jueves, 12 de abril de 2012

191. Empatía


Doña RAE la define como la “identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro”, y para determinadas profesiones como la de actor puede resultar un instrumento de incalculable valor. Para otras, en cambio, no tanto, por mucho que se diga. Verbigracia para la de historiador. Así a bote pronto bien pareciera que para este el ser capaz de sintonizar y ubicarse en el tiempo y en el espacio sobre el que escribe pudiese marcar la diferencia con otro incapaz de emprender semejante viaje. Pues según se mire, les diré. De hecho, la empatía homeopática, o sea, en contadas dosis oportunamente suministradas con el gotero de marras, tal vez permitiría verdaderamente contribuir a que el profesional de la historia recrease más y mejor la época que estudia; sin embargo, administrada en exceso, lo único que puede acarrear es la justificación de lo injustificable. Así por ejemplo el Holocausto ha sido explicado por numerosos analistas ebrios de empatía como un acontecimiento que debe entenderse inscrito dentro de un contexto bélico como el de la II Guerra Mundial, donde seis millones de muertos arriba o abajo poco importasen. Total, si de lo que tratan las guerras es de matarse. Hablando en plata: que abusando de la empatía podríamos llegar a perdonar cristianamente a Hitler por sus pecados esgrimiendo que debemos comprender sus acciones dentro del marco que le tocó vivir. O a lo sumo tacharle de un “hijo de puta de su tiempo”. No se equivoquen, fue un “hijo de puta” a secas, o si lo prefieren, “de todos los tiempos”.

Pero no se crean que el vocablo en cuestión se presenta única y exclusivamente en foros y ambientes profesionales de postín, sino que, como no podía ser de otra manera, tiene también su correspondiente versión cotidiana. Es el famoso: “Tío, sé cómo te sientes”. Muy habitual cuando uno atraviesa una coyuntura jodida que otro supuestamente ha experimentado con antelación. “Mis cojones treinta y tres sabes cómo me siento”, me apetece espetar en estas ocasiones. Poco importa si el suceso del que llora bien pareciese una calcomanía del que consuela. Y es que ca´ uno es ca´ uno y sus circunstancias, que diría Ortega y a buen seguro que también Gasset. Así, aunque podamos aceptar que si nuestro interlocutor ha vivido una experiencia semejante a la nuestra podría estar en condiciones de transmitirnos un ápice extra de comprensión afectiva, jamás de los jamases será capaz de ponerse en nuestra piel. Resumiendo y rediciendo pues: “Mis cojones treinta y tres”.

Almasy©

Rachmaninov: "Piano Concerto nº 2, mov. 1"


2 comentarios:

AlbaGP dijo...

Muy interesante y grato siempre lo que escribes, Jaime ;)
Yo creo que el problema en ésto último que describes, es una cuestión de actitud...cuando alguien nos cuenta como se siente e intentamos buscar una experiencia nuestra parecida para eso de ' tio, se como te sientes', la cagamos. Nos adelantamos. En lugar de ESCUCHAR e intentar conectar y sintonizar desde cero, partiendo de que ninguna vivencia es igual ni se vive igual, vamos directamente al 'no estás solo' ...y claro, ahí si, mis cojones 33! si ni me estas escuchando!

Gea dijo...

Pues a mí me sigue gustando conectar y/o empatizar con la gente a la que quiero.Puedo llegar a ser cansina...
A propósito:¡¡¡¡BIENVENIDO !!!

Publicar un comentario