lunes, 30 de diciembre de 2013

211. Redes antisociales


Llevo tiempo barruntando esta entrada y casi a diario algún acontecimiento me recuerda que estaba pendiente ponerla en pie. Sin ir más lejos, cada vez que retiramos el dispositivo móvil a algún alumno en el centro. A modo de terapia de desintoxicación solemos proponerle al sujeto que lo deje en nuestras dependencias una noche, no llega a 24 horas, para evitar imponerles otro castigo. Pero no hay forma. "Castígame a lo que quieras, profe, pero devuélveme el móvil que no puedo vivir sin él". Y los adultos tampoco tenemos mucha mejor pinta. No les digo más que la semana pasada me llamó al teléfono fijo -creo que no lo hacía desde hace una década- un amigo desesperado: "¡Jaime, se me ha muerto el móvil y tardan un par de días en arreglármelo! ¡Estoy sin WhatsApp! ¿Cómo hacemos para quedar para comer?". "No sé, estamos hablando ahora y nos vemos casi todos los días, ¿en cualquier momento?".
Y es que desde que la telefonía móvil y las diferentes plataformas de comunicación hicieron acto de aparición y se asentaron en nuestras vidas para quedarse ya nada ha sido igual. Bien es cierto que han contribuido positivamente en diferentes áreas -no tantas como creemos-, pero cada vez me reafirmo más en que aquello de lo que presumen -su carácter social- es precisamente de lo que adolecen.
El primer pecado que cometemos los consumidores, entre los que me incluyo, es que no reconocemos nuestra dependencia. Así, cual incipientes fumadores, nos repetimos convencidos: "Yo lo dejo cuando quiera", "Yo puedo pasar bien sin ello". Mentira. Incluso tú, que estás sonriendo ahora mismo mientras lees estas líneas al tiempo que piensas: "No lo dice por mí". Pues sí, también lo digo por ti. 
No sé si serán conscientes, pero hemos cambiado hasta nuestra forma de caminar. Frecuentemente nos desplazamos cabizbajos, móvil en ristre, concentrados en todo menos en la barandilla con la que nos vamos a pegar la hostia como no levantemos la vista. Tampoco es extraño ver a los conductores consultando sus dispositivos en los semáforos, y en lo que no son semáforos también, o hablando solos con ese instrumento del demonio que si bien bautizaron como manos libres, convierte a nuestra atención en esclava.
Jóvenes y adultos apenas hablan con los que tienen cerca pese a que hayan quedado para reunirse. Uno puede pasarse por cualquier parque de ocio o zona de restauración y ver grupos enteros de personas que con sonrisas estúpidas hablan con cualquiera menos con el que tienen a su vera. De hecho, en mi última quedada con amigos acabé dudando si nos habíamos reunido para cenar juntos o para chatear en compañía de otros.
Ya apenas disfrutamos del momento, pues es mucho más urgente subir la foto o el comentario alusivo al mismo. No se concibe que hayamos viajado a ningún sitio si no colgamos alguna instantánea, aunque hayamos viajado. Sencillamente si no hay foto, no ha ocurrido. Radiamos minuto y resultado de cada una de nuestras operaciones. Tanto que -y no es por dar ideas- si yo me dedicase al arte del desvalije de hogares, lo primero que haría sería echar un ojo a las redes sociales para ver si tengo vía libre. Fundamentalmente a Twitter, que ha desatado una tormenta de exhibicionistas que ponen, que ponemos, al alcance de cualquiera, los entresijos de nuestro devenir. Algunos, por cierto, mucho más interesantes vía red que en carne y hueso. 
Hace unos días leí a alguien algo parecido a: "si nos ofrecieran diez minutos más de batería para nuestro móvil a cambio de diez minutos de nuestra vida, aceptaríamos". Y lo peor de todo es que es cierto. Que nos hemos subido a un carro del que ya va a ser difícil bajarse, pues nos ha generado una manifiesta relación de dependencia. Incluso a los que dicen, a los que decimos, eso de "tranquilos que yo controlo".
Seguramente hay un buen puñado de teorías que expliquen el fenómeno. Yo simple y llanamente pienso que nos sentimos tan jodidamente solos y faltos de cariño que buscamos que se nos tenga en cuenta, aunque sea a costa de desnudar nuestras intimidades. Anhelamos supuestos "amigos", aparentes "seguidores", ante los que reivindicar lo ocurrentes que somos, lo divertida que es nuestra existencia, lo mucho que se nos quiere o en su defecto lo hartos que estamos de lo mal que nos trata la vida y lo que vamos a hacer para remediarlo -propósitos que suelen quedarse en la red porque generalmente no tenemos el valor de ponerlos en marcha-, y todo ello aderezado con el correspondiente  puñado de material multimedia que dé buena prueba de ello.
Eso sí, al menos debe consolarnos que esta vorágine ha desatado una generosa relación de puestos de trabajo. Y no me estoy refiriendo únicamente a los informáticos y empresarios que estarán llenando sus bolsillos, sino también a profesiones desconocidas hasta la fecha. Verbigracia, la de "diseñador de paridas varias" para que circulen por las diversas plataformas. Yo al menos me resisto a creer que alguien tenga el tiempo y las ganas de idear tal cantidad de moñadas si no es a cambio de un salario. Aunque a todos ellos les recomendaría un buen curso intensivo de ortografía, pues cada vez me resisto más a reenviar/retuitear gran parte de lo que me llega fundamentalmente por la enorme suma de patadas que le pega al diccionario.
Les dejo, que llevó un buen rato escribiendo y el ardiente buzón de mi móvil ya reclama que me disponga a responder mensajes.

Almasy©



ROBBIE WILLIAMS: "Losers"

3 comentarios:

Gea dijo...

Me dan ganas de llorar...

Susana dijo...

Lo importante es equilibrar todo. Muchos besos y feliz año.

Rubén Muñoz Herranz dijo...

Qué bueno. Sobre la entrada que dice que el despertar va a ser duro... no hay por qué despertar, en eso se basan tantas cosas.

Publicar un comentario