martes, 30 de diciembre de 2014

227. Cuarteto de poemas breves




DECIR

Rara vez se lo digo.
En ocasiones apenas lo musito,
casi entre dientes,
imperceptible,
amarrando las palabras
con todas mis cuerdas,
conteniendo cada uno de los alientos
que las cobijan.

MI MULETA

Y es que no te quiero tanto
por lo que sé que me quieres.
Ni por tus abrazos a destiempo,
ni por tus asaltos de caricias,
ni tan siquiera por tus besos húmedos
en noches secas.
Te quiero porque me sostienes,
mi muleta, muleta mía.

NO SORPRENDE YA

No sorprende ya
la lluvia de agosto,
el tráfico un martes,
las fresas en noviembre.
No sorprende ya
el viento de julio,
los eneros floridos,
los febreros hermosos.
Sorprende tan poco ya.

EL BOXEADOR

Baila el boxeador,
todavía fresco y rutilante,
cuadrilátero arriba,
cuadrilátero abajo.
Semidesnudo,
apenas sudoroso,
aferrado a su protector,
encajando, encajando,
anhelando encajar.

Almasy©


PEDRO GUERRA & ÁNGEL GONZÁLEZ: "Me basta así"


martes, 23 de diciembre de 2014

226. La chica nórdica


Recuerdo que estando en la universidad se adobó a nuestro grupo de amigos durante una temporada una tipa de Erasmus. Era de algún país nórdico -por aquel entonces yo no distinguía demasiado bien Noruega de Suecia y mucho menos de Finlandia- y aunque era más fea que pegarle a un padre yo me la quedaba mirando absorto cuando nos relataba sobre el funcionamiento de su nación. Y es que para un chico de Móstoles a finales de los ´90 una nórdica era algo tan exótico como el Yeti o el monstruo del Lago Ness. Nos hablaba de un régimen llamado socialdemocracia, que resumía diciendo que aunaba lo mejor del comunismo con lo mejor del capitalismo. "No es necesario ser pobre. Bien distribuido hay mucho para todos". Matizaba que el estado se encargaba de dar cobertura a la mayoría de las necesidades de los ciudadanos, dejando claro eso sí que casi el 50 % de los ingresos de estos se destinaba a impuestos que financiasen desde la educación a la sanidad pasando por el transporte. Nos preguntaba si no veíamos eso viable en España y la única vez que le dirigí la palabra fue para brindarle un categórico "no". "¿Por qué?", me preguntó con la inocencia de un crío. No pude sino responderle que sencillamente porque los españoles somos unos defraudadores natos. Todos. Sin excepción. Cada uno en la medida de sus posibilidades. Puede ser no declarando todos los ingresos que tenemos, cobrando en negro, pagando en negro, solicitando facturas sin IVA, descargándose cine, música y/o literatura pirata de internet, contratando personal sin darle de alta en la seguridad social, comprando falsificaciones, adquiriendo objetos de dudosa procedencia, metiendo la mano en la caja, colándose en el metro, saltándose el semáforo de turno simplemente porque no nos veía nadie, alegándole al picoleto de marras que no habíamos visto la señal y que nos deje continuar la marcha sin receta, no devolviendo a la cajera el excedente de vueltas que nos ha dejado caer en las manos...

Tanto es así que cuando nos hacemos cruces con los políticos corruptos que pueblan la escena a veces me pregunto si denunciamos su corrupción o lamentamos no haber estado nosotros en su lugar. A tiro de subvención, de concurso, de adjudicación que nos permitiera engordar la faltriquera. 

Lo mejor de todo, además, es que cuando nosotros lo practicamos tenemos la escopeta de las excusas bien cargada: "Es que el cine es carísimo, un robo", "Sí hombre, con lo que vale un libro, si la cultura debería ser gratis", "Si yo defraudo a Hacienda es porque se llevan mucho y no hay derecho", "Yo a la chica de la limpieza no le doy de alta porque a ella no le interesa. Y que conste que no es una postura clasista, que encima estoy creando empleo"... No hay por dónde pillarnos, la verdad, pues cualquiera de nuestras prácticas es absolutamente lícita y la de los demás fraudulenta.

Recuerdo también cómo la chica nórdica se sorprendía al encontrar barreras y tornos en el transporte público -no entendía que alguien pudiese pretender ingresar sin haber abonado el billete-, al escuchar por la megafonía del teatro que el público tenía que apagar sus dispositivos electrónicos, al observar impunemente tirar envases de cualquier signo y condición al primer contenedor que nos encontrásemos -en el mejor de los casos- o directamente a la vía pública, al toparse con fumadores en los ascensores, en los restaurantes, en los baños, que no le preguntaron jamás si le incomodaba el humo. Se sorprendía por tantas cosas la chica nórdica.

Almasy©

VETUSTA MORLA: "Copenhague"

martes, 25 de noviembre de 2014

225. Y una vez más... teatro


Y una vez más. Café a primera hora, y a segunda, y a tercera. Café todo el tiempo. Paradójicamente para apaciguar los nervios, o quién sabe si para desbocarlos de una vez por todas.

Y una vez más. En busca del sonido perfecto, de la silla en el sitio correcto, de la mesa en el lugar adecuado, de la marca que case a la perfección con el foco elegido.

Y una vez más. Componiendo ropajes, adecentando cabellos, disponiendo mejunjes imposibles sobre rostros que en días como hoy son lienzos.

Y una vez más. Comidas a deshora, siempre desproporcionadas, frecuentemente aderezadas con suculentas conversaciones que en ningún otro lugar podrían acontecer. 

Y una vez más. Sacos de tensión de última hora. Y ese texto que parece que abandona tu cabeza, y esos pasos que parece que se desdibujan, y esos acordes que parece que se vuelven turbios.

Y una vez más. El runrún del público impaciente, el incisivo soniquete del telón mientras se abre, los primeros pasos en las tinieblas hasta que una luz habilita el comienzo. Una vez más.

