jueves, 24 de febrero de 2011

149. El viejo profesor

“Toda una vida condensada aquí, en dos cajas de cartón”. El viejo profesor recogía sus enseres invadido por un abigarrado cóctel de sentimientos que iban desde la nostalgia hasta el alivio. Que estaba cansado era una verdad absoluta, pero no podía quitarse de la cabeza si jubilarse era la decisión acertada. “¿Tal vez un par de años más?”. No tenía tampoco muy claro en qué ocuparía sus días cuando la mañana siguiente lo sorprendiera tomando su café del desayuno sin la urgencia de apurarse para llegar a clase. Pensaba también en sus tardes, dedicadas todavía, después de los tiempos, a preparar novedosos materiales para sus discentes. “Reciclarse, lo llaman ahora”. A elaborar otros modelos de exámenes, a descubrir rincones que visitar en viajes que de estudios tenían poco. “Es que me aburre hacer siempre lo mismo”, solía contestarle a los que le recriminaban que siguiese implicándose tanto en su labor docente. “Vicente, que no vas a heredar el centro”, se mofaban algunos de sus allegados.

“Me ocuparé de mis nietos, leeré todo lo que tengo pendiente, empezaré a ir al gimnasio en el que llevo lustros apuntado, viajaré a conocer los lugares que me encandilaron apenas contemplando una foto”. Mentía. Se mentía, pues lo cierto es que el pánico lo atenazaba y no encontraba el aliento necesario para buscar alternativas a la que había sido su rutina hasta la fecha. “Treinta y cinco años de dedicación resumidos en dos cajas de material de oficina”, se repetía apesadumbrado. “¿Y qué querías, una medalla, un busto tuyo a la entrada? Espabila, querido, que ya tienes una edad”, le contraatacaba su esposa.

Observó con ternura desorientada los mapas que lo habían acompañado en sus clases de historia y acarició suavemente el poema de Celaya que había mandado enmarcar cuando ingresó en el centro. Conocía de memoria cada letra, cada punto, cada coma. “Educar es lo mismo que poner un motor a una barca… hay que medir, pensar, equilibrar… y poner todo en marcha”. Sonrío contemplando la montonera de exámenes que dejaba en los estantes. “A vosotros no os quiero ver más”. Y continuó evocando a Don Gabriel. “Pero para eso, uno tiene que llevar en el alma un poco de marino… un poco de pirata… un poco de poeta… y un kilo y medio de paciencia concentrada”. “Más razón que un santo tenía el genial vasco”.

Apuró un último vistazo por la ventana y abandonó el despacho para deslizarse sigiloso y cabizbajo por el largo pasillo de salida. Tal vez su último paseo por él. Con cada paso desfilaron delante de sus ojos miles de recuerdos, de generaciones, de sonrisas y lágrimas. Más sonrisas que lágrimas. Finalmente bajó los diez peldaños que daban acceso a la calle. Se paró un instante junto a la caseta del conserje y cruzaron miradas. “Adiós Don Vicente, que le vaya bien”. “Adiós Ramón, igualmente, ya vendré a haceros una visita”.

Almasy©



JOAQUÍN SABINA: "Tan joven y tan viejo"

jueves, 17 de febrero de 2011

148. Paternidad

No desembarco hoy con el anhelo de presentarme en sociedad como un padre modelo sabelotodo. Dios me libre. Pero sí considero que tras dos años ejerciendo de progenitor me voy haciendo una idea aproximada de los entresijos de este mundillo que es la paternidad. Incluso creo que me atrevería a publicar un libro de esos que firman pedagogos de postín dando lecciones sobre las pautas de adiestramiento que debemos seguir los padres. Sin duda alguna lo titularía “Las claves para la educación de su vástago o vástaga: ensayo y error” e incluso me aventuraría con una segunda parte que abordara la adolescencia: “De cómo ser más pesado que su retoño o retoña”; pero vayamos por partes, que diría el descuartizador.

En primer término decirles que hasta el nacimiento de mi hija Carla no había pasado por una experiencia similar. Por grandeza, por jondura, por intensidad. Precisamente por ello el reverso del asunto es también de calado y así como les reconozco que no cambio mi actual condición ni por todo el oro de Moscú, también les confieso que se sufre con cojones. Que si hoy no me come, que si ayer no me durmió, que si resulta que le sube la fiebre y he de partir raudo a Urgencias, que si no acaba de arrancar a andar, que si no termina de hablar, que si hace un rato vomitó y ahora está con superávit de mimo, que si le ha untado el lomo a un crío o un crío le ha untado el lomo a ella en el parque –si hay que elegir siempre mejor que unte ella–, que si… Para más inri, los que tienen más trayectoria en el cotarro me adelantan que los “que si…” no cesan jamás, sino que mutan por otros no menos macanudos: que si no ha vuelto todavía de fiesta y son ya las 7 de la mañana, que si no me estudia, que si no acaba de encontrar novia y se va a quedar para vestir santos, que si no termina de colocarse laboralmente y ya van 39 castañas, que si se ha casado pero no me acaba de dar nietos el muy hereje, que si no viene a comer los domingos por la pécora de mi nuera, que no para de malmeter…

