viernes, 15 de agosto de 2014

217. Las bicicletas no son para el verano


Hoy me he levantado con pretensiones bicicleteras. No en vano fueron muchos años delante del televisor alentando primero a Perico y luego a Indurain para que se coronaran vencedores en los Campos Elíseos. Tengo todo el equipo, desde la bici de marras hasta las calas, y es que el Decathlon ha hecho mucho daño haciéndonos creer que podemos darle a cualquier cosa. Siempre he preferido correr. Requiere menos logística, alcanzas cualquier rincón que te propongas y me permite sufrir más en menos tiempo, que al final es de lo que se trata. Sobre todo a los que tenemos buena boca y cuando llegamos a casa no tiramos de ensaladas precisamente.

Lo cierto es que la cosa casi acaba en tragedia griega. Y es que a falta de uno se me han tirado a las llantas hasta tres canes. El primero en el pueblo vecino, en plena petada hacia arriba. De esas cuestas en las que cualquier distracción puede suponer dar con tus huesos en las piedras. De esas cuestas en las que vas dando bandazos y cualquiera que pueda observarte pensaría: "Si va parado el cabrón, o borracho". Nada más y nada menos que un doberman. Casi sin tiempo para reaccionar, pie a tierra y tieso como un ajo para que me olfatease. A todo esto la dueña a más de 200 metros gritándome: "Tranquilo, no hace nada, solo es un cachorro". Lo cierto es que no me tranquiliza nada cuando me instan a que lo haga. Sobre todo teniendo en cuenta que hablamos de un doberman. ¿Se imaginan ir en metro a hora punta, amarrado a una de las barras que impiden caerte con el traqueteo y de repente sentir que detrás tuyo tienes a Nacho Vidal con el badajo al aire? ¿Les tranquilizaría que este les susurrase al oído: "Tranquilo, no hago nada"?

El segundo ya en mi pueblo, a la vera del río, con la brisa del bosque golpeando mi rostro con suavidad y la velocidad de crucero instalándose en mi vehículo de dos ruedas. A punto casi de iniciarme en repetir consignas del tipo: "Joder, cómo mola la bici, podía combinarla más con la carrera a pie". En este caso una suerte de labrador macho, no estoy muy seguro porque yo de pedigrís lo justo y necesario. No soy racista. Entre el sudor acomodado en mis gafas de sol y los amables pensamientos que recorrían mi cabeza solo fui capaz de clavar el freno cuando él ya se disponía casi a clavarme el diente. El propietario gente conocida, del pueblo, así que me van a perdonar que no proclame aquí ningún exabrupto por aquello de respetar el feliz entendimiento entre vecinos. "Menudo susto, ¿verdad?". "Bueno, lo cierto es que más que el susto a mí me preocupaba la hostia que podía haberme dado".

Apenas recuperado del segundo impacto y enfilados varios caminos de concentración, detonaciones de escopetas a mi paso. Qué lindo trino el de los cazadores disparando apenas a diez metros de ti. No puedo expresar con palabras las emociones que me recorren. Como en este caso no eran conocidos permítanme que me despache a gusto pronunciándome: "Hijos de mil zorras, os ensartaba la escopetita por el orto".

Y finalmente de postre, mientras todavía maldecía lo sencillo que es hacerse con un perro en este país, el tercer can. En este caso apostado en una vaquería con unos ridículos alambres sin mallazo que dejaban pasar como poco a un ñu. Para más señas un mastín. ¿Saben ese dicho que sugiere no correr delante de un perro? Pues yo he corrido. Vaya si he corrido. Encendido hasta casa con la única pretensión de bajarme de una puta vez de la bicicleta. Pensando en las últimas pedaladas que en habiendo dueños con perros sueltos y cazadores a tu alrededor, quién necesita emprender aventuras más lejanas y costosas a fin de activar tu adrenalina. Como diría Sabina: "Pa abreviar el cuento... Que no disfruté. Que no vuelvo más".