Almasy©


KUSO: "La poesía de tu cuerpo"

viernes, 21 de noviembre de 2014

224. Portabilizando


Voy a escribir sobre ello a modo de grito porque resulta más barato que pagarse un loquero y menos delictivo que hacerse con una recortada y emprenderla a tiros.

El caso es que hace cosa de un mes me llama una señorita comercial de la empresa de telecomunicaciones Botellón. El número tenía prefijo de León y yo todo lo que suena a León lo cojo. Da igual que sea cecina que una llamada. Craso error en esta ocasión. La tipa, tirando de rollito seductor -se lo juro- me convence de que mi actual compañía, Pornostar, es una ladrona desde sus tiempos como Telearmónica y que yo soy medio tonto por acceder a pagar los dinerales que piden. Finalmente me presenta una oferta irrechazable: hasta 20 MB de velocidad por casi la mitad de lo que pago. Fibra óptica ni más ni menos. Nada que ver con lo que tengo. Si no la acepto podría ingresar en el tradicional Libro Guinness engrosando la sección de los mayores estúpidos del planeta. Después del tradicional "llámame dentro de unos días que lo tengo que consultar con mi mujer que es la que lleva estas cosas" la tipa insiste hasta que le doy el sí quiero.

Todo parece rodar viento en popa al principio de la relación. El router que llega en apenas tres días y la portabilidad en no más de diez. Pero hete aquí que me pongo a instalar el router y que cuando meto el cable en la ranura de la fibra la cosa no chana. Tras unos cuantos "me cago en la puta que los parió" pruebo la opción de ADSL y entonces va a ser que sí. O sea que donde dijeron "fibra", ahora es "ADSL", o como diría el maestro Mota: "lo mismo que antes fibra, ahora ADSL".

Decepcionado con el hallazgo decido coger aire, aclarar mi garganta, acomodarme los cojones y tirar de teléfono para reclamar a quien corresponda. Inicialmente pruebo con el número de atención al cliente general, el 123 responda otra vez. Tras una buena montonera de mensajes grabados antes los que uno contesta con cara de anormal de carrito -"continuar", "sí", "sí", "problema con la fibra", "sí", "sí", "otros"- me atiende un operador que les juro por mis niñas que no hablaba mi idioma. Evoco entonces un portal de facebook que lleva por nombre "Se me saltan las lágrimas cuando la teleoperadora es española".

Excusa por aquí, excusa por allá, me acaba invitando a que contacte con el servicio de contratación en el 1444, pero la cosa tampoco torna de color. De hecho al final la única variable que se modifica es el teléfono al que recurrir para resolver mi problema, en este caso el 1704, responsable nada más y nada menos que de las contrataciones online. Y cuando todo parecía que no podía resultar más desesperanzador y absurdo va a ser que sí. Que sí podía. Porque el operario de marras me remite en este caso nuevamente al 123 responda otra vez del principio. La cuadratura del círculo. El vuelva usted mañana de Larra perfectamente adaptado al siglo XXI. Si ya lo dice el refrán: "más vale Pornostar conocido que Botellón por conocer".

Almasy©



MELENDI: "Lágrimas desordenadas"

domingo, 26 de octubre de 2014

222. La taza (nº 1 serie de microrrelatos)


Era zurdo, pero por alguna extraña razón le gustaba agarrar la taza con la derecha. Esa noche, tras un difícil día, aproximó su mano hacia ella con cierta desgana, sin reunir el brío necesario para aguantarla todo el trayecto que la separaba de su boca. La astenia que gobernó la acción le hizo perder el contacto con el minúsculo asidero de la taza. Esta se precipitó por los aires violentamente, ávida de toparse con tierra firme. Saltó en decenas de pedazos de todos los tamaños y formas. Lastimero, maldijo su flojera y se abalanzó sobre el fragmento de mayor tamaño. Su inquieto pulso le jugó una mala pasada. Un corte limpio en la muñeca motivó un considerable borbotón de sangre. Sin tiempo para alcanzar algo que detuviese la hemorragia un súbito apagón de luces se apoderó de la cocina. Con torpeza se dirigió hacia los interruptores. Clic. Clic. Sin éxito. De vuelta a la escena del crimen dejó salir un par de exabruptos. Los fragmentos más pequeños se habían clavado en sus pies descalzos. El último le provocó un espasmo casi instintivo que le hizo caer hacia atrás. Su yugular conoció entonces al pedazo más afilado. Clic. Clic. Con éxito.

Almasy©


GRUPO ENCANTO: "Soy una taza"

domingo, 19 de octubre de 2014

221. El campo es ciudad


Sentenciaba un profesor mío del doctorado experto en mundo rural durante la etapa franquista que en la actualidad toda diferencia entre pueblos y urbes se había difuminado hasta prácticamente desaparecer. En resumidas cuentas, apuntaba casi ofreciendo un titular periodístico, que hoy el campo es ciudad.

Y razón no le faltaba, pues la mayoría de los signos de identidad de los pueblos han ido perdiéndose a marchas forzadas en un manifiesto proceso de equiparación con la ciudad. Sin ir más lejos pienso en el mío y analizo cada uno de los indicadores que refuerzan esta teoría. Las calles, por ejemplo, ya no huelen a boñiga de vaca. De hecho, los pocos que conservan reses han tenido que convertirse prácticamente en ganaderos profesionales ajenos a la cuadra de antaño y adictos a las naves de explotación. De igual modo que los agricultores, que han tenido que elegir entre vender todas sus tierras o dedicarse cual latifundistas al negocio de la siembra y la cosecha. Y es que el siglo XXI no permite medias tintas. Como diría mi poeta de cabecera, Batania, "aquí se juega a trueno o no se juega a nada".

