lunes, 25 de agosto de 2008

37. Experiencia Televisiva



Me llaman un día cualquiera del curso pasado al instituto de una cadena de televisión privada de cuyo nombre no quiero acordarme, aunque tratándose de la telebasura a la que me referiré se imaginarán que el abanico de posibilidades se reduce a ANTENA TRÍO, TELA HINCO o LA SECTA. Preguntan por el jefe de estudios, o sea por el menda, y en cuanto me pongo al aparato se inicia rauda una avalancha de preguntas y respuestas a la que me sumo vertiginosamente:


-¿Como jefe de estudios ha abordado usted temas de orientación sexual?


-Sí claro, ¿por qué?


-Verá, estamos preparando un programa de debate sobre la información en materia de sexo de la que disponen los adolescentes. ¿Le interesaría participar en calidad de contertulio experto en un programa piloto?


-Bueno, sí, ¿por qué no?


-De acuerdo, le rogamos por favor se persone en nuestros estudios de grabación para realizar una prueba de cámara rutinaria el día de tal a la hora de cual.



El ingenuo que suscribe se presenta entonces en el tiempo y espacio indicados y comienza a asistir a la retahíla de mentiras vertidas una detrás de otra por el medio en cuestión. En llegando, la cosa ya apesta porque allí todo el mundo te da besos para recibirte y no sé ustedes, pero yo los míos prefiero regalarlos a quien me apetece y cuando se me antoja. Clima buen rollito recalcitrante en definitiva y la primera en la frente: cumplimentar un cuestionario de adolescente para el supuesto experto y la cesión de mis derechos de imagen. Además, me percato enseguida que de prueba de cámara rutinaria nada, sino que aquello era un casting en toda regla para medir el grado de carnaza que estás dispuesto a escupir por esa boquita que Dios te ha dado. Estoy a punto de largarme cuando me digo: “¡Qué coño! ¿A ver cómo sigue esto?” Durante la cumplimentación de los impresos propios de la Superpop me topo con otros pretendientes al casting que confirman mis sospechas. Freakies de toda índole de esos que dejan a la adolescencia a la altura del barro desfilan ante mis ojos. “¿51?” “Ese soy yo”. Pegatina al pecho y pa´ dentro: ¡a jugar!, como decía Joaquín Prat en El Precio Justo. Un par de chavales recién salidos de la universidad pero con muy mala leche para su todavía corta edad abordan la dichosa prueba de cámara y el bombardeo de cuestiones Made in Carnaza. Yo en mi sitio, correcto, educado, diplomático, sin entrar al trapo, casi institucional, me atrevería a afirmar incluso. Vamos, que yo creo que no intereso lo más mínimo. “Ya te llamaremos”. Lo curioso es que sí me llamaron y lo digo sorprendido porque el sentido común y la coherencia a los que yo me agarré pensaba que no tenían cabida en las televisiones privadas. Me da en la nariz que no encontraron a nadie más gilipollas que yo al que endilgarle el marrón y tiraron de agenda para contactarme como último recurso. Ni que decir tiene que les dije nones.

Visto la visto y vivida la hazaña que acabo de narrarles, créanme que es hoy el día en que casi añoro eso de tener solo dos canales. No te complicabas la vida: “¿Qué pongo? ¿La 1 ó la 2?” “La 2 llega hoy con niebla, pon la 1”. De lo que me quedo con ganas es de mentarles el nombre del programita en cuestión por si finalmente lo emitieran para que eviten su visionado y la consiguiente urticaria que les ocasionaría. Lo que ocurre es que los muy cabrones te obligan por escrito a mantener la boquita cerrada sobre lo que allí sucedió. ¡Toma democracia de postal!


Almasy©



LOS PIRATAS: "El equilibrio es imposible"

viernes, 8 de agosto de 2008

36. ¡Cuán solos estamos!

