viernes, 30 de julio de 2010

127. La Red

Mucho se habla de cuál es el invento capital de la edad contemporánea. A mí no me cabe duda alguna: internet.

Son cientos de miles las bondades que incluye este inmenso océano que es la red, si bien en la jornada de hoy voy a referir algunas de sus vilezas, absurdos y contradicciones más recurrentes. En este terreno me resulta particularmente llamativa la inexplicable fe ciega que algunos tienen en el material al que se accede navegando. Así, no han sido pocas las ocasiones en las que he devuelto a un alumno un trabajo calificado con un insuficiente y este, iracundo y contrariado, me increpa con un “¡Profe, pero si me he bajado la información de internet!”. “Sí claro, e internet es palabra de Dios, te alabamos Señor”, suelo responder en estos casos. Porque lo cierto es que internet acoge desde verdaderas joyas a bazofias de la peor calaña y es el navegante de turno el que con su raciocinio, si lo hubiera o hubiese, debe acertar a rescatar únicamente lo que merece la pena. Algo por otra parte no demasiado habitual. Y si además el alumno en cuestión no ha tenido siquiera el decoro de quitarle el membrete que reza http://www.papatínpatatán.com, entonces acostumbro a regalarle un mensaje escrito complementario del tipo: “Con este trabajo lo único que me demuestras es que sabes utilizar tu impresora. Ni siquiera cortar y pegar, leches”.

Mención aparte merecen las redes sociales, que si bien han aportado ciertos aspectos sugerentes, también cuentan con no pocos dolorosos efectos sobre sus usuarios. Así, a más de uno le han arruinado, o le arruinarán en un futuro, su acendrada reputación. Por ejemplo la de ese tipo de misa semanal, bien considerado, de rancio abolengo, parco en palabras, respetado entre sus convecinos, potencial mandatario de la ciudad aparentemente fiable, de repente… ¡Zas! ¡En una foto del Facebook enfundado en un tanga de la Hello Kitty, peluca rastafari y medias de rejilla en un prostíbulo turco durante sus vacaciones estivales! ¡Adiós carrera política! Asimismo, estos foros disfrazan sobresalientes complejos de inferioridad entre sus adictos, pues los hay que en persona, cara a cara, piel a piel, no son capaces ni de pedirle un vaso de agua al camarero sin ruborizarse y, sin embargo, al amparo de un teclado y una pantalla se atreven a tornarse en conquistadores gigolós dispuestos a sobarle los turgentes pechos a cualquiera.

Otro asunto que me intriga sobremanera es la cantidad de tiempo que tienen algunos para trastear en los menesteres de la red, pues es ciertamente frecuente y con cierta asiduidad atronadoramente molesto el envío de correos electrónicos incluyendo presentaciones, vídeos, fotos retocadas e historias varias que, digo yo, alguien ha tenido que confeccionar. De hecho, me pregunto si no será hasta un trabajo debidamente remunerado el dedicarse a componer paridas a tutiplén para que circulen por las bandejas de entradas de todo quisqui. Personalmente, como siento cierta debilidad por Heródoto, me detengo más en las historias y sus peculiaridades. Hace tiempo, ahora ya ha caído afortunadamente en desuso, era habitual que te mandaran alguna milonga de solidaridad inaudita que debías reenviar al menos a una decena de contactos; so pena que estuvieses dispuesto a que una maldición vitalicia cayera sobre tus espaldas de aquí a la eternidad. Un clásico también son las cartas de remotos banqueros africanos que te proponen invertir los millones de euros que no tienes en algún negocio redondo. Pero últimamente las que más recibo son aquellas que supuestamente vienen firmadas por el Ministerio del Interior advirtiéndote de los últimos radares incorporados en nuestra red viaria o de algún nuevo formato de virus fatal, timo o atentado terrorista al que prestar especial cuidado. Algunas son tan ridículamente absurdas y enrevesadas que verdaderamente, y espero no tener que comerme estas palabras en un futuro, hacen al incauto merecedor de que le den un palo curioso. Por idiota.

Almasy© ¡CERRADO POR VACACIONES EL MES DE AGOSTO, VUELVO EN SEPTIEMBRE CON NUEVOS RELATOS!



TAM TAM GO: "Atrapados en la red"


viernes, 23 de julio de 2010

126. El nazi

Hoy me he levantado con el pie cambiado, cuasi de nazi, que también tengo derecho. ¿O acaso el autoritarismo de nuestros días es una prebenda exclusiva de nacionalismos y colectivos feministas? ¡Hasta ahí podríamos llegar! Déjenme pues que en la presente entrega me desahogue planteando unos cuantos “prohibidos” y “obligatorios” con los que aliviar salud mental y úlcera gástrica a un tiempo.