Evoco también la matanza en las casas, prácticamente extinguida por obra y gracia de las llamadas autoridades sanitarias. Ahora todo pasa por rigurosos controles veterinarios y mataderos debidamente legalizados en los que nos comentan que, a diferencia de los hogares particulares, el animal "no sufre" y "es convenientemente analizado". El caso es que yo fui testigo de matanzas en casa de mis dos parejas de abuelos y jamás me atrevería a afirmar que había saña asesina alguna en aquellos actos. Nadie disfrutaba con el sacrificio en sí mismo, simplemente se celebraba que se tenían viandas para llevarse a la boca durante buena parte del año y que amigos y familiares se reunían para llevar la empresa a buen puerto.

Y qué decir de la juventud, para la que los usos y costumbres populares pasaron a la historia. Los jóvenes de los pueblos visten como los de las ciudades, hablan como los de las ciudades, son adictos al móvil como los de las ciudades y se divierten con el mismo botellón que los de las ciudades. Si me apuran incluso más y mejor que los de las ciudades, pues aún sienten que tienen que demostrar un punto extra de civilización para quitarse el posible complejo de paletos que todavía sobrevuela sus cabezas. Complejo infundado, todo sea dicho, pues si yo he visto paletos de relumbrón ha sido en las urbes.

Sin embargo, a pesar de que las distancias se hayan estrechado hasta prácticamente su desaparición, todavía permanecen algunos vestigios del pasado que lo reconfortan a uno. Adoro por ejemplo seguir escuchando las campanas tocando a misa y que todo acto que se precie continúe rodeándose de algún tipo de ceremonia religiosa que lo oficialice y ampare. Y mira que no soy creyente, no tanto porque no quiera, que quiero, como que no puedo. No me sale.

Me atrapa también cómo se insiste en ir al caño a por agua pese a que se nos jure y perjure que la del grifo es perfectamente potable. Las calles vacías en invierno y concurridas en verano, el calor reconcentrado en las cocinas de las casas, el frío penetrante en cuanto septiembre expira, los humeros de algunos nostálgicos haciendo uso de la chimenea, los anuncios en papel para ser expuestos en la plaza mayor con rotundos "RAZÓN" de los anunciantes y las eternas tertulias a la salida de la iglesia, lugar que en los pueblos sigue siendo mucho más que un lugar de culto. Es también centro de socialización, de pasarela de moda y de aireo de chismes, de previa imprescindible al vermut que anticipa la comida del domingo y de más de uno y más de dos comentarios que deberían pasar a la posteridad: "Pa vender las tierras, las tienes que tener de fuelga, porque como las tengas arrendadas a lo mejor el paisano no quiere marchar y no te las compran".

Almasy©


MARÍA OSTIZ: "Un pueblo es"

miércoles, 8 de octubre de 2014

220. El extremo opuesto


No hace demasiadas entregas, en la 208 de esta bitácora para más señas, me despachaba a gusto con la moñez de los progenitores en todo lo respectivo a sus hijos. Sin embargo, como buena norma ortográfica, existen las pertinentes excepciones que confirman la regla (nunca entendí esta frase o al menos jamás mis profesores de lengua me la explicaron como se merece). Momentos fugaces en los que abandonamos la mojigatería habitual para decantarnos por el extremo opuesto. Circunstancias y escenas en las que pronunciamos frases o ejecutamos actos por los que prácticamente deberían arrebatarnos de un plumazo la custodia de nuestros vástagos y encerrarnos en trenas con gruesos barrotes y férreos candados. No son demasiadas, bien es cierto, pero todos y cada uno de los vivientes las hemos protagonizado primero en calidad de hijos y la mayoría ahora, por mucho que digan eso de que de los errores del pasado se aprende, en calidad de padres.
¿Qué me dicen por ejemplo del tradicional: "No ha sido nada. Sana, sana, culito de rana"? ¿Les suena, verdad? Habitual cuando el niño se ha podido meter una hostia de campeonato del mundo, de vídeo para petarlo en Youtube, o de las dos a la vez. Una hostia que si la sufrimos los adultos nos tendría una semana doloridos sobreviviendo a base de ibuprofenos previo paso por urgencias. Pecando además de manifiesto intrusismo profesional, pues a no ser que seas padre y médico al mismo tiempo, ¿quién cojones te crees que eres para determinar tal diagnóstico? ¡Y qué decir de lo de "sana, sana, culito de rana"!, que parece un hechizo satánico para invocar a Lucifer o los vestigios desordenados de aquellos cuentos en los que príncipes y princesas tornaban en semejante batracio. Si hasta pareciera que estuvieses insultando a la carne de tu carne dotándole de ancas. Eso te lo oyen en "Sálvame" y circulan las denuncias en los juzgados de Plaza Castilla como la pólvora (los famosos, famosillos y famosetes siempre van a Plaza Castilla, ¿verdad?).
¿Y el tradicional azote de después de un susto? Léase por ejemplo al cruzar un paso de cebra sin el pertinente permiso paterno. Llega entonces el fitipaldi de marras al volante, ese que debió aprobar el examen de conducir porque le dieron las respuestas punteadas para que solo tuviese que repasarlas con trazo continuo, y zas, casi se lleva al niño por delante. Este que se asusta por el coche que tras estar a punto de atropellarlo huye despavorido, por el grito que le hemos pegado al ver la que se cernía y finalmente porque nos contempla avanzar furibundos hacia él, con las venas del cuello marcadas, los ojos desorbitados, los dientes apretados, la salivilla asomando y el semblante torcido. El cerebro de la criatura debe de sufrir entonces una especie de colapso gravitacional, pues la lógica le dice: "Me tienen que venir a abrazar y dar besitos porque me acabo de llevar un buen susto", mientras que sus instintos proclaman: "El caso es que mi padre no tiene mucha pinta de querer consolar a nadie, sino que bien pareciera que me viene a dar una ensalada de hostias". Efectivamente la opción B es la correcta, siempre acompañada de un repetitivo mensaje al compás de cada azote: "Menudo susto me has dado", para finalmente, cuando la tensión se aplaca y el río vuelve a su cauce, tirar de nuestra formación psicopedagógica anclada en un Piaget de Wikipedia y aclarar: "Te he pegado para que no lo vuelvas a hacer".