Abrazo de 5.000 años de antigüedad

Corría el año ´91 cuando viajé por primera vez a los Estados Unidos de América. Lejos todavía del 11-S, con las Torres Gemelas flamantes e intactas y los aeropuertos muchos menos esquizofrénicos que en la actualidad, me sorprendió especialmente lo solos que estaban los americanos. La mayor parte caminaba con los cascos en las orejas y la mirada gacha, evitando cualquier contacto visual con el resto de viandantes. Desconfiados, temerosos, distantes, huidizos, destilando grandes dosis de misantropía. ¡Menos mal que en España no vivimos así! Pensé entonces. No obstante, este país otrora conocido como Hispania, se me antoja cada vez más individualista a cinco meses vista de dar la bienvenida al 2009, recordándome visiblemente aquellas sensaciones que percibiera en la tierra de las barras y estrellas. Muy vivos están aún en mi memoria aquellos viajes en autobús desde Madrid al León de mis amores en los que esperaba anhelante el momento en el que encontrarme con mi desconocido compañero de viaje para tirarme rajando las casi cuatro horas que durara el trayecto (si era desconocida y estaba buena, mucho mejor, no voy a engañarles). Se me viene a la cabeza asimismo eso de olvidarme las llaves y pedírselas a la vecina, quien las tenía desde siempre para regarnos las plantas en vacaciones o para apañar el litro de leche que le hiciera falta en la elaboración de su exquisita bechamel. Ahora, sin embargo, nos hemos enfundado también los cascos y las máscaras, evitando cualquier tipo de conversación con el individuo de la butaca de al lado y una copia de las llaves de nuestra morada casi no se la dejamos ni a la madre que nos parió.

Cada vez nos cuesta más tocarnos, abrazarnos, sonreírnos, besarnos. Caminamos deprisa, no sea que nos topemos con algún sujeto conocido y debamos iniciar la incómoda tarea de cruzar unas palabras. También se lleva eso de pulsar con celeridad el botón del ascensor para evitar coincidir con alguien que nos obligue a conversar del siempre socorrido tiempo y por supuesto no recuerdo una sola ocasión en los últimos 10 años en la que haya intercambiado sal o azúcar con nadie. Incluso las relaciones con nuestros seres más queridos se han ido modificando de manera preocupante, tanto en el ámbito familiar como en nuestro círculo de amistades. En pocos hogares, por ejemplo, hay menos de dos televisores, incluso no es descabellado afirmar que existen muchos con un aparatito por barba para que cada uno visione lo que más se ajuste a sus gustos, lo cual acaba distanciando humana y hasta físicamente a los miembros de la familia. Y si la caja tonta ha causado estragos, el puto móvil ya ni les cuento. Porque díganme si no han contemplado alguna vez con estupefacción a esas cuadrillas de amigos cenando en un restaurante eludiendo mutar palabra alguna entre ellos y decantándose por enarbolar el diabólico celular a fin de conversar con otros colegas que no están allí.

Resulta cada vez más ocasional eso de preguntar nada a nadie, no sea que nos contesten o se rían de nosotros. Por dejar, hemos dejado hasta de protestar aunque pensemos que tenemos razón, como si nos diera pereza y/o temor exponer argumentos y atender a las réplicas de nuestro interlocutor. Hasta en los trabajos comienzan a ser poco habituales las milenarias conversaciones plagadas de frivolidades varias entre el personal, optándose por regatear al compañero de turno y salir disparados como arma que lleva el diablo en cuanto suena la bocina que marca el final de la jornada.

No obstante, aún queda un resquicio esperanzador: seguimos necesitando que nos escuchen aunque aparentemos no ser conscientes de ello. ¿O acaso no hemos ejercido todos alguna vez estoicamente como confesores de un alma necesitada de largarnos su historia? Incluso nosotros mismos hemos precisado, al menos una vez en la vida, de un ser que nos atienda pacientemente lo que nos aflige e incluso castiga, confirmando de este modo, mal que nos pese, que somos seres sociales.

Almasy©



Elbicho: "Locura"