jueves, 14 de octubre de 2010

134. Ignorancia

Dicen de la Ignorancia que es atrevida. Sin embargo, no es esta la cualidad que yo más le resaltaría. A mí personalmente ante todo me parece peligrosa. En este caso la definición que aporta el diccionario de Doña RAE me resulta incompleta: Falta de ciencia, de letras y noticias, general o particular”, pues deja en el aire el límite a partir del cual cabría calificar a alguien de ignorante, o sea, de portador de ignorancia. No obstante, reconozco que es difícil de precisar tan exigente y cuantitativamente la cuestión, mas insatisfecho empedernido como soy me atrevo a ofrecer mi particular versión del significado de la palabrita en cuestión. Considero a este respecto que la clave radica en algo tan determinante como la intención. Así, el principal pecado del ignorante no es que no sepa, sino que no quiere saber. Y es precisamente en este punto donde radicaría la frontera. Incluso va más allá y cuestiona a los que no se conforman con el pan nuestro de cada día, blasonando por doquier de lo bien que se vive sin saber de nada. “La curiosidad mató al gato”, se atreven a decirte los que manejan al menos un par de refranes. A algunos les da hasta por enfadarse con tu sed de conocimientos: “¿Para qué te vale saber tanto?”.

El ignorante no viaja, pues aunque insolente y orgulloso bravucón, también sabe de su condición de garrulo. Hasta ahí alcanza su limitado entendimiento. De esos garrulos que son carne de mofa allá donde vayan. En cambio, en su reducto, al calor de sus cuatro paredes, se encuentra seguro y confiado, sin fisuras, pertrechado para hablar de cualquier asunto aun cuando no tenga ni pajolera idea del tema objeto de plática. A fin de cuentas, aunque en su hábitat siga siendo el mismo palurdo de siempre, al menos es El Palurdo de su Hábitat.

Maldita la gracia que le hace también a uno si por un caprichoso azar coincidiese que ese ignorante acertase a ser pariente o amigo. Esto último es más complicado porque los amigos, a diferencia de los familiares, se eligen, no vienen dados; si bien todo puede suceder en esta Viña del Señor cuyos caminos son inescrutables y donde cosas más raras se han visto y se verán.

No debe confundirse al ignorante con el tonto del pueblo, pues son estos dos especímenes absolutamente distintos. Para diferenciarlos ni siquiera es preciso mantener una conversación con ellos, sino que basta con prestar atención a su saludo. El del ignorante suele ser firme, con cierto desprecio hacia tu persona, esgrimiendo altivo una sonrisilla de esas que parecen ocultar el masculleo de frases del tipo: “Yo soy primo segundo de Dios y tú eres una puta mierda secando al sol”. Por su parte, el tonto del pueblo, te sorprende empleando alguna onomatopeya y/o sonido gutural que supuestamente equivaldría al tradicional “Hola ¿Qué tal?”. Animalicos. Como decía la sintonía de cabecera de la mítica teleserie El Equipo A: “si tiene usted algún problema y se los encuentra, quizá pueda contratarlos”.

Almasy©

RAPHAEL: “¿Qué sabe nadie?”

1 comentarios:

Sofi dijo...

Cuando más estudio más aprendo, cuando más aprendo más olvido, cuando más olvido menos se, entonces...¿para qué estudio? XDXDXD

Un besazo!!! =)

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