Hace algunos años, resultar invitado
a una boda era sinónimo de distinción, orgullo y satisfacción inequívocos: “Se
han acordado de mí”, “Como no podía ser de otra manera”, “Si se les llega a
olvidar, les retiro hasta el saludo”. Se afrontaba el evento con tremenda
ilusión tanto por contrayentes como por invitados y el gran día no duraba menos
de una jornada completa, un fin de semana y, en el caso de los más echados para
adelante, hasta varios días con sus correspondientes noches.
Sin embargo, la cosa ha ido cambiando
a marchas forzadas. Tanto que según de quiénes sea el compromiso uno hasta casi
agradece que se olviden de él. Que su nombre no asome en la confección de la
lista de invitados, que ni por un momento va a sentirse ofendido por semejante
omisión. Los motivos en este caso son de toda índole y condición, pero ante
todo y sobre todo de carácter pecuniario. Vamos, que como seas uno de los
elegidos toca rascarse el bolsillo. En primer término para la despedida de
solter@, una horterada muy gorda que antes solía resolverse con cena y barra
americana –ellos disfrazados de toreros jaleando salidos
como macacos a una stripper femenina y ellas ataviadas con pollas de plástico
en la cabeza jaleando salidas como macacas a un stripper masculino–. Total, que
el suplicio duraba a lo sumo una tarde-noche. Ahora no. Ahora la moda está en
reservarse un fin de semana completo en algún remoto lugar de la geografía –lo
que se traduce en no menos de 300 aurelios– para embarcarse en alguna mariconada
más original, especialmente actividades de multiaventura que no has practicado
en tu puta vida. De modo que no queda otra que, pese a lo más parecido al
deporte que hayas ejercitado en tu miserable existencia haya sido el
levantamiento de vidrio en barra fija, como por arte de birlibirloque te veas
embutido en un traje de neopreno reventón descendiendo un barranco o
pretendiendo aventurarte sobre una tabla de surf.
A continuación se suceden dos nuevos
atentados a tu economía: el regalo y el modelito que se lucirá. En cuanto al
regalo hay tres opciones: tirar de lista de bodas –que es como la carta a los
Reyes Magos tocándote a ti ejercer de Melchor, de Gaspar o de Baltasar–,
comprar tú lo que te salga del cimbel –corriendo en este caso el riesgo de adquirir
algún objeto especialmente inútil o repetido, tipo una vajilla que no vayan a
usar jamás– u optar por el siempre recurrente sobrecito con dinero en
metálico, con respecto al que me pregunto si el gobierno no estará pensando
obligar a extender factura con el correspondiente IVA. Su entrega suele ser
además uno de los momentos más embarazosos del convite. Por ejemplo, cuando los
novios se pasean por las mesas a ver si ha gustado el cubierto con el que han
deleitado a los asistentes –a lo que por supuesto siempre dices que “todo estupendo” aunque
hayan servido salpicón de sardinillas en lata y mortadela de buey a la piedra–.
Así, cuando alcanzan tu mesa, sutilmente, como si estuvieses traficando con
papelinas, les largas el correspondiente sobre acompañado del tan tradicional
como embustero: “todo genial”. O bien en pleno baile, acercándote felinamente
hasta el novio y deslizándoselo con disimulo por el bolsillo de la chaqueta –a
la novia quedaría feo metérselo entre las tetas–.
En cuanto a la pepla del atuendo he
de significar que agradezco a los dioses sobremanera el haberme dotado de
aparato reproductor masculino para este asunto. Sencillamente porque los tíos
lo tenemos bien fácil y las tías bien jodido –porque quieren, todo hay que decirlo–. Así, los varones solo tenemos que
desempolvar del armario el único traje que tenemos. El de las bodas. A lo sumo
cambiarle la camisa y, si nos ponemos caprichosos, hasta la corbata; pero de
ahí no pasa. Las mujeres en cambio afrontan el difícil reto del: “¿qué me
compro?”, “¿de corto o de largo?”, “¿vestido, falda y blusa o chaqueta–pantalón?”,
“¿y si llueve?”, “¿y si hace frío?”, “¿y si no hace frío pero ponen el aire
acondicionado muy fuerte durante el convite?”, “¿y si después de gastarme una
pasta aparece alguna hija de la gran puta con un modelo como el mío y me
revienta la exclusiva?”.
