viernes, 25 de abril de 2008

25. Incompatibilidades



La Manga del Mar Menor, 40 años de diferencia

     Tan abominables son las medias tintas que no podía hoy sino berrear a los cuatro vientos la siguiente proclama: la actual sociedad de consumo es incompatible con el respeto al medio ambiente. Así de sencillamente complicado. Y no miro para otro lado, ni acuso a nadie, es más, me postulo como el principal culpable del maltrato a la Madre Tierra, pues desde que me levanto hasta que me acuesto cometo contra esta un sinfín de variopintas tropelías de las que no me siento precisamente orgulloso.

     Por ejemplo, soy el primero que rechazaría por activa, por pasiva y por perifrástica la instalación de cualquier antena de telefonía móvil en la cima de mi vivienda; sin embargo, clamo venganza a los dioses siempre que no tengo cobertura en el aparatito de marras, como si esta bajara del cielo por arte de birlibirloque.

     Cuantas veces he hojeado también con denuedo los catálogos de fabricantes de coches posando mis ojos sobre los de mayor cilindrada y caballaje, mucho mejor si son de gasolina, pues como dicen los puristas del motor, los diésel no son coches sino tractores. No obstante, que cejen de insultar nuestra inteligencia, por favor, pues dudo solemnemente que automóvil alguno pueda alcanzar los 300 kms/h alimentándose de alfalfa.

     También soy el primero de los perezosos que ha regateado al reciclaje en no pocas ocasiones. Mea culpa, sí señor, aunque me gustaría hacer alguna precisión en este sentido. En primer término coincidirán conmigo que cada vez resulta más complicado encontrar espacios en los que se den cita todos los contenedores de todos los desechos posibles: orgánicos, plásticos, papel y vidrio. Ahora suelen disponerlos por parejas, de tal manera que, como tu basura acumule restos de los otros dos restantes, estás jodido. Te toca entonces peregrinar en busca del contenedor perdido como si anhelaras ganarte el Jubileo. Otro tema adyacente son los receptáculos que tienes que ubicar en tu propia casa a fin de facilitar la recogida selectiva de tu propia mierda hogareña. No sé ustedes pero yo personalmente, para bien ser, necesito una cocina más grande para cumplir con el mandamiento del siglo XXI: “Reciclarás en el contenedor que corresponda”.

     Y el caso es que todos proclamamos la defensa del medio ambiente, nos pensamos más verdes que la esperanza y reivindicamos un planeta limpio para nuestros herederos; pero ¿a qué estamos dispuestos a renunciar para conseguirlo? Porque el dilema resulta tal que así: ¿se pueden mantener las comodidades presentes sin violentar a la naturaleza? Se estarán oliendo desde el principio mi contundente respuesta, ¿verdad? No, no, no y cien mil veces no. Podría escribirlo con letra tamaño 26, subrayado y en negrita, pero no estaría más claro. La cosa se me antoja así por mucho que ahora nos proclamen las virtudes del biocombustible y nos bombardeen con panfletos pro-reciclaje a base de bien en nuestros buzones. Eso sí, me pregunto maliciosamente si todas las publicaciones sobre el cambio climático con las que se están forrando propios y extraños se manufacturan con papel reciclado. Apostaría el meñique de mi pie izquierdo, el malo obviamente, a que no. Nos hemos creado una serie de necesidades consumistas sin las que parece que no sabemos subsistir, y aquel que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Hemos olvidado lo poco que se necesita para vivir, lo gratificante que resulta una simple sonrisa, un suspiro a destiempo, el golpeo de la mera brisa contra tu rostro, la palmada en la espalda de tu amigo de siempre acompañados por una mísera cerveza. Ahora nuestras existencias apenas se reducen a los escasos momentos de felicidad que acontecen desde nuestra última compra hasta la siguiente. Hemos sustituido la visita dominguera a la sierra por la sabadera a los centros comerciales, pertrechados con el carrito del niño, la suegra y la paciencia que necesariamente debes desarrollar para sobrevivir por estos lares. Ya no se hacen paellas en el campo, ni siquiera nos lo permiten. Dicen las malas lenguas que es para evitar incendios, pero no sé si creerlas, pues son malas las lenguas que lo dicen. Lo que se lleva ahora es la impersonal comida basura un día sí y otro también. ¡¿Pero cómo coño podemos fiarnos de una carne a la que bautizan con nombres absurdos servidos por pobres diablos con trajes más absurdos aún?! Sin embargo, la palabra “Solomillo” no engaña a nadie. Yo me creo a todo aquel que la pronuncie. También suelo fiarme si se mienta a don “Chuletón” y/o a don “Entrecot”, y para de contar.

