jueves, 21 de octubre de 2010

135. Experiencia madre de la ciencia

No hace ni dos semanas que mis huesos fueron a dar a uno de esos bares en los que solo se ingresa para hacer tiempo. Mientras apuraba la espuma de una caña pésimamente tirada por el operario del grifo, acerté a presenciar una escena de las que lo contrarían a uno. El camarero, rematando la colilla de un cigarrillo, se disponía a emplatar un pincho de tortilla a un cliente cuando este le espetó una fresca sencillamente razonable: “¿No irá usted a servirme la demanda sin lavarse las manos previamente?”. “Oiga, llevo 30 años en este negocio y no va usted a enseñarme cómo hacer mi trabajo. Si no está conforme, puerta”. Como era de esperar, el cliente abandonó el local. Sin inmutarse, hasta con cierta clase, dándonos todo un ejemplo a los que hubiésemos zanjado el incidente con un: “Y usted métase el pincho de tortilla por el ojete, cabrón”.

El caso es que el incidente se me quedó grabado porque resulta cansinamente frecuente el hecho de apelar a la experiencia a como dé lugar. Hasta el punto de que para algunos se ha erigido en una especie de aval equivalente con el buen hacer. Algo por otra parte tan incierto como que yo goce de un físico apolíneo.

“La experiencia es un grado”, reza el proverbio; lo cual no deja de ser cierto siempre y cuando en algún momento del proceso nos hayamos preocupado por mejorar. Vamos, que la maña que uno atesore para el desempeño de cualquier tarea no es solo cuestión de cantidad sino de calidad. Así, un escritor puede perfectamente haber firmado 290 pésimas novelas, un albañil levantado 2 millones de tabiques torcidos y una prostituta echado 1 billón de polvos de 3ª regional.

Confieso que este recurso facilón a la experiencia lo padezco más si cabe desde que soy padre, pues otros afortunados con más bagaje que yo en las lides procreadoras me han regalado multitud de sabios consejos que yo no les había pedido: “Esta niña debería ir a la guardería”, “Esta niña tiene que comer sólido ya”, “A esta niña hay que dejarla llorar hasta que reviente para que se duerma”. Como diría el otrora presidente Chema Aznar: “¿Y quién le ha dicho a usted que yo quiero que la niña se duerma?”.

Pero lo que no soporto ya es cuando algún miembro de la cátedra de progenitores que peinan canas recurre gratuitamente al pasado y me viene una vez sí y otra también con eso de: “No os quejéis tanto, que antes…”. Porque la batallita del Abuelo Cebolleta tiene un pase y es hasta cierto punto legítima y respetable; pero ya cuando empiezan a querer darte lecciones por fascículos coleccionables me exaspera un cojón y parte del otro. Aunque, si les soy sincero, en realidad, como me inculcaron valores tan universales como el del respeto a mis mayores, pese a que su boca destile ocasionalmente sandeces varias, suelo sonreír contenido y mascullar entre dientes: “Ya, y antes también viajábamos en burro, se usaban tripas de chorizo como condones, los Reyes Magos te dejaban frutos secos y naranjas y si te salía un crío maricón lo echabas de casa”. Evolución, señores. Evolución.

Almasy©



ENRIQUE IGLESIAS: "Experiencia religiosa"


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo creo que la experiencia tiene que ver con que es al menos la segunda vez que hacemos la misma cosa, con lo que se supone que algo se aprendió la primera vez tanto si se hizo bien o mal, lo del camarero, en mi opinión, no es falta o no de experiencia, es sin duda falta de profesionalidad, inexcusable por supuesto. Pero se me ocurre si no deberíamos todos aplicarnos la consabida frase evangélica (que no soy yo persona religiosa) de "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Cuando nos pasamos con los chicos (los docentes) no sé si pecamos de falta de profesionalidad o de falta de respeto, o de las dos cosas, es algo que siempre me preocupara. Más me preocupa la mala educación del camarero que la tortilla, bien es sabido que lo que no mata, engorda y casi siempre es lo segundo. bsss, Pilar

Anónimo dijo...

La experiencia es la madre de la ciencia cuando la persona en cuestión tiene un poquito de sentido común; pero como decía mi abuelo, desgraciadamente ese es el menos común de todos los sentidos. Cada vez estamos rodeados de más animales disfrados de persona ¿qué se puede esperar de tales individuos?

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