En primer término invito a que se prohíba la utilización del vocablo “mazo” como adverbio sinónimo de “muy”. “Esto me mola mazo”, “aquello es mazo grande”, bla, bla, bla… De hecho, si me apuran, propongo que dicho término pueda únicamente emplearse cuando se miente el refranero y más específicamente el siempre socorrido “a Dios rogando y con el mazo dando”.

En entregas pasadas creo recordar también haber sugerido en algún momento que se exigiera la tenencia del título de graduado en educación secundaria obligatoria tanto para poder ejercer el derecho al voto como para pretender la obtención del carnet de conducir. Hoy me pillan más blandito y condescendiente, a pesar de lo de nazi con lo que arrancaba, e insinúo simplemente que para el derecho al sufragio se requiera únicamente la capacidad para construir frases con sujeto y predicado. Es más, a aquellos que sepan colocar dentro de la misma un complemente directo, uno indirecto y uno circunstancial seguiditos, debería hasta permitírseles introducir dos papeletas en la urna. Por sabiondos.

Abundando en esto del voto ruego se medite también la prohibición de votar de por vida a la misma formación política. He manifestado en repetidas ocasiones que somos mayormente una nación de filias y fobias que no sabe premiar a los que son distintos a nosotros, a pesar de que internamente podamos reconocer su buen hacer, ni castigar a los que supuestamente coinciden con nuestro ideario, aun cuando percibamos que no están haciendo bien las cosas.

Obligaría, asimismo, a leer cada día un periódico diferente, a sintonizar una emisora de radio distinta y a visionar en la caja tonta un canal que nada tenga que ver con el del día anterior, pues si solo leemos lo que nos agrada, escuchamos lo que queremos oír y vemos lo que nos estimula, corremos el riesgo de estar permanente y temerariamente dándonos la razón. “Si es lo que digo yo”. Eso sí, matizo que aunque consentiría el visionado de Telahinco, obligaría a que el televisor se autodestruyera en caso de sintonizar este canal más allá de 5 minutos.

Incluiría también en el catálogo de obligaciones que cualquiera que aspirase al ejercicio de un cargo público, y más concretamente en el terreno político, se someta públicamente a un test de medición de su CI en el que deba alcanzar al menos un 70. Tampoco vamos a ponernos demasiado exigentes ahora pidiendo el príncipe-filósofo del que hablara Platón. Y como en esta jodienda de la política se ha comprobado que la cosa no es solo cuestión de inteligencia sino de bondad, obligaría a la comunidad científica a que se dejara de investigar “gilipolleces” tales como la vacuna contra el SIDA o la sanación del cáncer y se empleara en la invención de un achiperre capaz de medir la buena fe de los gobernantes. Bondad, se encendería un angelito. Maldad, se iluminaría un diablillo. Porque no sé ustedes, pero yo al menos, de concejal para arriba, necesito sentir que el que me gobierna es mucho más listo y mucho mejor persona que yo. De lo contrario se me tuerce el semblante y se me agria el gesto.

Invito también desde este foro a la clausura de todos aquellos locales en los que se formen colas en las cajas, pues no existe nada más miserable y triste que esperar pacientemente como chinches ¡para pagar!, ¡para ver reducido tu poder adquisitivo!, ¡para asistir a la disminución de tus emolumentos!

Propondría también medidas drásticas y contundentes para con los que hablan a voces por el móvil, los fumadores irrespetuosos y esos adictos a los foros sociales en internet que se olvidaron del valor del cara a cara, del piel a piel; pero en tanto en cuanto tengo amigos y familiares que quiero conservar en alguno o varios de estos colectivos hoy me las callo. Mañana ya veremos.

Y finalmente no puedo concluir la entrada de hoy sin la pertinente medida para la conservación del planeta, requisito imprescindible en cualquier declaración, manifiesto y/o protocolo actuales con los que las multinacionales se limpian el ojete. Concretamente abogo por secundar la propuesta de ese estrambótico partido británico que en las recientemente elecciones celebradas en la Pérfida Albión conminaba a la instalación en las calles de aparatos de aire acondicionado a fin de paliar el calentamiento global del planeta.