Almasy©



EXTREMODURO: "Jesucristo García"

miércoles, 1 de octubre de 2014

219. Running


Empezó cuidadosamente la rutina dejando que sus dedos aterrizasen sobre los cordones de las zapatillas. Pese a que a primera vista le parecieron perfectamente atados no dudó en deshacer su obra para empezar de nuevo a la manera de los artistas insatisfechos. Con delicadeza, procedió a concretar el primer nudo, describiendo dos perfectas elipses. A continuación el segundo. Pausado, firme, apretando hasta el infinito con el fin de evitar sorpresas traicioneras durante el ejercicio. Y como los herretes colgaban todavía en exceso se atrevió con un tercero. 

Comprobó de un vistazo que el calcetín impidiese cualquier tipo de contacto vicioso entre el talón y la parte posterior del calzado, pues siempre que estos dos se encontraban acababan engendrando una rozadura bastarda. 

Continuó la liturgia llegándose hasta el pantalón. Aireado, fresco, sin ambages extraños. Apenas un trozo de tela ligera que le facilitase el vuelo. Se cercioró de que la vaselina aún estuviese latente. Solía echarse más cantidad de la necesaria, siempre temeroso de que incluso mucha fuese insuficiente.

Su camiseta de tirantes ondeaba todavía al viento en toda su extensión y se dispuso a introducirla por el pantalón. Al principio en compulsivo exceso, para seguidamente estirarla ligeramente hacia arriba, nunca permitiendo que rebasara el férreo elástico de tres centímetros de ancho que frenaba sus anhelos de libertad. 

Sus brazos estaban sensiblemente tensos pese a que no recordaba haber realizado ningún ejercicio que lo motivase y las axilas y los pezones no paraban de rezumar restos de la misma vaselina lúbrica que había conocido a sus ingles.

El reloj cronometrador lucía ya dispuesto en su muñeca. No le acababan de convencer los modelos excesivamente complejos. Le bastaba cualquier ejemplar sencillo que le indicase tiempo y distancia. En alguna ocasión había intentado desprenderse de él, enfilar los caminos ajeno a su tiranía, pero jamás había superado los tres o cuatro episodios sin su fiel torturador recordándole su evolución.

No le gustaban el resto de abalorios que ofrecía el mercado. Había cientos y solía contemplar receloso a los demás corredores haciendo uso de ellos. Él prefería respetar la aparente simplicidad del ejercicio que había elegido. Correr le había cautivado por la escasa logística y equipamiento requeridos. Apenas algo de ropa de deporte y las ganas de quemar kilómetros. Así de sencillo, sin más preocupación que abordar un único propósito: moverse hacia adelante.

De repente, percibió que un remolino de gente se concentraba a su alrededor. Tan excitada como él, agitándose con extrema inquietud, estrechando las distancias y lanzando gritos ininteligibles de aliento. El aire se pobló de una calma tensa propia del momento inmediatamente anterior al pistoletazo de salida. Una voz de ultratumba se apoderó del ambiente:


Tres, dos, uno, fuego.

Almasy©


Vangelis: "BSO Carros de fuego"

sábado, 27 de septiembre de 2014

218. Que nos detengan


Me preguntaba ayer una compañera por esta bitácora en la sala de profesores. Sobre sus idas y venidas. Sus arreones y frenazos. Le contesté que en realidad esta responde a mis estados de ánimo y que solo soy capaz de escribir cuando estoy bien, o al menos lo suficientemente en paz conmigo mismo. Lo cierto es que hoy no podría afirmar que estoy para tirar cohetes, pero sí al menos lo suficientemente animado como para haberme encaramado a este ordenador y vomitar algunas reflexiones.

El caso es que hoy se me antoja hablarles sobre educación. Tranquilos, no pienso abrumarles con ninguna arenga reivindicativa ni enarbolar la causa de la camiseta verde, la cual, no nos engañemos, ha perdido la mayoría de las batallas, por no decir la guerra: los docentes trabajamos más, en peores condiciones y por menos sueldo, los alumnos han visto reducidas sus becas, las huelgas y manifestaciones acaecidas hasta la fecha solo pasarán a los anales de la historia del postureo, las ratios se han disparado hasta límites en los que el problema no es tanto que te atiendan 40 alumnos como que te quepan en el aula, no se cubren bajas de profesores hasta pasados 15 días, los interinos se han visto avocados a la condición de mercenarios forzosos contratados por horas y en porciones de a tercio, a medio y a dos tercios, la asignatura de religión sobrevive al PSOE y al PP, los colegios e institutos públicos son obligados a prácticas propias de las compañías privadas entre las que sobresalen las fusiones mientras centros regidos por el Opus crecen como los níscalos entre pinares y si nadie lo remedia nos vamos a comer la LOMCE con papas fritas. De hecho en primaria ya le han pegado el primer mordisco a la manzana.

No, hoy no pienso hablarles de nada de eso. Hoy tengo una onda más filosófica. Y mira que es difícil arrancarle filosofía alguna a la canción que me ha hecho pensar en todo lo que hoy les traslado. Nada más y nada menos que esa que cantaba David Civera: "Que la detengan". ¿La recuerdan? No he necesitado ni escucharla, simplemente me ha sobrevenido en la cabeza y me ha dado por hacerle un arreglo a la letra: "Sí, eso, que nos detengan". A los buenos docentes, aclaro. Entre los que si me lo permiten me incluyo. Por temerarios, por kamikazes, por ir contracorriente y perseguir quimeras inalcanzables. Por alimentar el desorden exigiendo a nuestros alumnos actitudes y comportamientos de otro siglo tales como el esfuerzo, la superación, la disciplina, la constancia, los buenos modales, los "por favor" y los "gracias". Por contumaces empeñados en motivar, en ser algo más que oradores de conocimientos, por meter las narices en asuntos más allá de las verjas que delimitan los centros educativos.

