viernes, 10 de octubre de 2008

43. Promesas incumplidas


Coincidiendo con alguna fecha señalada del calendario o de nuestras existencias, no es extraño que nos propongamos el cumplimiento de algunos retos o promesas que en la inmensa mayoría de las ocasiones no suelen llegar a buen puerto. Verbigracia, todos los Años Nuevos, recién acabada la última campanada del reloj de la Puerta del Sol, ronda el siempre habitual propósito de apuntarte a un gimnasio a fin de perder los kilitos de más que a uno le sobran y ya de paso esculpir en la medida de lo posible tu cuerpo de pera. Y lo cierto es que la primera parte del asunto suele llevarse a efecto. Me refiero a lo de inscribirte. Ahora bien, lo de ir ya es harina de otro costal. El primer día sí que no faltas, ataviado felizmente con tu bolsita de deporte recién comprada en el Decathlon y tu muda para después de la ducha. Incluso hablas con el monitor del garito para que te planifique un exhaustivo entrenamiento que permita tornear esos músculos que dudas tener. No obstante, tu decepción comienza cuando lo que abordas no es sino una sala con diferentes aparatos de tortura en la que una pila de machacas vigoréxicos parecen disfrutar con el asunto. Cosas más raras he visto, pero, cielo santo, lo de disfrutar levantando peso sin más fin práctico que el de muscularte no me acaba de entrar por el ojo. ¡Y encima al levantador le hacen pagar por ello, cuando toda la vida de Dios el noble arte de la carga y descarga ha sido religiosamente remunerado! A buen seguro que los curritos del Mercamadrid se descojonan cada vez que alguien les mienta esta paradoja. El segundo y el tercer día insistes por eso del orgullo personal y al cuarto las fuerzas empiezan a flaquear y buscas excusas: llego muy cansado del trabajo, tengo que atender a la parienta o al pariente, me he lesionado o el horario de apertura no se ajusta a mi disponibilidad suelen ser los pretextos más recurrentes. Tal vez aguantas un mes por eso de que lo pagaste, pero al siguiente te borras del mapa y das las pertinentes largas cuando algún responsable del gimnasio se pone en contacto contigo para interesarse por tus ausencias: “lo siento, me he mudado a otro país”. La putada es cuando se te ocurrió la brillante idea de pagar seis meses por adelantado para ahorrarte una mensualidad o el abono de la matrícula. Craso error, queridos, pues semejante acto equivale a tirar tu pecunia por la taza del váter.

Otra de las mayores promesas incumplidas suele ser el dejar de fumar. También acostumbramos a hacer coincidir este reto con eventos tales como tu cuarenta cumpleaños o el nacimiento de tu primer bebé. Una vez marcada la fecha existen dos estrategias fundamentales en esto de abandonar el fumeque: lo dejo paulatinamente o lo dejo radical. En ambos casos les advierto que si no hace acto de presencia la tenacidad estás jodido de antemano. El lo dejo poco a poco consiste en reducir progresivamente el número de pitos que te comes al día con el propósito de que aquello que se convirtió en un vicio adquiera la categoría de ocio. El problema es que la cabra tira al monte, amigos, y un paisano que se zumba 3 cajetillas al día tiene remotas probabilidades de conformarse con un cigarrillo después de las comidas. Por lo que se refiere a los drásticos, estos habitúan a fijar fecha y hora para el gran momento, y minutos antes de que llegue se aprietan todos los pitillos que pueden a modo de despedida final. Entonces se avecina la “Hora D” y los primeros instantes sin el fatal vicio suelen ser hasta reconfortantes. “Si ya os decía yo que lo dejaba cuando quisiera”. Empero, según avanza el segundero comienzan a emerger los sudores y la mala hostia. A otros les da por abonarse al consumo de chicles o caramelos, con lo cual cambian las visitas al neumólogo por las del dentista. Finalmente algunos lo consiguen, aunque superado el pertinente mono físico y sobre todo psíquico se lamentan por el engorde que les ha supuesto el gran desafío. De hecho, en no pocas ocasiones pareciera que hubiesen sustituido la nicotina y el alquitrán por el clembuterol. Pues ya lo saben, ex-fumadores, ahora toca apuntarse al gimnasio. ¡Je, je, un poco cabroncete sí que soy, lo admito!

Almasy©



Quique González: "Hay partida"

7 comentarios:

Anónimo dijo...

jaja muy bueno,la verdad es que hay distintos tipos de fumadores como tú dices...mi hermano estaba en contra del tabaco y ahora ahí le tenemos, fumando como un carretero, mi madre...lo intentó estuvo...2 años y volvió XD ¿cómo fue posible?...La verdad es que cada vez se empieza antes con eso del fumeteo con el fin de "socializarse mejor"...pero en los jóvenes de ahora...no es tabaco lo que está de moda... Un saludo y buen fin de semana!

julio dijo...

¿Hay promesas que se cumplen?

fumar es un placer

Anónimo dijo...

Yo creo que dejar todos los vicios es la antesala de la muerte. Algún vicio hay que tener.

Anónimo dijo...

Promesas que no valen nada, promesas que se perderán en estas cuatro paredes...

QMPilar dijo...

Y menos mal que no has entrado en el asunto de la promesa de no comer para adelgazar, esa tambien es buena. Un beso.

Anónimo dijo...

Hoy viene el asunto de promesas incumplidas.No sé a ciencia cierta de donde sacaría mi madre, que era muy refranera, y que me decía:"Mientras más cambian las cosas,más permanecen iguales", y hasta cierto punto es la situación que nos presenta la filosofía de la vida.
Desde que era niño he estado escuchando, oyendo por mi parte y por parte de la gente que me ha rodeado y que me rodea:te prometo que si haces esto, si aprovechas el tiempo, te daré esto otro.No se cumple ni lo uno ni lo otro.¡cuantas cosas prometemos y no cumplimos!
El ejemplo más palmario de este título, sin duda alguna, lo tienen los políticos que de sus compromisos, nada de nada.

Anónimo dijo...

Hoy he visto tu articulo en el plural.com, enhorabuena

Publicar un comentario