     Empero, tampoco se trata de volver a la Edad de Piedra y vacacionarnos en “Tronco Móvil” y taparrabos a lo Pedro Picapiedra, ni de tornar a la caverna eremita, pues de todos es bien sabido que “no solo de pan vive el hombre”; pero créanme cuando les digo que el tan manido Desarrollo Sostenible solo será viable cuando todos a una, como Fuenteovejuna, empecemos a conjugar el verbo renunciar. ¿Quién se anima?

renuncio
renuncias / renunciás
renuncia
renunciamos
renunciáis / renuncian
renuncian

Almasy©



Mecano: "Hijo de la luna" (directo 1988)

jueves, 17 de abril de 2008

24. Pequeña Gente Grande

Con apenas una semana de diferencia he tenido la suerte de verme inmerso en dos embolados de esos que, cuando finalmente concluyen, suspiras plácidamente pensando: “Mereció la pena”.

1. El primero fue la obra de teatro que el instituto Rayuela presentó a la muestra de la localidad. Cerca de 40 almas decidieron unir sus esfuerzos y sus talentos para parir así un espectáculo que regalamos con todo el amor del mundo a prácticamente medio millar de personas arrobadas. Algunos empuñaron una guitarra, un bajo, una flauta, un teclado, un violín, un saxo o una batería, mientras que otros sacaron a pasear sus cuerdas vocales. No faltaron las que decidieron expresar con su cuerpo todo lo que llevan dentro: el amor, el dolor, la rabia, la sensualidad, la felicidad. En definitiva, esa avalancha de seres y estares que dicen se llama adolescencia. Hicieron también sobresaliente acto de presencia los amantes de la interpretación, haciendo suyas palabras y situaciones de tal forma que, por un momento, me atrevo a pensar que olvidaron incluso quiénes eran realmente. Otros nos dieron luz, sonido e imagen, para componer así un todo cuasi perfecto, solidario, entregado a una misma causa: sonar en el momento adecuado, moverse precisamente, entonar con claridad en el instante que correspondiera. Sencillamente un conjunto a una, plagado de rostros y carismas que solo valoras cuando paras el reloj y meditas: “¡Qué grandes son estos chicos, cielo santo”.

2. El segundo en el tiempo, pero no menos importante, ha sido la carrera solidaria organizada por el centro para concienciar a nuestro alumnado de la existencia de personas con discapacidad intelectual. En este caso más de 400 protagonistas apostaron por enfrentar las inclemencias del tiempo y lanzar sus pasos por el parque aledaño al instituto. Los alumnos que cuidan nuestro huerto dispusieron todo en el lugar adecuado, los pupilos mayores colaboraron certeramente en la organización del evento, el claustro de profesores participó de múltiples formas en salvaguardar que todo se desarrollara lo mejor posible y policía local y protección civil echaron ese necesario vistazo al devenir de la prueba. Tantos granitos de arena no podían sino conformar una exitosa montaña, preparada, lista y ya para que los participantes embocaran solidariamente un recorrido que no olvidarán. Tal vez hoy alguno no acabe de asimilar la importancia de su gesto, pero tarde o temprano comprenderá que un 17 de abril de 2008 decidió unirse a la mejor de las causas: hacer feliz a otros. No puedo quitarme de la cabeza la sonrisa de Pedro dando el pistoletazo de salida, ni la de Alberto mientras nos daba las gracias por nuestra modesta pero sincera gesta. Carlos, Bryan, Luis, Mario, Andrés y Adrián figurarán como los vencedores deportivos del acto, pero me quedo con felicitarnos a todos los que formamos parte del Rayuela por habernos ganado en el día de hoy las sonrisas de otros.

