viernes, 8 de agosto de 2008

36. ¡Cuán solos estamos!

Abrazo de 5.000 años de antigüedad

Corría el año ´91 cuando viajé por primera vez a los Estados Unidos de América. Lejos todavía del 11-S, con las Torres Gemelas flamantes e intactas y los aeropuertos muchos menos esquizofrénicos que en la actualidad, me sorprendió especialmente lo solos que estaban los americanos. La mayor parte caminaba con los cascos en las orejas y la mirada gacha, evitando cualquier contacto visual con el resto de viandantes. Desconfiados, temerosos, distantes, huidizos, destilando grandes dosis de misantropía. ¡Menos mal que en España no vivimos así! Pensé entonces. No obstante, este país otrora conocido como Hispania, se me antoja cada vez más individualista a cinco meses vista de dar la bienvenida al 2009, recordándome visiblemente aquellas sensaciones que percibiera en la tierra de las barras y estrellas. Muy vivos están aún en mi memoria aquellos viajes en autobús desde Madrid al León de mis amores en los que esperaba anhelante el momento en el que encontrarme con mi desconocido compañero de viaje para tirarme rajando las casi cuatro horas que durara el trayecto (si era desconocida y estaba buena, mucho mejor, no voy a engañarles). Se me viene a la cabeza asimismo eso de olvidarme las llaves y pedírselas a la vecina, quien las tenía desde siempre para regarnos las plantas en vacaciones o para apañar el litro de leche que le hiciera falta en la elaboración de su exquisita bechamel. Ahora, sin embargo, nos hemos enfundado también los cascos y las máscaras, evitando cualquier tipo de conversación con el individuo de la butaca de al lado y una copia de las llaves de nuestra morada casi no se la dejamos ni a la madre que nos parió.

Cada vez nos cuesta más tocarnos, abrazarnos, sonreírnos, besarnos. Caminamos deprisa, no sea que nos topemos con algún sujeto conocido y debamos iniciar la incómoda tarea de cruzar unas palabras. También se lleva eso de pulsar con celeridad el botón del ascensor para evitar coincidir con alguien que nos obligue a conversar del siempre socorrido tiempo y por supuesto no recuerdo una sola ocasión en los últimos 10 años en la que haya intercambiado sal o azúcar con nadie. Incluso las relaciones con nuestros seres más queridos se han ido modificando de manera preocupante, tanto en el ámbito familiar como en nuestro círculo de amistades. En pocos hogares, por ejemplo, hay menos de dos televisores, incluso no es descabellado afirmar que existen muchos con un aparatito por barba para que cada uno visione lo que más se ajuste a sus gustos, lo cual acaba distanciando humana y hasta físicamente a los miembros de la familia. Y si la caja tonta ha causado estragos, el puto móvil ya ni les cuento. Porque díganme si no han contemplado alguna vez con estupefacción a esas cuadrillas de amigos cenando en un restaurante eludiendo mutar palabra alguna entre ellos y decantándose por enarbolar el diabólico celular a fin de conversar con otros colegas que no están allí.

Resulta cada vez más ocasional eso de preguntar nada a nadie, no sea que nos contesten o se rían de nosotros. Por dejar, hemos dejado hasta de protestar aunque pensemos que tenemos razón, como si nos diera pereza y/o temor exponer argumentos y atender a las réplicas de nuestro interlocutor. Hasta en los trabajos comienzan a ser poco habituales las milenarias conversaciones plagadas de frivolidades varias entre el personal, optándose por regatear al compañero de turno y salir disparados como arma que lleva el diablo en cuanto suena la bocina que marca el final de la jornada.

No obstante, aún queda un resquicio esperanzador: seguimos necesitando que nos escuchen aunque aparentemos no ser conscientes de ello. ¿O acaso no hemos ejercido todos alguna vez estoicamente como confesores de un alma necesitada de largarnos su historia? Incluso nosotros mismos hemos precisado, al menos una vez en la vida, de un ser que nos atienda pacientemente lo que nos aflige e incluso castiga, confirmando de este modo, mal que nos pese, que somos seres sociales.