¿Pero qué nos hemos creído que somos? ¿Braveheart? Con nuestro discurso facilón, demagógico, siempre cual Pepitos Grillos de cuarta división que osamos contravenir las normas, mostrar a nuestros discentes sendas que pudieran conducir a destinos ajenos a protagonizar el "Sálvame", "Mujeres hombres y viceversa" o "Gran Hermano", abanderar mensajes que releguen a un segundo plano vocablos de alto standing como "competitividad", como "excelencia".

¿Cómo se puede tolerar semejante despropósito a estos arengadores? ¿Cómo consentir que alguien quiera alterar la hoja de ruta? No y mil veces no. Este atentado manifiesto debe castigarse cuanto antes. Estos delincuentes de guante blanco no pueden seguir perpetrando estos actos vandálicos. Hay que ponerles en su sitio y repetirles hasta la saciedad las consignas que hacen que todo funcione como la maquinaria de un reloj suizo: "Martínez, cíñase a la programación", "Pérez, siga al pie de la letra el protocolo", "Ruiz, eso no es asunto de Comisión de Coordinación Pedagógica, a lo sumo de Reunión de Departamento y de ninguna de las maneras de Claustro", "Rodríguez, no puede usted redactar un parte de convivencia a ese alumno porque la fabricación de cóctels molotov en las clases de química no está recogida en nuestro Reglamento de Régimen Interno como susceptible de ser sancionada. Habrá que debatirlo en la próxima reunión del Consejo Escolar".

A prisión con ellos ya, hombre. A la trena, al trullo, al talego de una puta vez. Que sepan quién manda aquí y cuál es su sitio. ¡Que nos detengan!

Almasy©


David Civera: "Que la detengan"

viernes, 15 de agosto de 2014

217. Las bicicletas no son para el verano


Hoy me he levantado con pretensiones bicicleteras. No en vano fueron muchos años delante del televisor alentando primero a Perico y luego a Indurain para que se coronaran vencedores en los Campos Elíseos. Tengo todo el equipo, desde la bici de marras hasta las calas, y es que el Decathlon ha hecho mucho daño haciéndonos creer que podemos darle a cualquier cosa. Siempre he preferido correr. Requiere menos logística, alcanzas cualquier rincón que te propongas y me permite sufrir más en menos tiempo, que al final es de lo que se trata. Sobre todo a los que tenemos buena boca y cuando llegamos a casa no tiramos de ensaladas precisamente.

Lo cierto es que la cosa casi acaba en tragedia griega. Y es que a falta de uno se me han tirado a las llantas hasta tres canes. El primero en el pueblo vecino, en plena petada hacia arriba. De esas cuestas en las que cualquier distracción puede suponer dar con tus huesos en las piedras. De esas cuestas en las que vas dando bandazos y cualquiera que pueda observarte pensaría: "Si va parado el cabrón, o borracho". Nada más y nada menos que un doberman. Casi sin tiempo para reaccionar, pie a tierra y tieso como un ajo para que me olfatease. A todo esto la dueña a más de 200 metros gritándome: "Tranquilo, no hace nada, solo es un cachorro". Lo cierto es que no me tranquiliza nada cuando me instan a que lo haga. Sobre todo teniendo en cuenta que hablamos de un doberman. ¿Se imaginan ir en metro a hora punta, amarrado a una de las barras que impiden caerte con el traqueteo y de repente sentir que detrás tuyo tienes a Nacho Vidal con el badajo al aire? ¿Les tranquilizaría que este les susurrase al oído: "Tranquilo, no hago nada"?

El segundo ya en mi pueblo, a la vera del río, con la brisa del bosque golpeando mi rostro con suavidad y la velocidad de crucero instalándose en mi vehículo de dos ruedas. A punto casi de iniciarme en repetir consignas del tipo: "Joder, cómo mola la bici, podía combinarla más con la carrera a pie". En este caso una suerte de labrador macho, no estoy muy seguro porque yo de pedigrís lo justo y necesario. No soy racista. Entre el sudor acomodado en mis gafas de sol y los amables pensamientos que recorrían mi cabeza solo fui capaz de clavar el freno cuando él ya se disponía casi a clavarme el diente. El propietario gente conocida, del pueblo, así que me van a perdonar que no proclame aquí ningún exabrupto por aquello de respetar el feliz entendimiento entre vecinos. "Menudo susto, ¿verdad?". "Bueno, lo cierto es que más que el susto a mí me preocupaba la hostia que podía haberme dado".

Apenas recuperado del segundo impacto y enfilados varios caminos de concentración, detonaciones de escopetas a mi paso. Qué lindo trino el de los cazadores disparando apenas a diez metros de ti. No puedo expresar con palabras las emociones que me recorren. Como en este caso no eran conocidos permítanme que me despache a gusto pronunciándome: "Hijos de mil zorras, os ensartaba la escopetita por el orto".

Y finalmente de postre, mientras todavía maldecía lo sencillo que es hacerse con un perro en este país, el tercer can. En este caso apostado en una vaquería con unos ridículos alambres sin mallazo que dejaban pasar como poco a un ñu. Para más señas un mastín. ¿Saben ese dicho que sugiere no correr delante de un perro? Pues yo he corrido. Vaya si he corrido. Encendido hasta casa con la única pretensión de bajarme de una puta vez de la bicicleta. Pensando en las últimas pedaladas que en habiendo dueños con perros sueltos y cazadores a tu alrededor, quién necesita emprender aventuras más lejanas y costosas a fin de activar tu adrenalina. Como diría Sabina: "Pa abreviar el cuento... Que no disfruté. Que no vuelvo más".

