jueves, 20 de octubre de 2011

173. La Abuela

Era la primera vez que la abuela viajaba a la gran ciudad. Afortunadamente no había hecho falta que se muriese nadie para consumar la visita. Simplemente, a punto de alcanzar sus cerca 85 primaveras, había considerado que ya era hora de encontrarse con su prole en la urbe. Ella hubiese preferido ir en autobús, pero sus hijos habían insistido en que cogiese el que también sería su primer avión. “Es más rápido, mamá, y más seguro”. Como de costumbre había embarcado tarde y el aterrizaje se produjo un par de horas después de lo previsto. No importaba, ella no tenía prisa. No sabía cuánto tiempo iba a pasar fuera de casa, pero apenas llevaba una bolsa de mano con lo justo y necesario. Mientras atravesaba puertas y escaleras mecánicas de salida observaba los maletones del personal y se preguntaba por qué la gente portaba su casa a cuestas. “Con lo bien que está la casa en su sitio quietecita”. Finalmente, tras unas puertas automáticas avistó a su hijo menor. Iba acompañado por su nuera y sus dos nietos. Estos últimos apenas levantaban la vista de una maquinitas del diablo que parecían tenerlos hipnotizados. No la habían visto y decidió pararse unos segundos a contemplar la estampa. Su hijo estaba pegado a un teléfono móvil y no paraba de hacer aspavientos mientras su nuera sí hacía ademán de buscar con la mirada entre el gentío. La abuela avanzó finalmente hacia ellos y extendió sus brazos. Los manoseó como corresponde, comprobando si todos tenían los kilos oportunos. “Estáis cada vez más flacos, no sé qué mierdas coméis por aquí”. “Esa boca, mamá, que están los niños”. De camino al coche su hijo no consiguió arrebatarle el bolso de mano pese a los intentos porque ella no llevara peso. “No insistas que no te lo voy a dar”, le espetó en una de las tentativas. “Si ya sé que estás estupenda mamá, pero es para llegar más rápido al parking, que nos va a costar un ojo de la cara”. El matrimonio acometió el pago del ticket vaciando sus respectivos monederos. Mientras, los niños, que habían dejado las maquinitas, sacaban ahora otros aparatitos diminutos y se colocaban una especie de orejeras en la cabeza. “Niños, no os pongáis a escuchar música ahora, que está la abuela y es de mala educación”. Cuando alcanzaron el auto vio como su hijo torcía el gesto. “Me cago en la puta, ya me han robado la antena”. “Están los niños delante”, apenas susurró la abuela. Antes de abandonar el recinto tuvieron una fuerte discusión con el guarda de seguridad de la entrada. Su hijo le recriminaba el asunto de la antena mientras el operario no dejaba de señalarle un cartel que rezaba: “La empresa no se hace responsable de ningún posible deterioro y/o robo de los vehículos”. “Me jodéis 20 euros por media hora de aparcamiento pero no os hacéis responsables de nada, ¿verdad? ¡Sinvergüenzas!”, acabó retartaleando su hijo.

Apenas vieron la luz un estruendo ensordecedor se apoderó del ambiente. La vía estaba en obras y tuvieron que tomar un desvío alternativo. El problema consistía en que todo el mundo tenía que tomar el desvío de marras, así que apenas pasaron 5 minutos el vehículo se detuvo y comenzaron a sonar multitud de cláxones. “Tranquila mamá, es un atasco, tardaremos un ratito”. “Yo estoy tranquila hijo”. Durante el trayecto los niños no pararon de echarse fotos con el teléfono. “¡Vaya careto, esta va directa al Facebook!”, comentó la niña. “Ni se te ocurra”. La abuela se acurrucó en el asiento trasero y dejó que un plácido sueño se apoderara de ella. El tedioso paisaje ayudaba a conciliar. Poca vegetación y mucho asfalto.

Finalmente llegaron a casa. La abuela fue directa a la cocina y se colocó el mandil. Su nuera sabía que no había nada que decir. Simplemente le indicó donde estaban las patatas. “A cualquier cosa lo llaman patatas”, pensaba mientras las pelaba. Nadie recordaba haber tomado una tortilla tan deliciosa desde… la última que les preparó la abuela en el pueblo. Apenas concluyeron, los niños se fueron raudos para sus habitaciones, de donde salían sendos halos de luz que debían corresponder a ordenadores. Su hijo acababa en el comedor unos balances que tenía que presentar al día siguiente y su nuera aprovechaba para planchar. La abuela se colocó el camisón y se ubicó en un desvencijado butacón que pedía a gritos un tapizado nuevo. La televisión hacía las veces de ruido de fondo. “¿Estáis viendo algo?”, preguntó la abuela. “No mamá, pon lo que quieras”. Pasados unos veinte minutos la abuela interrumpió a su hijo. “Cariño, ¿puedo hacerte una pregunta?”. “Claro mamá, dime”. “¿Por qué te viniste para la ciudad?”. “¡Vaya pregunta mamá! Ya sabes, trabajo, dinero, mejores servicios, más variedad de ocio, mejores oportunidades para nuestros hijos”. “Ya, ya, entiendo”.

Almasy©

MUSE: "Knights of Cydonia" (Live at Wembley)


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