Almasy©


VÍCTOR MANUEL: "Solo pienso en ti"

(Tema dedicado a una pareja de enamorados Síndrome de Down)


viernes, 11 de abril de 2008

23. El abuelo Cebolleta


     
     En todos y cada uno de nosotros anida un abuelo Cebolleta de esos que rememoran ocasionalmente el pasado con nostalgia y hoy ha llegado mi turno. No me atrevería a sentenciar como Manrique que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero sí más romántico en muchas ocasiones por lo laborioso que era la consecución de un final feliz. Y me voy a referir fundamentalmente a las vivencias que los treintañeros entre los que me incluyo tuvimos ocasión de experimentar. Años luz eso sí en materia de dificultad de las de nuestros padres y/o abuelos básicamente porque, como me insiste acertadamente mi sesentón progenitor, ellos no vivieron, sobrevivieron.
     El catálogo de experiencias que han sufrido cambios radicales es infinito, si bien me referiré estrictamente a tres de las que dejaron mayor huella en mi retina:

1. VIAJAR EN COCHE

     Considero que antiguamente no viajábamos en coche, nos aventurábamos. El auto familiar, por ejemplo en mi caso, era un Renault 7 (“Culo Pollo” lo llamábamos), lo que traducido a trayecto significaba Madrid-León en 5 horazas enteras y verdaderas. Se hacían necesarios por tanto los pertinentes bocadillos, un repertorio de canciones “excursioneras” y al menos un par de paraditas de rigor para aligerar vejigas. Me llamaba la atención especialmente la cuidada seguridad de los coches de antaño: cinturones exclusivamente delanteros, los de atrás a joderse tocan y a amarrarse a las cinchas sobre las puertas. El resto del equipamiento también era espectacular: frenos “ahí va ese”, cierre totalmente descentralizado y elevalunas tope manuales. Los coches de ahora tienen 200.000 ó 300.000 airbags (consultar catálogo), cuadrigas de caballos y toneles de cilindros. Sin embargo, los viajes, aunque más cómodos, son más aburridos y seguimos matándonos en la carretera como nunca.

2. QUEDAR CON LOS AMIGOS

     Es frecuente escuchar en boca de todos los que han mamado el teléfono móvil desde pequeños que te pregunten: “¿Oye, y cuando no había móviles, cómo quedabais?” Pues créanme que lo hacíamos, y sin tanta parafernalia. Antes se quedaba “donde siempre” o como mucho tirabas del telefonillo del colega en cuestión para que bajara. Incluso si tu balcón quedaba a tiro del amiguete de turno no era extraño hacer uso del grito a lo Tarzán: "¡Enriqueeeeeeeeeee, bajateeeeeee yaaaaaa!" No hacía falta más. Ahora son precisos 7 mensajes y 10 llamadas perdidas previas que muchas veces no sabes cómo interpretar. Y encima la gente sigue perdiéndose y llegando tarde a los sitios. Afortunadamente las señoritas “Batería” y “Cobertura” se encargan de darle el necesario puntito de improvisación y espontaneidad que cualquier quedada debe tener. Supongo que para solucionarlo a algún ingeniero cabezón se le ocurrirá, en apenas unos meses, que salgamos de casa pertrechados de un GPS unipersonal que ubique a nuestra pandilla en las coordenadas precisas: “quedamos en los 37 grados 15 minutos latitud norte y en los 55 grados 34 minutos longitud este, ¿vale?”

