miércoles, 1 de octubre de 2014

219. Running


Empezó cuidadosamente la rutina dejando que sus dedos aterrizasen sobre los cordones de las zapatillas. Pese a que a primera vista le parecieron perfectamente atados no dudó en deshacer su obra para empezar de nuevo a la manera de los artistas insatisfechos. Con delicadeza, procedió a concretar el primer nudo, describiendo dos perfectas elipses. A continuación el segundo. Pausado, firme, apretando hasta el infinito con el fin de evitar sorpresas traicioneras durante el ejercicio. Y como los herretes colgaban todavía en exceso se atrevió con un tercero. 

Comprobó de un vistazo que el calcetín impidiese cualquier tipo de contacto vicioso entre el talón y la parte posterior del calzado, pues siempre que estos dos se encontraban acababan engendrando una rozadura bastarda. 

Continuó la liturgia llegándose hasta el pantalón. Aireado, fresco, sin ambages extraños. Apenas un trozo de tela ligera que le facilitase el vuelo. Se cercioró de que la vaselina aún estuviese latente. Solía echarse más cantidad de la necesaria, siempre temeroso de que incluso mucha fuese insuficiente.

Su camiseta de tirantes ondeaba todavía al viento en toda su extensión y se dispuso a introducirla por el pantalón. Al principio en compulsivo exceso, para seguidamente estirarla ligeramente hacia arriba, nunca permitiendo que rebasara el férreo elástico de tres centímetros de ancho que frenaba sus anhelos de libertad. 

Sus brazos estaban sensiblemente tensos pese a que no recordaba haber realizado ningún ejercicio que lo motivase y las axilas y los pezones no paraban de rezumar restos de la misma vaselina lúbrica que había conocido a sus ingles.

El reloj cronometrador lucía ya dispuesto en su muñeca. No le acababan de convencer los modelos excesivamente complejos. Le bastaba cualquier ejemplar sencillo que le indicase tiempo y distancia. En alguna ocasión había intentado desprenderse de él, enfilar los caminos ajeno a su tiranía, pero jamás había superado los tres o cuatro episodios sin su fiel torturador recordándole su evolución.

No le gustaban el resto de abalorios que ofrecía el mercado. Había cientos y solía contemplar receloso a los demás corredores haciendo uso de ellos. Él prefería respetar la aparente simplicidad del ejercicio que había elegido. Correr le había cautivado por la escasa logística y equipamiento requeridos. Apenas algo de ropa de deporte y las ganas de quemar kilómetros. Así de sencillo, sin más preocupación que abordar un único propósito: moverse hacia adelante.

De repente, percibió que un remolino de gente se concentraba a su alrededor. Tan excitada como él, agitándose con extrema inquietud, estrechando las distancias y lanzando gritos ininteligibles de aliento. El aire se pobló de una calma tensa propia del momento inmediatamente anterior al pistoletazo de salida. Una voz de ultratumba se apoderó del ambiente:


Tres, dos, uno, fuego.

Almasy©


Vangelis: "BSO Carros de fuego"

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bien luce la situación si se engalana con palabras hermosas.Preciosa entrada.Abrazos. Gea

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