jueves, 22 de abril de 2010

113. Democracia de palo


Hace unas semanas la cadena pública que todos pagamos organizó una finalísima que decidiría nuestro representante en el Festival de Eurovisión. Durante la gala un pollo cuyo nombre omito a fin de no enriquecer su inmerecida publicidad, berreó como una cabra un tema supuestamente del género rap que motivó el consiguiente abucheo del público. En vivo y en directo el sujeto se despachó a gusto tanto con el respetable como con el jurado de expertos. “Comedme la polla” fue de lo más lindo que pronunció mientras la beata Igartiburu le instaba a calmarse y contener su lengua. Si no fuera porque contribuyo con mis impuestos a sostener la televisión pública les diría que hasta me alegro de la gresca que se armó.

En más de una ocasión he comentado en esta bitácora que habito en un país que padece de democracia acomplejada. Y basta ya de achacar la dolencia al Franquismo, que el Caudillo lleva ya siete lustros bajo el Valle de los Caídos. Sin embargo, nuestros dirigentes se muestran con excesiva frecuencia tendentes a no tomar decisiones, no sea que les vayan a tachar de casposos fachas retrógrados. El problema es que este empecinamiento en sortear las órdenes claras y contundentes provoca un sinfín de esperpénticas situaciones. La elección de nuestro representante eurovisivo es un ejemplo más en este sentido. El caso es que a los mandamases de Televisión Española se les ocurrió la brillante idea de que el cantante que representara a la Piel de Toro fuese elegido por pura y llana aclamación popular. En un primer estadio se les coló un temita de la otrora periodista Karmele Marchante, “Soy un Tsunami”, una tortura para los oídos y un atentado en toda regla a la filosofía del esfuerzo que tradicionalmente ha rodeado el universo musical. Esta básicamente fue vetada porque es santo y seña de la televisión privada que más ha empobrecido el panorama cultural español en los últimos veinte años: Telahinco. Bibiana, ahí sí que tenías meter mano y dejarte de tanto miembro y miembra. En un segundo estadio se celebró la citada gala final que les mentaba, en la que todavía se colaron multitud de temas aberrantes indignos incluso para Eurovisión, entre ellos el que les narraba hace unas líneas. Y es que esta dinámica de dejar que cualquiera pueda elegir y cualquiera pueda resultar elegido para lo que sea es cada vez más habitual en nuestro país. El criterio, el rigor, la formación y el trabajo de años han sido arrumbados a un oscuro desván. Ahora prima el opinar por opinar, se tenga puta idea de lo que se habla o no se tenga puta idea, y permitir que cualquier malnacido tenga su minuto de gloria para hacer lo que se le ponga en los testículos. Igualmente pasa con la crítica, la cual ya no es propiedad del experto, sino del primer indocumentado con la poca vergüenza de manifestarse sobre lo que le pongan por delante. El caso es tirarle al muñeco y dejar que la ignorancia y su atrevimiento hagan el resto.

Resultaría demasiado obvio exponer la opinión que merece la democracia a los totalitarios. Sin embargo, me quedo con dos sentencias de un primer ministro británico demócrata y de un literato bohemio nativo, entendiendo que ambos no son sospechosos de coquetear con las autocracias. Wiston Churchill, azote de los nazis en la II Guerra Mundial, siempre la definió no como el mejor de los sistemas, sino como el menos malo. El que no se consuela es porque no quiere. Por su parte, Alejandro Sawa, escritor en el que se inspirara Valle-Inclán para recrear al Max Estrella de Luces de bohemia se despachaba en los términos que reproduzco literalmente: “Quiero al pueblo y odio la democracia. (…) No concibo en política sistema de gobierno tan absurdo como aquel que reposa sobre la mayoría, hecha bloque, de las ignorancias”. Ahí queda eso. Escogóllalo, que dicen en mi pueblo.

Almasy©



Salomé: "Vivo cantando" (Ganadora Eurivisión 1969)

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