viernes, 17 de enero de 2014

212. Los hijos de puta también fueron niños


Supongo que se habrán percatado de que los actuales telediarios siguen un esquema claramente cinematográfico: la trilogía. Así, presentan una primera parte de sucesos al más puro estilo "El Caso", aquel semanario de la segunda mitad del siglo XX que recreaba los diferentes episodios de casquería que jalonaban la geografía española. En segundo lugar el bloque de deportes, en el que, a falta de resúmenes de partidos de fútbol -única disciplina deportiva que parece existir en este país- todo vale. Desde si a Ronaldo se le ha roto una uña haciéndose la pedicura francesa y tendrá que estrenar nuevas botas en el partido de Champions a si Messi anda flojo de la tripa y deberá administrársele un Fortasec a fin de que no se vaya por la patilla en el próximo encuentro liguero. Y finalmente el tiempo, que de pasar antaño a decirnos únicamente temperatura media y probabilidad de precipitaciones, ahora nos fríe a una impresionante variedad de mapas en la que se alude a presiones, frentes, isobaras, tamaños de olas, oscilación térmica, cotas de nieve, rachas de viento, refranes ad hoc y un buen surtido de instantáneas de fotógrafos aficionados que buscan los quince minutos de fama de los que hablara Warhol.
Pues bien, precisamente en la primera parte de esta trilogía, la de sucesos, comenzó a gestarse esta entrega. El caso es que me paré a escuchar las noticias, tradicionalmente solo las oigo, y a intentar digerir la cantidad de desgracias que estaban refiriendo los estirados presentadores sin despeinarse. Reparé en las motivadas por la Madre Naturaleza pegando su regular puñetazo sobre la mesa, pero por encima de estas presté especial atención a las que llevaban la impronta humana. Puse así todos mis sentidos en acercarme a la cantidad de hijos de puta que las protagonizaban: asesinos, violadores, terroristas, ladrones, corruptos, mafiosos, pederastas, familias reales, banqueros, políticos. Intenté abordar sus acciones manejando diferentes prismas y abordajes. Primero juzgándolos a secas y ciscándome en sus muertos, he de reconocerlo; pero seguidamente también buscando cierta empatía que me permitiese comprenderlos. Tiré de mis escasos recuerdos de historia de la filosofía y rescaté tanto a Hobbes como a Rousseau. Aquello de si el hombre es malo por naturaleza o si se corrompe en sociedad, para finalmente enredarme en un pensamiento casi paranoico: toda la ralea de malnacidos, todos los hijos de mil zorras que pululan sobre la faz de la tierra, también fueron niños alguna vez. Porque aunque nos parezca mentira estas criaturas diabólicas no fueron el resultado de un abracadabrapatadecabra que habría permitido su aparición, sino que se gestaron en el vientre de una mujer que los trajo al mundo. Y tomaron biberones, cagaron pañales y a buen seguro aprendieron a andar en bicicleta sin ruedines en algún momento de sus primeros años de existencia. Tal vez incluso, y con esto me obsesiono sobremanera, habrían pasado por mis manos. Quién sabe si ya desde la más tierna infancia alguno de ellos podría haber sido aquel niño que le pegaba al resto de los compañeros en el recreo, que les quitaba el bocadillo, que especulaba con los cromos al término de las clases, que se arrancó a fumar a las primeras de cambio, que sin temblarle el pulso siempre le negaba al jefe de estudios la tropelía que había cometido, que desde su pupitre contemplaba al profesor con ojos vidriosos mientras pensaba: "¿Y qué me importará a mí lo que me está contando este gilipollas si yo lo que quiero ser es delincuente?". O probablemente al revés, que hubiese sido víctima de todos estos tempranos atentados y fuese planificando su venganza para servirla en plato frío en cuanto tuviese oportunidad. Y es entonces cuando quiero pensar que el factor educacional puede contribuir decisivamente a evitar que proliferen nuevos cafres, que padres y educadores tenemos mucho que decir y que hacer para no crear enemigos públicos. Y quiero creer que la probabilidad, el caos, el azar y la genética no juegan en esta partida. Y prácticamente me impongo el aferrarme a la idea de que un mundo mejor es posible pese a que los días grises todo apunte a que la maldad bien pareciera que viniese de serie en multitud de casos. Y puesto que no tengo fe en ningún Dios necesito confiar con cierta frecuencia en los seres humanos. Aunque solo sea para no sentirme también un hijo de puta más.

Almasy©


JOHNNY CASH: "Folsom Prison Blues"

2 comentarios:

Unknown dijo...

¡Que bueno!

Rubén Muñoz Herranz dijo...

Impecable, Almasy de los almasíes...

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