Almasy©




RODRIGO & GABRIELA: "Foc"

lunes, 12 de julio de 2010

125. La Roja


Ya está. Ya parió la burra. Al fin. España es Campeona del Mundo de Fútbol. Se dice pronto, pero ha costado casi un siglo conseguirlo (el primer Mundial data de 1930 en Uruguay). Atrás quedaron los fallos y cantadas de unos cuantos. Los goles que entraron y no nos concedieron, las caras rotas, las decisiones arbitrales que siempre nos servían como triste consuelo para volver a casa con la valija cargada de excusas. Ya no somos esos que juegan como nunca y pierden como siempre, los que casi esto, casi lo otro. Ya somos unos triunfadores de los que podemos mirar por encima del hombro, de los que no tienen que desviar la vista hacia otro lado, de los que podemos permitirnos no cambiarnos de acera frente al poderoso mastodonte que nos apartaba una y otra vez de la senda del triunfo. Ya podemos contestar a los soberbios turistas que nos vienen narrando sus éxitos patrios y dando lecciones de sus adelantos, que nosotros tampoco nos quedamos mancos. Que no solo somos triunfadores en tauromaquia, charanga y pandereta. Que también sabemos jugar al fútbol tan bien como para que al final de la contienda podamos entonar el “We are the Champions” con un inglés cada vez más digno. De igual modo que escribimos algunos de los libros más importantes de la historia, pintamos las obras de arte más geniales de cuantas se han parido o ponemos sobre la mesa adelantos médicos que han permitido alargar lo más valioso que tenemos, la vida, un puñado de años.

Lo consiguió un grupo de jóvenes que a priori tienen pinta de buena gente. De futbolistas que parecen chavales con algunos valores y no solo se preocupan por el engominado de su cabello y la próxima campaña publicitaria que protagonizarán. De hecho, el jugador que marcó el gol de la final si de algo no puede presumir, afortunadamente, es de ser un icono publicitario de esos que anuncian perfumes masculinos en tanga. La diana que nos aupó al título la hizo un tipo normal, que balbucea cuando habla, de los que pasaría desapercibido en cualquier sitio y a buen seguro recibiría más de una colleja en su instituto. Como la mayoría de los chavales que componen esta selección histórica. Cada uno hijo de su padre y de su madre. Catalanes, vascos, madrileños, aragoneses, canarios, manchegos, castellanos, andaluces, navarros, valencianos, asturianos, todos a una como Fuenteovejuna. Unidos por un mismo sueño, una misma causa. Consiguiendo en apenas un mes de partidos mucho más de lo que ha logrado nuestra clase política en miles de años. Unir diferencias, no consagrar peculiaridades a partir de exclusiones. Del yo soy yo porque soy distinto a ti. Cada uno es libre de sentirse lo que quiera. Incluso de no sentirse español. Eso es tan absolutamente respetable como sí sentirse. Lo incongruente sería, verbigracia, que un jugador de la Roja no renunciara a formar parte de la misma si no sintiese los colores. A este respecto más de un contumaz imbécil criticó el hecho de que algunos de los jugadores catalanes pasearan la señera por Sudáfrica. ¿En qué quedamos? ¿Acaso no se pretende con insistencia –a mí particularmente no es algo que me quite el sueño– que los catalanes se sientan españoles? Entonces, mientras no se indique lo contrario, la señera, bandera catalana, es absolutamente legítima por representar un pedacito de España. Digo yo. Y no quiero ponerme ahora en plan patriota de esos que presumen de morir por su país. Personalmente solo moriría por las personas que quiero. Eso de perecer por una nación se me antoja demasiado difuso, da pereza y suena a timo de la estampita. Respeto los sentimientos de pertenencia a un lugar siempre y cuando no se nieguen a los alimentos de sumar, de incluir, de dejarse contagiar por lo mucho y bueno que puede venir procedente de otros lares, de no anquilosarse y ser receptivos a los cambios. Lo del nacionalismo ya son palabras mayores. Suena intimidatorio y acostumbra a reservar el derecho de admisión a su causa, lo cual ya no me agrada ni medio pelo.

En las últimas semanas han aparecido españoles de debajo de las piedras que se han atrevido orgullosos a exhibir una camiseta, una bandera en el balcón o una bufanda en su automóvil. Sin complejos, sin sentimiento de culpa, sin necesidad de pedir perdón, sin temer que les llamen casposos fachas. Ya no tendré, espero, que explicarle a nadie que la roja y gualda no es una bandera franquista. Que se instauró en época de Carlos III, el de “mírala, miralá, la puerta de Alcalá”, porque se identificaba macanudamente en alta mar. Algunos dirán, de todo tiene que haber en esta viña del Señor, que se trata del resurgir del rancio nacionalismo español, del aroma guerracivilista de antaño, del centralismo cavernario. Ya saben ustedes, y si no se lo cuento yo, que las medias verdades son tan peligrosas o más que las mentiras. Solo un dato: el veterano de la Roja es un sevillano que cuenta con 31 primaveras. Vamos que lo del Caudillo le debe sonar a los tiempos de los Reyes Católicos y la Guerra Civil a contienda Púnica.

