
-¿Como jefe de estudios ha abordado usted temas de orientación sexual?
-Sí claro, ¿por qué?
-Verá, estamos preparando un programa de debate sobre la información en materia de sexo de la que disponen los adolescentes. ¿Le interesaría participar en calidad de contertulio experto en un programa piloto?
-Bueno, sí, ¿por qué no?
-De acuerdo, le rogamos por favor se persone en nuestros estudios de grabación para realizar una prueba de cámara rutinaria el día de tal a la hora de cual.
El ingenuo que suscribe se presenta entonces en el tiempo y espacio indicados y comienza a asistir a la retahíla de mentiras vertidas una detrás de otra por el medio en cuestión. En llegando, la cosa ya apesta porque allí todo el mundo te da besos para recibirte y no sé ustedes, pero yo los míos prefiero regalarlos a quien me apetece y cuando se me antoja. Clima buen rollito recalcitrante en definitiva y la primera en la frente: cumplimentar un cuestionario de adolescente para el supuesto experto y la cesión de mis derechos de imagen. Además, me percato enseguida que de prueba de cámara rutinaria nada, sino que aquello era un casting en toda regla para medir el grado de carnaza que estás dispuesto a escupir por esa boquita que Dios te ha dado. Estoy a punto de largarme cuando me digo: “¡Qué coño! ¿A ver cómo sigue esto?” Durante la cumplimentación de los impresos propios de la Superpop me topo con otros pretendientes al casting que confirman mis sospechas. Freakies de toda índole de esos que dejan a la adolescencia a la altura del barro desfilan ante mis ojos. “¿51?” “Ese soy yo”. Pegatina al pecho y pa´ dentro: ¡a jugar!, como decía Joaquín Prat en El Precio Justo. Un par de chavales recién salidos de la universidad pero con muy mala leche para su todavía corta edad abordan la dichosa prueba de cámara y el bombardeo de cuestiones Made in Carnaza. Yo en mi sitio, correcto, educado, diplomático, sin entrar al trapo, casi institucional, me atrevería a afirmar incluso. Vamos, que yo creo que no intereso lo más mínimo. “Ya te llamaremos”. Lo curioso es que sí me llamaron y lo digo sorprendido porque el sentido común y la coherencia a los que yo me agarré pensaba que no tenían cabida en las televisiones privadas. Me da en la nariz que no encontraron a nadie más gilipollas que yo al que endilgarle el marrón y tiraron de agenda para contactarme como último recurso. Ni que decir tiene que les dije nones.