sábado, 17 de marzo de 2012

190. El lince ibérico

El otro día volví a ver uno. Creí que se habían extinguido, como el lince ibérico; pero resulta que alguno anda suelto todavía. Era domingo, hora del desayuno, y entró en el bar en el que me encontraba. Ataviado con su chándal ochentero de “Recambios del automóvil Domínguez”. La chaqueta ajustadeta, dejando intuir una prominente barriga cervecera, sin camiseta debajo, permitiendo que una antológica pelambrera le asomase salvajemente para deleite de cuantos reparamos en contemplarlo. El pantalón pesquero, cargando merienda a la derecha, como corresponde, y dos calcetines blanco escayola de los buenos. De los de marca. De esos con las rayas negra y roja y el par de raqueticas cruzadas bien visibles. Por supuesto con zapatos de tafilete negros similares a los que calzaba Michael Jackson para hacer su antológico moonwalk –lo de los pinreles deslizándose para atrás, ya saben–. Completaban su estampa el pelo engominado desde la raíz a las puntas, diligentemente atusado hacia atrás, rollo lametón de vaca, y oros por doquier: en el cuello un cadenón de ancla como mínimo, en las muñecas un par de esclavas tamaño hulahoop y en los dedos hasta cuatro sellazos de aúpa.

Ingresó en el local muy estirado, con andares de esos que bien pareciera que el que los exhibe ha sido recientemente operado de hemorroides. No era habitual del local, pues no se dirigió al camarero por su nombre sino con un clásico entre los clásicos: “Jefe, un café tímido, un sol y sombra y un pincho de tortilla”. Mientras esperaba la comanda, sus pasos no pudieron refrenarse y se dirigieron al único lugar al que razonablemente podían encaminarse: la máquina tragaperras. Entre partida y partida, embebido en el alineamiento de melones y sandías, carraspeaba contundentemente, buscando arrancarse de la garganta algún incómodo esputo mal atravesado.

Se apretó el café tímido y el sol y sombra en un abrir y cerrar de ojos y seguidamente se puso manos a la obra con el pincho de tortilla. Cogía el tenedor como si estuviese manejando una forca en plena era. Cuando concluyó, tiro de mondadientes y nos deleitó con la extracción de varios paluegos alojados en los apenas cinco piños sanos que le restaban. Seguidamente un generoso eructo y un par de rascaditas de huevamen sin reparo alguno completaron la escena.

Entonces se echó mano al hombro y sacó el paquete de tabaco. Extrajo un cigarrillo y pidió lumbre al camarero. “Disculpe caballero, está prohibido fumar en el interior del bar”. El lince dudó unos instantes, apenas unos segundos que le permitieron recolocarse para finalmente salir atropelladamente del local berreando: “Que os den por culo, rojos de mierda”. Una joyita, no me negarán.

Almasy©

EL FARY: "El morito Juan"


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola genio y figura (escribiendo que no corriendo), cada día te superas un poco más.
Un saludo.

Guiller

Publicar un comentario