sábado, 23 de mayo de 2020

275. Arriba. Abajo.


-¿De qué lado estás? - le preguntó de nuevo mientras oprimía el fusil contra su pecho.

En ese instante se agolparon en su cabeza todos y cada uno de los recuerdos que podían ayudarle a contestar aquella pregunta. Recordó a su padre doblando jornada para llegar a fin de mes. Por la mañana conduciendo aquel autobús infecto de escolares que no le daban ni los buenos días, que ponían los pies en los asientos y devoraban sus snacks crujientes dejando el suelo perdido. Por la tarde como chófer de la estirada Sra. Brown. Miserable, huraña, incapaz de dar una sola propina ni de dejarle de mirar siempre por encima del hombro con sus estúpidos comentarios. “No me gusta esta ruta, le he dicho que me lleve siempre por el anillo central de vuelta de la peluquería”. “Pero Sra. Brown, el anillo central a estas horas está imposible de tráfico, tardaríamos el doble”. “La otra ruta, le he dicho”. Recordó también a su madre, empleada en casa de la hija de la Sra. Brown. Menos estirada que su madre, es cierto, pero al mismo tiempo más peligrosa. Siempre con ese tono de falsa empatía de los que están arriba con los que están abajo. Como si los comprendieran, como si pudieran ponerse en su lugar cuando les limpiaban la mierda de los baños o les lavaban a mano las prendas delicadas. “Hoy puede salir cinco minutos antes si dice que tiene usted la graduación de su hijo”. Cinco minutos para que su madre esprintara escaleras abajo, apurase la zancada para coger aquel metro con el que ganaría dos minutos más, convirtiese sus cansados pasos en carreras y llegase para acompañar a la sangre de su sangre en uno de los momentos más importantes de su vida. No le había resultado nada fácil, bien lo sabía Dios. A los de abajo nunca les vale lo justo, lo suficiente, lo que les vale a los de arriba. Los de abajo tienen que sobresalir, brillar, sudar hasta que duela y apeste, dar el 200 % que les permita acercarse y vislumbrar, aunque sea en la distancia, a los hijos de los de arriba. Encadenó una beca tras otra, una jornada laboral a tiempo partido con la que aliviar la economía familiar y sobre todo un millar de renuncias. A salir muchos fines de semana, a tener dinero en los bolsillos, a apuntarse a todos aquellos planes en los que la ecuación se resolviera con unidades de moneda. Recordó también sus veranos acompañando a su madre para asistir a la familia Brown en sus vacaciones en la costa. Los desayunos en aquella cocina del servicio donde su madre no daba abasto para hacerle las tostadas mientras los de arriba reclamaban lo suyo. “Le he dicho que detesto el café de la mañana en esta taza”. “Lo siento, señora, pero con las prisas me he despistado”. “Mujer, no se apure, de prisas y agobios nada, que estamos de vacaciones”. “Ahora mismo le traigo el café en la otra taza, señora, disculpe”. Las noches en aquellas habitaciones repletas de mosquitos y sábanas con olor a lejía barata, las puertas de atrás para no ser vistos ni oídos, para pasar inadvertidos. Los días buenos llegaba a pensar que tenía el poder de la invisibilidad, los malos sentía que su vida no valía lo mismo que la de los de arriba. Los días malos lloraba, apretaba los puños y resolvía: “Mi lado estará siempre en cualquier lugar diferente al de ellos”.

Almasy®


NAJWA: "Bella ciao"

0 comentarios:

Publicar un comentario