Ruego de antemano, eso sí, no se me enerven los no mentados, pues advierto que la escueta nómina confeccionada no es sino una relación absolutamente personal de los que considero actualmente como los personajes más granados de la tierra que antaño acogiera a la Legio VII.
Bien podría hablarles, verbigracia, de la fulgurante carrera política de ZP –pucelano de nacimiento y leonés de crianza–, de los éxitos de ventas de Café Quijano, de las tertulias radiofónicas de Luis del Olmo, de los lanzamientos de Manolo Martínez y de la delicias literarias de los Jesús Torbado o Antonio Gamoneda –ovetense este último de cuna aunque adoptado tempranamente por la ciudad de León–; si bien a muchos cazurros estos nombres ya les suenan sobremanera y no estoy por la labor de abundar en más de lo mismo.
Déjenme hoy que les hable de dos leoneses no tan célebres, que no menos importantes. ¿Sabían de la existencia de Marino Álvarez y de María Sánchez? Son mis padres, los personajes históricos más importantes que soy capaz de recordar.
El caballero natural de Quintanilla del Valle, plaza a un tiro de Astorga cruzando por el monte; la dama originaria de Santa Marina del Rey, tierra de truchas al abrigo del Órbigo. No obstante, ambos tempranamente avocados, como tantos otros paisanos, a abandonar la tierra que los vio nacer a fin de diseñarse un futuro mejor o simplemente un futuro. Porque no nos engañemos: una cosa es ser amante hasta la mismísima médula de tu patria chica y otra muy distinta empeñarse en permanecer en un lugar en el que el cocido diario no estaba asegurado. Y en la España de los ´50 y ´60, en la que sendos protagonistas empiezan a tomar las riendas de sus vidas, amén del milagro español del que nos hablan los historiadores, lo que también había todavía era tela de hambre y mucho trasiego migratorio nacional e internacional en pos de algunos duros con los que llenar los bolsos. Las cosas claras y el chocolate espeso.
Concretamente Marino abandona el pueblo con 11 años para marchar a los frailes en una época en la que enrolarse en el clero suponía la diferencia no solo entre alfabetismo y analfabetismo, sino también entre comer decentemente y malcomer. María aguantará algo más, aunque apenas con la mayoría de edad esta jabata sale también de su casa para demostrarle al mundo la tremenda fuerza que encierran las de su género: trabajadoras, madres, esposas, amas de casa y lo que les echen. ¿Sexo débil las mujeres? ¿Dónde?
Un encuentro en el coche de línea selló su unión y desde entonces se han limitado a crecer como pareja, a trabajar hasta la extenuación sin perder la sonrisa, a darles a sus hijos dos de cal y una de arena para que anduviesen por el mundo “listines como unos corcines”, a arroparse mutuamente con una mantita cuando el otro podía coger frío, a construir a diario un humilde imperio de pequeños bienes y grandes afectos del que sus dos vástagos presumimos allá donde vamos. ¡Sencillamente grandes, muy grandes son ustedes, queridos míos!
Almasy©
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