
Suele definirse con este anglicismo a todo libro vendido como churros, como si cada vez que necesitásemos dotar de cierto empaque a algo debiéramos hacer uso de un término ajeno al castellano. ¡Si don Miguel levantara la cabeza! En el mundo del celuloide se habla de película taquillera y en el de la música siempre que una canción pega allá donde aterriza nos referimos a un hit (nuevamente la lengua de Shakespeare imponiéndose a la de Cervantes). Pero no se trata hoy de discernir el porqué del éxito mundial del inglés, sino de reflexionar sobre los pormenores que conducen a una manifestación artística (llámese libro, película o tema musical) a ser aclamada por el público.
El retrato robot del best seller suele ser: tocho de unas 600 páginas bien encuadernadas, de venta en toda tienda que se precie (el último de Zafón lo vi expuesto hasta en la línea de cajas del Media Markt), de fácil lectura (desde el sofá de tu casa al asiento del metro) y tradicionalmente vilipendiado por la crítica cultureta, que siempre que vislumbra un éxito de ventas aboga por tacharlo de falto de calidad. Y es precisamente este último asunto sobre el que mayormente me gustaría recapacitar en la presente entrada, pues todavía está por ver el primer best seller que goce del beneplácito de aquellos que se ganan la vida evaluando cada nueva manifestación artística que ve la luz. Que si es un bodrio comercial, que si adolece de calidad literaria por los cuatro costados, que si su éxito está únicamente fundamentado en la publicidad y que si su autor no pasará a la posteridad (menudo consuelo por otra parte los que si lo han hecho pero en vida padecieron la más absoluta indigencia hasta que se apagó la luz y entonces conocieron exclusivamente la gloria postmortem). Pues qué quieren que les diga: unas veces sí y otras no. En ocasiones es cierto que nos meten el libro en cuestión por los ojos pese a su condición de bazofia y lo acabamos leyendo propios y extraños; sin embargo, en numerosas situaciones vemos cómo en un bombazo editorial se alían el talento literario y la acogida de los lectores sin que la crítica dé su brazo a torcer. Erre que erre con lo de que si se vende no vale. ¡Qué manía! ¡Cuánto ahínco en tachar de cerriles a todos los que se animan a leer un superventas! ¡Ni que anduviésemos tan sobrados de lectores como para espantarlos acusándolos de consumir basura! ¿Pero qué se esconde detrás de esta centenaria tendencia? Me sobrevienen a la cabeza algunas posibilidades:
1. La más benévola de cuantas expondré es la que admite que la crítica esté en lo cierto y todos los best seller que se paren son inmundicias de primer orden solo aptas para el consumo de catetos a los que no se les puede exigir mayor esfuerzo intelectual.
2. Con algo más de inquina se me ocurre que pueda esconderse un cierto espíritu de superioridad con tintes elitistas capitaneado por una minoría que se encargaría sistemáticamente de echar por tierra todo superventas que asome las narices.
3. Y por qué no pensar que en lugar del espíritu de superioridad que les acabo de presentar lo que exista sea un complejo de inferioridad por parte de algunos enteraos culturales que únicamente defienden a los escritores que no venden un libro y aburren a las ovejas modorras con sus eruditas obras.
4. Por último, y como las teorías de la conspiración me dan más miedo que la nube, me quedo simplemente con llamar a un cambio de tendencia. Insto a que el talento literario y la acogida del público no sean necesariamente antagónicos e irreconciliables y al mismo tiempo a que esos que se llaman lumbreras de pro sean capaces de producir algo que seduzca a las multitudes. En definitiva, abogo por liberarnos de prejuicios y llamo a que entre cuantos amamos los libros pongamos las mejores condiciones para que se lea. Bueno, regular o malo; pero que se lea, ya tendremos tiempo de ir mejorando el menú. También ruego encarecidamente que siempre que nos quejemos de que “no hay nada en la tele” empuñemos un libro y nos aventuremos a descubrir qué esconde. Empezaremos por tocarlo sutilmente, con mimo, como si se tratara de una copa de frágil vidrio e inmediatamente después lo pasaremos por el filo de nuestra nariz para embriagarnos con los variopintos aromas que desprende. A continuación hojearemos sus páginas y su letra, desentrañando a priori si su lectura será agradable o si por el contrario nos costará más de una visita al oculista, para finalmente subirnos al tren y viajar por los universos que se nos propongan. Conoceremos entonces a los héroes y villanos que pueblan esos mundos, a los vencedores y vencidos que protagonizan las más variopintas historias. Empatizaremos con ellos, los amaremos u odiaremos, reiremos a carcajada tendida con sus disparatadas ocurrencias o derramaremos hasta la última lágrima que llevamos dentro cuanto una fatalidad los azote. Recorreremos parajes inefables, combatiremos dragones y brujas, seduciremos o seremos seducidos y nos embarcaremos en travesías inenarrables. ¿Alguien es capaz de proponer alguna oferta mejor que la que nos brinda un libro?
Almasy©
Antònia Font: "Alpinistes Samurais"