miércoles, 18 de marzo de 2015

235. En el museo de libros


Está mal que yo lo diga, pero lo cierto es que me considero un buen observador de la realidad. Tal vez por mis genes. Quién sabe si por mi educación. Desconozco si achacarlo a mi pasión por contar historias. A buen seguro que por una buena mezcla de todas ellas o sencillamente por obra y gracia del azar que nos gobierna. El caso es que la semana pasada encaminé mis pasos hacia uno de esos museos extraños en los que se exponen libros y la gente incluso los lee. Bibliotecas creo que los llaman. Suelen ser locales en los que se me despiertan sensaciones amables. La luz, el silencio contenido, el olor a celulosa y un sinfín de seres y estares tremendamente variopinto. 

Está, por ejemplo, el opositor. Se le reconoce fácilmente. Bebe agua a sorbitos cada cinco minutos, dispone sus pilas de folios ordenadamente y se vale de cientos de etiquetitas y subrayadores fluorescentes con los que detectar los contenidos más destacados. Los contempla taciturno, seguramente vislumbrando más allá de la tinta china ese trabajo estable de por vida del que tanto le hablan papá y mamá.

Unos clásicos son también los devoralibros. Especímenes adictos al papel impreso. Yonkis de historias para los que las bibliotecas de barrio pronto se quedan pequeñas. Necesitan más. Siempre necesitan más.

No pueden faltar tampoco las tontas del bote. Versión pijas o versión poligoneras según se ubique la biblioteca. Dejan su carpeta a primera hora de la tarde. Entran, salen, ríen, consultan el móvil. Consultan el móvil, entran, salen, ríen. Consultan el móvil. Consultan el móvil. Luego les cuentan a sus profesores que no entienden por qué suspenden si pasan tantas horas en la biblioteca. Y no mienten. Simplemente ignoran que pasar no es suficiente.

¡Y qué decir de los papás que deambulan detrás de sus niños! "Devuelve esa película a su estante. Deja ese libro en su sitio. No cojas tantos. Con cuidado que lo tiene que leer otro niño después de ti. De uno en uno, de uno en uno. No, ese no va ahí. Vamos cariño, a los deberes, que mañana la de mates seguro que te los pregunta. Para, para, para, para ya. Te va a regañar el señor como no te estés quieto".

Habituales también son los jubilados. Los menos inquietos se conforman con echar un vistazo al Marca y mirarle las piernas a la bibliotecaria. Los hay también sesudos consumidores de ejemplares que parecen querer recuperar el tiempo perdido. La novela que no leí aquel verano. El libro de poemas que no recité a mi enamorada. El ensayo para el que nunca encontraba el momento a la vuelta del trabajo.

Precisamente el otro día coincidí con dos que parecían discutir en lenguaje de sordos. Me volví a topar con ellos a la salida y pegué la oreja mientras abandonábamos el recinto. Ya sin un silencio que respetar se despachaban a gusto:

-¿Que por qué hizo Dalí lo que hizo? ¡Porque no le hizo ni puto caso ni a su padre ni a sus maestros!

-Claro que sí, hombre, el tutelaje mata la creatividad.

-Yo lo tengo claro. Si quieres ser feliz, si quieres llegar lejos, no le tienes que hacer ni puto caso a nadie.

Almasy©


HÉROES DEL SILENCIO: "La chispa adecuada"


sábado, 14 de marzo de 2015

234. La fámula


-¿Molesto?

-No, no, pase Elsa, por favor.

-Verá, la señora me ha dicho que limpie los estantes superiores de la librería. Siempre se acumula polvo en los estantes superiores.

-Claro, claro, a mí no me interrumpe en absoluto.

Ingresó timorata en el cuarto. Extrañamente al señor no le gustaba la luz natural. Las persianas estaban completamente bajadas y solo el albor que despedía la pantalla del ordenador iluminaba la escena.

-Si quiere puede encender la luz. Ya sabe que a mí me gusta escribir casi a oscuras, pero entiendo que usted la necesite.

-Será solo un instante, se lo prometo. No tardo nada.

Sin embargo, procedió con calma, sorteando con el plumero los marcos de fotografías hasta alcanzar los libros. Recorrió con la mirada cada uno de ellos, subiendo y bajando cada ejemplar como si de una montaña rusa se tratase. Agradecía que no estuviesen ordenados por tamaño. Iba contra natura. Solo se mostró esquiva con un pequeño ejemplar de tapas blandas que se escondía en la última balda. Cada vez que acababa de desempolvar una hilera completa suspiraba discretamente y echaba un vistazo al ordenador. Todo apuntaba a que el señor había dejado de advertir su presencia. Parecía cautivado por las diecisiete pulgadas del equipo. De reojo alcanzó a contemplar un documento prácticamente en blanco. Apenas una frase en mayúsculas. A buen seguro que un título. El señor no reaccionaba. Sus dedos inmóviles, posados sobre el teclado. Inertes, contenidos y al mismo tiempo deseosos de echar a correr. Pasó un paño ligeramente húmedo por la mesa y dio por concluida su labor.

-Es con “b”.

-¿Cómo dice Elsa?

-Digo que “rebelión” es con “b”.


Almasy©


Vetusta Morla: "Fuego"