jueves, 25 de marzo de 2010

109. Yo es que soy así


Se trata esta de una de las sentencias que más desprecio de cuantas puedan pronunciarse. De hecho la tengo debatiéndose en el Top Ten por alcanzar el número 1 con otras como “podemos ser amigos” (después de una ruptura) o “hay que ver cómo está el tiempo” (en un ascensor o de cháchara con el gasolinero mientras repostas combustible). Para más inri, suele venir acompañada con una coletilla que la remata de forma bien recalcitrante: “Y no pienso cambiar”. Reconozco que yo también la he pronunciado en alguna ocasión, el que esté libre de culpa que tire la primera piedra; pero parándome a analizarla con detenimiento me he propuesto esforzarme denodadamente para no volver a mentarla. Recuerdo que no hace demasiado tiempo, la frasecita estaba al menos en boca de previsibles. Prácticamente era patrimonio exclusivo del abuelete de turno y del analfabeto de marras. El abuelete, zorro y sabio a un tiempo, de vuelta de todo también, te la pronunciaba convencido, impasible, sin temblarle un ápice ni el pulso ni el labio, cuestionando con la mirada tu atrevimiento al pretender enseñarle algo nuevo que pudiera modificar el más mínimo rasgo de su hermético y consolidado carácter. “A Noé le vas a hablar tú de la lluvia”, le faltaba espetarte. Por su parte el analfabeto, bastante tenía para él, pobre animalico mío, con ese mochilón de nombre Ignorancia a la chepa todo el santo día; así que ¡cómo no perdonárselo a ambos!

El problema es que ahora el veredicto del que les hablo ha ampliado peligrosamente su nómina de propietarios, hasta el punto que te la endosa el primer mono de feria con el que te topas a la vuelta de la esquina. Incluso se la he oído en boca de micos de 7 años que no pueden sino haberla aprendido de micos más talluditos y casaderos. Y la verdad es que, sinceramente y hablando en plata, me ronca los cojones este anhelo tan determinista por presentarse en sociedad. ¿Cómo que tú eres así? ¿Cómo que no piensas cambiar? Algunos van más allá y aderezan la máxima con complementos tales como “y punto”, “por lo menos te lo digo a la cara” o “y estoy orgulloso de cómo soy”.

¡Vamos, hombre, que llevamos media historia de la humanidad matándonos por evolucionar, por cambiar rancias tendencias, por comprender el auténtico significado del libre albedrío, y ahora resulta que vamos a estar programados en la cadena de montaje de manera y modo que desde el útero al ataúd, nuestros recipientes de ida y venida a este mundo, seamos entes herméticos sin margen de maniobra, mejora y/o aprendizaje! ¡No hijos no! ¡Hasta ahí podríamos llegar! Y es que si tú eres así, yo soy asao y mi prima Amparo la pija o sea. Porque oiga usted, que esto afortunadamente todavía no es Matrix, aunque cada vez se le asemeje más y más, y en este pedacito de texto que me nace semanalmente de las tripas me atrevo a recomendarles que no acepten ni pronuncien alegremente el “yo es que soy así” como si de un cheque en blanco se tratara. O al menos júrenme por sus muelas que racionarán su empleo con prudencia. Cuestión de salud mental, créanme.

Almasy©



Elton John: "Sacrifice"

jueves, 18 de marzo de 2010

108. Culpables...


… hasta que se demuestre lo contrario. Me cuenta un buen amigo que pule suelos en un importante edificio de oficinas que la semana pasada tuvo que doblar turno y quedarse hasta tarde. El caso es que estaba encerando una estancia aparentemente desierta cuando descubrió tras un biombo a una ejecutiva adherida a un ordenador. Esta levantó la vista y pegó un respingo. “¡Coño, qué no soy tan feo!”, pensó mi colega. Ella se acaloró y comenzó precipitadamente a recoger sus enseres para tomar las de Villadiego. Mi amigo se percató de que la pava tenía miedo, lo cual le incomodó sobremanera. Me atrevería a afirmar incluso, si bien él no me lo ha confesado, que se ofendió. Sin embargo, supo reaccionar a lo grande, muy toreramente, pues aunque se dedique a pulirle suelos a los pijos, porta sobre sus lomos más saber estar y educación que mucho licenciado de los que anda suelto por ahí engrosando las cifras de paro. “Señora, solo soy un hombre, no un monstruo”. Y es que hay determinadas parcelas de la vida cotidiana en las que los hombres ya venimos juzgados de serie, y no porque en otras pudiera beneficiarnos nuestro sexo, cabe omitir la denuncia de aquellas que nos zahieren gravemente. Eso sería tan injusto y ridículo como cuando disfrazamos algún mal hacer con frases del estilo “en otros sitios están peor”.

