viernes, 18 de abril de 2014

215. Gabo


Descubrí a Gabriel García Márquez en el colegio por mandato de mis profesores. Como a tantos otros (Delibes, Machado, Stevenson, Unamuno, Darío, Manrique, Clarín, Bradbury, Golding, Salinger...). Eran otros tiempos. Tiempos en los que un docente sencillamente te ordenaba -pongamos "invitaba" para los amantes de los eufemismos- leer un libro y a ningún anormal se le ocurría pensar que se estaba cercenando la libertad del individuo. Ni que la escuela secuestraba su creatividad. Porque para que esta surja y se desarrolle se necesitan unos mimbres sobre los que armar el cesto. Se tomaba como lo que es: un requisito para superar la asignatura y tal vez -como en mi caso- el descubrimiento de un universo repleto de recovecos maravillosos en los que adentrarse. No me duelen prendas en reconocer que me decidí a estudiar Historia por la influencia de uno de mis profesores. Tampoco en asumir que soy uno de esos docentes carcundas y despóticos que no invita sino que obliga a sus alumnos a abordar determinadas lecturas para la superación de las materias que imparte.
Recuerdo que la obra en cuestión fue Relato de un náufrago. Todavía tengo en la memoria el color, el tamaño y el tacto de aquel libro que hoy permanece en las estanterías de casa de mis padres -un ebook jamás podrá desatar esos recuerdos-. No es demasiado grueso y si a eso le añadimos que me sobrevino esa ansiedad por leer compulsivamente que hace acto de aparición cuando una obra te atrapa, me atrevería a afirmar que lo liquidé en una tarde. Supongo que al abordar las últimas líneas me invadirían dos de mis recurrentes impulsos siempre que un libro me toca el alma: por un lado la satisfacción del deber cumplido, la entrada en meta, la coronación de la cima -para los más lúbricos, si lo prefieren, el remanso postcoito- y por otro la avidez de leer más, de seguir adentrándome en los mundos recreados por los escritores. En el caso de Gabo siguieron, no recuerdo si por este orden, Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba, El amor en los tiempos del cólera, El otoño del patriarca y, como no podía ser de otra manera, Cien años de soledad. Y tras él mi incursión en la literatura iberoamericana durante una buena temporada, en algunos casos, nuevamente, por invitación forzosa de mis profesores. Así, fui visitando a Rulfo, a Cortázar, a Borges, a Allende, a Neruda, a Galeano, a Vargas Llosa y a tantos otros. No pienso afirmar que todos me cautivaron de igual modo que Gabo, pues ese es otro vicio absurdamente extendido por esta sociedad de las apariencias en la que habitamos: no se puede criticar un clásico. Además, Gabo fue mi primer amor iberoamericano y eso, amén de por su grandeza, lo pondrá siempre por delante del resto. Descansa en paz, primer amor.

Almasy©


SHAKIRA: "Nunca me acuerdo de olvidarte"

miércoles, 2 de abril de 2014

214. Y luego dicen que la poesía no sirve para nada


Ayer martes 1 de abril estrenamos el musical "¡Y luego dicen que la poesía no sirve para nada!", escrito y dirigido por un servidor. Como es tradición, me gusta rematar con una entrega en la que se descarga todo lo vivido en los prácticamente 9 meses, un embarazo, que ocupa esta experiencia. En esta ocasión, y como no podía ser de otra manera, tirando de poesía, esa maravillosa arma de construcción masiva. Con cariño para las 122 almas que lo han integrado este año:

Que llegamos a puerto marineros,
que la travesía tocó a su fin.
Que atrás quedaron los oleajes bravos
y la calma chicha vuelve a reinar.

Que fue un placer marineros,
capitanear este barco,
sentir con vosotros la brisa,
remar juntos desafiando las aguas.

Que mereció la pena marineros,
todas y cada una de las jornadas a vuestro lado,
difíciles algunas, jubilosas la mayoría.
¡Vaya si mereció la pena marineros! ¡Vaya si mereció la pena!

Almasy©


Marc Anthony: "Vivir mi vida"