Vivimos en la sociedad de la
urgencia y la educación de nuestras criaturas no podía ser una excepción. Con
frecuencia además combinada con una manifiesta obsesión competitiva. No,
nuestro hijo no puede empezar a caminar más tarde que el del vecino. Hay que
vencerle, tenemos la obligación de demostrarle que estamos por encima de él,
que su aliento nos queda lejano, que solo puede aspirar a vislumbrar allá
remotamente nuestra matrícula mientras nosotros lo contemplamos sobrados por el
espejo retrovisor.
Apenas se tiene en pie, incluso
aunque todavía el vástago tenga complejo de mopa y se arrastre serpenteante por
los suelos apañando polvo, debe saber nadar, no sea que lo precise para cruzar el Estrecho en
pos de un nuevo continente o en su defecto para circunnavegar el planeta a
bordo de un catamarán con la firme intención de inscribir un televisivo récord
Guinness. Y por supuesto no nos vale un nado de supervivencia, modo remojón de
can. Su estilo debe ser depurado, weissmulleriano como poco, dominando todos y
cada uno de los estilos. De lo contrario nos dirigiremos al correspondiente
monitor para reclamarle más nivel. Más nivel, más nivel. Mi niño necesita más
nivel.
Tampoco conviene descuidar que
aprenda a andar en bicicleta sin ruedines cuanto antes. Algunos niños son capaces con apenas dos
años, así que por encima de los 24 meses vamos con retraso. Sobre
todo si queremos llegar a tiempo para disputar el Tour de Francia. Apúrate que
ya vas a contrarreloj. Apúrate.
Cuando ni siquiera domina el
castellano básico debe arrancar presto con el inglés. No puede pillarnos el
toro, pues corremos el riesgo de que no sea bilingüe como poco y eso no
podríamos tolerarlo bajo ningún concepto. Antes el ébola.
Por otra parte, aunque proyectamos
que acabará convirtiéndose en ingeniero o médico, nos gustaría presumir delante
de nuestros congéneres de su hartón de talento artístico. El conservatorio de
música siempre es la mejor opción. Hasta la fecha el crío solo ha destacado por
tocar los cojones, así que ya va siendo hora de aprovechar ese filón para que
se inicie en algún otro instrumento. Ya sabemos que serán un montón de horas
entre clases y estudio, pero no cabe otra alternativa. Y lo bien
que va a quedar luego en los congresos de medicina cuando entre ponencia y
ponencia deleite a los colegas con alguna suite para violonchelo del maestro
Bach. Eso sin mentar las visitas, que quedarán encantadas cuando después de
comer pasemos al salón e invitemos al niño a que demuestre de lo que es capaz.
Ya tenemos en el mueble bar esperando unas deliciosas pastas de té
especialmente seleccionadas para la ocasión.
Y por supuesto todo ello sin
olvidarnos de la máxima latina: “Mens sana in corpore sano”. No nos
perdonaríamos relegar a un segundo plano la práctica deportiva. Fútbol y judo
son las opciones más consistentes. Cualquier otra cosa que nos demande nos hará
sospechar que pueda ser afeminado y en ese caso habría que consultar a un
psicólogo o a un sacerdote. Sí, sabemos que después de llegar del conservatorio
tendrá que coger raudo la bolsa de deporte para irse a entrenar y con suerte
cenar antes de la medianoche; pero ya se sabe, el que algo quiere algo le
cuesta.
Las urgencias no cierran, ejercen
las veinticuatro horas gracias a inefables turnos de trabajo. Y nosotros
debemos hacer lo propio. Debemos tomar ejemplo. Tomar ejemplo. Poco importa que
en no pocas ocasiones no haya sido nada y nos manden para casa pasadas unas
horas. “Solo ha sido un susto, no hemos encontrado ninguna anomalía, puede
irse”. ¿Y qué? Eso no significa absolutamente nada. Conviene estar alerta y
optar siempre por la vía rápida para quedarse tranquilo cuanto antes. No hay
tiempo para consultas externas más serenas, más focalizadas en el problema en
cuestión, más en la línea de respetar los tiempos, más receptivas a que en
multitud de asuntos ni siquiera es de recibo disponer un plazo. No, corresponde
examinarlo todo a la mayor brevedad. Ya mismo. Ayer a veces ya es tarde. Corre Forrest, corre.
Almasy©
Extremoduro: "La carrera"
0 comentarios:
Publicar un comentario