Hoy he visto a mucha gente con una sonrisa en los labios. Lo cual se agradece. Es cierto que la crisis sigue azotando esta barca y no parece a corto plazo que la situación vaya a reconducirse; pero siempre nos quedará la Roja. Personalmente me bajan el sueldo y me incrementan las horas de trabajo, pero me queda la Roja y encima tengo que agradecer que esté empleado. Otros seguirán acudiendo al INEM en busca de un trabajo, pero ahora enfundados en nuestra elástica de la selección de 80 eurazos bien orgullosos. Y si además en la cola del paro nos precede un inmigrante hondureño, un chileno, un portugués o un paraguayo lo miraremos altivos, pensando que somos desempleados superiores. Dudo que en dicha cola haya inmigrantes suizos, alemanes u holandeses, pero si los hubiera u hubiese también ante estos nos pararemos con arrogancia.

Por último, una lanza a favor del presidente de la nación, al que con razón suelo atizar cera para aburrir: puesto que Zapatero tiene la culpa de todo, también será el responsable de que España haya ganado el Mundial. Digo yo.


Almasy©



QUEEN: "We are the Champions"

jueves, 8 de julio de 2010

124. Las cosas, cosas son


Al hilo de una experiencia teatral en la que me he visto necesitado de un espacio en el que representar un trabajo me he topado con una serie de trabas administrativas que en la mayoría de los casos han ido en una misma línea: “no te podemos dejar un teatro”. Que si es muy caro, que si está demasiado nuevo, que si es excesivamente sofisticado para tu mierda de espectáculo, que si quién cojones te crees que eres para pedirnos un teatro. Voy a omitir nombres de personas e instituciones porque no viene al caso y seguramente me enfangaría en el tenebroso e inquietante territorio de la política, cosa que me he propuesto evitar sí o también. Por salud mental, por ganas de tener la fiesta en paz y por esquivar que mi nombre figure en una lista negra de esas que te pasan factura de aquí a la eternidad. En la última que he aparecido ha sido en la de candidatos a reducirles el sueldo un 7 %.

Pero sí quería utilizar esta anécdota personal que finalmente tuvo un final medio feliz –algún día les narraré el porqué de lo de “medio”– para reivindicar que las cosas son solo cosas y para lo único que sirven es para ser utilizadas con la finalidad de satisfacer algunas de nuestras necesidades. Así, un teatro, tan solo encuentra su ser y estar cuando sobre sus tablas se disponen una tropa de artistas con la firme intención de que un patio de butacas repleto de gentío disfrute con su propuesta, la abucheé o decida quedarse indiferente ante la misma. Los teatros vacíos no sirven para nada. De hecho, esta opción me recuerda a esos propietarios de una vivienda que limitan la utilización de su salón para las visitas. El resto del tiempo solo admiran el habitáculo que poseen dentro de su hogar como si de un Museo de la Vivienda se tratase. Y ese pedazo de sofá de piel ahí, muerto de risa, limitado a que esporádicamente alguien ajeno repose sus nalgas sobre él y acierte a derramar la taza de café sobre los aterciopelados cojines que lo adornan. Tantos cuidados y privaciones para que un torpe mamón que ni siquiera es de la casa tire por tierra de un plumazo las ingentes restricciones de sus poseedores. Manda huevos.

La situación me recuerda también a las atrocidades que cometemos con determinados monumentos artísticos alegando que pretendemos conservarlos. No tuve la suerte de conocerlo, pero así a bote pronto se me ocurre que si Miguel Ángel viese hoy su “David” encerrado a cal y canto en una urna del Museo de la Academia, se arrancaría a lágrima viva. El genial Bounarrotti lo esculpió para que fuese admirado en la florentina Piazza della Signoria y nosotros, pasándonos por el forro los deseos del artista, lo enclaustramos tras unos muros acristalados con la excusa de que tenemos que conservarlo más tiempo. ¿Cuánto más?

