viernes, 12 de junio de 2015

238. Democracia anestésica


Ya empiezo a percibirlos de nuevo. Son los primeros signos que siguen a cualquier recesión. Aquellos que nos juramos esquivar en el futuro para no tropezar nuevamente. Yo los llamo signos de democracia anestésica. No son nada nuevos, pero aparecen y desaparecen con cierta frecuencia cíclica. Fueron muy llamativos los de los años ´20 en EEUU. Se orquestó entonces la democratización del consumo a plazos. Todo el mundo podía acceder en cómodas mensualidades al producto soñado. Era la consumación del gran sueño americano y por extensión del ser humano. El capitalismo se coronó entonces como el único sistema posible y en su versión menos salvaje -o quien sabe si todo lo contrario- pareció disponerse al alcance de todos. Y al fin y al cabo eso es lo único que nos importa. Que nos llegue nuestra porción de la tarta.

Con el tiempo el sistema se ha hecho más sutil, más ladino, la democratización anestésica ha dado un paso más. Presenta una versión mejorada. No solo se trata de poner la miel en los labios al alcance del común de los mortales, sino de inocularle mensajes esperanzadores muy frecuentemente apuntalados en la irrealidad. "Puedes hacerlo", "No te rindas", "Lucha por tus sueños", "Nada es imposible". El adocenamiento tiene la obligación de ser optimista. Además, de manera paralela, se activan los mecanismos para demonizar a todo el que ose poner en duda cualquiera de estas máximas. ¿Cómo que un ciego no puede conducir un autobús de la EMT? ¿Cómo que alguien que se marea cada vez que ve un hilo de sangre no podrá ser neurocirujano? ¿Cómo que el que reunió cuatro versos rimados en su libreta no alcanzará la gloria como poeta? ¿Quién se atreve a ponerlo en duda? ¿Quién se atreve a no luchar? ¿Acaso no ha leído usted el contrato? Hay que luchar aunque no se quiera. Hay que vivir aunque uno prefiera que lo desconecten.

Asistimos a un momento en el que la frustración, la derrota, no se contemplan, no se aceptan. Es algo que les pasa a otros. Como la muerte. Es más, no solo no se puede perder sino que resulta intolerable que te adviertan de que puedes hacerlo. El eterno perdedor -no necesariamente el eterno infeliz- se ha extinguido. La casilla de la calavera desapareció del tablero de la oca. La mamá de Bambi siempre resucita. El bondadoso capitalismo está disponiendo nuevamente las condiciones para que todos soñemos, para que todos ganemos. No voy a ser yo el que lo cuestione.

Almasy©


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