viernes, 27 de marzo de 2020

271. Echo de menos



Echo de menos los madrugones mañaneros, los paseos hasta el colegio con mis hijas todavía con las legañas a medio derretir. Cruzarme con desconocidos habituales a los que acabas saludando solo porque se convierten en rostros amigos pese al silencio con el que nos dejamos de hablar. 

Echo de menos el calor de febrero, la brisa en el rostro, la escasa lluvia golpeando a los descuidados que como yo nunca saben dónde se dejaron el paraguas. Salir a la calle únicamente para encontrarme con el sol y su tesoro en forma de vitamina D sobre mi piel.

Echo de menos la inquietud de los coches, el traqueteo de los carritos de los bebés, el ladrido de los perros nerviosos, el chillido de los trenes, las imposibles maniobras de los conductores de autobús cuando tienen que doblar la esquina, los gritos de esos niños que discuten si fue o no fue gol simplemente porque en la calle todavía no tenemos VAR. 

Echo de menos a mis compañeros, concentrados en la sala de profesores como esos futbolistas en vísperas de una final que ultiman en los vestuarios la estrategia para salir al campo y ganar el partido. 

Echo de menos mi segundo café de la mañana, el del trabajo, donde nos despertamos a base de cafeína y conversaciones sobre lo divino y lo humano. Ahora, como tenemos VAR, ya no discutimos de fútbol y eso también lo echo de menos.

Echo de menos el sonido de la sirena que nos pone en modo competición. Los ruidos y correteos enérgicos de los chicos cuando ingresan en el vestíbulo camino de su primera clase del día. Los que llegan pronto, los que llegan tarde, los que vienen conversando y los que acceden en silencio, los que te piden ir al baño, los que van sin pedírtelo, los que merodean en busca de la persona que les gusta, los que siempre te dicen: "profe, ya me marcho para mi clase, te lo prometo".

Echo de menos mi pasión por la enseñanza donde nos podamos mirar a los ojos, las pizarras que me encargo de llenar desordenadamente pese a que siempre prometo a mis alumnos que intentaré cuidar la presentación. Esa misma que les exijo para esos cuadernos en los que me suelen dedicar una portada digna de los mejores museos.

Echo de menos charlar con las personas sin un teclado o una cámara que nos separe, el tercer café de la mañana, casi siempre después del recreo, el sándwich que solo me sabe delicioso si me lo tomo en mi despacho de jefatura mientras tengo hordas de gente esperando en la puerta para pedirme algo. Un consejo, un aula de ensayo, la contraseña de Classroom, una reclamación de ese parte injusto porque el profe me tiene manía... o simplemente porque necesitan descargar una preocupación que les aqueja.

Echo de menos el final de las clases y la hora del teatro. Despojarme de mi traje de jefe de estudios para ser únicamente el director del musical. Las risas, los ejercicios locos, las improvisaciones que afortunadamente nunca sabes cómo acabarán, la simple liturgia de un acto que no es obligado, que hacemos por amor al arte, que nos hace únicos e irrepetibles dentro de un grupo que se cae y se levanta unido. 

Echo de menos mis clases de boxeo. El paseo en soledad hasta el gimnasio. Las conversaciones previas con los compañeros donde arreglamos el mundo. La actividad. El sudor. La exclusiva concentración en tareas básicas que nos gobiernan como correr, saltar, moverse hacia adelante o retroceder. La deliciosa sensación de cuando no te has hecho daño pero estás exhausto porque lo has dado todo. La ducha reconfortante de después. Esa cena que sabe gloria bendita y donde las calorías se convierten en un término que simplemente no se inventó para ti.

Echo de menos... tantas cosas...


KIKO VENENO: "Echo de menos"