viernes, 25 de mayo de 2012

195. Palabras



Los que me conocen saben de mi amor por las palabras. Y también de mi pasión por aquellas que, convenientemente combinadas, dejan las cosas claritas: “Me cago en tu puta madre”, verbigracia, no deja lugar a dudas. Tampoco un buen “gilipollas”, articulado eso sí por gente del norte, a la que se nos llena la boca de contundencia cuando lo soltamos saboreando cada sílaba como si de una sentencia de muerte se tratase –siento decir que cuando un amigo del Tajo para abajo me llama “gilipollas” me entra la risa floja­–. Sin embargo, pese a mi afán por los vocablos explícitos, no le hago ascos a un buen eufemismo. Por cierto, y por mucho que diga quien lo diga, no me cabe duda alguna de que los eufemismos los inventaron las abuelas. Como lo oyen. Concretamente en aquellas visitas al pueblo en las que uno llegaba sobrepasado de kilos y su abuela le decía: “¡Ay mi nieto, qué hermoso y qué lozano está!”. “¡Abuela, está gordo!”, corregía el cabrón de tu hermano. “¡Qué va a estar gordo, a lo sumo fuerte!”.

De los últimos eufemismos sobre los que he reparado me han seducido con creces “fallecer” y “aseo”. Por lo que se refiere a “fallecer”, hablamos de la versión políticamente correcta de “diñarla”, salvo en el caso del universo hippie, que por aquello de su ardor floral prefieren “irse a criar malvas” y del colectivo de fisioterapeutas, que se inclinan por “estirar la pata”. Me gusta “fallecer” porque suena a “desmayarse”, seguramente por la impresión que debe causar vislumbrar a la puta Parca empuñando su temible guadaña.

En cuanto a la palabra “aseo”, me priva sobremanera porque esconde a las mil maravillas la podredumbre que puede llegar a implicar. Tanto es así que, cuando uno pregunta en algún local por el “aseo”, su interlocutor solo puede imaginárselo yendo simplemente a lavarse las manos y retocarse el tupé en un espacio inmaculado con aroma a petunias. Lejos pues de váter, letrina, tigre o retrete, que solo mentarlas evocan un cuchitril con el pestillo de la puerta jodido, el perchero reventado –y estas dos circunstancias en invierno, acarreando abrigo y bolso no me negarán que complican notablemente el asunto– y un mísero agujero maloliente en el que virus, bacterias y otros pobladores asiduos a la pestilencia parecer estar esperándolo a uno con el colmillo afilado.

Almasy©


QUEEN: "Bohemian Rhapsody"

1 comentarios:

Clara dijo...

Pues a mi, "fallecer" se me atraganta. Me encuentro ridícula cuando la digo. Y sólo la elijo si creo que la otra va a resultar tan dura para quien la escucha, que prefiero no infligir el daño.
Me explica mejor "muerte", que ya lo dice todo.

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