Almasy©



Elbicho: "Locura"

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada vez no sé si es que escribes mejor o me gusta más lo que escribes.
El de la educación me encantó y con un hermano de 21 años preparándose para la selectividad de septiembre, me sentí bien leyéndote; creo que no hay nadie mejor q los profesores para hablar de su profesión y tenía ya ganas de escuchar a alguno.
Pero estamos en esto de la soledad, y también comparto todo lo que dices. Las cosas han cambiado mucho desde que ya no telefoneamos a los hogares sino a las personas.
De alguna manera simplemente creo que las formas han cambiado porq es impepinable que aunque uno ya no escribe cartas postales a su familia o amigos, nunca antes nos habíamos comunicado más por email o por messenger o por movil, so...
También voy creyendo que aunque somos sociables por naturaleza, somo treméndamente tímidos (en mi caso casi de manera enfermiza) y por supuesto cómodos. Paso sudores antes de pedirle algo a mi vecina (a la q conozco desde hace 20 años) y luego, es maravilloso darte cuenta de cuán suerte tienes y de qué maravilla es tener vecinos así.
Educar a las personas (a los niños) para q no sean tímidas creo q sería la solución. Nos encanta hablarnos, pero cuanta vergüenza mirarnos a los ojos o tocarnos mientras, con lo maravilloso q es.
Oyana

Anónimo dijo...

..y como dicen en nuestro pueblín, "tienes más razón que un Santo" y no conozco el origen de esa frase, pero seguro que está basada en algún saber ancestral, de esos que sientan cátedra y ante los cuales se tiene que rendir cualquier sabiduría basada en la más científica de las investigaciones.
No pienses que he perdido el hilo, te decía que tienes razón cuando hablas de esa soledad, que creemos es elegida, pero es impuesta por nuestro otro yo, ese ser asocial que nos ha poseido y que después de creer durante mucho tiempo que teníamos bajo control, evidentemente se ha apoderado de nosotros.
..por suerte, al igual que "siempre nos quedará París", quedamos personas conscientes de este gran mal que nos acontece y aunque no pongamos todas las ganas que la empresa requiere, en salir de él, como se sale de cualquier droga (al principio parece que solo produce placer..bienestar y termina matando, esta termina alienando), seguimos disfrutando del placer de hablar, charlar (por los codos), abrazarnos y besarnos y sobre todo, ver esa cara de alegría en el corazón, que se nos pone cuando vemos a alguien a quien realmente queremos y echamos de menos, te hablo de mi cara cuando os vi el 18 de julio, a "ti y a ella".
Por si todavía no me has conocido, soy Mayte, me encantaría saber poner mi nombre cuando escribo un comentario, pero las nuevas tecnologías me superan, intento no saber nada más de lo necesario para ir tirando y me niego a rendirme más a ellas.
..por cierto, un millón de besos y otro de abrazos, a repartir.

Anónimo dijo...

Hola Jaime!!Seguramente no me conozcas porque no llegaste a darme clase en tu etapa del Juan Gris, por mi parte conozco tus clases de oídas (por cierto, con muy buenas referencias) y cuando empecé a estudiar historia en la complutense entraba a veces en tu antigua web.
Después de la entradilla voy a dejarte mi comentario. Por lo que he podido estudiar en lo que llevo de carrera, tengo una reflexión contradictoria...Parece que es ahora, en la época contemporánea (si es que podemos hablar de ésta después del 11-S), cuando más medios de comunicación tenemos a nuestra disposición, cuando más solo se encuentra el ser humano..También es verdad uqe todavía necesitamos un tipo de relación más cercana, afectuosa, menos fría que el messenger o los correos electrónicos, o por lo menos es mi caso.
¿Vosotros qué creeis?¿Estáis de acuerdo conmigo?Podéis especular sobre las relaciones personales del hombre/mujer del futuro.
1 abrazo

Publicar un comentario