3. EUFEMISMOS Y VACUA CORRECCIÓN

     No me cabe ninguna duda de que asistimos al momento de la historia en el que recurrimos a un mayor número de eufemismos y sentencias políticamente correctas, aunque en el fondo sigamos siendo más falsos que Judas y más brutos que un arado. Hemos dejado, por ejemplo, de “estirar la pata” para decantarnos por “fallecer” o “pasar a mejor vida”, como si alguien hubiese ido y regresado del “Más Allá” para verificar que efectivamente criando malvas se vive de puta madre; ya no estamos “gordos coma una foca”, sino “fuertes” o a lo sumo “obesos”, que suena como a beso grande o portugués, y sobre todo hemos sustituido nuestro tradicional “estoy hasta los cojones” por el manido “estoy estresado”, como si cada vez que anheláramos alcanzar cierta sofisticación precisáramos de algún anglicismo. Y el colmo es que incluso ya no podemos “morirnos como nos dé la gana”, ahora se lleva lo de “perecer con dignidad” y “luchando hasta el último momento”. ¡Con la pereza que da!

     Sin embargo, después de todo lo apuntado y de la repentina morriña que me invade y que he sacado a pasear, no puedo sino aferrarme al presente y mirar hacia el futuro. Eso sí, siempre teniendo muy presente mi AYER para aquilatar convenientemente cuán afortunado soy HOY. De hecho, afirmar que la historia “no me gusta” o “no me interesa” debería estar prohibido por Ley Orgánica cuando menos, pues tales sentencias nos convierten automáticamente en los seres más paletos sobre la faz de la tierra.

Almasy©



QUEEN: "Bohemian Rhapsody"

viernes, 4 de abril de 2008

22. Recién llegado



Llegó al centro para afrontar su primer día de clase. Su padre no podía trabajar legalmente aún, pero en algún sitio de no se sabe qué ley se especificaba que él debía estar escolarizado. A fin de cuentas solo tenía doce años y todo parecía indicar que habían aterrizado en un país desarrollado de esos que establecían la escolarización obligatoria hasta los dieciséis años. No habían podido acompañarlo porque para su progenitor también era su primer día en la obra. Acudió solo, con las legañas a medio lavar, apenas desayunado y sin disponer todavía de la ropa adecuada para afrontar las inclemencias de ese nuevo clima tan distinto al suyo. Hacía un frío espantoso aquella mañana, absolutamente impropio de un lugar en el que se suponía iban a toparse con la buenaventura. Un primitivo sorteo de pajitas había determinado que fuese él quien acompañase a su padre en pos de la prosperidad. En el hall los alumnos más tempraneros comenzaban a deambular hacia sus clases. A él le habían dicho que se dirigiera a secretaría para recibir sus libros y que posteriormente el jefe de estudios le indicaría el aula a ocupar. En sus manos fueron depositados hasta 12 volúmenes diferentes cuidadosamente encuadernados. Únicamente había visto tantos libros juntos en aquella visita a la biblioteca nacional en primaria. Apenas comprendía siquiera los enrevesados títulos de aquellas obras: Tecnología, Educación Plástica y Visual… Todo era tan distinto. Tras recibir el material apareció una dama enjuta aunque bien parecida a pesar de que rondaba los sesenta. Conocía su nombre y le regaló su primera sonrisa desde que había llegado. Inmediatamente el gesto se tornó serio y las palabras veloces. El vómito de información fue contundente: ya tienes tus libros, este es el plano del instituto, este es tu horario, estos son tus profesores, por acá se va a tu aula, por allá se sale al patio y ahora espera aquí que te acompañará a clase tu tutor. Pasados unos instantes se acercó un tipo fornido de apariencia afable. “Me llamo Rodrigo y soy tu tutor”. Aquel había sido el mensaje más directo y sencillo que había escuchado desde el momento en que había recibido al nuevo día. Rodrigo hizo un gesto seco con la cabeza que rápidamente comprendió: “Vamos”. Casi al unísono embocaron las escaleras que les conducían hasta su aula de referencia. Cuando entraron, más de la mitad del grueso de la clase se encontraba terminando de aparatar sus abrigos y materiales. Él permaneció cabizbajo y se dirigió con algún titubeo hacia el único pupitre que parecía no tener dueño. Nada más acabar de sentarse el tutor introdujo escuetamente al inquilino recién aterrizado: “Tenéis un nuevo compañero”. De refilón ojeó su horario y se dijo: “¡Cielo santo, 6 horas aquí metido!”

Almasy©



Frank T, Zénit & Ari: "Suelo soñar"