viernes, 20 de noviembre de 2009

91. ¿Valió la pena?

Los veo apostados en las bocas de metro con su top manta dispuestos para salir huyendo de la policía. Aparatan la mercancía con unas simples cuerdas que les permitan recoger raudos el género cuando se da la señal de peligro. ¡Corran, corran, que viene la pasma! Supongo que muchos de ellos, algunos cuando menos, arriesgarían su vida para venir surcando la mar en una embarcación que no pasaría ninguna ITV náutica. Los he visto también en las colas de los comedores sociales, vistiendo ropa de cuarta mano y poco me equivoco si aventuro que hacinados en viviendas con otros veinte hijos de su padre y de su madre a los que ni conocen. Entonces me sobrevienen a la cabeza cuestiones como: ¿Mereció la pena venir? ¿Encontraste lo que soñabas cuando decidiste dejarlo todo atrás? Intento entonces poner a tope el volumen de mi sentido empático y concluyo que si tomaron una decisión tan transcendental es porque las cosas no pintaban nada bien en la cuna que los vio nacer. Lo que no tengo tan claro es que hayan encontrado lo que anhelaban cuando aterrizaron con la valija cargada de quimeras en el supuesto país de las oportunidades. ¿Y ahora qué? ¿Regresamos? ¿Nos quedamos para seguir intentándolo? Me sobrevienen seguidamente destellos de agradecimiento a no sé quién por no verme yo en semejante tesitura. No demasiado extensos ni constantes, lo reconozco, pero destellos al fin y al cabo que me sirven para valorar lo que tengo y sentirme mejor persona. Aunque solo sea una pizquita. Voy más allá incluso y concluyo que mi situación es excepcional. Que lo habitual es lo otro. Triste pero cierto. A veces me sueño mendigando por alguna esquina con el semblante torcido y las esperanzas quebradas. Sin embargo, en seguida recupero el aliento y la consciencia para volver a sentirme en una nube dichosa de la que no quiero bajarme. Es cierto que tampoco se trata de invocar complaciente y gratificado a, llamémoslo Dios, llamémoslo Destino, a cada instante que transcurre; pero aspiro al menos a dedicar unos segundos de mi existencia a pararme para aquilatar mi buenaventura. A levantar la vista mientras almuerzo al son del telediario cuando este nos relata cómo el paria zaino de turno pierde la vida cruzando el Estrecho o el Ancho, según se mire. A compungirme unas diezmilésimas antes de introducir el trozo de bistec en mis fauces y proseguir una supuesta tediosa rutina por la que otros matarían.

Almasy©

BSO HABANA BLUES: “Arenas de soledad”


4 comentarios:

Sofi dijo...

que gran verdad...nos quejamos de tantas cosas que hasta que no nos paramos a pensar detenidamente en la suerte que tenemos, estamos cegados ante una realidad que es injusta para la mayoría de las personas.
Un abrazo Jaime!! cuidaté ese pie.

Isa dijo...

No puedo dejar de pensar en lo sumamente egoistas que somos, si EGOISTAS y yo la primera de una larga lista...hacemos un mundo de nuestros pequeños problemas, cuando la realidad social es otra tan diferente.
cuidate Jaime...he de reconocer que os echo de menos, ese pequeño Rayuela =)

QMPilar dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
QMPilar dijo...

Tú sabes mejor que nosotros que la miseria es más antigua que la inmigración. No es necesario cruzar ningún estrecho ni ningún ancho para vivir esas miserias que describes y los caminos que llevan a ella se nos hacen extraños a quienes ni siquiera nos hemos visto obligados a cruzarlos, no debe ser uno solo el motivo que le lleva a uno por esos derroteros, habrá casos de imperativo vital, dejadez, enfermedad, paro forzoso, que sé yo!, pero sí que sé que hay padres y madres que alejan a sus cachorros de esos cauces aún cuando ellos tengan que cruzarlos de puntillas y que muchos que han cruzado el mismo estrecho del que hablas han encontrado en este país, justo lo que buscaban, pero no te los encontraras en la cola de un comedor social sino en la cola del Carrefour. Un beso cojito, no pienses tanto y haz el caballito con Carla.
No me malinterpretéis, detesto como el que más tanto egoísmo y tanta injusticia pero solo me siento capaz de luchar contra mi propio molino.

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