Y si encima te da por ser un tipo afectuoso, de los que abrazan, besan y regalan caricias a todo el que se te ponga por delante sin motivo aparente, entonces sí lo llevas crudo. Como la afortunada no sea tu abuela, tu madre o tu hija y además puedas demostrar tu consanguineidad científicamente ante el tribunal de la Haya, corres el riesgo de que te acusen, seguramente quedándome corto, de pulpo pervertido con las manos largas y la mirada sucia. Reflexiono a este respecto que nunca cobró tanto significado para mí el siempre recurrente y bíblico “pagan justos por pecadores”, pues flaco favor nos hacen a los justos esos que tienen el carné de maltratadores y se dan a conocer en los medios con sus atrocidades. Precisamente al hilo de los medios, habituales en condenar a las primeras de cambio sin contrastar la información, y de campañas publicitarias varias, me pregunto si no estarán consiguiendo exactamente el efecto contrario al que persiguen, pues pareciera que algunos violentos saltaran al ruedo con el ánimo de ocupar sus 15 minutos de fama a los que Warhol dijo todos teníamos derecho. Asimismo, me cuestiono si el 016 atendería también llamadas que denuncien situaciones como la vivida por mi amigo el pulidor de suelos, pues este precisa, como mínimo, apoyo psicológico para superar el trance.

Finalmente, me atrevo a rogar algo más de prudencia y algo menos de juicios paralelos en este peligroso terreno, así como a reclamar un trabajo más serio y equilibrado por parte de instituciones como el neófito Ministerio de Igual Da Que Da Lo Mismo, enfrascado a diario en cruzadas necias que seguramente lo apartan de otras de mayor calado. Y si no que se lo cuenten a ese empresario gallego que recientemente puso un anuncio en prensa ofreciendo trabajo: “Se necesita auditor para empresa solvente”. Con una inusitada rapidez que ya la quisiera yo para alejar maltratadores de maltratadas, se puso en contacto con él una sujeta inspectora del estado que le invitó amablemente a incluir en su oferta de empleo las palabras: “auditor o auditora”. Claro, este, más cabreado que un mono y con los testículos hinchados como si doscientas mil avispas se los hubieran aguijoneado, acabó tirando de ironía para que no le reventara un pleito en los morros: “Se necesita auditor, auditora o auditoro”. Vuelve a por otra Bibiana.

Almasy©



Chingón: "Malagueña salerosa" BSO Kill Bill

jueves, 11 de marzo de 2010

107. Currículum vitae

Así lo llaman los puristas acérrimos de los latinajos. Currículo los que han optado por la traducción al castellano y CV los devotos de los acrónimos empeñados en recortar todo lo que se les ponga por delante. Algunos es vicio ya lo que tienen. Carne de sms. Sin embargo, nomenclaturas al margen, todos entendemos que el currículo no es sino tu carta de presentación en sociedad para cuestiones de índole académico-profesionales. Merece pues la máxima consideración y cuidados por parte del redactor. Es menester, por tanto, que informe hoy a los menos duchos en la materia para que sepan confeccionar con éxito el suyo propio.

Una de las premisas fundamentales para la feliz elaboración del mismo es tener el engorde de los méritos por bandera. O sea, incluir cuantas habilidades y reconocimientos puedan sumar y sumar, sin importar demasiado que tengan relación alguna con el puesto solicitado: lo bien que bailabas la peonza de rapaz, aquel cursillo de papiroflexia on-line en el que te embarcaste tras tu último desengaño sentimental o el meritorio accésit en el torneo de dardos de las fiestas de tu pueblo en aquel verano del ´83. Todo vale con tal de hacer bulto.

Otra máxima imprescindible es manejar el eufemismo con maestría. Así, aunque te echaran del trabajo anterior por meterle una hostia al encargado, aconsejo que figure, verbigracia, que abandonaste el empleo con la intención de satisfacer tus anhelos de promoción y mejora. Si cuela, cuela.

