viernes, 11 de junio de 2010

120. Alexandra


La conocí en uno de esos cursos teatrales de los que a priori no esperas gran cosa y acabas sacando un ápice de buenas vibraciones inconexas. Unos cuantos emails intercambiados y otro curso de teatro confirmaron que se trataba de una de esas tipas con duende, de las que merece la pena conocer y permitir que te conozcan.

Lleva haciendo teatro desde que recuerda y además no se lo guarda para sí, sino que abre su experiencia y su corazón a cuantos quieren tomar contacto con su radiante aura. Yo me embobo siempre que, cual Tita Cebolleta, me regala los oídos con un surtido de batallitas de los más grandes y de los más pequeños del mundo de las tablas, poniéndomelas tan alcance de la mano que casi acierto a tocarlas.

Es de ese tipo de personas que parecen disfrutar con lo que hacen. O eso, o es tan buena actriz que yo me lo he tragado hasta la médula. Cuando se remanga para la tarea destila una pasión desenfrenada, de la que nace de las tripas, de la que se entrega sin ambages ni medias tintas a la causa. Esa que no actúa, sino que es. Me cuenta ella que sabe de esto, yo solo soy un bufón aficionado a este universo de la interpretación, que hoy en día hace teatro, cine o televisión cualquiera. Así, tanto la pava con las tetas recauchutadas tras su paso por quirófano como el mongol de tupé enhiesto y cuerpo moldeado por horas de gimnasio y raciones de anabolizantes, encuentran actualmente un productor de turno que les llene teatros, salas de cine o les coloque en alguna teleserie de primetime. O tal vez a la inversa, porque el que solo funciona en la televisión, malamente aborda el 7º arte con garantías y probablemente el teatro ni lo huela, no sea que se cague en los pantalones en medio de la función. Ahora bien, afortunadamente, que lo hagan con dignidad y verdad al unísono ya es harina de otro costal. Ese privilegio sigue estando reservado a unos pocos que abordan su profesión con un respeto castrense y una laboriosidad artesana.

Ahora su barco está siendo azotado por las inclemencias de la vida y creo que corresponde que cuando alguien a quien estimas atraviesa por marejada, cada cual lo anime con lo mejor que sabe. Escribir es lo poco que sé hacer. O al menos eso creo. Lo que no me considero es capacitado para darle consejos ni a ella ni a nadie, pues atracado en puerto fácilmente se asesora al que, inmerso mar adentro, lucha contra un feroz viento de proa. Apenas se me ocurre que tal vez la clave pueda estar en casos como el suyo en virar el barco, cambiar el rumbo amarrada al timón con brazo firme y favorecer que un suave levante enganche las velas por la popa para conducir la nave de nuevo a la calma chicha habitual. Esa sobre la que tantas pestes echamos en ocasiones; pero que añoramos sobremanera cuando se disipa para dejar paso a una tormenta perfecta que pareciera fuese a durar eternamente. Mas no lo digo yo sino el refranero, que de esto de la vida sabe un rato y a veces hasta consuela: “Después de la tempestad, siempre llega la calma”.

Almasy©



QUEEN: "The show must go on"

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