Adivino además desde ya mismo que se cierne sobre mi ser la condición de director de orquesta, en su versión más ligera, y hasta de tirano, en su modalidad más perversa, que todo progenitor porta en su interior. Que si quiero que se apunte a fútbol a ver si suena la flauta y me sale un Ronaldo que me retire, que si quiero meterlo en el conservatorio a ver si resulta que es un Mozart en potencia capaz de petar auditorios, que si lo empujo a clases de inglés, francés, ruso, árabe y chino mandarín para que me sirva de intérprete en mis viajes estivales, que si… Asimismo, acompañamos estos deseos blandiendo prestos el pertinente justificante moral que no ensucie nuestra conciencia: “es que quiero lo mejor para él”, “es que le quiero dar lo que yo no tuve”; y aunque es evidente que somos los principales responsables de abrirles camino al andar, no es menos cierto que con frecuencia vemos en el vástago la solución a nuestras frustraciones y sueños desbaratados. El futbolista que yo no fui, el pianista que no puede ser, el políglota que se perdió por el camino. Será así.

Almasy©



LOS RONALDOS: "Adiós Papá"

jueves, 10 de febrero de 2011

147. Suegros y señales

Recuerdo una ocasión en la que un buen amigo me pidió consejo para su primera visita oficial a casa de los suegros. Quise hacerle un asesoramiento cuasi profesional basado en mi propia experiencia y en la observación exhaustiva de los comportamientos de mis congéneres. Dividí así mi modus operandi, que a la postre iba a ser el suyo, en dos grandes apartados: la estampa estética con la que debía personarse y las conversaciones que tenía que promover y evitar durante el encuentro.

En primer término abordamos vestuario y complementos. Mi amigo porta habitualmente un par de pendientes, uno en la oreja de los de toda la vida, que tiene un pase, y otro en la napia rollo vinco. Ya saben, de esos que les ponen a los gochos para evitar que hocen. Yo le recomendé retirar al menos el del naso y él me contestó que nones, que su suegro tendría que aceptarle tal como era, sin prejuicios. Coincidí en que el hábito no hace al monje y hasta que las apariencias engañan, pero él se resistía a retirar el piercing en cuestión. Y vuelta la burra al trigo con lo de que él era así y que el suegro tendría que pasar por el aro. “Y pasará, y acabarás por restregarle el vinco por la jeta hasta el día del juicio”, acerté a aventurar, “pero no te engañes, el padre de la criatura ese día de primera toma de contacto agradecerá que el que se presente en sociedad como novio de su hija tenga la mayor cara de bobo posible. Una cara que denote ingenuidad, ternura y hasta pavisosez. Que sea mirarte a los ojos y pensar que tienes rostro de toli integral y que eres incapaz de beneficiarte lo más mínimo a la niña de sus ojos. Que desconoces el significado de la palabra magreo y que lo más lujurioso que se te puede pasar por la cabeza es mirarle los tobillos”.

En segundo término nos centramos en preparar el decisivo estadio de la conversación que se mantiene cuando llega el momento mesa y mantel. Para no meter la pata es imprescindible ser receptivo a las señales que se hayan podido recolectar antes se sentarse a engullir. “Por ejemplo, imagina que en el momento de las presentaciones, durante el tome señora suegra le he traído unas flores, tome señor suegro le he traído una botella de vino, detectas una escultura de bulto redondo consagrada a Francisco Franco en mitad de la salita de estar sobre un pedestal de mármol de Carrara con incrustaciones de oro y diamantes. Eso es una señal”. En este caso lo razonable sería poner pies en polvorosa, pero imaginemos que la chica merece la pena y que quieres aguantar el tirón del padre por muy facha que este sea. Entonces toca tragar saliva y seguir la corriente para sumar puntos. Que el suegro comenta: “Este Zapatero nos lleva a la ruina”; tú entonces respaldando con creces: “Esto con Franco no pasaba”; y él erre que erre: “Vamos, si es que mira uno las cifras de paro y te entran ganas de suicidarte”; y tú por el carril: “Esto con Franco no pasaba”; y la madre que llega con la tartera de albóndigas: “Siento deciros que me han quedado algo saladas”; y tú sin novedad en el frente: “Esto con Franco no pasaba”.

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Quique González & Iván Ferreiro: "Vidas cruzadas"