jueves, 2 de junio de 2011

160. Malas cartas

¿No se han parado alguna vez a reflexionar por qué a veces pareciera que a gente buena le ocurren cosas malas? Gente a la que queremos, a la que admiramos, a la que conocemos y reconocemos por sus buenas obras, por mejorar este mundo aparentemente podrido con solo levantarse cada mañana para pisar el suelo. Y a las que, sin embargo, circunstancias terribles, algunas esperadas –que consuelan, pero no aligeran la pena de los que los amamos­– y otras inesperadas, golpean ferozmente. Es entonces cuando nos embarcamos en la inútil tarea de buscar unas explicaciones en las que se confunden a partes iguales rabia, tristeza y enojo ante lo que a todas luces se nos antoja una gran injusticia. Unos apuntan a la Madre Naturaleza como principal responsable del fatal desenlace, en cuyo caso de Madre tendría poco, ya que ninguna auténtica Progenitora se cebaría así con su prole. Otros recurren al Destino, ese ente metafísico que debe copular con la Probabilidad, el Azar y hasta el Caos; mientras que no pocos referirán que la cosa es obra y gracia del Dios de turno, que así lo ha querido, lo cual justificaría el malsonante a la par que popular exabrupto de “Cago en …”, pues ningún Creador que se precie debería conceder semejante padecimiento a sus Criaturas. De lo contrario, las dudas sobre su bondad son absolutamente razonables. O eso, o va a ser que el también conocido como Todopoderoso no manda tanto como nos han contado.

Asimismo, suele activarse casi inmediatamente un puntual victimismo que nos coloca en el ojo del huracán de cuantos posibles males puedan azotarnos. ¿Y por qué a mí? ¿Y por qué a los míos? Solemos preguntarnos. ¿Y por qué no? Le oí contestar a un oncólogo en cierta ocasión a su paciente.

Otros vamos más allá y nos preguntamos si tal vez los astros exijan un cupo de víctimas a las que llevarse por delante con cierta periodicidad, y dando por hecho que nosotros y los nuestros se inscriben entre las gentes de bien, deseamos que los elegidos no sean otros que la manada de hijos de mil zorras que pueblan la faz de la tierra y a los que pareciera no acontecerles mal alguno. Los más rebuscados, entre los que me incluyo, buceamos incluso en hemerotecas a la caza y captura de noticias del tipo “violador padece accidente doméstico en prisión y se amputa fortuitamente las gónadas”; si bien estas no son frecuentes. Y es que como dice hasta la Santa Biblia, la caridad empieza por uno mismo y en el supuesto de que Alguien o Algo precisen cobrarse tributos regulares en carne y en hueso, que al menos no piensen ni en uno ni en los suyos.

Afortunadamente suele haber luz al final del túnel y cuando no la hay, pues eso. No la hay. Afortunadamente la rabia, la tristeza y el enojo gustan de turbar sin llegar a cegar, quedando siempre abierto un resquicio de luz y de esperanza para seguir hacia adelante. Afortunadamente los macabros anhelos que nos sobrevienen no precisan consumarse y simplemente quedarán para engrosar nuestra nómina de pecados de pensamiento –en el caso de un servidor tan vasta que me asegura un privilegiado lugar en el Hades–. Afortunadamente la rutina acostumbra a regresar para gobernar nuestras existencias y devolvernos a la garganta el complaciente sabor de lo cotidiano, de las pequeñas cosas que alegran grandes ratos. Que así sea.

Almasy©



BOB DYLAN: "Blowing in the wind"

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Te agradezco el buen rato que me has hecho pasar.Tenía tu blog de hace años, pues me la había dado tu madre en el pueblo, Santa Marina.Solo he leido los temas que tienes en portada, pero megusta tu estilo,libre de la mogigatería que impera en nuestro pueblo, que sé que te reclamas de allí.Sigue, que seguiré leyendote.Si alguna vez coincidimos en el pueblo me gustaría hablar con tigo. Yno...

Publicar un comentario