Almasy©



Popurrí Vuelta Ciclista a España 1978-89



jueves, 14 de agosto de 2014

216. Mi niño


Vivimos en la sociedad de la urgencia y la educación de nuestras criaturas no podía ser una excepción. Con frecuencia además combinada con una manifiesta obsesión competitiva. No, nuestro hijo no puede empezar a caminar más tarde que el del vecino. Hay que vencerle, tenemos la obligación de demostrarle que estamos por encima de él, que su aliento nos queda lejano, que solo puede aspirar a vislumbrar allá remotamente nuestra matrícula mientras nosotros lo contemplamos sobrados por el espejo retrovisor.

Apenas se tiene en pie, incluso aunque todavía el vástago tenga complejo de mopa y se arrastre serpenteante por los suelos apañando polvo, debe saber nadar, no sea que lo precise para cruzar el Estrecho en pos de un nuevo continente o en su defecto para circunnavegar el planeta a bordo de un catamarán con la firme intención de inscribir un televisivo récord Guinness. Y por supuesto no nos vale un nado de supervivencia, modo remojón de can. Su estilo debe ser depurado, weissmulleriano como poco, dominando todos y cada uno de los estilos. De lo contrario nos dirigiremos al correspondiente monitor para reclamarle más nivel. Más nivel, más nivel. Mi niño necesita más nivel.

Tampoco conviene descuidar que aprenda a andar en bicicleta sin ruedines cuanto antes. Algunos niños son capaces con apenas dos años, así que por encima de los 24 meses vamos con retraso. Sobre todo si queremos llegar a tiempo para disputar el Tour de Francia. Apúrate que ya vas a contrarreloj. Apúrate. 

Cuando ni siquiera domina el castellano básico debe arrancar presto con el inglés. No puede pillarnos el toro, pues corremos el riesgo de que no sea bilingüe como poco y eso no podríamos tolerarlo bajo ningún concepto. Antes el ébola.

Por otra parte, aunque proyectamos que acabará convirtiéndose en ingeniero o médico, nos gustaría presumir delante de nuestros congéneres de su hartón de talento artístico. El conservatorio de música siempre es la mejor opción. Hasta la fecha el crío solo ha destacado por tocar los cojones, así que ya va siendo hora de aprovechar ese filón para que se inicie en algún otro instrumento. Ya sabemos que serán un montón de horas entre clases y estudio, pero no cabe otra alternativa. Y lo bien que va a quedar luego en los congresos de medicina cuando entre ponencia y ponencia deleite a los colegas con alguna suite para violonchelo del maestro Bach. Eso sin mentar las visitas, que quedarán encantadas cuando después de comer pasemos al salón e invitemos al niño a que demuestre de lo que es capaz. Ya tenemos en el mueble bar esperando unas deliciosas pastas de té especialmente seleccionadas para la ocasión.

Y por supuesto todo ello sin olvidarnos de la máxima latina: “Mens sana in corpore sano”. No nos perdonaríamos relegar a un segundo plano la práctica deportiva. Fútbol y judo son las opciones más consistentes. Cualquier otra cosa que nos demande nos hará sospechar que pueda ser afeminado y en ese caso habría que consultar a un psicólogo o a un sacerdote. Sí, sabemos que después de llegar del conservatorio tendrá que coger raudo la bolsa de deporte para irse a entrenar y con suerte cenar antes de la medianoche; pero ya se sabe, el que algo quiere algo le cuesta.

Las urgencias no cierran, ejercen las veinticuatro horas gracias a inefables turnos de trabajo. Y nosotros debemos hacer lo propio. Debemos tomar ejemplo. Tomar ejemplo. Poco importa que en no pocas ocasiones no haya sido nada y nos manden para casa pasadas unas horas. “Solo ha sido un susto, no hemos encontrado ninguna anomalía, puede irse”. ¿Y qué? Eso no significa absolutamente nada. Conviene estar alerta y optar siempre por la vía rápida para quedarse tranquilo cuanto antes. No hay tiempo para consultas externas más serenas, más focalizadas en el problema en cuestión, más en la línea de respetar los tiempos, más receptivas a que en multitud de asuntos ni siquiera es de recibo disponer un plazo. No, corresponde examinarlo todo a la mayor brevedad. Ya mismo. Ayer a veces ya es tarde. Corre Forrest, corre.


Almasy©


Extremoduro: "La carrera"

viernes, 18 de abril de 2014

215. Gabo


Descubrí a Gabriel García Márquez en el colegio por mandato de mis profesores. Como a tantos otros (Delibes, Machado, Stevenson, Unamuno, Darío, Manrique, Clarín, Bradbury, Golding, Salinger...). Eran otros tiempos. Tiempos en los que un docente sencillamente te ordenaba -pongamos "invitaba" para los amantes de los eufemismos- leer un libro y a ningún anormal se le ocurría pensar que se estaba cercenando la libertad del individuo. Ni que la escuela secuestraba su creatividad. Porque para que esta surja y se desarrolle se necesitan unos mimbres sobre los que armar el cesto. Se tomaba como lo que es: un requisito para superar la asignatura y tal vez -como en mi caso- el descubrimiento de un universo repleto de recovecos maravillosos en los que adentrarse. No me duelen prendas en reconocer que me decidí a estudiar Historia por la influencia de uno de mis profesores. Tampoco en asumir que soy uno de esos docentes carcundas y despóticos que no invita sino que obliga a sus alumnos a abordar determinadas lecturas para la superación de las materias que imparte.
Recuerdo que la obra en cuestión fue Relato de un náufrago. Todavía tengo en la memoria el color, el tamaño y el tacto de aquel libro que hoy permanece en las estanterías de casa de mis padres -un ebook jamás podrá desatar esos recuerdos-. No es demasiado grueso y si a eso le añadimos que me sobrevino esa ansiedad por leer compulsivamente que hace acto de aparición cuando una obra te atrapa, me atrevería a afirmar que lo liquidé en una tarde. Supongo que al abordar las últimas líneas me invadirían dos de mis recurrentes impulsos siempre que un libro me toca el alma: por un lado la satisfacción del deber cumplido, la entrada en meta, la coronación de la cima -para los más lúbricos, si lo prefieren, el remanso postcoito- y por otro la avidez de leer más, de seguir adentrándome en los mundos recreados por los escritores. En el caso de Gabo siguieron, no recuerdo si por este orden, Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba, El amor en los tiempos del cólera, El otoño del patriarca y, como no podía ser de otra manera, Cien años de soledad. Y tras él mi incursión en la literatura iberoamericana durante una buena temporada, en algunos casos, nuevamente, por invitación forzosa de mis profesores. Así, fui visitando a Rulfo, a Cortázar, a Borges, a Allende, a Neruda, a Galeano, a Vargas Llosa y a tantos otros. No pienso afirmar que todos me cautivaron de igual modo que Gabo, pues ese es otro vicio absurdamente extendido por esta sociedad de las apariencias en la que habitamos: no se puede criticar un clásico. Además, Gabo fue mi primer amor iberoamericano y eso, amén de por su grandeza, lo pondrá siempre por delante del resto. Descansa en paz, primer amor.

