No versarán estas líneas sobre una manada de gorilas en la niebla. Tampoco abordaré la descripción del material con el que se confeccionaba Tarzán el taparrabos. La Selva, entre otras muchas cosas, es un restaurante de barrio ubicado en la madrileña calle de Antonio Grillo, junto al mercado de los Mostenses y a tiro de piedra de la transitada y turística Gran Vía. Sin duda alguna el mejor en materia de menú del día de cuantos haya conocido.
Lo descubrí durante mi experiencia docente en el rancio instituto Cardenal Cisneros, sito en la Calle de los Reyes, a escasos 100 metros del garito que les miento. Por aquel entonces residía todavía con mis progenitores y estos tuvieron la feliz idea de ponerse de obras en el hogar familiar. Tocaba así buscarse un recinto alternativo en el que satisfacer dos necesidades básicas como el aseo y la manduca. Para la higiene personal me decanté por un gimnasio. Pocas pesas hice, bien lo sabe Dios, pero me pegué una duchas de 30 minutazos que no se las salta un gitano. Por lo que se refiere a llenar la barriga, La Selva fue mi mayor descubrimiento.
Tardamos en conocernos algunas semanas, pues inicialmente me decanté por otros restaurantes tipo franquicia tales como Vips, Ginos y Mc Donalds, todos ellos ubicados en la plaza de los Cubos. Vamos, que no me duelen prendas en reconocer que por entonces era un tantito mariconazo gastronómicamente hablando.
Fue un profesor de economía del centro, viejo lobo de mar, el que me llevó de la manita hasta las inmediaciones de La Selva una lluviosa tarde de abril. Se trataba inicialmente del típico antro en el que por su aspecto a primera vista jamás hubiera ingresado, pues a priori cutre fue lo más bonito que se me pasó por la cabeza para definirlo. ¡Alma prejuiciosa de cántaro! ¡Cuán equivocada estaba tu perturbada mente!
Tras la barra nos recibió un tipo grueso, Antonio, quien nos espetó un par de cañitas con una jugosa tapa a fin de facilitar nuestra espera hasta ser acomodados en una mesa. Y por tapa entiendo todo lo que no sean unas putas aceitunas. ¡A cualquier cosa lo llaman tapa! Pasados unos minutos, Carmelo, un cachondo de Carabanchel, nos acompañó a una mesa y nos cantó el menú. Yo esperaba los cinco clásicos primeros y los cinco clásicos segundos de toda la vida, o sea, el potaje y los filetes empanados; sin embargo, nada más referirnos la nómina de viandas, me pregunté si aquello era La Selva o el jodido Bulli de Ferrán Adriá, pues las exóticas exquisiteces que me recitaron eran dignas de esos programas de cocina en los que no hay Dios viviente que consiga hacerse con los bizarros ingredientes requeridos para la elaboración del plato en cuestión. Sopa de melón, lacón con queso de tetilla fundido, parrochas al jengibre, musaka de verduras, salmorejo y un sinfín de recetas poco habituales en nuestra dieta estaban al alcance de mi paladar.
Concluida la comanda, nuevamente mi mal pensante sesera ideó un oscuro devenir. "Ya verás como es poca cantidad y tengo que salir de aquí y comerme un bocadillo para poder afrontar la tarde con garantías". ¡Pobre diablo! ¡Nuevamente erraste! ¡Si casi tengo que llamar a una grúa para que me sacase del garito! Calidad y cantidad unidas de la mano, casi nada. Y a poco más de 9 euros. ¡Pellízquenme, que esto no puede ser verdad! Lo dicho, el mejor restaurante de menú del día de todo Madrid.
Almasy©
Riki López: "El menú del bar Rambo"
3 comentarios:
Lo tendré en cuenta, se nota que te gusta comer jaja.
Buen finde!! hasta el lunes, que te toca aguantarnos 2 horazas!! XD
Solo le falta a ese lugar y a ese menu un letrero que diga : "Exento de calorias" y le damos el premioNobel.
Aún recuerdo a "la" Rebe sirviendo un flan al son de: "Voilá"
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