viernes, 16 de enero de 2009

55. ¿Qué me pasa, doctor?

Perjuro que es mucha y sincera la admiración que siento por los médicos, pero al fin y al cabo no deja de ser un oficio más en el que se dan cita buenos y malos profesionales. Hoy precisamente ardo en deseos de reflexionar sobre la obra y milagros de los matasanos, esos galenos de medio pelo con los que es mejor no toparse ni para que te extiendan una receta de paracetamol. Se me antoja que algunos, en lugar de carrera de Medicina, hicieron un cursillo de primeros auxilios en cierta academia clandestina de los suburbios y luego acudieron a algún país tercermundista para que les convalidaran el título. Buena prueba de ello es que la mayoría de estos doctores de todo a cien solo tienen dos únicos diagnósticos conocidos. En primer término, todo lo que se parezca a dolor de cabeza, garganta o estómago se resuelve achacándolo a un virus fatal que está golpeando a todo el vecindario. En segundo lugar, siempre que no tienen ni la más remota idea de lo que te aqueja, hacen uso de un infalible comodín: “eso van a ser los nervios”. “¿Pero doctor, si por la pierna me corren ríos de sangre agangrenada?” Nada, hijo, estás somatizando, tómate un Valium”. Estos facultativos de pacotilla son, además, muy amigos de lo obvio. Recuerdo a este respecto una ocasión en la que entré por urgencias con la rodilla hecha un Cristo y el interno de turno me recibió con un rotundo: “ese hinchazón va a ser del golpe”. “No te jode”, pensé, “¿y has necesitado nueve años de carrera para semejante conclusión?”. Vamos, que me recordó a ese chiste que cuenta cómo un paciente acudió a su traumatólogo y este resolvió perspicazmente: “señor Martínez, la radiografía confirma mis sospechas: es usted manco”.

Y es que si la consulta del médico de familia a veces ya es particular, lo de las urgencias suele adquirir la condición de surrealista. Pongamos, verbigracia, una consulta tipo de esas que no pueden esperar. Digamos que te partes la pierna por 7 sitios distintos y concluyes que no te queda más remedio que orientarte hacia el hospital. De camino a este, y si el dolor no te lo impide, cancelas todos tus compromisos del día, pues a estos lugares uno sabe la hora en la que ingresa, pero no a la que saldrá. Si sale; pero seamos optimistas y confiemos en que saldremos, aunque sea con los pies por delante. Nada más llegar te suele recibir un ser hostil, gris, un caballero oscuro que no es Batman, con pinta de mandar más que el ministro de hacienda: es el celador. Te recogen tus datos personales por quincuagésima vez, datos que por cierto ya deben estar en manos hasta del frutero del barrio, y empiezas a atravesar una serie de puertas tipo salón del oeste que en no pocas ocasiones están a punto de estamparte en las narices. ¿Dónde está el técnico en prevención de riesgos laborales en estas ocasiones, eh? Además, como seas mayor de edad, te dejan solo como un perro en la sala aledaña a los cuartitos en los que luego te reconocerán. “¿No puede pasar mi madre conmigo, por favor?”Lo siento, adultos solo con menores de 18 años”. “Ya pero es que yo soy muy sensible, coño”. La antesala a tu reconocimiento suele tratarse de una especie de museo de los horrores en el que cada cual expresa su dolor de diversos modos. Estamos los quejicas como yo, de lágrima fácil y notoria agonía, a los que parece que nos estuvieran degollando vivos aunque hayamos ido a consultar unas putas anginas. Luego están los contenidos, que miran al infinito y de vez en cuando aprietan los dientes aguantando el dolor. Esos me dan un miedo. También están los ancianitos, pobrecitos míos, a los que siempre localizas tumbados en una camilla situada en un pasillo y puntualmente cada 30 segundos escuchas su lánguido: “Ay”.

Tras un par de horitas de impaciente espera llega tu turno. Se te acerca un ATS con pinta de acabar de pegarse la siesta del siglo y te vuelve a preguntar: “¿qué te pasa?” “No sé, llevo tanto tiempo esperando que casi se me ha olvidado”, te apetece decirle. Pero en el último segundo te rilas y le vuelves a largar tu historia para que de nuevo se pare el tiempo. En otro par de horas te meten a rayos. Te pase lo que te pase en urgencias siempre te meten a rayos, revolucionaria técnica con la que no se ven más que los huesos partidos por 7 sitios distintos. Pero como es mi caso estoy de suerte. “Súbase a la camilla”. “Ayúdame, hijoputa, ¿no ves que tengo la pierna rota?”, te tienta soltarle. Pero vuelves a callarte, aprietas los dientes y el culo y te subes a la chapa metálica que alguien acertó a bautizar camilla. Otro par de horitas –habrán visto que todo en urgencias va en lotes de dos horas– y a consulta con el médico. “¿Qué te pasa?” “Que curro mucho, que no me toca la lotería, que mi mujer me maltrata, que el calzoncillo que llevo ahora me aprieta porque me lo compré de una talla menos… yo que sé ya lo que me pasa”. “Mira, te vamos a poner una escayola hasta el cuello, te pones hielo y te tomas un antiinflamatorio cada 8 horas”. “Pero oiga, ¿cómo me pongo el hielo con la escayola?” “No sé, pero póngaselo”. Además, suele concluir con otro comodín recurrente: “en ocho días acuda a su traumatólogo habitual y si empeora vuelva a pasarse por aquí”. “¡Y una mierda como un niño de tres años!”, te dan ganas de espetarle; pero de nuevo te callas como un puta por esa especie de miedo escénico que suelen destilar los médicos independientemente de lo infames que sean. Seamos sinceros, ante este panorama que les describo: ¿dan o no dan ganas de automedicarse? Dan.


Almasy©


Veneno, Muchachito, Amador y Peret: "El muerto vivo"


3 comentarios:

QMPilar dijo...

Esta vez, simplemente me he reído mucho, que por cierto la risa es más eficaz que el paracetamol para cualquier cosa que uno padezca. Lastima que no la dispensen en botica. Buen fin de semana.

Anónimo dijo...

Has visto tu artículo en elPlural.com? es genial, me lo paso pipa contigo ,gracias por algrarnos un poquito la vida.

Anónimo dijo...

Si que son un poco crueles con eso de no dejar pasar a un acompañante. Qué más les dará que pases con uno!!! ya que si te mareas o te pones peor... como mucho te va a ayudar un desconocido que quizá esté peor que tú y que sabe de medicina lo mismo que espinete, pues los medicos, ATS...,al menos en los casos que me ha tocado, pasan con la frecuencia de un Cometa.
Pero...hay que acatar las normas...
CONCHY

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