Almasy©


SHAKIRA: "Nunca me acuerdo de olvidarte"

miércoles, 2 de abril de 2014

214. Y luego dicen que la poesía no sirve para nada


Ayer martes 1 de abril estrenamos el musical "¡Y luego dicen que la poesía no sirve para nada!", escrito y dirigido por un servidor. Como es tradición, me gusta rematar con una entrega en la que se descarga todo lo vivido en los prácticamente 9 meses, un embarazo, que ocupa esta experiencia. En esta ocasión, y como no podía ser de otra manera, tirando de poesía, esa maravillosa arma de construcción masiva. Con cariño para las 122 almas que lo han integrado este año:

Que llegamos a puerto marineros,
que la travesía tocó a su fin.
Que atrás quedaron los oleajes bravos
y la calma chicha vuelve a reinar.

Que fue un placer marineros,
capitanear este barco,
sentir con vosotros la brisa,
remar juntos desafiando las aguas.

Que mereció la pena marineros,
todas y cada una de las jornadas a vuestro lado,
difíciles algunas, jubilosas la mayoría.
¡Vaya si mereció la pena marineros! ¡Vaya si mereció la pena!

Almasy©


Marc Anthony: "Vivir mi vida"

jueves, 30 de enero de 2014

213. Amiga


Querida amiga:


Llevo tanto tiempo meditando dedicarte unas líneas. Tú que tanto te lo mereces. Tú que tanto sé que me quieres. Tú que me sigues incondicionalmente. Tú que me arropas y me defiendes anteponiendo siempre tu fe en mí por encima de cualquier otro atrezo. Había pensado regalártelas en algún momento especial. Tal vez cuando la cotidianeidad que nos unió de repente se quiebre. Tal vez cuando te fueses o me fuese, en cualquiera de las formas en que uno pueda irse. Sin embargo, he decidido no esperar a que llegue ese momento. He decidido que las escuches en la plenitud de nuestra amistad, sin que ningún acontecimiento particular, bueno o malo, las adelante ni justifique. Y lo he decidido así porque sin lugar a dudas la rutina es el estadio más natural de las cosas. Es cuando más pureza y verdad encierran las relaciones. No he querido pues que nada me distraiga de lo que hoy he venido a decirte. Me niego a que una despedida oficial las motive y de repente nos sobrevenga a todos los que te rodeamos una ficticia exaltación de la amistad. Un "chuparnos las pollas" gratuito. Así que he resuelto que las recibas hoy y aquí, donde nadie nos ve, donde nadie nos oye, en la intimidad digital de nuestra red, acompañada únicamente por ese café que te veo degustando en esa cocina mientras esbozas una sonrisa -tal vez incluso derrames unas lágrimas si te pillo con la guardia baja- al tiempo que lees. Solos tú y yo.

Recuerdo que nos conocimos en una mesa de trabajo en la que apenas necesitamos unos minutos para establecer una conexión que jamás podrá ya disiparse. De hecho, poco importaría que no volviésemos a vernos jamás, pues lo que me llevo de ti ya se impregnó por todo mi ser, ya campa a sus anchas por cada rincón de mi cuerpo y de mi alma. Solo hicieron falta un par de risas, apenas un cruce de miradas cómplices y una buena dosis de ese hablando en plata que tanto nos gusta. Porque otra cosa no, pero tú y yo a las cosas por su nombre. Y todo lo demás es humo que no nos interesa. Bueno miento, a ti sí había un humo que otrora te interesaba. El de ese eterno cigarrillo que consumías ansiosa mientras soportabas mis embestidas para que lo desterrases de por vida. Hasta que lo conseguí, hasta que lo conseguiste, hasta que lo conseguimos. Con tanto esfuerzo que estoy barajando devolverte el favor y ser yo el que empiece a fumar para que me persuadas del error. Eso sí, yo en pipa, ya sabes, porque uno será pobre y desgraciado, pero tiene clase para aburrir.

No tengo intención de traerte a la memoria ninguno de esos episodios de tu existencia que, con todo el amor que sabes que te profeso, me atreví a calificar en alguna ocasión como de película de Berlanga, ni tampoco los lamentos que nos hemos intercambiado por el camino que hemos recorrido juntos. Me quedo con los muchos y buenos momentos en los que nos hemos acompañado, a veces ni tan siquiera sobresalientes pero sí constantes, si me apuras casi diarios, lo que hace mucho más verdadero lo nuestro, pues al fin y al cabo las anécdotas no dejan de ser eso, simples anécdotas.

