jueves, 2 de septiembre de 2010

128. Ámsterdam



Me enamoré de esta ciudad mucho antes de visitarla. De rapaz era forofo del Ajax, que en España suena a producto de limpieza, pero en realidad responde al principal equipo futbolístico de Holanda. Aquel que lideró Cruyff y fue la base de la mítica Naranja Mecánica. Nada que ver, por cierto, con la escuadra del último Mundial, en que la Naranja se redujo a Mandarina y la Mecánica tornó en Leñera. El siguiente estadio de nuestra relación aconteció ya de mozalbete de pelo en pecho, cuando una profesora de francés, Muriel para más señas, me descubrió “Amsterdam” de Jacques Brel. Todavía se me eriza el vello hasta de los genitales cuando escucho al cantautor belga entonar eso de “Dans le port d'Amsterdam y a des marins qui chantent…”. Memorable.

Este verano finalmente tuve la oportunidad de conocerla. Era la primera vez que me separaba oficialmente de mi hija Carla, lo cual fue un reto para los padres y para la criatura. Prueba superada por ambos tres.

Canales, tranvías con encanto, molinos, zuecos, bicicletas por doquier, tulipanes en los tenderetes y a los señores Rembrandt, Van Gogh y Vermeer colgando en las paredes de sus principales museos. Además, en determinados instantes, por sus calles más angostas, un tufo a marihuana procedente de los Coffee Shops inundando tu pituitaria y haciéndote preguntarte si tal vez esa sea la solución a los problemas con la droga. Ponerla al servicio del respetable y que este decida libre y legalmente si la consume o se desmarca de ella. Aunque probablemente apenas 3 días de estancia en una urbe sean insuficientes para determinar si la legalización de sustancias estupefacientes presenta más ventajas o inconvenientes. Tampoco quiero yo ejercer de listillo capaz de diseccionar la realidad de un país en apenas 72 horas. De igual forma que me resisto a dar una opinión generalizada sobre los holandeses, pues no tuve ocasión de conocerlos a todos.

Ahora, para sorpresa y mayúsculo impacto, el que me provocaron los paseos por el Barrio Rojo, en el que la prostitución se presenta en formato comercio, concretamente exhibiendo el producto, o sea las putas, tras un escaparate al que todos echamos un ojo, no sea que nos perdamos la contemplación del momento exacto en que algún sujeto ingresa a echar un canivete. Al mediodía y a primeras horas de la tarde los saldos, cincuentonas venidas a menos que verdaderamente no estimulan lo más mínimo, por mucho que el dicho rece que pa´ gustos los colores, y ya cuando la noche se cierne las jovencitas recauchutadas. Silicona, tatuajes, piercings y ropa interior con puntillas al servicio del espectador. Junto a un restorán, una tienda de ultramarinos o una vivienda, pues esto del puterío también forma parte de esa progresista Europa sobre la que solo nos mientan excelencias, señores. Solo una reflexión más para culminar esta pepla de la jodienda de compraventa: no alcancé a percibir tras los cristales varón alguno, lo que sin duda soliviantará a más de una desaforada feminazi. Igualdad de sexos por los cojones. O por los ovarios.

Me impresionó también el bilingüismo de sus gentes. Del de verdad, no del que vendemos aquí para sumar votos apelando a calidades vacuas. Y sobre todo extendido a cuantos sujetos tuve la oportunidad de conocer. Desde el recepcionista del hotel, pasando por el conductor del tranvía, hasta el quiosquero del barrio parlando la lengua de Shakespeare como los ángeles y sin necesidad de traicionar su holandés materno, pues el bilingüismo bien entendido defiende el uso de dos lenguas, una más una igual a dos, no una por negación de la otra. Simple y llana cuestión de adición.

Solo un pero: la comida. Bien es cierto que como turista siempre te expones de antemano a tragar bazofia a tutiplén, pero es que en este caso no había elección. Solo franquicias de comida basura por doquier. Como que estuve a punto de hacer algo que siempre evito cuando viajo porque me parece de garrulos: ir a almorzar a un garito de expatriados españoles en plan “Casa Lorenzo” a fin de satisfacer mi apetito y evitar tanto las hamburguesas como las patatas fritas empapadas en mayonesa. Finalmente me contuve e ingresé en italianos y griegos, por eso de que tocan Mediterráneo. No les digo más que hasta me visitó la vena chovinista y clamé al cielo en no pocas ocasiones eso de: “¡Como en España no se manduca en ningún sitio!”. Lo cual por otra parte es cierto.

Almasy©

JACQUES BREL: "Amsterdam"

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy contigo, una ciudad que enamora, pero lo de comer... muy malamente!

Conchy

Gea dijo...

Suscribo lo dicho. También me enamoré de esa ciudad con encanto. Llegué a decir que no me importaría vivir allí, pero venir los fines de semana a comer aquí.

Anónimo dijo...

Las españolas nos lavamos la cara con agua de limones; las holandesas los pieses, con Ajax bioenérgetico y biodegradable.
Mariano

Publicar un comentario