existencia terrenal. Aquí, como en cualquier otra actividad de las que desempeña el ser humano, los hay artistas, cumplidores, mediocres y hasta inútiles de primer grado. Estos últimos son aquellos que ni queriendo consiguen llevar a buen puerto su cometido. Que si se les rompe la soga, que si las pastillas lo dejan tonto pero no lo rematan o que se lanzó de un séptimo piso con la poca fortuna de que tuvo que pasar a tal tiempo un camión acarreando colchones inflables. Ya es mala suerte y sobre todo mal tino. ¡Malditos aficionados!

Por último y antes del arreón mortal, corresponde hacer un repaso final de que se porta todo lo necesario: motivos, arrojo y un método eficaz con el que quitarnos de en medio. Algo parecido a cuando salimos de casa echando mano al bolso para comprobar que llevamos las llaves, el móvil y la cartera. O a cuando hacemos la maleta y revisamos cuidadosamente que no nos falte nada de lo que se supone que vamos a necesitar. En este estadio insto sobremanera a que antes de proceder recapaciten unos instantes sobre la siguiente cuestión: ¿han oído hablar alguna vez de suicidio en Etiopía? ¿O en Somalia? Me juego un par de meninges y medio riñón derecho a que no. Y es que el suicidio es un lujo reservado al primer mundo. Como las enfermedades mentales. Cuando se amanece teniendo serias dudas de si se alcanzará con vida el ocaso no se le pasan a uno por la cabeza semejantes tentaciones. En esos casos uno solo se centra en qué llevarse a la boca y en esbozar una sonrisa que pudiera ser la última. ¿Verdad o mentira?

Almasy©

SEX PISTOLS: "Anarchy in the UK"


jueves, 13 de mayo de 2010

116. De lo escatológico

NOTA ACLARATORIA PREVIA: La entrada de hoy es un escrito que presenté hace años a un concurso de guiones para los monólogos de “El Club de la Comedia”. De ahí las acotaciones en cursiva para marcar las pausas y gestos que le sugería al posible monologuista. No fui seleccionado. Además, quisiera matizar que su contenido no es autobiográfico, que uno es un señor pulcro y limpio como el jaspe. He dicho.

Dicen los paisanos sabios que hablando de mierda, la risa en casa. Y créanme, es verdad. Así que siguiendo sus consejos, voy a hablarles de lo escatológico en nuestra vida cotidiana, y más concretamente entre los machos, que son en este caso la prueba de que tal vez descendamos del puerco y no del mono. Sí, y no me da reparo reconocerlo. Porque ¿qué hombre no se ha echado una meadita en la ducha? Estás agobiado del duro día, llegas a casa, te diriges al baño, te desnudas, te enjabonas y mientras de aclaras, piiiiiiiisssssssss, ¡qué gloria!; pero claro, una puercada. Y ¿quién no ha ido a casa de un colega y se orinado fuera y ha pingado la taza y todo el suelo? Luego lo peor es no tener papel para limpiarlo, porque si se lo pides al anfitrión encima parece que has ido a giñar, y por ahí ya no paso, porque uno es puerco, pero no es el “Puerco”. Así que nada, como no hay papel y tampoco llevas un klínex, pues ¿qué te queda?: (pausa para que el público cavile)… ¡La toallita de los pies que se utiliza al salir de la bañera! Lo malo es cuando al cabo de una semana tú colega te comenta que le han salido hongos en los pies y entonces no sabes dónde meterte.

Aunque para vergüenza la que se pasa de verdad con el típico amiguete gracioso que te invita a casa y para dejarte en ridículo delante de sus padres, suelta eso de “mamá, sólo venimos un momentito, que es que Jaime se está haciendo caca”. Y no te queda otra que tragar, porque si entras en desmentidos, entonces el marrón, (pausa), el marrón (pausa), es mucho mayor.

Y ya el corte más monumental es cuando verdaderamente te estás haciendo popó, como dice mi amigo Borja Mari, y tienes que meterte en un bar a dejar el pastel. Y claro, uno tiene un pudor y no vas a entrar esprintando y tirarte directamente al wáter y que al salir te nombren cliente cagón del mes, así que aprietas el culo y con cara pálida te acercas a la barra y pides un cafetito. Por supuesto ni lo pruebas, porque entonces aceleras el proceso de vaciado. Miras al camarero, la barra, el palillero, el servilletero, la bufanda del Atleti que cuelga de la pared y sudas, ante todo sudas. Finalmente al cabo de los cinco minutos más largos de tu vida, preguntas muy bajito al camarero: “por favor, ¿los aseos?” y es importante decir “aseos” para que piensen que vas a lavarte las manos, o a retocarte el peinado, vamos cualquier cosa suavecita que no suene a sacar la leña al patio, a descomer, a tirar de pantalón. Casi siempre están escondidos “abajo a la izquierda” o “abajo a la derecha”, lo que viene muy bien para ocultar mejor el cuerpo del delito. Te deslizas sutilmente para no descargar prematuramente y entras como si atravesaras las puertas del mismísimo Paraíso. Si el apretón es de los gordos, pasas de si está limpito o no el servicio, sólo quieres un agujero, agujero, agujero, repite tu mente. Si el apretón sólo es medio y aquello es una pocilga, procuras no tocar nada, te quitas totalmente el pantalón y repito, te lo quitas totalmente porque si no nunca se sabe dónde puede acabar la cosa y te subes encima de la taza para que tus nalgas no toquen nada. Difícil postura porque además, si coincide que es invierno, tienes al mismo tiempo que sujetar el abrigo y la puerta, porque el pestillo siempre está estropeado en estos casos. Finalmente, descargas la mercancía y entonces vuelven los sudores: ¡no hay papel! ¡el dichoso papel! Y te juras entonces no volver a mirar mal a los rumanos que te venden klínex en los semáforos, y pides a Dios que en ese momento suene una voz de Europa del este que entre en el servicio diciendo: “tres paquetes 1 euro”. O que se deslice por debajo de la puerta correteando el perrito de Scottex con ese pedazo de rollo infinito en su boca. Pero nada, que no. ¿Qué haces entonces? Tienes dos opciones: o esperas a que entre alguien al que pedirle papel y se entere de que has ido a hacer popó, que aunque se lo huela (pausa señalándote la nariz), nunca quieres que se sepa abiertamente, o te olvidas de todo y tiras del pantalón para arriba confiando en tu detergente habitual. Les dejo a ustedes la elección (y sales corriendo sujetándote el culo simulando que contienes un apretón).

Almasy©





TOM JONES: "It´s not unusual"