jueves, 6 de septiembre de 2012

199. Atención al cliente


Justo antes de iniciar mis merecidas vacaciones caniculares se me ocurre llegarme hasta el Carrefour, otrora Continente, para comprarme una máquina barbero con la que rebajarme el vello facial. Primer error. Confiando en que el personal que colocan en cada sección ha sido convenientemente formado en el uso y disfrute de los productos de los que está encargado se me ocurre buscar el asesoramiento de un dependiente. Segundo error. “Buenas tardes, ¿me puede recomendar alguna máquina específica para arreglar mi díscola barba?”. “Llévese esta que es la repera. Crema, cremita, crema. Yo tengo una igualita y me va de cine”. 

En llegando a casa me dispongo presto a la tarea a fin de comenzar mi descanso estival más bonito que un San Luis. Cuando saco el aparato en cuestión de la caja compruebo que no abulta más que un lapicero a medio uso. Me acuerdo del dependiente y frunzo el ceño, mas persisto en mi tarea apurando las últimas gotas de confianza en el género humano que me restan – pocas, créanme, muy pocas –. Sin embargo, mis sospechas se confirman. El achiperre de marras no es capaz de avanzar frente a mi tupida barba. Se queda. Miro el tamaño de las cuchillas y efectivamente resuelvo que el trasto a lo sumo sería capaz de retocar entrecejos, pelos de napias o ingles brasileñas – por cierto, que siempre me ha llamado la atención que a estas se les llame ingles cuando en realidad de lo que falamos es simple y llanamente del parrús femenino; pero bueno, ese es otro tema y estamos en horario infantil –. 

Raudo y veloz regreso el cacharro a su emplazamiento original y me dispongo para ir a cambiarlo. En Atención al Cliente vislumbro a lo lejos un par de jambas con cara de padecer incontinencia urinaria y de haber dejado atrás verbos como “sonreír”. “Hola, mire venía a devolver este producto”. “¿Le pasa algo?”. “Le pasa que no responde a mis expectativas”. “¿Lo ha utilizado usted?”. “Sí claro, para decidir que no responde a mis expectativas he osado utilizarlo. Tengo esa fea costumbre”. Tercer error. En Atención al Cliente no se puede ser sincero. Siempre hay que ir con alguna trola por delante del tipo: “No, es que me la regaló mi abuela y no acaba de gustarme el color de los botones”, o “es que la compré bajo los efectos de algún estupefaciente y fíjese, si yo no la necesito, que no tengo barba, de hecho mi segundo apellido es Barbilampiño”. “No se lo podemos cambiar ni devolverle el dinero, se trata de un artículo de higiene personal”. Lo que en cristiano viene a ser un “te jodes y te lo quedas por los siglos de los siglos, tonto las tres”. Entonces me empiezo a calentar. De menos a más, según contempla el reglamento. “¿Cómo dice?”. “Que se trata de un artículo de higiene personal”. Primera noticia que tengo, máxime teniendo en cuenta que en todas las peluquerías en las que me he rasurado el cráneo nos esquilan a uno detrás de otro con la misma cortapelos sin desinfectar. “Pero oigan, fueron ustedes los que me asesoraron en la compra – pensaba entonces en los exigentes cursos de formación a los que habrían sometido al dependiente que me atendió: “A ver chaval, ¿tú sabes de algo?”. “Bueno, solo soy ingeniero aeronáutico, tengo un máster en navegación aérea y hablo 4 idiomas”. “Muy bien, hale, entonces derechito a la sección de pequeño electrodoméstico, campeón”. – y además, en ningún momento me advirtieron de las condiciones que usted me plantea ahora”. “Venían explicitadas en un letrero junto a la cabecera en la que se encontraba el producto”. “Pero oigan, que soy español. ¿Dónde se ha visto a un español leyendo un cartel, o unas instrucciones? Eso nunca”. “Lo siento, no podemos hacer nada. Le repito que la política de la empresa establece que los productos de higiene personal no se cambian”. Mi calentura entonces alcanzando su punto álgido. “¿Pero qué política de empresa ni qué infante muerto?”. “¿Acaso cuando les vienen a devolver unos zapatos le preguntan al cliente si está aquejado por un papiloma plantar? ¿Y si se trata de un bañador? ¿En ese caso le cuestionan si porta ladillas o algún herpes vaginal juguetón digno de mención?”. “Hay más gente esperando”, me increpa entonces una señora de la cola. “Sí, concretamente son ustedes 9”, respondo. Tensión en el ambiente. Mucha tensión. La operaria recula unos metros hacia atrás y tira de teléfono. Me imagino la conversación. “Sr. Ramírez – el encargado, en España siempre hay un encargado – que tengo aquí a un gilipollas que me está tocando los ovarios. ¿Qué hago?”. “Dile que nones”. “Uy lo que me ha dicho. Ustedes no saben con quién se juegan los cuartos”. No queda otra: “¡Marchando una de hoja de reclamaciones!”.

Almasy©

1 comentarios:

Clara dijo...

Si se han acabado las vacaciones (¡Bien lo sabes!), gusta ir notando que volvemos a donde solíamos.
Gracias por el reencuentro.
Nuestra unidad de tiempo significativa es el curso.
Pues que el curso nos sea propicio. Todo lo posible. Incluso en lo imposible.
Abraço

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