viernes, 20 de enero de 2012

184. Lo que no nos cuentan

La presente entrega me sobrevino visionando en compañía de mi mujer el film “El diablo viste de Prada”. Concretamente tras una escena en la que chica guapa y a la moda pasea junto a chico guapo y a la moda por un París nocturno todo para ellos. Frase tonta por aquí, frase tonta por allá, mira cómo me agarro a la farola, mira cómo te atizo un beso. Que no puedo, que no estoy preparada, que acabo de dejarlo con mi novio. Sí, sí, tú sigue hablando mientras yo te como la boca y acabamos en el catre. A la mañana siguiente ella se despierta todo lo larga que es en una cama XXXL mientras él se pega una ducha y se prepara su primer café del día. Hasta aquí todo normal, ¿verdad? La típica situación romántica de cientos de películas –bueno, si fuese española habría también tetas y culos, pero ese no es el asunto que nos ocupa hoy–. Y sin embargo, pese haber devorado montones de veces escenas similares en esta ocasión algo hizo clic en mi cerebro. Tal vez fuese la saturación de tanto material idéntico o quién sabe si el hastío de volver a comprobar que se dinamitaban las mismas reacciones de siempre en torno a mí: mi mujer con cara risueña en plan “¡qué bonito!”, “¡qué romántico!”, y yo más en una línea de “¡no será para tanto!” y “¡menos lobos Caperucita!”. Pero la cosa no quedó ahí, sino que me empecé a cuestionar todo aquello que a buen seguro pasó precisamente entre la finalización del presunto coito de la pareja en cuestión –aquí hasta que se demuestre lo contrario todo coito es presunto–, y el momento en el que ella aparece tendida sobre la cama esperando a que el día acabe de romper. En resumidas cuentas, lo que no nos cuentan. Y lo que no nos cuentan, señoras y señores, es que él acabó la faena –como es costumbre y diga lo que diga quien lo diga– sin tiempo para que ella se percatara de si la faena había empezado, había acabado o ninguna de las dos. Lo que no nos cuentan es que después del acto, entre quitarse horquillas y desmaquillarse, ella se tiró una hora con la lamparita de noche encendida jodiendo la marrana y consiguientemente la conciliación del sueño por parte de un maromo al que el cansancio comenzaba a borrarle la cara de triunfador de la feria. Lo que no nos cuentan es que el tipo en cuestión se había pasado con el champán la noche anterior y por aquello de los gases, en cuanto pensó que ella había caído rendida en los brazos de Morfeo, empezó a abrasarla a base de unos olorosos cuescos que invadieron su pituitaria y le reclamaron piedad. Lo que no nos cuentan es que a media noche ella recordó que no se había colocado el aparato de los dientes y volvió a encender la puta lamparita. Lo que no nos cuentan es que una hora después de los olorosos cuescos de él, estos empezaron a hacer masa y se convirtieron en un tordo como una catedral que hedía contra siete paredes y que precisó de tres vaciados consecutivos de cisterna acompañados de ayuda manual –la tradicional escobilla también se estila en París por mucho glamour que este tenga– para que la cosa tragase. Lo que no nos cuentan es que a las 6 de la mañana vuelta la burra al trigo con la lamparita. Nada serio esta vez. Simplemente ella se levantó a mear, que también tiene derecho. Lo que no nos cuentan es que él finalmente aterrizó de la cama antes que ella con destino a la ducha un poco porque le picaba el ojete y le daba apuro pegarse la rascadita de rigor delante de ella –cuescos y tordo ya habían sido suficiente–, un poco porque estaba hasta los santos cojones de que ella le quitase la almohada y las sábanas, un poco porque el alientazo matutino de ella empezaba a asomarle por la boca con cara de pocos amigos. Lo que no nos cuentan es que después de la ducha él se preparó un café para no tomarse en ayunas la sucesión de pastillas correspondientes: la del colesterol, la de la tensión, la de la alergia, la de la próstata…, mientras ella, aprovechando que él estaba en la cocina, recibía el día con un pedete mañanero que aliviase su vientre. Sencillo, discreto, casi imperceptible auditivamente, pero pedete al fin y al cabo. Lo que no nos cuentan es que la chica de la limpieza, una vez los palomos habían volado, procedió a ventilar el habitáculo murmurando entre dientes: “¡muy ricos, muy monos y todo que tú quieras, pero aquí huele a tigre que te rilas!”.

Vamos, que no nos cuentan unas cuantas cosas.

Almasy©

CELTAS CORTOS: "Cuéntame un cuento"


4 comentarios:

Susana dijo...

Me encanta Jaime, me he reído mucho con esa realidad que nunca asoma en las películas;una duda ¿que habían cenado? lo digo por el gran ajetreo en el servicio . Echaré de menos tu historia semanal.

Anónimo dijo...

Hola Jaime,está muy bien el tema para salir un poco de tanto chorizo especulador y otras "raleas". Que tu nueva paternidad se produzca de la mejor manera posible. Adelante paisano. Yno...

QMPilar dijo...

Como se nota la mala racha que estamos pasando,tú siempre tan explicito,alguna vez alguien nos abraza sin más,(no todos los días, claro) para decirnos que se nos quiere,y tampoco nos lo cuentan en los bodrios americanos, pero tu eres un tio con suerte que lo sabes.bss.

Clara dijo...

¡Cuánto me alegro de que no nos lo cuenten! Ya nos cae bastante de otros sitios.
Y yendo a lo importante:
- Que la princesa segunda (en orden de llegada) asome en trance corto. Y feliz.
- Que la princesa de titularidad única, hasta ahora, la quiera y proteja (metiéndole los dedos en los ojos solo metafóricamente y con el único objetivo de aprender a compartir, tan necesario)
- Que las quieras con locura y las acompañes (desde muy cerca, mientras te dejen; de reojo toda la vida)
- Y para la actriz principal: ¡Aupa Sonia!

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