Almasy©



Popurrí Vuelta Ciclista a España 1978-89



jueves, 14 de agosto de 2014

216. Mi niño


Vivimos en la sociedad de la urgencia y la educación de nuestras criaturas no podía ser una excepción. Con frecuencia además combinada con una manifiesta obsesión competitiva. No, nuestro hijo no puede empezar a caminar más tarde que el del vecino. Hay que vencerle, tenemos la obligación de demostrarle que estamos por encima de él, que su aliento nos queda lejano, que solo puede aspirar a vislumbrar allá remotamente nuestra matrícula mientras nosotros lo contemplamos sobrados por el espejo retrovisor.

Apenas se tiene en pie, incluso aunque todavía el vástago tenga complejo de mopa y se arrastre serpenteante por los suelos apañando polvo, debe saber nadar, no sea que lo precise para cruzar el Estrecho en pos de un nuevo continente o en su defecto para circunnavegar el planeta a bordo de un catamarán con la firme intención de inscribir un televisivo récord Guinness. Y por supuesto no nos vale un nado de supervivencia, modo remojón de can. Su estilo debe ser depurado, weissmulleriano como poco, dominando todos y cada uno de los estilos. De lo contrario nos dirigiremos al correspondiente monitor para reclamarle más nivel. Más nivel, más nivel. Mi niño necesita más nivel.

Tampoco conviene descuidar que aprenda a andar en bicicleta sin ruedines cuanto antes. Algunos niños son capaces con apenas dos años, así que por encima de los 24 meses vamos con retraso. Sobre todo si queremos llegar a tiempo para disputar el Tour de Francia. Apúrate que ya vas a contrarreloj. Apúrate. 

Cuando ni siquiera domina el castellano básico debe arrancar presto con el inglés. No puede pillarnos el toro, pues corremos el riesgo de que no sea bilingüe como poco y eso no podríamos tolerarlo bajo ningún concepto. Antes el ébola.

Por otra parte, aunque proyectamos que acabará convirtiéndose en ingeniero o médico, nos gustaría presumir delante de nuestros congéneres de su hartón de talento artístico. El conservatorio de música siempre es la mejor opción. Hasta la fecha el crío solo ha destacado por tocar los cojones, así que ya va siendo hora de aprovechar ese filón para que se inicie en algún otro instrumento. Ya sabemos que serán un montón de horas entre clases y estudio, pero no cabe otra alternativa. Y lo bien que va a quedar luego en los congresos de medicina cuando entre ponencia y ponencia deleite a los colegas con alguna suite para violonchelo del maestro Bach. Eso sin mentar las visitas, que quedarán encantadas cuando después de comer pasemos al salón e invitemos al niño a que demuestre de lo que es capaz. Ya tenemos en el mueble bar esperando unas deliciosas pastas de té especialmente seleccionadas para la ocasión.

Y por supuesto todo ello sin olvidarnos de la máxima latina: “Mens sana in corpore sano”. No nos perdonaríamos relegar a un segundo plano la práctica deportiva. Fútbol y judo son las opciones más consistentes. Cualquier otra cosa que nos demande nos hará sospechar que pueda ser afeminado y en ese caso habría que consultar a un psicólogo o a un sacerdote. Sí, sabemos que después de llegar del conservatorio tendrá que coger raudo la bolsa de deporte para irse a entrenar y con suerte cenar antes de la medianoche; pero ya se sabe, el que algo quiere algo le cuesta.

Las urgencias no cierran, ejercen las veinticuatro horas gracias a inefables turnos de trabajo. Y nosotros debemos hacer lo propio. Debemos tomar ejemplo. Tomar ejemplo. Poco importa que en no pocas ocasiones no haya sido nada y nos manden para casa pasadas unas horas. “Solo ha sido un susto, no hemos encontrado ninguna anomalía, puede irse”. ¿Y qué? Eso no significa absolutamente nada. Conviene estar alerta y optar siempre por la vía rápida para quedarse tranquilo cuanto antes. No hay tiempo para consultas externas más serenas, más focalizadas en el problema en cuestión, más en la línea de respetar los tiempos, más receptivas a que en multitud de asuntos ni siquiera es de recibo disponer un plazo. No, corresponde examinarlo todo a la mayor brevedad. Ya mismo. Ayer a veces ya es tarde. Corre Forrest, corre.


Almasy©


Extremoduro: "La carrera"