domingo, 7 de diciembre de 2008

51. Grandes olvidados

Fue el humorista Luis Piedrahita quien la semana pasada reflexionaba en el programa El Hormiguero sobre una de las grandes olvidadas de la historia de la vida doméstica: la última croqueta, la de la vergüenza, la que nadie se come y margina en el plato alegando el manido “Uf, estoy lleno, ya no puedo más”, desoyendo una y otra vez las invitaciones del anfitrión para que remates el ejemplar que resta solo y desvalido. Y precisamente sobre otros ilustres marginados de nuestra existencia cotidiana quisiera reflexionar en la presente entrega a modo de sincero homenaje que conmemore su labor oscura y frecuentemente poco reconocida.

Reivindico en primer término un lugar más digno en el mundo para las rebanadas del comienzo y del final que porta todo paquete de pan de molde que se precie. Son las ovejitas negras, pobrecitas mías, con lo bien que hacen las veces de tapas y nadie suele comérselas solo por tener una cara diferente al resto. ¡Menudos racistas cerealísticos estamos hechos! En el mejor de los casos uno se las deja para el final y solo en aquellas ocasiones en las que olvidaste comprar un nuevo paquete te las acabas engullendo a regañadientes. “Mierda, solo quedan los culos”, sueles lamentar en cuanto palpas a las dos últimas inquilinas de la bolsa.

Otro marginado de postín no es otro que el culín final de una de nuestras bebidas más ilustres: la sidra asturiana. Desconozco si han tenido la oportunidad de degustarla en algún lagar, pero si no ha sido así les pongo en situación. Ya sea el tabernero de turno o el amiguete solícito con el que acudes, el ritual consiste en escanciar el brebaje para tragarlo presto pero sin apurar hasta la última gota. Es más, la tradición apunta que has de arrojar al suelo del recinto ese culín final antes de proceder al siguiente repostaje. ¡Cuánto desprecio! ¡Qué desaire! ¡Y menuda carita de pena nos pone ese último sorbo que despreciamos tan alegremente! “¡Joer, no valgo ni para que me beban!”, debe pensar el pobre infeliz mientras lo lanzamos displicentes sobre la tarima del garito.

Por último, pero no por ello menos importante, quisiera conmemorar al turuto de cartón sobre el que se enrolla el papel higiénico. Ese turuto que nos ha acompañado pacientemente en todos esos momentos de soledad que hemos pasado en el retrete, soportando estoicamente en no pocas ocasiones escenas ciertamente desagradables y olores a buen seguro próximos a lo inmundo. Sin embargo nosotros, haciendo buena la sentencia que advierte que “de desagradecidos está el mundo lleno”, acabamos por ignorarlo nada más apuramos la última lámina de papel que nuestro turuto ha alojado gentilmente. Es más, en ese preciso instante lo contemplamos hasta con cierto enojo, lamentando la extinción de la celulosa y anhelando su sustitución por un nuevo ejemplar. En definitiva, ¡a Rollo muerto, Rollo puesto!

Almasy©



Marlango: "It´s all right"

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuanta razón tienes, por Dios. Un besito anonimo Almasy.

Anónimo dijo...

A mi lo de la croqueta no me pasa, yo soy más bien de los de: "A por una voy, dos vengáis, si venís tres no os caigáis"

QMPilar dijo...

Y qué me dices de esos cajones, cada uno tenemos uno seguro, en los que vas echando a lo largo de la vida cosas que tenemos mucho interés por conservar pero a las que no volvemos a sacar del cajón nunca más, hasta que olvidamos que las tenemos: El puro de una boda, el mechero de un amigo, la foto de la abuela, un cinturón viejo, el reloj de papá, una agenda con tefs. de hace 10 años ... etc. Y cuando lo recordamos, a veces los tiramos.

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