Sería tan injusto como incierto decir que te veo como una madre -salvo por los piropos imposibles que me regalas con frecuencia-, pues como de veras te siento es como una amiga. De esas que alguien acertó a bautizar como "del alma". Nunca importó la edad entre nosotros, ¿verdad? Jamás nos pedimos el carnet para construir lo nuestro. No me hiciste en ningún instante sentir "pequeño", no te hice -espero- sentirte "grande". O mejor, "mayor", porque "grande" lo eres a rabiar.

No podría precisarte si te quiero tanto como te admiro o te admiro tanto como te quiero. Ahí le andan. Que lo sepas. Que lo sepa todo el mundo. Que de mayor quiero ser como tú. Con tu valor, con tu saber hacer, con tu empuje, con tu pasión, con tu entrega, con tu verdad, con la dulce revolución que dejas a tu paso.

¡Venga, va, no llores, tonta, que te estoy viendo por el rabillo del ojo! ¿Cómo dices? ¿Que no te lo esperabas? Esa era la idea. ¡Sorpresa! ¿Que no te lo mereces? Esto y mucho más, te lo digo yo. ¡Hale, ahora a disfrutarlo, a digerirlo con calma, como las comilonas pantagruélicas con las que acostumbras a agasajarme!

Un beso, dos, tres, miles de besos. Siempre es mejor que sobren los besos.

Almasy©



ALEJANDRO SANZ: "Amiga mía"

viernes, 17 de enero de 2014

212. Los hijos de puta también fueron niños


Supongo que se habrán percatado de que los actuales telediarios siguen un esquema claramente cinematográfico: la trilogía. Así, presentan una primera parte de sucesos al más puro estilo "El Caso", aquel semanario de la segunda mitad del siglo XX que recreaba los diferentes episodios de casquería que jalonaban la geografía española. En segundo lugar el bloque de deportes, en el que, a falta de resúmenes de partidos de fútbol -única disciplina deportiva que parece existir en este país- todo vale. Desde si a Ronaldo se le ha roto una uña haciéndose la pedicura francesa y tendrá que estrenar nuevas botas en el partido de Champions a si Messi anda flojo de la tripa y deberá administrársele un Fortasec a fin de que no se vaya por la patilla en el próximo encuentro liguero. Y finalmente el tiempo, que de pasar antaño a decirnos únicamente temperatura media y probabilidad de precipitaciones, ahora nos fríe a una impresionante variedad de mapas en la que se alude a presiones, frentes, isobaras, tamaños de olas, oscilación térmica, cotas de nieve, rachas de viento, refranes ad hoc y un buen surtido de instantáneas de fotógrafos aficionados que buscan los quince minutos de fama de los que hablara Warhol.
Pues bien, precisamente en la primera parte de esta trilogía, la de sucesos, comenzó a gestarse esta entrega. El caso es que me paré a escuchar las noticias, tradicionalmente solo las oigo, y a intentar digerir la cantidad de desgracias que estaban refiriendo los estirados presentadores sin despeinarse. Reparé en las motivadas por la Madre Naturaleza pegando su regular puñetazo sobre la mesa, pero por encima de estas presté especial atención a las que llevaban la impronta humana. Puse así todos mis sentidos en acercarme a la cantidad de hijos de puta que las protagonizaban: asesinos, violadores, terroristas, ladrones, corruptos, mafiosos, pederastas, familias reales, banqueros, políticos. Intenté abordar sus acciones manejando diferentes prismas y abordajes. Primero juzgándolos a secas y ciscándome en sus muertos, he de reconocerlo; pero seguidamente también buscando cierta empatía que me permitiese comprenderlos. Tiré de mis escasos recuerdos de historia de la filosofía y rescaté tanto a Hobbes como a Rousseau. Aquello de si el hombre es malo por naturaleza o si se corrompe en sociedad, para finalmente enredarme en un pensamiento casi paranoico: toda la ralea de malnacidos, todos los hijos de mil zorras que pululan sobre la faz de la tierra, también fueron niños alguna vez. Porque aunque nos parezca mentira estas criaturas diabólicas no fueron el resultado de un abracadabrapatadecabra que habría permitido su aparición, sino que se gestaron en el vientre de una mujer que los trajo al mundo. Y tomaron biberones, cagaron pañales y a buen seguro aprendieron a andar en bicicleta sin ruedines en algún momento de sus primeros años de existencia. Tal vez incluso, y con esto me obsesiono sobremanera, habrían pasado por mis manos. Quién sabe si ya desde la más tierna infancia alguno de ellos podría haber sido aquel niño que le pegaba al resto de los compañeros en el recreo, que les quitaba el bocadillo, que especulaba con los cromos al término de las clases, que se arrancó a fumar a las primeras de cambio, que sin temblarle el pulso siempre le negaba al jefe de estudios la tropelía que había cometido, que desde su pupitre contemplaba al profesor con ojos vidriosos mientras pensaba: "¿Y qué me importará a mí lo que me está contando este gilipollas si yo lo que quiero ser es delincuente?". O probablemente al revés, que hubiese sido víctima de todos estos tempranos atentados y fuese planificando su venganza para servirla en plato frío en cuanto tuviese oportunidad. Y es entonces cuando quiero pensar que el factor educacional puede contribuir decisivamente a evitar que proliferen nuevos cafres, que padres y educadores tenemos mucho que decir y que hacer para no crear enemigos públicos. Y quiero creer que la probabilidad, el caos, el azar y la genética no juegan en esta partida. Y prácticamente me impongo el aferrarme a la idea de que un mundo mejor es posible pese a que los días grises todo apunte a que la maldad bien pareciera que viniese de serie en multitud de casos. Y puesto que no tengo fe en ningún Dios necesito confiar con cierta frecuencia en los seres humanos. Aunque solo sea para no sentirme también un hijo de puta más.

Almasy©


JOHNNY CASH: "Folsom Prison Blues"