Para que finalmente llegue el gran
día. Con un poco de suerte la boda es de tarde y no hay que madrugar.
Nuevamente aquí acontece una marcada discriminación de género: los hombres a
dormir la mañanada y apurar hasta el momento crítico, las mujeres a levantarse
al alba para la chapa y pintura que le aplicarán en unos antros de tortura
eufemísticamente conocidos como centros de peluquería y estética. Seguidamente
camino del Ayuntamiento –para casos de contrayentes que serán condenados a
padecer en los Infiernos por el eludir el santo sacramento– o de la Iglesia –para aquellos que anhelan gozar de la vida eterna en los reconfortantes Cielos–
con el siempre tradicional “¡vamos tarde!” en la boca y preferiblemente
vacunados para recibir el correspondiente tostón civil o religioso. Unos
cuantos “en la salud”, “en la enfermedad” y “para toda la vida” después
–siempre que no hayas sido lo suficientemente inteligente para pasarte la
ceremonia tomando cervezas– llega el tiempo muerto. Ese espacio en el que nadie
sabe muy bien qué hacer ni a dónde dirigirse mientras los novios van a echarse
las fotos más moñas que uno pueda echarse a la cara. Si el restorán queda
alejado no hay duda: toca tirar de GPS para peregrinar hacia el lugar del papeo.
Si por el contrario queda cerca lo más recomendable suele ser darle continuidad
a las cervezas. Luego ya todo discurre relativamente fluido: cocktail de
bienvenida –ese en el que uno nunca sabe si ponerse hasta las trancas por lo
que pueda venir o reservarse el buche para el banquete propiamente dicho–,
convite y baile. En este último se agradece enormemente la barra libre para
poder soportar alcoholizado algunas de las escenas más pintorescas de tu
existencia: a tu padre desenfrenado dándolo todo en la pista de baile con el
pantalón remangado y la corbata en la cabeza, a tu madre con la faja a media asta meneándose
sensualmente al son de “Paquito el Chocolatero”, a tu tía Herminia tirando de
ti salvajemente para que te sumes a la “Conga”, a tu tío Julián diciéndote que
si no te gusta el pasodoble es que no tienes ni puta idea de música o a tu
primo Lucas comiéndote la oreja medio mamado para que le presentes a la rubia del
vestido rojo. Que cree que se ha enamorado. Y todo ello ante la atenta mirada
de tu abuela, quien sentadita en un tresillo observa sin perder un solo detalle
las hazañas de unos y otros. ¡Pobrecita mía, lo que tiene que ver a estas
alturas del recorrido!
Almasy©
CAMARÓN DE LA ISLA: "Soy gitano" (tangos)
4 comentarios:
Ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja...
Descrito al detalle! No se puede contar mejor!!
Cada entrega que nos regalas provoca emociones diversas. En este caso, las carcajadas han sido sonoras.¡ Qué recorrido…!
Desternillante.
Por cierto,vuelve a incluirme en tus direcciones que ésta no me ha llegado por el correo ordinario.
Gea
¡Genial! No le falta detalle a la descripción.
y seguimos asistiendo a semejantes bodrios, con lo facil que sería mandarles un regalito y poner una buena excusa.Así como a otro momton de comidas familiares igual de engorrosas, Al final van a tener razón nuestros jovenes que optan por quedarse en casa tranquilitos y conectar por internet con quien les parece bien y con quien no, pues no. De esa forma no estan en elpunto de mira de ninguna abuela de marras y comen lo que les da la gana.Chicos listos!!!
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