Nada mejor también como la sofisticación a tutiplén. Y es que un buen atado de palabros enjundiosos suele ser la mejor fórmula para que te tomen en serio. Jamás se digan, por ejemplo, churrero de profesión, sino técnico manipulador de alimentos harinoso-azucarados. Asimismo, nunca reconozcan haber llegado tarde al tajo por haberse quedado dormidos. Esgriman en ese caso que las fatales inclemencias del tiempo o del siempre frenético tráfico urbano han impedido tu entusiasta y puntual incorporación al puesto. Eso es lo que hacen los jefes, ¿no? ¿O acaso han oído que jefe alguno llegue tarde al trabajo? Jamás de los jamases. El jefe nunca llega tarde, a lo sumo lo entretienen. Igualmente, no lo habrán visto entornar los ojos consumido por el sueño, sino reflexionar concentradamente en lo que conviene al negocio.

Temas claves en el currículo son los idiomas y el manejo de las nuevas tecnologías. Deben pues ser sumamente cuidadosos con ambos asuntos. Que ustedes chapurrean cuatro sentencias mal dichas en inglés, tales como “Oh, my God!” (frase por excelencia del cine porno); no se corten: nivel medio en la lengua de Shakespeare. Con dos cojones. Y si al menos son capaces de apagar el ordenador sin tirar de botonera ni enchufe, sino únicamente haciendo uso del endiablado ratón, no me sean modestos: nivel medio-alto de ofimática. Vamos, que de ustedes a Bill Gates hay unas gafas graduadas de diferencia.

Pieza básica suele ser también la foto que adjuntamos y más en este mundo presidido por Doña Apariencia. En este terreno les propongo dos soluciones. La más casera consistiría en endosar un retratito más bien antiguo, de los años mozos. No me iré hasta el día de las comunión pero casi. Vamos, que se les vea jóvenes y lozanos, dispuestos a comerse el mundo. Otra más currada es recurrir al photoshop, que si no controlamos directamente, siempre conocemos a un amigo de un amigo informático que pilota la del quince y nos va a tunear el careto como si hubiésemos pasado por el quirófano de Corporación Dermoestética.

Finalmente se debe rematar el currículo con una especie de declaración de intenciones que vendría a ser un híbrido del eufemismo y la sofisticación de los que les hablaba hace unas líneas. En este sentido, nunca olviden, por ejemplo, recalcar a la empresa su “absoluta disposición a la movilidad”. Vamos, que podéis mandarme a donde Cristo perdió la hebilla de la sandalia y la antena de la boina. No omitan tampoco el hecho diferenciador frente a sus posibles rivales por el puesto que está en juego. Son ustedes unos candidatos únicos e irrepetibles y se encuentran dispuestos a “afrontar el empleo en cuestión con el rigor, seriedad y entusiasmo que sean necesarios”. O sea, que estás abierto a que te peten el culo a base de echar horas extras a destajo poco o nada pagadas un día sí y otro también. Entonces les tocará hablar con el sindicalista, pero ese capítulo lo dejo para otro día, que da para uno o dos ratos.

Almasy©

POL 3.14: "Bipolar"