Tampoco crean que insto al respetable a tratar las cosas a batacazo y hostia tendidos. Sin prestarle el menor cuidado y atención a su correcta utilización. O que estoy lanzando un llamamiento a cometer atentados contra obras de arte como el de mearse literalmente en el urinario que Duchamp ideó para la Gran Galería Central de Nueva York en 1917; pero en ocasiones nuestros supuestos anhelos conservacionistas para con dichas cosas provocan situaciones tan rocambolescas como incomprensibles. Que nos obcequemos en cuidar nuestro entorno medioambiental es tan admisible como necesario, pues si el escenario natural toca a su fin este cotarro que llamamos vida se va al garete. Que se irá. Empero, tocante a espacios y achiperres de manufactura humana entiendo que debemos ser algo menos histéricos y permitir que estos cumplan las funciones para las que fueron concebidos. Nada más triste que un teatro o un sofá para único uso y disfrute de las visitas. Créanme.

Almasy©

CARLOS SANTANA: "Oye como va"


jueves, 1 de julio de 2010

123. El Móvil


No cabe duda de que este aparato del Diablo ha revolucionado tanto el panorama de las telecomunicaciones como las relaciones sociales de nuestros días. De hecho, son pocos o ninguno los que no han sucumbido a sus cantos de sirena.

Existen probablemente tantos usuarios como aparatos e incluso los hay que tienen varios terminales por cabeza: el familiar, el del trabajo, el de la amante, amanto o amanta… ¡Trastorno de personalidad podría diagnosticarse en estos casos de poligamia telefónica!

Un acólito del aparato en cuestión es sin duda el adolescente, quien lo lleva adherido como si de un apéndice de su cuerpo se tratase para darle más usos que los que ofrece una navaja suiza: despertador, reloj, calculadora, agenda, reproductor audiovisual, cámara de fotos, cámara de vídeo, consola de videojuegos, cronómetro, conversor de pesos, medidas y divisas, internet… Vamos que si me apuras hasta te fríe el beicon para el bocadillo del recreo y/o le mete mano por ti a la novia/al novio si andas con la libido bajo mínimos.

Me encanta sobremanera el que lo tiene y no lo usa; pero como se lo regalaron los nietos lo luce orgulloso haya donde vaya. En el centro de día, en el autobús, en el mercado, en la cola de administración de loterías mientras echa la Primitiva. Es curioso cómo chequea insistentemente las llamadas no recibidas y la bandeja en la que jamás entran mensajes. Bueno miento, de vez en cuando los del servicio de atención al cliente de su compañía se ponen en contacto con él para recordarle que o consume y recarga echando hostias, o le dan de baja la línea.

Peculiar como ninguno resulta también el de la pija. Última generación, megatuneado, dentro de una fundita adquirida en la sección de marroquinería de El Corte Inglés y con más entradas en la sección de contactos que las páginas amarillas. La pija vive por y para su cosita. Duerme con el móvil, come con el móvil, caga con el móvil, va al gimnasio con el móvil, pasea por los centros comerciales con el móvil. Habitual también es que salga a cenar con las amigas y apenas les dirija la palabra, pues perpetuamente enganchada a su celular, más pareciera interesarle la conversación de la que, al otro lado del aparato, le narra las beldades de la manicura francesa y de las ingles brasileñas. ¡Qué puta manía la de empeñarnos en hablar con los que están lejos pudiendo hacerlo con los que están cerca! Eso sí, todo hay que decirlo y reconocerlo en esta viña del Señor: el aparatito de marras viene de perlas para hacer la pantomima de que hablas con alguien cuando se te adoba algún indeseable con la firme intención de darte la real brasa.

Pero sin duda alguna, de cuantos propietarios de móvil pueblan la faz de la tierra, me quedo con el clásico currele. Este acostumbra a portarlo a la cintura, como el revólver, inmerso en una funda cuarteada de los chinos que le regaló su parienta para el Día del Padre junto con la versión 7.0 de Varón Dandy. El aparatito en cuestión sobresale por sus golpes varios y los restos de un sinfín de materiales de construcción que le aportan unas sugerentes notas de color: blanco pintura, amarillo serrín y naranja ladrillo jamás pueden faltar en los de pura cepa. Suele emplearlo a grito tendido y pelado, cual cabrero llamando a sus bestias, como si todos sus interlocutores abrazasen la fe de la Virgen de la Trompetilla o del Cristo del Sonotone. No puede faltar tampoco que recurra a su utilización para brindarle a su receptor mensajes del tipo: “¡llego en 5 minutos!”. Cojones, si llegas en 5 minutos no llames. Todavía si te vas a retrasar 5 horas. Pero lo que sin duda distingue a un usuario cañí es la forma en la que responde cuando lo llaman, pues aún estando habilitado el servicio de identificación de llamadas que tanto misterio ha restado a nuestras vidas, el currele sigue cogiendo el teléfono con un atronador al tiempo que palmario: “¿Quién?”.

Almasy©

Little Richard: "Tutti Frutti"