jueves, 4 de marzo de 2010

106. Los olvidados

Uno de los grandes méritos de la Escuela de Annales fue rescatar del anonimato a los sin nombre allá por los felices años ´20. Liderada por Marc Bloch y Lucien Febvre, esta corriente historiográfica con epicentro en Francia consiguió poner en circulación la vida y milagros de los olvidados. Hasta la fecha, y con las correspondientes excepciones confirmando la regla, había primado una historia puramente evenemencial centrada únicamente en fechas señaladas y grandes nombres. En resumidas cuentas, de concursante de Trivial Pursuit. Así, parecía que para formar parte de cualquier referencia histórica, se precisaba un currículo digno de un Rey, un Papa o un Generalísimo. Y de ahí para abajo morralla de tercera división. Sin embargo, los idolatrados historiadores que les mentaba más arriba, propusieron desmarcarse de esta tendencia y ampliar la nómina de protagonistas. Fruto de este empecinamiento surgieron serias y pioneras obras como la de E. Le Roy Ladurie (1975): Montaillou, una aldea occitana de 1294 a 1324 (en torno a la herejía cátara) o la de C. Ginzburg (1976): El queso y los gusanos: el cosmos de un molinero del siglo XVI (el título lo dice todo). No obstante, y como suele ser uso y costumbre del ser humano, hemos tomado propuestas como las de Annales tan al pie de la letra que en determinados estadios nos hemos posicionado en el extremo contrario. Tanto que ahora este ímpetu diferenciador ha arrumbado a un rincón a todo aquello que no sea un ejemplo particular y único. Gran parte de culpa han tenido en este asunto los localismos, regionalismos, nacionalismos o como testículos queramos llamarlos, quienes han abanderado la cruzada de la microhistoria por el interés que te quiero Andrés. Ahora resulta, por ejemplo, que el Tajo es un río Don Nadie frente al Alberche, cuyo recorrido, caudal y composición química deben conocer los alumnos madrileños de pe a pa. O que es mucho más útil y recomendable saberse el nombre del alcalde de Tarrasa antes que el del ministro del interior. O que dónde va a parar el discreto “Museo Guggenheim” de Bilbao al lado de las excelencias del “Museo Etnográfico del Caserío y la Chapela” de Guernica.

Estos localismos, además, han jugado zorrunamente sus cartas para presentarse en sociedad como una suerte de mártires sometidos durante años a los que no se puede arrostrar, so pena de ser tachado de fascista, miembro de la caverna, ultraderechista de pro y algún que otro epíteto más. Ellos, en cambio, alardean de progresismo, talante revolucionario y hasta de marxismo-leninismo si me apuran. Y mucho ojito con poner en entredicho la menor de las reivindicaciones de cualquiera de estas minorías históricamente oprimidas que ahora han decidido convertirse en opresoras. Para compensar, digo yo.

Siempre he pensado, y alguna vez he escrito en esta bitácora, que cualquier anhelo localista-regionalista-nacionalista, llámese central o periférico, está plagado de miedo escénico a lo diferente y de sectarismo acomplejado. “Yo soy yo porque soy distinto a ti”, podría resumirse el asunto. Y se pinte la cosa con butifarra y sardanas (versión folclórica) o con cócteles Molotov (versión violenta), la esencia viene a ser la misma. Otra pepla bien distinta y legítima es amar el suelo que ocupas y a la gente que te rodea. Desear que tu círculo prospere es, amén de natural e innato a la condición humana, hasta saludable mentalmente; pero en cuanto le colocas barreras físicas, o peor, mentales, este torna en fortaleza, en prisión o en las dos a un tiempo. Es entonces cuando nos perdemos la grandeza de la diversidad, de la mezcolanza, cuando basculamos para defender lo Nuestro por oposición a lo Vuestro, empecinándonos en hacerlos incompatibles, excluyendo, negando, restando, dividiendo, ignorando, fracturando, obviando procazmente el significado de palabras tan bellas como “ENCRUCIJADA”, “COSMOPOLITA” o “HETEROGÉNEO”. Atrévanse a pronunciarlas, verán qué llenazo les recorre los labios.

Y ya si pasamos del fango político para meternos en arenas religiosas, la legión de exclusiones al amparo de ortodoxia y heterodoxia alcanza dimensiones mastodónticas. Así, yo soy cristiano porque no soy musulmán y musulmán porque no soy judío, por ejemplo. Incluso dentro de cada fe las luchas intestinas y los recintos herméticos se me antojan infinitos, rayando casi siempre el politeísmo encubierto y partidista. ¡Arriba mi Jesús del Gran Poder, abajo tu Virgen de la Macarena! ¡Aplausos para los sunnitas, abucheos para los chiitas! ¡Vivan los halcones, mueran las palomas! ¿Qué fue de otra no menos linda palabra como “SINCRETISMO”?

Algún visionario con aires de curandero ha apuntado que cualquier tipo de fanatismo sectario se supera leyendo y viajando, pero también les he matizado en alguna ocasión que todo depende de qué leas y a dónde viajes. No obstante, si preparamos, o mejor, nos preparan, una abigarrada nómina de lecturas y destinos turísticos, normalmente la afección suele curarse. Mano de santo, oigan. Bálsamo de Fierabrás. Panacea al cubo.

Almasy©



The Cure: "Burn" (BSO El Cuervo)